Пoemas esπirales

6 diciembre, 2021

“Una red de mirada
mantiene unido al mundo,
no lo deja caerse”.

Roberto Juarroz, Poesía vertical.

γ

Quizá sólo una cosa aún nos sustente:

¿La ansiedad? ¿El deseo?
¿El vértigo de tanto movimiento?

¿Los oídos tapados en el vuelo
por la presión de un todo tan intenso?

¿Será el amor traslúcido
como atmósfera virgen
o el temor de que un día
el Cosmos se detenga?

¿La gravedad que jala
—la curvatura del espacio-tiempo—
atrapante hacia lo denso
o el impulso llevándonos de vuelta
hacia el cero?

¿Será el ser o el estar al preguntarse
dónde estaremos, cómo es que nadamos?

Quizá sea el equilibrio de fuerzas invisibles,
del agua y el aceite eternamente incompatibles
pero que aún poseen grabados en sus miedos
esa virtud que, dicen, está en el punto medio.

ε

¿Con qué ojos veríamos nuestro vórtice
en su danzante verticalidad?

¿Con ojos de fantasmas
o de entidades transdimensionales
o de niño extasiado hasta el asombro?

¿Con ojos patriarcales
como creador del software primigenio?

¿Con ojos de titanes
o dioses mitológicos enfermos de arrogancia?

¿Con ojos de vidente sereno ante el desastre?

¿Con ojos de cosmólogo de pestañas aladas?

¿Con ojos de cenzontle enfocados en su canto?

¿Con ojos de luciérnaga cegada de sí misma?

¿Con ojos como virus que al parpadear invaden?

¿Con ojos de tormenta que en pestañeos devastan?

¿Con ojos espigados que se dejan llevar por cualquier soplo?

¿O con ojos de agua
que discurre
y, pase lo que pase, jamás desaparece
(se hiela o vaporiza… se transforma)?

O con mis propios ojos
brillantes ante la magnificencia
de todo el infinito al alcance de la mano,
sobre un cristal que cabe en la yema del meñique
bajo la lente, ¡claro!, con estos propios ojos
que son polvo de estrellas que veo bajo la lente
con estos propios ojos infinitos
y que, tarde o temprano, se comerán los párpados.

θ

Divaguemos mejor,
prolonguemos las vueltas en nuestros remolinos,
para contaminarnos de sus orlas
de oleajes que generen nuevos vórtices
que alarguen el trayecto hacia la nada.

—Quizá la nada sea una meta pasajera
pero no tiene ya nada que darte—.

Naveguemos mejor a lo que importa
palpando las paredes de cada nuevo vórtice,
mapeando recovecos,
fundando nuevos ecos,
uniendo paralelos,

¿y qué importa?

—Quizá tengan razón quienes afirman
que todos los caminos conducen a la nada—.

En los periplos interestelares
conviene que aprendamos,
a la larga,
lo que vale la nada.

ι

¿Y si están en lo cierto los que aman,
los que no encuentran, buscan su prórroga perpetua
en vez de andar pensando
en si el todo es elíptico, lineal o ensortijado
o va formando ochos u ochentas por el éter
o va caracoleando comiéndose el vacío
o duerme en sus laureles soñando sus fronteras?

¿Y si tienen razón cuando se estrechan
y beben vino de la misma boca
y generan cascadas de Vía Láctea
y nadan en sus jugos primordiales
elidiendo futuros,
prolongando cesuras
en su agujero negro donde el tiempo
ya ni siquiera es
nada?

Por lo pronto,
no temen divagar en discursos más carnales,
fundar segundos actos en sus gravitaciones,
hacer fiesta amatoria justo en el punto medio
y menos van temiéndose errar en su extravío.

Tampoco les importa si acertaron.
Serán conscientes del eterno mínimo.
Serán polvo de estrellas mas polvo enamorado.

Nacimos como ceros y ya somos
siete y tantos mil millones de fragmentos
flotando a la deriva o por algún cauce divino
en la energía nocturna y sus oleajes
donde somos tú y yo en un solo nado.

Nacimos como ceros y, por arte de magia,
las proporciones fueron espejos infinitos
entre las coordenadas que elegimos
y las que vienen predeterminadas.

Nacimos como ceros detrás de numerales negativos
en una era incierta
cuando sólo podemos preguntarnos
qué había antes de la nada.

Y nos volvimos interrogaciones
—si tenemos esencia, será la duda misma—
y fuimos cada uno una pregunta
titubeante en su trazo como línea punteada
cada vez más fragmentada.

De tanto decimal a la deriva, surgió la tierra firme
donde, al salir, soñamos las certezas
y nos salieron alas.

Nota: Las palabras en itálicas son de Kavafis, Sabines, Gorostiza y Quevedo, por supuesto.

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Yucatán, México.
Es maestro en español por Ohio University y estudiante de doctorado en la Universidad de California, Irvine. Ha recibido algunos premios como el Internacional de poesía Ciudad de Mérida 2019 y el Estatal de Literatura para Niños Elvia Rodríguez Cirerol 2015. Ha publicado más de 20 títulos de poesía lírica, satírica, para niños y de traducción literaria. Entre sus libros publicados recientemente están Covidario veinte veinte (2020), Necesidades (2020), Sabotaje a la Che (2020) y Poemas espirales (2020) además de sus libros para niñas y niños El corazón de Plutón y otras dulzuras (2019) y Cómo aprendí a volar (2020).