gerardo-silva

Upfront, un contexto imprescindible

6 noviembre, 2015

Gerardo Silva

– Se inaugura en Madrid Upfront, foto-reporteros, una exposición fotográfica que agrupa a algunos de los más notables profesionales hispanos del panorama actual. A través de 74 imágenes, 3  vídeos, una banda sonora, un libro y un poema hacemos un recorrido por los escenarios de conflicto que alumbran portadas de periódico, y por los que no son noticia. En ambos casos, gracias a la mirada profunda y nunca indiferente de una veintena de reporteros que comparten dos lenguajes, el español y la fotografía.


cover-image-upfront-600pxs

La sala recibe en penumbras a los visitantes. La imagen de un miliciano oteando a través de la mira de su rifle preside la entrada. Un pequeño homenaje al fotógrafo español J.M. López, que permanece secuestrado en Siria desde hace cuatro meses. En el umbral, los versos de la granadina Gracia Morales condensan el oficio del foto-reportero:

Imágenes

El fotógrafo se lleva la Nikon al rostro

/ una mujer llora ante el cuerpo
del que pudiera ser su marido /
/ un niño inmóvil para siempre
con un arma entre las manos /

Adentrándose en la oscuridad de la guerra, pero también de las violencias cotidianas a la vuelta de la esquina, el espectador se encuentra con más de setenta fotografías que le dan la espalda, como si recibiera una postal que narra en su reverso lo que está a punto de ver a continuación. Suspendidas en el aire, en cajas de luz, las imágenes de Siria, Irak, Melilla, Brasil, Guatemala, Sudáfrica, Haití, Madrid y muchos otros lugares de conflicto, golpean la sensibilidad de quien las contempla. Muchas de las fotografías hablan del dolor, un idioma universal, que comparten el guerrillero que ha perdido a su camarada en la guerra y la familia que es desahuciada a causa de la crisis en Madrid. Otras contienen miedo, como la de una mujer atrapada en la multitud tras el terremoto de Haití en 2002, o la de los niños huyendo de los bombardeos en las cuevas de Idlib. La violencia está presente en casi todas las imágenes, sea en forma de cicatriz o herida. Aún cuando no se ve, está latente: en una publicidad sobre el muro de una armería de San Pedro Sula; o en el juego entre una militar estadounidense y un niño que le apunta con un arma de juguete en Irak (una hora después de la toma ella moriría en una emboscada). Rabia, conmoción, resignación, multitud de emociones se desprenden de las imágenes para llegar hasta el espectador. Incluso la alegría se atreve a asomar, aunque sea de lejos, en la foto de dos niños refugiados jugando en Kabul (Afganistán), de la argentina Natacha Pisarenko. No es la única mujer presente en la muestra: Ariana Cubillos, Catalina Martín-Chico y Maysun son las otras tres excelentes foto reporteras en un ámbito tradicionalmente masculino.

coloca su pupila en el centro del visor,

/ fusilan a un soldado /
/ una muchacha corre descalza /

La metáfora de la tiniebla amenazante y de la luz que emana de las fotografías es potente, pero hay otros elementos que también ayudan a ponerse en la piel del reportero. Una banda sonora en bucle, compuesta por los sonidos que le son cotidianos: un tono de llamada telefónica, el pitido en los oídos tras una explosión, un pedazo de música que no se va de la cabeza… Sobre la pared hay marcas de distancia, como si se tratara de una galería de tiro, el fotógrafo también tiene que tenerla en cuenta. “Si la foto no es buena, es que no estabas lo suficientemente cerca”, decía Robert Capa. La exposición está dispuesta en forma de sendero en zigzag, señalizado con números f imaginarios (apertura del diafragma en el objetivo de la cámara), f/1, f/2, f/3…

elige el mejor ángulo,

/ un coche en llamas /
/ un cadáver en la orilla /

Participan en la muestra 23 foto-reporteros hispanoamericanos, pertenecientes a una generación – la posterior al 11-S estadounidense – especialmente internacional, ya que sobre todo trabajan para medios extranjeros. Hay dos argentinos, un colombiano, un peruano y 19 españoles. La preponderancia de los últimos obedece a motivos logísticos, explica Ramón Villapadierna, curador de la exposición, director del Instituto Cervantes en Praga y también periodista curtido en conflictos como la guerra de los Balcanes. Son fotógrafos jóvenes, y sin embargo, su labor ya es reconocida lejos de casa. Trabajan para agencias como Associated Press o Reuters, publican en The New York Times, y muchos han recibidos importantes premios. Incluso el Pulitzer, como es el caso de Manu Brabo por su cobertura de Siria. Su principal enemigo es la precariedad con la que realizan su labor. El modelo de negocio en el periodismo actual, amparado en la crisis económica, prima la inmediatez al tiempo que reduce costes. “Es el que nos ha llevado a redactar crónicas con prisa, a pasar más tiempo editando o mirando fotos para hacer un corta-pega. Lo que tienen que hacer los periodistas es patear la calle”, contó Brabo en una entrevista de 2013. Son pocos los medios de comunicación que apuestan por reportajes de largo alcance, que aporten contexto a la situaciones de conflicto. Explicaba Ricardo García Vilanova, durante un encuentro con futuros reporteros, que al comienzo de la guerra en Siria eran muy pocos los periodistas extranjeros presentes sobre el terreno. Cuando el enfrentamiento se recrudeció batallones enteros aterrizaron como paracaidistas buscando las imágenes de impacto y abandonaban el lugar de inmediato, sin apenas interesarse por las historias que había detrás. Por supuesto, después de aquello, los foto-reporteros no fueron bienvenidos. Lo dejó dicho el maestro polaco Ryszard Kapuściński: «Cuando se descubrió que la información era un negocio, la verdad dejó de ser importante.» Vilanova pasó varios meses conviviendo con los rebeldes sirios. Así es como se ganó su confianza y pudo tomar algunas de las mejores fotografías que contaban la realidad siria. Otro indicador de la crisis del fotoperiodismo es la primacía de las imágenes de vídeo. Muchos editores de prensa prefieren este material, e incluso utilizan fotogramas para sustituir a la fotografía. Desde hace tiempo Vilanova porta consigo ambas herramientas, porque es lo que demandan los medios. “Con la llegada de las cámaras 4K (máxima resolución en vídeo digital) el fotoperiodista desaparecerá”, sentenció.

ajusta la apertura del diafragma
y la velocidad de obturación,

/ un cuerpo salta de un edificio
/
espera el momento preciso,
/ una niña sonríe mostrando
retiene el aliento y el brazo que le falta /

Upfront termina en una urna de metacrilato que contiene algunos efectos personales del reportero de guerra Miguel Gil, legendario en la profesión y asesinado en una emboscada en Sierra Leona en el año 2000. La maleta con sus herramientas de trabajo, el casco, dibujos, apuntes, y el pasaporte honorífico bosnio con que lo honraron después de cubrir aquella guerra. A su alrededor, los retratos y biografías de los reporteros de la muestra, rindiéndole tributo. En una mesa redonda que se organizó en torno a su figura, veteranos cronistas y una joven periodista que le dedicó su tesis doctoral, hablaron sobre el oficio que Gabriel García Márquez consideraba el mejor del mundo: “es una pasión insaciable que sólo puede digerirse y humanizarse por su confrontación descarnada con la realidad». Alfonso Armada, director de la revista FronteraD, destacó el carácter pudoroso de la mayoría de corresponsales de guerra al hablar de sí mismos, pese a la curiosidad que suscita cierta imagen romántica, que sin duda ha sido alimentada por la ficción cinematográfica. “No somos estrellas de rock, sólo personas que van allí y cuentan lo que ven”, declaró Vilanova en aquel encuentro con aspirantes. En el caso de Armada o Gil, sus inquietudes y reflexiones se vertían en un diario personal, en el que además solía haber anotaciones en los márgenes, teléfonos, direcciones. Miguel Gil, que un día de agosto de 1993 dejó su cómodo trabajo de abogado en Barcelona para encaminarse a la guerra de Bosnia subido en su moto de trial, seguramente pensaba lo mismo que Gabo. Una anotación en su diario así lo confirma: “Lo único malo (de este oficio) es la posibilidad de que me pase algo”. 

aprieta el disparador.
Ya está.
El fotógrafo deja de existir.
La imagen queda quieta y en silencio,
condenada por siempre a recordar
el presente terrible de los hombres. 

Comparte en: