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Qué sola estás Maité y Dos hombres y una pierna de Arquímedes González: ¿hacia una Revolución posible?

27 julio, 2016

Nathalie Bessie

– Una crítica acerba, demoledora, sin pelos en la lengua, es entresacada de las novelas Qué sola estás Maité y Dos hombres y una pierna, de la aún creciente narrativa de Arquímides González, por Nathalie Bessi en este encarecido ensayo reseñístico. Nathalie ensaya, tomando como foco de su atención, las terribles fallas de la Revolución Sandinista; extrae de los contenidos, elementos sustantivos de esos desaciertos, destacando entre ellos: la corrupción, el autoritarismo, la falta de libertades “que recuerdan sistemas totalitarios”. Para Nathalie es patente en Qué sola estás Maité que la pareja protagonista representa “una alegoría de la Historia de Nicaragua y de la relación entre el pueblo y los políticos: esa desunión después de la mentira así como la soledad del título se inscriben en un fracaso más amplio, nacional, el de la política en Nicaragua, particularmente de la revolución”. Mientras tanto en Dos hombres y una pierna “la novela se presta a una doble lectura que convoca la era sandinista puesto que el padre es un revolucionario convencido, y su pierna, que debe ser amputada por la diabetes, una posible metáfora de la descomposición moral de la revolución, y más ampliamente del país…” ¿Estaremos entonces ante una posible crítica desde la literatura a la Revolución Sandinista? Por dicha provocación se hace necesario leer este texto, y claro las novelas de Arquímides.


Arquímedes González

Abastecidos de todo y desde las mejores condiciones de vida,
exigían del pueblo más sacrificio; invitaban a los jóvenes a seguir
derramando su sangre por ellos. Era […] una nueva casta en el
poder, y nadie se atrevía a echárselos en cara.

Erick Aguirre, Con sangre de hermanos.

La mayor revolución es ver el mundo como lo ve el otro.
Sergio Ramírez

Escritor nicaragüense reconocido, Arquímedes González ha obtenido varios premios internacionales por su obra literaria; en 2012 le otorgaron el prestigioso Premio Centroamericano de Literatura Rogelio Sinán por su novela Dos hombres y una pierna que se inspira en la experiencia personal del autor. En ésta y en otras ficciones como Qué sola estás Maité (2007), que revelan una preocupación por los males sociales y políticos de su país, acusa la corrupción de los sucesivos gobiernos[1] y pone en tela de juicio la revolución, como Sergio Ramírez, Erick Aguirre o Franz Galich entre otros escritores críticos que, con tonalidades discursivas diferentes, han develado las mentiras del poder.

Qué sola estás Maité, segunda novela de Arquímedes González, narra la historia a priori ordinaria de una ruptura entre la protagonista y su marido después de un adulterio, pero una lectura del texto implícito convierte a la pareja en una alegoría de la Historia de Nicaragua y de la relación entre el pueblo y los políticos: esa desunión después de la mentira así como la soledad del título se inscriben en un fracaso más amplio, nacional, el de la política en Nicaragua, particularmente de la Revolución.

Dos hombres y una pierna cuenta a su vez una relación fallida, entre un hijo benévolo, compasivo, y un padre intransigente y nada demostrativo; la narración se articula alrededor de la enfermedad de éste y de los intentos de acercamiento de aquél. De nuevo, la novela se presta a una doble lectura que convoca la era sandinista puesto que el padre es un revolucionario convencido, y su pierna, que debe ser amputada por la diabetes, una posible metáfora de la descomposición moral de la revolución, y más ampliamente del país.

Veremos primero en qué las dos novelas de Arquímedes González acusan a esa Revolución que para el pueblo rimó con corrupción y desilusión; y luego en qué otra revolución puede consistir en comprender al otro como reza el segundo epígrafe liminar de este estudio: si la revolución política y colectiva ha sido un desastre, Dos hombres y una pierna da a leer otra Revolución, interior e individual, quizá más necesaria que la otra, sin duda menos peligrosa.

1.- La Revolución: un gran desengaño

que-sola-estas-mayteEn Qué sola estás Maité, el desengaño es manifiesto, repetido e inapelable; denuncia tanto la causa como el efecto de los daños de la revolución cuando inculpa las ideologías de izquierda en las que se inspiró y cuando acusa la locura en la que sumió al pueblo: “[esa] gran nación comunista y con esto empezó el fracaso”, y “fue esa puta revolución la que nos trastornó, la que nos volvió locos” (32, 13). El desencanto no puede ser más explícito en esta pregunta retórica seguida por una enumeración dramática: “¿Hubo alguna vez Revolución en este país? […], parece que no, que lo que hubo fue una desilusión colectiva, un engaño o un atraco simultáneo a las esperanzas. La Revolución produjo muerte, pobreza, odio, rencor, desgracia y tristeza” (59); muerte física, muerte en el alma, el retrato no puede ser más sombrío.

¿A qué se debe esta visión lóbrega de la Revolución? En las novelas de Arquímedes González destacan el autoritarismo, la corrupción y la muerte. Dos hombres y una pierna evidencia una falta de libertad que recuerda sistemas totalitarios: “la censura y la intolerancia del gobierno” (35), “los presos políticos se multiplicaban”, “esas multitudinarias manifestaciones a las que se obligaba a ir a los trabajadores del Estado”, “las filas para obtener los mendrugos racionados” (36). Por lo demás, cuando ese narrador crítico con la revolución se dirige a su padre revolucionario, bien vemos la analogía entre el reproche filial y la acusación política: “Tu vida ha sido exigir, exigir, exigir y no dar nada” (200), o “te apoderaste de todo, eras nuestro tirano” (203).

Pero es sin duda la corrupción la que más críticas suscita: en Qué sola estás Maité, el narrador fustiga a los comandantes de la Revolución desmitificándolos: los nueve comandantes repetidamente calificados de “enanos” y tratados de “forajidos revolucionarios”,  “pasaron de ser míticos Comandantes a bíblicos ladrones […], rufianes y saqueadores de los bienes públicos” (24). Dos hombres y una pierna denuncia sin ambages la misma rapacidad y la misma traición: “crearon sus propios negocios familiares […]; esa piñata, ese robo […] sería el inicio de una mafia” (76); “la voracidad de algunos políticos neorrevolucionarios que dejaron a un lado aquellos principios que juraron defender, para forrarse de dinero” (76); “Los del grupito que juraba aún defender el izquierdismo andaban también de rateros y atracadores escupiendo comunismo e igualdad por la boca, pero tragándose al país de pies a cabeza. La era de la rapiña se reinauguraba” (77).

Los textos funcionan como contradiscursos cuando patentizan el desfase entre el discurso (que habrá sido una gran mentira) y los actos, entre las promesas y los hechos que son los que hablan, y en este punto llama la atención el campo léxico del bandolerismo —forajidos, ladrones, rufianes, saqueadores, piñata, robo, mafia, rateros, atracadores— y más ampliamente de un comportamiento fuera de la ley que revela un sistema pervertido, una desviación moral del espacio político puesto que los que están en el poder aparecen aquí como “delincuentesˮ. No sorprende en tal contexto, que parece ser además una fatalidad histórica, la imagen de la enfermedad que encierra la frase de la madre del narrador: “somos testigos de que la corrupción no tiene cura” (118).

Esa corrupción sin sanar lleva al pueblo-víctima a la muerte, cobrando el cariz de una verdadera catástrofe nacional: las novelas de Arquímedes González asimilan la revolución a la muerte de la juventud y de la inocencia, otro punto en el que el narrador no escatima en críticas. Así Dos hombres y una pierna recuerda órdenes mortíferas —“la orden del gobierno militar, de ir a morir a la montaña por su causa, por defender lo que a ellos les parecía”— no sin una ironía que, después de desmitificar a los nueve comandantes, los desheroiza: “los valientes y aguerridos Comandantes de la Revolución que ordenaban redadas contra miles de jóvenes inocentes para mandarlos a morir y demostrar lo bravo que eran ellos detrás de sus escritorios” (111); cifras espantosas y el pasado indefinido afirman y aspiran a autentificar la letalidad de la revolución: “de los doscientos mil jóvenes reclutados, setenta mil murieron y noventa mil acabaron como ahora estás vos, lisiados y abandonados” (118).

La Revolución destruye, a imagen de un cataclismo que solicitan varias veces estas novelas, tanto Dos hombres y una pierna que los “confundeˮ en una enumeración trágica —“qué maldición tiene Nicaragua al ser una nación destruida por terremotos, huracanes, dictaduras, guerras y ahora, otra vez por la corrupción y el poder insano” (191)— como Qué sola estás Maité que compara la Revolución con un volcán y recuerda el terrible terremoto de 1972 (30), para definirla luego como el peor de los seísmos puesto que el resultado fue “joder al país y sumirlo en el cataclismo que ni guerras ni terremotos lograron” (33).

Pero hay más: tratándose de analogías, el texto asimila a Maité al huracán Mitch de 1998 ya que conforme va acercándose y amplificándose la tormenta, Maité cada vez está más a punto de romper con Miguel, el marido engañado que va a morir en el ciclón.[2] La metáfora común del seísmo vincula a una Maité que “revolucionaˮ su vida sentimental para vivir su sueño con su amante, a los revolucionarios que derrocan un antiguo régimen. Si Maité metaforiza la Revolución y también el huracán ¿no podemos pensar, por silogismo o para seguir con la ecuación, que revolución y cataclismo se confunden de nuevo aquí?

Varias lecturas del personaje de Maité se ofrecen al lector: esta mujer-huracán o mujer-“revoluciónˮ asociada con la destrucción, puede representar también, como Miguel a quien engaña —y por más contradictorio que parezca—, al pueblo traicionado puesto que ella se halla víctima a su vez de un espejismo: quiere dejarlo todo por un amante que puede simbolizar el sueño de la Revolución, ¿un sueño abortado, sin futuro? si consideramos que muere el hijo “ilegítimoˮ; en este caso, Maité alegoriza al pueblo que creyó en la revolución, que se apasionó por ella, se entregó a ella en cuerpo y alma, y acabó desilusionado.

No sólo la imagen del cataclismo ilustra la hecatombe en Qué sola estás Maité, la del exterminio también se hace cargo de dar cuenta del horror asociando a los revolucionarios con los peores verdugos del siglo XX si se cree a Maité: “maravillas del comunismo, cuando lo que aquí hay es un campo de concentración como en Alemania, ahí eran los nazis, éstos aquí son los revolucionarios que nos tienen secuestrados” (24). Después del caos del seísmo, las tinieblas del holocausto añaden a la tragedia de tantas muertes la idea del mal, de la locura de los hombres que, entremezclada con sus pasiones, escribe violentamente la Historia.

Dos-hombres-y-una-piernaDos hombres y una pierna, como la novela precedente, se vale de un juego de paralelos a partir de un personaje alegórico, en este caso el padre revolucionario cuya pierna podrida por culpa de la diabetes debe ser amputada: otra vez una doble lectura es posible en la medida en que el padre puede simbolizar tanto la Revolución como el país “infectadoˮ —siendo la revolución su pierna gangrenada que hay que cortar para que pueda vivir: apreciamos aquí el mensaje implícito de semejantes analogías—.

Nos llevan a esas afirmaciones los paralelos explícitos que ofrece la novela: el padre lamenta que la pierna malsana tenga “que ser la izquierda”como una cruel ironía (18 o 106); o “Como a vos, a la gente se le quitaba su libertad, […] y entrábamos en la fase agónica de lo conocido”, una agonía descrita con una semántica de la enfermedad con este cuerpo que metaforiza al país, empezando por “la descomposición recomenzaba” (35), sin olvidar el largo diagnóstico:

el gobierno que se proclamaba izquierdista, se vino abajo en las elecciones presidenciales de mil novecientos noventa, cuando la gente sin nombres ni apellidos se armó de valor, se amputó el miembro podrido […].

Pero la infección esparcida los diez años pasados, no desapareció porque faltó cortar un poco más.

Sospechando esto, la bacteria se escondió, recuperó su fuerza, se hizo más malvada y esperó a que todos creyeran que la herida de la fracasada revolución estaba sanada, para esta vez desde dentro, corromper cada estrato de la sociedad y contagiar por completo el organismo hasta envenenarlo (36).

La pierna es además un miembro simbólico de la marcha y, con ella, del progreso: permite desplazarse, avanzar, ir hacia adelante y hacia los otros, permite acercamientos, encuentros; de nuevo medimos las implicaciones de esas alegorías y analogías, entre corrupción o putrefacción del cuerpo físico y corrupción o putrefacción del cuerpo político que gangrena la sociedad.

Añadiremos a estos ejemplos la yuxtaposición (en un mismo fragmento de unas cuatro páginas) de cada infarto del padre con un contexto político que tiene que ver con la descomposición, sea la “piñata” (76), sea la presidencia de Alemán asociado a la “rapiña” (77).

En efecto, cabe señalar que no sólo los revolucionarios desatan la ira de los narradores de Arquímedes González: Arnoldo Alemán y su supuesta democracia que no consigue ocultar un neoliberalismo en varios sentidos depredador, se merece la misma reprobación y a veces con un léxico que ya conocemos, sea en Qué sola estás Maité que ironiza ante “su séquito de rateros” en Suburban (142), o en Dos hombres y una pierna que reprueba el “cinismo con que el Excelentísimo Señor Presidente Arnoldo Alemán y sus ministros se robaron cuatrocientos cincuenta millones de dólares que eran de la cooperación internacional” para los damnificados del huracán Mitch, como en tiempos de Somoza (77).

En la primera novela, cuando Alemán y sus ministros malversan los dones internacionales leemos que “los donativos se los llevaba otro huracán, el de la glotonería de los funcionarios” (158), lo que equipara esa corrupción que se lo lleva todo a una catástrofe, otra forma de cataclismo, como si la corrupción participase en la destrucción del país.

La novela incrimina una corrupción generalizada que se ha sustituido a la ley: “han legalizado la corrupción” (91), una aberración semántica que bien ilustra la perversión del sistema, y que encontramos también en Dos hombres y una pierna donde se puede leer que “legalizaban las operaciones” (es decir sus “chanchullosˮ) así como la palabra “desgobiernos” que es posible entender aquí al pie de la letra (77).

Asimismo, el regreso de Daniel Ortega al poder lleva al narrador de Dos hombres y una pierna a críticas conocidas puesto que el autoritarismo y la corrupción caracterizan de nuevo ese gobierno: “secuestraron al partido”;  “el gobierno organizó grupos de choque que […] silenciaron de forma brutal y sangrienta cualquier intento de reclamo de otros sectores” (119); “represión”, “golpear”, “tirar piedras”, “acuchillar”, “disparar”, “incendiar” en la misma página, o “arrestaron”, “capturaron”, “trasladaron” dicen de manera redundante y contundente el “carácter autoritario, extremista, demagógico y temerario de los nuevos dirigentes” (175).

Lo mismo ocurre con la corrupción otra vez comparada con una enfermedad: “invadiendo con sus tentáculos cada estrato social, corrompiendo el sistema como una peste y erosionando cada engranaje institucional para volverlo a favor de ellos” (119). La repetición de “otra vez”, “volver a” y “de nuevo” varias veces en unas líneas es elocuente:

Era la dictadura que sacaba las garras. Era de nuevo la Ley del Garrote que se imponía a como lo hacía la familia Somoza […]. Se utilizaba otra vez el miedo para amordazar la democracia y a quienes denunciaban el sistema corrupto. La sangre volvía a correr. Se partía al país en dos. Estábamos de nuevo en el comienzo del círculo. Y, otra vez, una larga noche se posaba en Nicaragua (119).

Preso de esa Historia circular, el pueblo acaba por dejarse contaminar; el texto reitera que en un país marcado por la Historia del robo hasta tal punto que éste se ha convertido en una forma de atavismo, sólo puede imperar la mentira entre todos: “Hemos nacido para robar y que nos roben. […] Somos un pueblo que nació del robo”, reza una frase de la novela Qué sola estás Maité (140), lo cual tiene consecuencias: “Pueblo corrupto, pueblo de ladrones, mentirosos” (60); “aquí nos enseñan a tener doble cara” (125); la “mentira es una práctica cotidiana” (126), son otras tantas aseveraciones lapidarias para un fracaso generalizado.

Si Hannah Arendt observa en su ensayo titulado La crisis de la cultura, que “las mentiras siempre han sido consideradas como herramientas necesarias y legítimas, no sólo del oficio del político o del demagogo, sino también del oficio del hombre de Estado”, Kant afirma que si mentimos no nos dirigimos al otro como a un ser humano, hemos renunciado al lenguaje estructurado por esa promesa de veracidad (Derrida, 34 y 50).

Qué sola estás Maité revela ese “desvínculoˮ entre el poder y el pueblo así como en el mismo pueblo, un pueblo de cierta manera huérfano, víctima del fracaso de los de arriba; retrata un país abandonado por sus “padresˮ, que no han sido protectores sino predadores, ni dadores de la ley sino transgresores, “padresˮ que a lo largo de la Historia nunca han encarnado una autoridad respetable sino que han desacreditado el poder.

En definitiva, el altruismo no emanó de la revolución que tanto había abogado por él antes de corromperse en el poder, pero es una posible revolución en sí mismo a juzgar por el protagonista empático de Dos hombres y una pierna. Si Sergio Ramírez valora en sus ficciones y otros escritos la ética, Arquímedes González pone en honor a la empatía en su novela de 2012: no sólo se trata de sanear la sociedad con valores como la justicia o la ética, sino también de operar un cambio interior que implica integrar el pasado.

2.- Comprender al otro: ¿la otra Revolución?

El primer paso hacia esa Revolución interior bien podría ser la integridad a la que la novela Qué sola estás Maité parece invitar entre les líneas: por una parte, son tales los daños provocados por la mentira que implícitamente o por reducción al absurdo apelan a la sinceridad; por otra parte, la mentira se da a leer en términos de duplicidad, de dualidad, con el personaje de Maité, lo que instiga a la entereza.[3]

En Dos hombres y una pierna, el protagonista procura acercarse a su padre y comprenderlo. Lo hace esencialmente mediante un diario “íntimoˮ y memorial en el que se dirige a su padre, entablando un diálogo en definitiva consigo mismo. Este diario consta de cinco partes de extensión desigual compuestas no de capítulos sino de notas o fragmentos de longitud muy distinta, numerados de 1 a 156; un hilo cronológico discreto atraviesa idas y vueltas temporales. Esa numeración, si bien establece un orden, permite también una lectura desordenada, libre, a la manera de Rayuela de Cortázar, con fragmentos intercambiables, o el puzzle que constituyen modulable hasta el infinito, puesto que rompen con la temporalidad lineal. Los afectos, lo vivido, y el decirlo prevalecen sobre la “historicidad” de los hechos.

El intento físico de acercamiento responde a la ausencia y a la distancia del padre desde siempre, incluso desde el parto en el que el padre no está porque no quiere ser padre: “Eras una ausencia en mi vida”, “La relación con vos fue distante y eras impenetrable ante cada paso que daba para acercarme” (48), observa el hijo que afirma otros desencuentros cuando dice: “Por un día quisiera ser tu hijo” o “Soy tu hijo” (202 y 79) porque el hijo no existe como hijo para el padre. Varias veces se ponen de relieve esas asimetrías mediante el contraste afirmación/negación:

Te veo.
No me ves.
Te hablo.
No me escuchás (79).

Otras veces, la negación sola basta para expresar la distancia:

El abrazo que no me diste, los gestos que no hiciste y las palabras que no dijiste, no importan. Sé que lo sentís pero, como yo, no sabés cómo expresarlo. Tenemos cercenados nuestros sentimientos del uno para el otro. Fueron amputadas esas muestras de cariño y cada quien se va en silencio cojeando (187).

Observamos que el léxico recuerda la pierna que no sólo se ofrece a una lectura política sino también psicológica y filial; el padre “pudreˮ la relación, les impide avanzar, acercarse el uno al otro, y el hijo se siente como una herida, algo que sobra: “Yo era como tu muñón no deseado” (203).

Y por mucho que el hijo trate de acercarse al padre, la distancia se agrava, no tanto cuando el hijo va a vivir a Francia sino cuando el padre le espeta por teléfono que es un terrateniente so pretexto de que tiene una vivienda en Nicaragua y otra en Francia, aunque en realidad el hijo cumula trabajos para costear las curas médicas del padre; el hijo corta después de gritarle: “Pues estás equivocado. ¡Toda tu puta vida has estado equivocado!”. Si el hijo admite que “había tenido esas palabras enquistadas en [su] interior desde que estaba pequeño y al soltarlas, había liberado años de rabia contenida”, siente “un vacío” interior (198).

Este hijo que tiene que “hacer el dueloˮ en vida de su padre, no sólo intenta acercarse físicamente a él sino también interiormente por así decirlo, mediante la palabra escrita, valiéndose de la escritura para dirigirse, aunque virtualmente, al padre ausente:

Este diario se convirtió en mi confesor y en el que desbordé mi enojo, mis temores, reclamos y mi admiración hacia vos.

Lo traje para dejártelo en tu tumba y que, por algún mágico medio, cada una de mis palabras escritas no se diluyan y lleguen a vos intactas (213).

El diario tiene pues, además de una función catártica, un papel testamentario “al revésˮ puesto que aquí el que lega es también el que se queda. Otro elemento original es que el hijo espera una forma de contacto post mortem con esas palabras que llegan hasta el padre más allá de la muerte. Que las palabras alcancen mágicamente o no al padre, lo cierto es que la escritura del diario le permite al hijo acercarse al padre, encontrarlo interiormente y por lo tanto liberarse de él. Esta escritura que restablece un lazo, compensa la ausencia, llena un vacío.

Acercarse al otro es también comprenderlo y aceptarlo como es: el hijo se esfuerza por conseguirlo a lo largo de su diario, sea haciéndose preguntas acerca de las motivaciones de su padre, sea poniéndose en su lugar y perdonando. Primer punto: con las preguntas del hijo presentadas bajo forma de hipótesis introducidas por “tal vez”, “o es que”, o fórmulas parecidas, y bajo forma de interrogantes directos o indirectos como “Me pregunto si”, “jamás te pregunté” (80), vemos que este narrador se abre al otro, lejos de cualquier reproche:

No te estoy acusando ni pretendo hacerte quedar mal. Con los años me he cuestionado sobre lo que igual persigo y la tarea es ardua. Uno nunca sabe analizarse en frío porque es juez y parte comprometida.

Cuento los hechos a como me vienen, tratando de no cerrarme; aceptando que la vida está repleta de errores y nadie está exento de cometerlos (99).

La misma apertura y la misma aceptación del otro con sus debilidades y errores determina la frase siguiente: “Creo que mi madre y yo compartimos esta cantidad de preguntas que no son en tu contra, son para aclararnos lo que pasó y darnos una idea de lo profundo que caíste en tu intento por ser como querías, dejando en evidencia lo irracional y mete la pata que somos los humanos” (147).

Como hemos dicho, comprender al otro supone también adoptar, aunque sea momentáneamente, su perspectiva, ponerse en su lugar, y en su piel si sufre: “trato de ponerme en tu lugar y comprender lo que te pasa para apoyarte” (183). Ese proceso de acercamiento culmina con el perdón, concomitante de la comprensión: “Al igual que mi madre, con los años he tratado de comprender y perdonar” (207). Ese perdón que exige valor y humildad es la condición de la reconciliación interior del hijo con el padre.

Este hijo resiliente no pierde la esperanza como lo señala un léxico optimista articulado alrededor de la posibilidad —”Todavía es posible hacerlo”, “En cualquier lugar y espacio de la vida se puede alterar el rumbo de las decisiones tomadas” (178)— o de la confianza en un porvenir mejor: “Ya ves, yo soy como mi madre, no pierdo las esperanzas de que algún día cambiés” (193), “Confío que las cadenas se puedan romper” (207), y por lo menos lo realiza con su propia familia asumiendo su papel de padre y expresando sus sentimientos.

Al final de la novela, el narrador ve a los fantasmas de sus abuelos y de su padre al que acaba de enterrar: “Los tres me vieron sonriendo y yo, agitando mi mano derecha, les dije adiós” (213)[4], reza la última frase de Dos hombres y una pierna en un desenlace sin rencor, pacificado, con un hijo que ya ha hecho el trabajo de duelo antes de que muera su padre, y con un padre apaciguado que por fin le sonríe.

Es verdad que los “dos hombres” anónimos y sin relación del título de la novela se reconcilian o encuentran la paz después de la muerte, y por la muerte del padre que en vida nunca dejó de reñir a su hijo: ¿no revela eso un fracaso? El excipit de la novela es más bien esperanzador como el fin de un ciclo que anuncia nuevos comienzos.

Entre estas dos novelas de Arquímedes González, observamos una evolución, en la tonalidad discursiva, hacia un apaciguamiento. Teniendo en cuenta las analogías mencionadas en Dos hombres y una pierna, ¿hay que considerar el diálogo interior con el padre permitido por la escritura como una invitación a “enfrentarseˮ a la Revolución en tanto que capítulo o acontecimiento faro de la Historia y de la construcción identitaria del país (aunque tenga que ver para muchos con una deconstrucción social), una invitación a liberarse de una Historia que parece ser un lastre?

¿En qué medida esta novela instiga a comprender el pasado, y quizá a perdonar los errores: a que el pueblo se perdone a sí mismo el haber seguido un espejismo, para avanzar después de ver morir el antiguo poder que se corrompió, se pudrió como el miembro izquierdo del padre? ¿En qué medida exhorta a olvidarse de las utopías sociales para entregarse a una “Revoluciónˮ interior que consistiría en ser el cambio que queremos ver en el mundo? El narrador, que ha encontrado la paz, se muestra tolerante y altruista: si la revolución no logró cambiar la sociedad, él cambia dentro de sí mismo, apareciendo como el contrapunto de esa revolución, realizando lo que ella prometió sin hacerlo, ilustrando con sencillez no al Hombre Nuevo sino a un nuevo hombre.

Lo cierto es que la tonalidad es diferente en esta novela, y la escritura no es ajena a tal transformación: participa directamente en este proceso no sólo de distancia crítica con la revolución sino de (R)evolución personal, ayuda a comprender, a relativizar y a tener perspectiva. Como en la novela de Erick Aguirre, Con sangre de hermanos que inspira un epígrafe de este estudio, confía en el poder de la palabra crítica contra el poder y sus mentiras,  hace de las palabras un contrapoder, un contradiscurso, que emane de la integridad.

En Dos hombres y una pierna, el narrador recobra la serenidad gracias a la escritura que ofrece una mirada más profunda y amplia, una escritura que dice lo silenciado, abre lo cerrado y permite despedirse sonriendo de los “padresˮ y sus fantasmas.


Bibliografía:

– ARENDT Hannah, 1972, Du mensonge à la violence, Paris, Éditions Calmann-Lévy.
– BESSE Nathalie, 2012, “ L’échec dans Qué sola estás Maité d’Arquímedes González : mensonge et désillusion au  Nicaragua ”, L’échec dans la littérature hispano-américaine, reCHERches n° 8 (ss dir. Nathalie Besse), Université de Strasbourg, p. 39-49.
– DERRIDA Jacques, 2005, Histoire du mensonge. Prolégomènes, Paris, Carnets de l’Herne, Éditions de l’Herne.
– GONZÁLEZ Arquímedes, 2007, Qué sola estás Maité, Managua, Anamá Ediciones.
– GONZÁLEZ Arquímedes, 2012, Dos hombres y una pierna, Great Britain, Amazon.
– GONZÁLEZ Arquímedes, 2011, El Fabuloso Blackwell, (versión Bubok).
– GONZÁLEZ Arquímedes, página web: http://arquimedesgonzalez.blogspot.fr/
– Mi vida, mi historia, 2014, Entrevista de Jennifer Ortiz a Arquímedes González:
1/3: https://www.youtube.com/watch?v=4T7kee0E9kY
2/3: https://www.youtube.com/watch?v=hbZ2VX9HmaU
3/3: https://www.youtube.com/watch?v=eftJ0MBRFC4

NOTAS

[1] Y más ampliamente la mentira que impera en la sociedad, particularmente en El Fabuloso Blackwell de Arquímedes GONZÁLEZ (II Premio Centroamericano de Novela Corta 2010), historia de una superchería que empieza por un artículo del autor titulado Todos mentimos(unos periodistas fueron engañados durante dos años por una persona que pretendía ser un boxeador nicaragüense que triunfaba en Estados Unidos).

[2] Este paralelo aparece explícitamente en las líneas liminares de los capítulos dialogados entre Maité y Miguel que alternan, a lo largo de la novela, con capítulos narrativos escritos desde la perspectiva subjetiva de Maité (que no se expresa en primera persona, es una tercera persona del singular). Los primeros, de apenas dos páginas, presentan réplicas muy breves, a veces silencios, dan cuenta “materialmente” de una relación que se está descomponiendo, produciendo un contraste visual con los capítulos densos y mucho más largos de narración que aúnan la historia individual y la colectiva.

[3] En El Fabuloso Blackwell, la ética y la acción legal se oponen a la corrupción y la injusticia, se trata de restablecer la justicia y para eso de recobrar el coraje: nos lo sugiere el ejemplo del periodista que, sacando fuerzas de flaqueza, denuncia la injusticia de la niña atropellada (114) y al escribir sobre el caso hace justicia o lleva a la Justicia a hacer su trabajo. Frente a un periodismo que se ha convertido en espectáculo sensacionalista, y alimenta el cinismo ambiente, este personaje da muestras de una honestidad y un respeto de la dignidad humana todavía posibles. Las alternativas existen, es una cuestión de elección: dejarse llevar por la corriente y participar así en el empeoramiento de las cosas, o levantarse, aunque sea solo contra todos y contra todo un sistema, actuar en conciencia, permanecer humano.

Asimismo, el ejemplo del fabuloso boxeador, si bien es la gran “fábula” de la novela, revela el ansia de heroísmo, un pueblo que necesita nuevos héroes, nuevos sueños, algo “maravilloso” en qué creer. Ese mundo del boxeo, antes de corromperse como todo lo demás y de hundirse en el dinero fácil, la mentira y la violencia gratuita, presentaba al contrario (como el “viejo” sandinismo añorado por Sergio Ramírez o Erick Aguirre entre otros, o como el periodismo “de antes”) un sentido de la valentía, del esfuerzo, de la abnegación; en ese tiempo, uno creía en sí mismo, en la victoria y se entregaba en cuerpo y alma al combate, como cuando la revolución pero sin sus ominosas consecuencias.

[4] ¿Habrá que interpretar, en la estela de una pierna izquierda alegórica, la mano derecha?

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Francia, 1970. Es profesora titular de la Universidad de Estrasburgo. Sus investigaciones versan sobre la literatura latinoamericana, más precisamente las novelas nicaragüenses. Ha coordinado varias monografías y publicó Les romans nicaraguayens : entre désillusion et éthique (1990-2014) (L’Harmattan, 2018), un estudio de un centenar de novelas nicaragüenses, y Las formas de la pesadilla. Poder, ética y sentido en 24 novelas nicaragüenses (1998-2019) (Pergamino, 2023) con un prólogo de Erick Aguirre.