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Relatos

24 marzo, 2017

Gustavo Campos

– Gustavo Campos, escritor hondureño y participante de Centroamérica cuenta 2015, comparte un adelanto de El libro perdido de Eduardo Ilussio Hocquetot, premio único del VII Certamen Centroamericano de Novela Corta de la Sociedad Literaria de Honduras, que publicará este año la editorial española Sial Pigmalión.


De impulsos internos

Un personaje en construcción aseguraba que con la muerte de su madre acabaría con toda obligación moral. Lo creía con convicción sociópata o con fe redentora. Esta idea amoral le costaría su debut en el relato novelado. Se le relegó a un espacio menor de actividad. Su pensamiento se vería frenado por la mano del autor, por el límite de un número de páginas determinado en una estructura menor en la categoría de relato breve. El autor pensaría entonces que su vida debía ser escrita en una sola oración como Monterroso hiciera con su Dinosaurio. La actitud destructiva frente a los códigos sociales lo alejaría sin remedio de constituirse como punto de referencia de estudios futuros. El autor conocía claramente su entorno social y las exigencias de sus lectores y sus tributos obligados a la construcción de los valores morales tan débiles de su sociedad conservadora. Instó una y otra vez, sin éxito, a su personaje a cambiar de posición moral. Demandaba de su personaje mayor conciencia y que por lo menos cediera por esta única ocasión. En el futuro, ya siendo altamente reconocido, podría permitírsele tal siniestro.

El personaje acusó con alevosía y venganza al autor ante el sindicato de personajes por su poca valentía ante el riesgo. Citó ejemplos claros de antihéroes y de insanos personajes con complejas personalidades y trastornos sicológicos. Citó primeramente a Caín y al insoportable pan dulce de Abel, el crimen de Raskolnikov en perjuicio de una avarienta anciana, también al lujurioso Amnón cuyo amor por su hermana se asemejaba al de Clodia por su hermano Clodio, a Medea y su irrespeto por sus progenitores, a Onán, jovencito voyerista que derramaba su simiente observando a su madre tener relaciones con un desconocido, a Bruto, cuyo acto desalmado le valió ser personaje del prestigioso ciego de los laberintos: el inigualable J. L. Borges, a Alejandra Vidal, quien prendió fuego a todo un edificio y al telamón cuya inútil expiación la dio por indultada a consecuencia de la estupidez de los inquilinos de la casa que, condenado, sostenía; a Pierre y la relación incestuosa con su madre, gracias a la labor celestina de su amiga Rea, al personaje del Pabellón de Oro del finado Mishima, quien, en opuesta y diferente intención a la de Alejandra prende fuego a lo que más amaba: un monumento solo equiparable a la belleza; al viejo Hank que viola a una niña menor de cinco años, a Thea, la señorita perfecta que asesinaba por inercia; también trajo a la memoria la escena de una cofradía de ciegos rufianes de libido alta que viola a las ciegas a cambio de devolverles su comida, a Calígula y los personajes de la edad media y el pre-renacimiento, incluso recurrió a escenas de personajes de filmes como la violación a Mónica Bellucci, cuya duración sobrepasa los ocho minutos, en una película de Gaspar Noé, también a la película Luna de Bertulocci y así llenó incontables páginas con ejemplos verídicos y los presentó ante el consejo elegido por el sindicato para llevar el caso.

Las objeciones y los apoyos no se hicieron esperar. Estaban a favor suyo algunos personajes de menor transcendencia en la historiografía narrativa de todos los tiempos, junto a un grupo de excéntricos antihéroes que tuvieron reputación en papeles destacados, otros, como era de esperarse, se oponían y mostraban escepticismo, envidia, celos y temor de que aquél se convirtiera en un personaje que acaparara estudios. El solo hecho de haber llevado su historia a tribunales creaba un precedente que algunos del Consejo no podían permitirse, movidos algunos por mano de extraños autores. Ya se conocía la rebelión de personajes de Pirandello y este hecho como ficción había inspirado posiblemente al personaje resentido y agraviado, que, no obstante, no supo diferenciar entre una representación coordinada bajo el liderazgo del autor y su historia particular en verdadera rebelión contra el autor. Cuando solía escuchar a escritores la tan manida y célebre frase de que los personajes tomaron vida propia y que incluso se les habían salido de las manos, definiendo por sí mismos su destino en la trama narrativa, no se percataba de que en realidad este era un recurso narcisista de los autores para dar fe de su relación íntima con musas y daímones.

Mientras el personaje espera la resolución del consejo del sindicato, el autor lee el final de la carta de un niño de trece años que, antes de suicidarse, dejó a su madre, fechada en 1966, y que Karl Menninger cita en su libro:

“no la voy a matar porque quiero que vea mi cuerpo y se dé cuenta de que por ella me ha poseído y me ha encerrado, en cajas de cristal, estoy muerto. Quiero que la conozcan por lo que es, una maniaca”.

Debido a su inepto dominio de cantidades de hostilidad inconsciente…

Antes de salir al patio, Madeleine tomó dos cosas en sus manos: un banco rojo donde sentarse y su caja de cigarros. Se sentó y encendió el cigarro con la misma caja de fósforos con la que había encendido la estufa para cocer un caldo cuya receta había sacado del libro Los monstruos de Foucault. Sin ver el cigarro, lo aspiró profundamente; sus ojos quedaron aferrados en el gris del muro de la casa. El vapor que libraba la ebullición tuvo el mismo destino que el humo del cigarro. Dentro de la olla se cocía el muslo de un recién nacido con mucho repollo.

Si el personaje en construcción aseguraba que con la muerte de su madre acabaría con toda obligación moral, la mujer ya había alcanzado la perfección, como repetía Madeleine, convirtiendo su mirada en un muro gris que se alejaba con lentitud de su casa.

La máquina reproductora de sueños

Para que no volviera a ocurrirme, y lo que pudiera ser mi obra trascendente no quedara atrapada en el mundo de los sueños, decidí crear la máquina reproductora de sueños.

Me ocurría a menudo que cuando soñaba escribía textos tan impresionantes que quería traérmelos conmigo a la realidad. Sabía que era imposible hacerlo, pero en mis sueños la posibilidad se daba como quien lleva una libreta de apuntes a un seminario. Consciente de la imposibilidad, intenté de muchas maneras traérmelos conmigo sin éxito alguno. Descreí entonces de la historia del famoso poema que el poeta inglés Coleridge reprodujo casi en su totalidad de un sueño. Su procedencia se tornó dudable ante mi incredulidad creciente. ¿Cómo había sido capaz de traer al estado de vigilia un poema tan extenso como una obra de Virgilio? En cambio, yo podía recordar breves fragmentos, frases, ideas, pero nunca la obra completa, que a mi lectura en estado hipnótico se magnificaba mostrándose como la obra que me consagraría en vida. Y pese a que me obligué a memorizar cada línea escrita en mis sueños, al despertar se habían desvanecido. Comprendí que una extraña aduana dividía el mundo de los sueños del mundo de la vigilia. Lo que me negaba a aceptar era que una persona consciente de lo difícil de traficar con obras elaboradas en los sueños no se propusiera conseguirlo. Me negaba rotundamente a aceptarlo. Comencé a aplicar algunas estrategias como llevarme una libreta y lápiz a la cama, así, si despertaba, tendría a mano un instrumento de apuntes que me facilitaría la retención de información y documentos del otro lado. Esta estrategia me pareció la más sensata y correcta, parecida a la del buzo que entra a buscar tesoros y una vez que ha expirado su oxígeno emerge para sacar lo hallado y fullear el tanque. Pero luego, en un momento de total lucidez, ideé la máquina reproductora de sueños, como única salida factible…

(Historia en construcción/ desenlace en trámite)

Nota: Nuestras más sinceras disculpas a los lectores por la interrupción de la historia, la máquina reproductora de sueños no era tan eficaz como esperábamos, algún imprevisto desperfecto se apropió de la mayoría del material de este relato. Nuestro equipo trabaja en la mejora del diseño del reproductor. De antemano nos han hecho saber que todo el material conservado en él se ha perdido en su totalidad. En el futuro, la historia interrumpida tendrá otro seguimiento ajeno al antes expuesto. Se preguntarán por qué hemos dejado que se publique la introducción a la historia, a lo cual tenemos una respuesta bajo el amparo científico: dejar evidencia que en efecto se llevó a cabo la prueba y fechar este momento como el trascendente en nuestra historia. Por este motivo, por puro rigor científico, dejamos constancia. Usted valorará si carece o no de importancia nuestra decisión y si el texto arriba mostrado contribuirá a un mejor entendimiento de nuestro noble propósito. Sin más, repetimos nuestras más sinceras disculpas.

-Página en trámite de numeración-

Un agujero negro en el infinito

Señor, yo lo atisbo y lo conmino, me dijo un individuo. Individuo, en cambio yo le aviso y lo convido, le dije al susodicho. Señor, no porque me diga individuo aceptaré su aviso y me aprovecharé de su convivio. ¿Y si brindo por usted? ¡Enhorabuena! Yo le sirvo. ¿Verdad que no parezco un indio con aros bifocales ni un mendigo? ¡Tremenda verdad me ha dicho! Señor, yo no me río. Todo lo que digo ya lo he dicho. Individuo, no veo mal en ello, yo todo lo que oigo ya lo he oído. ¡Pamplinas! ¿Es usted de las Pamplinas? Señor, no se burle de mi instinto. Individuo, no me río, es por el destino. Señor, ¿usted cree en el destino? Individuo, excuse mi terrible desatino. Señor, noto que lo desanimo. Indiviudo, perdón, Individuo, no quise decirle viudo, fue un sarcasmo bien medido. ¿Cómo lo supo, por su instinto? Recuerde que todo lo que oigo ya lo he oído. ¿Es usted algún ángel divino? Más bien más parecido a un individuo. Dirá parecido a mí, como el caído. Nada más parecido. Señor, no es cortés rechazar el genocidio. Yo pienso más en los deicidios. Querido señor, o mi querido amigo, ¿vendrá conmigo? Pero usted Individuo, mi querido individuo, ¿qué se ha creído? ¿No somos amigos? Brindamos juntos, pero por favor, tómeme como su enemigo íntimo. Querido enemigo íntimo, ¿vendrá conmigo? Individuo, ¿a qué viene tanto interés en mi desprestigio? No lo tome a mal, es que vaticino el fin de nuestro ritmo. Querrá usted decir que presagia el fin, ¿el fin finito? Es correcto mi amigo. La rima acaba, nuestro diálogo ha sido restringido. Faltaba más, ya lo he comprendido, cometeré suicidio. No diga disparate. Disparate. Oh, ha muerto mi querido amigo. Señor, señor, ha muerto mi enemigo íntimo, brindemos por el extinguido. Alzan copas el señor señor y el individuo, y tras el brindis, y haber bebido como un agujero negro en el infinito, rompen con fuerza los vidrios.

Coleccionista

Se decía de él que coleccionaba esqueletos de novelas y que se comía las falanges de los versos. Decían que era un gran coleccionista. Hemingway y Neruda coleccionaban elementos táctiles. Pero él no, era un gran coleccionista: sabía cómo extraer el esqueleto íntegro. También dicen que tenía un gran museo. Que ni todos los museos cabían en el suyo. Dicen que también coleccionaba asombros, que de un extraño y viejo esqueleto de novela aprendió a extraerlos. Dicen que también conoció a Cesárea Tinajero y que vivieron juntos entre esqueletos y falanges en el más lejano y caluroso desierto. Decían de él tantas cosas, como que en lugar de coleccionar espejos guardaba los reflejos. De él decían esto. Pues era un gran coleccionista: el más grande de todos los tiempos. Coleccionaba atajos y reflejos. Y teorías. Tenía tantas teorías consigo que ya no existía el misterio. De él se decían tantas cosas. Tantas cosas. Cosas agradables y desagradables. Y éstas las coleccionaba. Coleccionaba las palabras y recuerdos. Cuentan que un día lo vieron recolectando sombras. Y las exhibía en su museo como si fueran un trofeo. Se decía de él que era un gran coleccionista: el más grande de todos los tiempos. Más grande que el mismísimo universo. Coleccionaba deidades y tiempo. Y hacía alarde en su museo. Dioses y semidioses exhibiéndose en su museo gigante. Le llamaban de tantas formas. De tantas formas lo llamaban porque era el gran coleccionista. Y sí lo era. Dioses, esqueletos y reflejos apenas colmaban una sala. Y, por si esto fuera necesario, por si acaso en algún momento se agotaba el espacio de su gran museo, coleccionaba salas. Coleccionaba salas como si fueran guirnaldas. Sin duda era un gran coleccionista: el más grande de todos los tiempos. Pero de pocas cosas hacía alarde. El alarde lo hacía en su museo: el alarde se exhibía junto a las deidades. Pero cuando le preguntaban por las pesadillas y los sueños, confesaba mantenerlos en cofres. Los protegía con cuidado. Y estos no los exhibía sino habían sido empaquetados. Se decía de él que era un gran coleccionista: poseía la alta fantasía de Dante y la exhibía junto a la yegua de la noche. Poseía, como pocos, o, mejor dicho, como nadie, un auténtico agujero negro. Y el Aleph de Borges. Un reproductor de sueños y un retentor de sueños. Poseía infinidad de cosas. Una Atlantis y las siete maravillas del viejo mundo. Se decía que era un gran coleccionista. Y su museo lo confirmaba. Coleccionaba el fugaz momento entre el pensamiento, la imaginación y la palabra: coleccionaba eso que la mayoría de las veces queda fuera del texto. Lo  intraducible coleccionaba. Y lo exhibía. Y los artistas lo envidiaban. Se decía de él que coleccionaba a los grandes coleccionistas que lo precedieron y a los venideros. Decían que era un gran coleccionista, eso decían los coleccionistas exhibidos, y se admiraban. Decían que era un gran coleccionista: el más grande coleccionista de todos los tiempos.

Amapa

 -Peligroso otro Borges, pensó el Dr. Koestler atrapado bajo una lluviosa tarde de diciembre antes de abordar el autobús a la capital.

– dormía y soñaba que dos personas estaban con él en la habitación del hotel. Al despertar, salió de la habitación y miró a dos personas que lo invitaron a entrar a su habitación. Conversó con una de ellas acerca de su sueño inmediato. Reconoció en los dos rostros y en los detalles de la habitación que ya había estado ahí antes. El anfitrión lo invitó a afiliarse al club de los slogans, mientras la mujer decía que un nuevo Borges en la literatura sería peligrosísimo. A Ilussio le simpatizó el comentario preocupante de la mujer. Luego, cuando Ilussio dormía, soñó que su habitación contaba con una dimensión y características específicas. Cuando despertó, salió de su habitación. Cuando quiso volver, no la encontró; en cambio, halló la habitación que había soñado con las características específicas: una alfombra felpada de color verde, simulando pasto, frente a una cama de madera –siempre suelen ser de madera, se dijo así mismo- con una sábana azul celeste y en el doblez del edredón otra sábana de color verde olivo. Las ventanas eran altas y de vidrio, tenían el tamaño de la habitación y al fondo, cerca del closet, una puerta corrediza de vidrio transparente que Ilussio no sabía adónde conducía. Se tiró sobre la cama, y quedó, nuevamente, dormido. Ilussio despertó y le envió un mensaje de whatsapp a Eugenia, que ella leyó: laborare est errare.

El Dr. Koestler, haciendo escala en un restorán, conversaba con una persona.

En su mesa había un frappuccino Starbucks. La persona con quien conversaba le pidió que le consiguiera un amapa.

-¿Amapa? Señor, ¿no querrá decir usted mapa?
-No, respondió el señor. Y yo sé muy bien lo que es un mapa. Lo que yo necesito es un amapa. ¿Sería tan gentil de conseguírmelo?
-¿Pero qué es eso? Podría explicármelo.
– A propósito, puede llamarme Kalecki si gusta. Un amapa es un mapa en movimiento, movible, eternamente cambiante, dirigiéndose…
-¿Existe?
-Por supuesto, de otra manera no estaría rogándole el favor de conseguírmelo.
-¿Ha escuchado alguna vez de Bresson? Decía que hay que hacer aparecer lo que sin uno no se vería jamás.
-¿Él ha dicho eso? Estupendo. Seguro tuvo consigo un amapa. Pero hay algo más que debe saber sobre los amapas: nomás existe, deja de existir, porque siempre está cambiando, evolucionando…
– Ha de ser como un virus. Como el HIV.
-Querrá decir como el VIH, señor… señor…
-Dr. Koestler. A sus órdenes e imaginación.

Ilussio dormía y soñaba que RC había sido la salista. Sus sueños se sucedieron. Al despertar, salió de la pequeña habitación sin closet y aire acondicionado y se dirigió al baño compartido. En el corredor, una persona aguarda su turno e Ilussio no tiene otra opción que hacer fila.

-¿Gusta del cine, señor Kalecki?
-Lo veo, sin tanto afán, procuro verlo; es más, lo vi.
-¿De casualidad ha visto usted alguna vez El sol de membrillo?
-No.
-Es sobre un pintor que intenta pintar un árbol de membrillo. Durante ese proceso, él quiere captar la luz del sol reflejada en los frutos, en el membrillo, pero fracasa. Intenta una y otra vez pintarlo y guarda en su estudio las pinturas inconclusas debido a que cuando logra acercarse a los tonos ya el tono del cielo ha cambiado. Su pretensión es fijar la luz de cierta hora del día en una breve época del año que hace que la membrillera brille de esa manera, lo intenta varias veces, pero nunca lo consigue. Es el deseo del pintor o del artista por perennizar su obra. He de suponer que algo parecido ha de ser su amapa.
-¿Mi qué?
-Hace un momento usted me pidió que le consiguiera un amapa.
-¿Y qué es eso?, si puedo saberlo, mi estimado señor.
– Un amapa es un mapa en movimiento, movible, eternamente cambiante, dirigiéndose… nomás existe, deja de existir, porque siempre está cambiando, evolucionando…

Ilussio sale del baño y visita un café del centro de la ciudad. Pide un té verde y ve que una mesa tiene un sitio disponible. Un señor lo increpa y le dice “sabía usted que RC fue la salista”. Ilussio le responde: “¿tiene pruebas?”. Y el señor responde: “a las pruebas me remito…”. Dígame una siquiera. El señor se excusa y comenta que debe ir a la estación de buses a recoger a un amigo suyo. Se levanta, pero antes de marcharse Ilussio le hace una última pregunta: ¿ha experimentado esa sensación de angustia de abrir puertas y no encontrar nada? “No”, responde el señor, “pero debe ser terrible”.

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