El caso del plagio a la sombra

22 marzo, 2018

Cuando el Presbítero Ramón Prado Urtecho Olivares formalizó su tórrido idilio con la ardiente viuda Panchita Arauz, las hirvientes y agitadas aguas del río Mico se sosegaron, y doña Francisca asumió, con oídos sordos, el mote popular de Pan Bendito, gracias a la irrespetuosa copla que circulaba, Yo te bautizo/ el pan con el chorizo, sin duda de la autoría del sacristán Mala Casta.


Cuando el Presbítero Ramón Prado Urtecho Olivares formalizó su tórrido idilio con la ardiente viuda Panchita Arauz, las hirvientes y agitadas aguas del río Mico se sosegaron, y doña Francisca asumió, con oídos sordos, el mote popular de Pan Bendito, gracias a la irrespetuosa copla que circulaba, Yo te bautizo/ el pan con el chorizo, sin duda de la autoría del sacristán Mala Casta. “Malas lenguas” siempre hay, y más en un pueblo chontaleño como La Libertad, que permite lo que su nombre indica, pregonaba Mala Casta creyendo limpiarse de culpa alguna.

Se dijo en el juicio que Mala Casta, teniendo una fuente inagotable de chismes, de sacristán había devenido en un prolífico escritor, aunque era su Sombra la recopiladora de cuentos de alcoba, anécdotas pícaras, y situaciones eróticas muy del gusto de todas las épocas y generaciones que en el mundo ha habido.

El que ello se supiera y los supuestos méritos de escritor de Mala Casta quedaran por el suelo, no le hizo a éste ninguna gracia, y juró tomar venganza de su Sombra, y para ello no se le ocurrió otra cosa más simple que asesinarla, siguiendo el apasionante “Manual para matar sombras” de Octavio Rocha, cuyos impecables homicidios literarios eran la lectura predilecta de Mala Casta.

Mientras tanto su Sombra, que como cualquier escritor se sentía menoscabada y hasta humillada por los continuos plagios de quien se creía su dueño, contrató los servicios del gran penalista y jurisconsulto Dr. Kiko Báez para demandar judicialmente a Mala Casta, quien alegaba que sus relatos eran “pura vida” y que por lo tanto pertenecían a quienes les habían dado esa vida.

El abogado acusador por su parte alegaba -como quien sabe todo sobre impuestos o sobre “porte y aspecto”, vestido y peinado impecablemente, pero con una gallardía moral y temple cívico que contrastaban con su furibundo aspecto físico- que esa defensa era tan pobre como pretender beneficiar a cualquier Caballero de Triste Figura, de ser autores de Don Quijote, y que semejante desaguisado jurídico, abonaba a cometer delitos mayores y alentaba a quienes con alegatos superfluos como los del defensor de Mala Casta , hicieran una apología del delito de plagio.

A estas alturas, Mala Casta ya había intentado asesinar a su propia Sombra, cuando esta descubrió que aquel le plagiaba todo cuanto ella descubría y pensaba, comenzando por aquel amancebamiento chontaleño con la viuda de fuego. Y cuantas veces Mala Casta quiso asesinarla, ella, su Sombra, se ocultaba tras sus espaldas, y por más esfuerzos que hacía el asesino frustrado girando sobre sí mismo para encontrarla, la Sombra también lo hacía, hasta que aburrida de esta especie de danza sombría, desapareció misteriosamente, hasta reaparecer en el juicio, al que Mala Casta tuvo que concurrir desnudo, sin los rastros éticos de su Sombra ya que esta era la parte acusadora, y Mala Casta el acusado concurrió como Adán, sin hoja de parra ni verdad conque tapar sus partes pudibundas, ocultas hasta para él mismo por el mal recuerdo de su Sombra.

El caso estuvo lleno de luces y sombras, pero el Dr. Báez asombró a todos con su contundente acusación, sin fisura alguna, haciendo gala de que cuando fue necesario, su cliente, la Sombra, por pudor estético y estilístico, y temor a ser asesinada, había tenido que desaparecer, sin dejar ni sombra de su sombra, hasta ahora, en que regresaba para ver como su acusado iba a parar a la sombra.

Muchos años después de cuanto ocurrió en “La Libertad”, Chontales, un descendiente del Presbítero inquieto, don Mario, en un inesperado afán de expiar las culpas de curas, y no así de sacristanes en la “Crapulosa Historia de la Humanidad”-libro guía escrito por Onofre Guevara López-, y de reconocer la necesaria moralidad y honestidad de todas las sombras en aquella y en esta historia, emprendió la ardua empresa de aceptar como verdaderos e irrefutables los plagios de Mala Casta, recurriendo a la consulta de 500 libros de Protocolo, que empastados en cuero marrón y con letras de oro, había dejado para la posteridad el jurisconsulto y poeta Dr. Kiko Báez.

Eliminado el apellido Prado y asumido el Urtecho, fue este don Mario, descendiente del Presbítero, quien después de leer aquellos 500 tomos en cuyos lomos aparecía el relieve áureo de una cara en forma de triángulo, quien emulando la brevedad de Tito Monterroso, en una sola línea escribió el final de esta historia:

«El primer día del año 2018, la Sombra ganó el caso.»

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Escritor nicaragüense nacido en Panamá,1942.
Fue uno de los redactores de la nueva Constitución Política de la República de Nicaragua. Es fundador del Centro Nicaragüense de Escritores, del que ha sido secretario general y presidente. “Premio Latinoamericano de Poesía Rubén Darío”, l983. “Cruz de Caballero de la Orden Isabel la Católica”, 1980. “Orden de los 300 Años del Estado Búlgaro”, 1984. “Orden Darío-Cervantes”, Instituto Nicaragüense de Cultura Hispánica, 2009. “Distinción de Honor al Mérito”, Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua, 2011. Ha publicado “Domus Aurea” (poesía), 1968; “Ejercicios de composición” (prosa), 1974; “Phocas” (poesía), 1983; “La vida consciente” (poesía y prosa), 1996; “Dichoso el árbol” (fotografías), 1997; “Un solo haz de energía ecuménica” (prosa), 1998; “La vida consciente”, 2005; “PEDRO. ``Teniendo conocidos en cielo” (prosa”), 2008; y “Me quema la palabra” (antología de artículos periodísticos, 1982-2011). Es académico de número en la Academia Nicaragüense de la Lengua.