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Apuntes para una historia transversal del náhuatl en Nicaragua

1 junio, 2020

Pedro Xavier Solís Cuadra

A Chale Mántica (1935-2020) In memoriam


Nos unen a México tres señoríos de lengua y cultura náhuatl, provenientes de tres migraciones de razas y antecedentes distintos, aunque como señala Jorge Eduardo Arellano, “tenían un carácter marginal en relación a los pueblos mesoamericanos más septentrionales”.

El derrotero de las tres migraciones es posible establecerlo con certeza cartográfica gracias al trabajo inaugural de Carlos Mántica Abaunza en El habla nicaragüense, quien le siguió la pista a los topónimos para reconstruir la historia; tarea en la que profundiza Jaime Íncer Barquero en Toponimias indígenas de Nicaragua.

LAS TRES MIGRACIONES

La primera migración es teotihuacana (hablantes de la variante lingüística conocida como náhuat), y ocurrió hacia fines del siglo VIII. Ello lo sustenta Mántica por el nombre de las deidades, de cronología más antigua, con que fueron bautizados los lugares. Huyendo del poder olmeca (la tiranía en el origen de nuestros males), se asientan en la costa del Lago de Nicaragua y sus islas, desplazando hacia Nicoya a los chorotegas que residían en el istmo de Rivas. “Los desalojados pronto se convertían en desalojadores” (Jaime Íncer). Y arraigan toponimias como: Ochomogo, Ometepe, Nicaragua.

La segunda migración es tolteca y chichimeca, se da en el siglo XII con la caída de Tula que se produce, según se cree, debido a luchas intestinas por la hegemonía y al asedio de grupos aztecas o mexicas. Los chichimecas se asientan en una zona cercana al Golfo de Fonseca, y arraigan toponimias como Posoltega, Chichigalpa, Chinandega. Los toltecas se asientan en la zona del Lago de Managua, y arraigan toponimias como: Xolotlán, Asososca, Acahualinca.

La tercera migración es azteca o mexicana y se da en el siglo XV. En 1427 los aztecas se sacuden el vasallaje, y, con una visión místico-guerrera del mundo señalada por Miguel León-Portilla, en menos de cien años conquistan el México antiguo como dominadores supremos, gestando una política de expansión con una lógica hasta cierto punto tributaria. León-Portilla dice sobre esta política imperial que “los mexicas situaron guarniciones y colonias entre los pueblos que sometieron, y a lo largo de las rutas de sus pochtecas o mercaderes”. Las funciones de estos mercaderes incluían el espionaje y la diplomacia, además de los negocios (Códice Mendoza). Eran los pochtecas “un clan especial, una membrecía religiosa que proclamaba el culto a Quetzalcóatl, extendiéndolo a las más remotas regiones, a donde arribaban como mercaderes, banqueros, embajadores, informadores, espías, colectores de tributo, propagadores de fe; o bien, como hombres de armas para ejercer acciones punitivas contra quienes se negaban a pagar tributos o reconocer la autoridad de sus amos, los monarcas aztecas” (Íncer). En Nicaragua se asientan imponiéndose a la fuerza en la zona norte (desplazando a los miskitos) y en la zona central hasta el Río San Juan, estableciendo una “ruta del oro”. Siguiendo el rastro a las toponimias náhuatl, de la mano baquiana de Íncer y Mántica, se vislumbra que estas guarniciones concretaron de ida y venida un canal seco desde Macuelizo y Quilalí, bajando por Condega, atravesando Boaco, Juigalpa y Acoyapa, hasta los ríos Tule y Camastro; y luego un canal húmedo cogiendo el San Juan (cuyo nombre náhuatl se ha perdido) hasta la salida al mar por el Desaguadero, desde donde trasegaban a Moctezuma vía Yucatán. Dice Torquemada (Libro II, Cap. XL): “…y cerca del Desaguadero está un pueblo de ellos y hablan en lengua mexicana…”; y Lothrop cita una cédula de la Reina de España de 1535, en la que ordena “que se explore la desembocadura del Río San Juan, porque por ahí se acarreaba oro a Moctezuma, vía Yucatán. Al parecer ese lugar era un puesto comercial azteca”.

El habla, como expresa Mántica, es un “lazarillo de la historia”. En efecto, nos revela sus huellas a través de “continuos dialectales”,[21] o sea, de eslabones del paso migratorio de los nombres aborígenes. Asimismo, los estratos toponímicos son certeros mojones que suplen la mudez de la historia, y nos ayudan a entender los trechos y las trochas de las migraciones indígenas. Damos así razón al conocido axioma de que los dos ojos de la historia son: la cronología y la geografía.

NUESTRO VESTIGIO LITERARIO MÁS ANTIGUO

De la primera migración nos quedó recogida por el sacerdote mexicano Ángel María Garibay, un icnocuícatl o “canto triste” prehispánico, compuesto por un antiguo cuicapicque o poeta de los nicaraguas, nuestro vestigio literario más antiguo (transcrito abajo en el dialecto original nahuate con la traducción castellana de Garibay):

Canto al Sol

Can calagui tunal, notecu, notecu,
nexcucua, nexcucua noyolu, noyolu.
Miqui anemi Tunal, Tunal tit. Mes negui,
ne nimesnegui, Tunal, tit, Tunal, tit,
Tunal ma xu, ma xu tit
Yahquiyatunal.
Noyulo chuga.

Cuando se mete el sol mi señor, mi señor,
me duele, me duele el corazón.
Murió, no vive el sol, el fuego del día.
Te quiero, yo te quiero, fuego del día,
sol no te vayas.
Fuego del día, no te vayas,
no te vayas fuego.
Se fue el sol. Mi corazón llora.

DOS IDIOMAS FRENTE A FRENTE

El conquistador Gil González de Ávila llegó en abril de 1523 a la “regia sede” (como la llama Pedro Mártir de Anglería) del Cacique de Nicaragua. Llevaba consigo en esa expedición, para que le sirviesen de intérpretes, unos indios apresados en 1519 en el Golfo de Nicoya por Juan de Castañeda y Hernán Ponce de León. De forma que ese diálogo paradigmático significó el encuentro de dos culturas por medio de unos “lenguas”.[2]

“(…) Los cuatro muchachos anónimos
de Nicoya sólo una línea ocupan en la Crónica
y fueron los primeros centroamericanos que dominaron la lengua de Castilla
(…) los cuatro muchachos de Nicoya
no sabían que sobre ese puente de sonidos
pasaría la historia. Ignoraban
que iban a ser asignados al Capitán González, de Ávila
en su descubrimiento de las tierras de Nicaragua
y fueron sus intérpretes
en el más notable diálogo entre la flecha y la espada
fueron sus lenguas
fueron los traductores del amargo y misterioso texto del Mar
¡palabras! migratorias palabras
que cambiaron para siempre la casa de los dioses”.

(Pablo Antonio Cuadra: El Nicán-náuat, “Los cuatro muchachos nicoyanos”)

MUNDO NUEVO, VOCABLOS NUEVOS

1492 le planteó al habla española la necesidad de versar de alguna manera sobre un “Mundo Nuevo” que se había desarrollado al margen del europeo y del que este no tenía ningún conocimiento previo. Al intentar describirlo a gente que nunca había pisado el territorio americano, a veces más que contar lo que veían, contaban lo que creían ver; lo que podemos denominar “síndrome adánico”, que se detecta en la inseguridad por los conceptos aplicados: ¿lograba definir la palabra exactamente a la nueva realidad, hacerla inteligible?, ¿bastaban los vocabularios europeos para designar los nuevos objetos, las nuevas situaciones?

Verbigracia, incita la imaginación la manera de describir allende los mares las nuevas especies autóctonas. El clérigo López de Gómara, en su Historia General de las Indias, describe que los “cocuyos son a manera de escarabajos con alas, o moscas, y son poco menores que murciélagos”; que un manatí “es de la hechura de odre” con cabeza de buey; que el pez roncador “gruñe como puerco en la sartén y ronca en la mar”; que el tapir es como “vaca mocha y que, siendo patihendida, parece mula con grandes orejas y trompilla como elefante”.

Por magistralmente creativas que sean estas definiciones, el mismo inconveniente se suscita al describir las nuevas culturas y estructuras sociales. Miguel León-Portilla advierte el problema de una forma muy clara: “Desde un principio, quienes entraron en contacto con otras culturas, con frecuencia describieron indistintamente hechos e instituciones peculiares a otros pueblos, sirviéndose para ello de conceptos claramente inadecuados. Se aplicó, para dar un ejemplo, la idea de imperio a lo que sólo era quizá un conglomerado o confederación de tribus. En una palabra, se hizo proyección espontánea y más o menos ingenua, de ideas propias para explicarse realidades extrañas, cuya fisonomía no se alcanzaba a entender”.[3]

En el encuentro de esos dos mundos (que eso fue: un encuentro de dos mundos), tampoco había en náhuatl palabras para nombrar las cosas nuevas que llegaban de ultramar; y así llamaron, por ejemplo: “castillan-tlaxcalli” (tortilla de Castilla) al pan, “quauhte-malacatl” (cosa de madera que da vueltas) a la rueda de la carreta, “maza-cactli” (caite de venado) a la herradura, “cuitla-comitl” (comal de excremento) a la bacinilla.

Pero a la par de una visión a la espera de ser bautizada, la voz de los vencidos se empieza a reinventar, a disfrazarse de palabras castellanas (hojéese el exuberante Diccionario de Americanismos).

EL GÜEGÜENCE, JOYA LINGÜÍSTICA DEL MESTIZAJE

Un hito del mestizaje lingüístico es El Güegüence o Macho-ratón. Hunde sus raíces en el “cuecuechcuicatl” o “canto picaresco” precolombino de los nahuas; y desemboca, en el siglo XVII, en la expresión de una época que usa el náhuatl y el español, combinando los dos idiomas para una audiencia bilingüe, en una jerga que era el lenguaje común de indios y mestizos. Su autor es un “auténtico malabarista de la palabra” (Mántica). En ese trasvase formidable, pletórico de doble-sentidos, el náhuatl aún patentiza su aferramiento a vivir y convivir.

EL NÁHUATL OCULTO

El lingüista Mántica Abaunza desarrolló el tema del “náhuatl oculto” en su obra El habla nicaragüense: “El náhuatl oculto se esconde pero no desaparece; se disfraza de palabras castellanas para poder sobrevivir, pero sigue siendo náhuatl”. Para Mántica, la lengua náhuatl es potente y el nicaragüense de hoy habla muchas veces en náhuatl usando palabras castellanas.

Como ejemplo del prodigio del habla mestiza, veamos esta relación lexicológica: “talpetate” (del náhuatl “tlalli”, tierra; “petlatl”, estera), es una tierra arcillosa estratificada en capas como esteras. La estera de palma (el petate) se usa para descansar; y “palmar”, por extensión, se refiere al fallecimiento. Como sinónimo de palmar, de petate se deriva “petatearse”, que también significa morirse.

DARÍO: EL REGRESO DE LAS CARABELAS

Rubén Darío mismo revela un náhuatl oculto en su lenguaje poético. Allende sus piraterías en la Galia, el castellano nunca había sido escrito de esa manera. No en vano, se ha dicho que con él retornaron las carabelas a España, marcando un antes y un después en las letras hispanas. “Por él”, escribió Rodó, “la ruta de los conquistadores se tornaría del ocaso al naciente”.

COLOFÓN

El náhuatl, pues, nuestra lengua muerta, es una realidad viva, que se apropió de vocablos “para el cumiche / para la chicha / para el chischil / para la pipilacha” (cita del poema de José Coronel Urtecho: “Discurso sobre Azorín para ser traducido en lengua nahual”).

[21] Un ejemplo de áreas de “continuos dialectales”: era posible ir de Siena en Italia, hasta Oporto en Portugal, pasando por Santiago de Compostela, y apreciar la manera migratoria de las palabras: buongiorno (toscano), bonagiornà (piamontés), bonjorn (occitano), bonjour (francés), bon dia (catalán), buen diya (aragonés), buen día (castellano), bom dia (gallego y portugués).

[2] Una analogía: Los mensajeros de Moctezuma y los españoles pudieron entablar un diálogo desde un principio gracias a que Cortés traía consigo a Jerónimo de Aguilar y a la Malinche. Esta última comprendía las palabras de los indios dichas en náhuatl y las comunicaba a Aguilar en maya, quien finalmente las traducía al castellano.

[3] Una analogía: Marco Polo, de sus viajes del siglo XIII al Asia, admite que dar cuenta de todo lo que ve y lo que hay supone una “tarea muy ardua”.

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Poeta, escritor y académico nicaragüense nacido en Managua en 1963. A la vera de su abuelo Pablo Antonio Cuadra desarrolló la pasión por las Letras. Estudió Humanidades en la Universidad de Texas en Austin, Estados Unidos. Ha sido editor de los suplementos La Prensa Literaria, Artes y Letras y de la revista El Pez y la Serpiente. Dirige actualmente la Academia Nicaragüense de la Lengua y es miembro correspondiente de la Real Academia Española. Obtuvo el Premio Nacional de Cuento de la UNESCO 1993 y el Premio Internacional de Poesía "La Puerta de los Poetas" en 1994. Sus poemario Mareas (2015) fue traducido al inglés por Suzanne J. Levine: Tides (Mindmadebooks, 2015); y por Diane Neuhauser: Worlds Within and Apart (APAC, 2018) y Family Album, con ilustraciones de Melissa Warp (Adelaide, NY, 2019). Poemas suyos han sido traducidos al italiano, árabe, hebreo, portugués y rumano. Entre sus ensayos figuran Pablo Antonio Cuadra. Itinerario (1996; 2008; 2012/Kindle) y El Movimiento de Vanguardia de Nicaragua: análisis y antología (2002).