Pintura de Luis Enrique Mejía Godoy, inspirada en el poema "La noche es una mujer desconocida", de PAC
Pintura de Luis Enrique Mejía Godoy, inspirada en el poema "La noche es una mujer desconocida", de PAC

Antología poética: Pablo Antonio Cuadra

6 enero, 2022

ARS POÉTICA

Volver es necesario
a la fuente del canto:
encontrar la poesía de las cosas corrientes,
cantar para cualquiera
con el tono ordinario
que se usa en el amor,
que sonría entendida la Juana cocinera
o que llore abatida si es un verso de llanto
y que el canto no extrañe a la luz del comal;
que lo pueda en su trabajo decir el jornalero,
que lo cante el guitarrero
y luego lo repita el vaquero en el corral.
Debemos de cantar
como canta el gurrión al azahar:
encontrar la poesía de las cosas comunes,
la poesía del día, la del martes y del lunes,
la del jarro, la hamaca y el jicote,
el pipián, el chayote,
el trago y el jornal;
el nombre y el lugar que tienen las estrellas,
las diversas señales que pinta el horizonte,
las hierbas y las flores que crecen en el monte
y aquellas que soñamos si queremos soñar.

Decir lo que queremos.
Querer lo que decimos.
Cantemos
aquello que vivimos!

EL VIEJO MOTOR DE AEROPLANO

En el Valle de «Ciudad Antigua»
a doce leguas cansadas de la ciudad de Nueva Segovia
los campesinos vendieron un viejo motor de aeroplano.

Era una noche de mil novecientos veinticinco
ceñida de jazmines como las doncellas que mueren sin amante.

La avioneta equipada con ametralladoras y raros telescopios
cubrió de sangre las húmedas espadas del trigal
y el más viejo aviador de la armada
abandonó sus cruces de plata por una muerte trágica y violenta.

Nadie reconoció en las palpitaciones noticiosas de los diarios
aquella hermosa cerviz californiana
que tuvo la osadía de batirse cuerpo a cuerpo con las nubes de Hawai..
La ciudad hormigueante, a solicitud de los grandes avisos de color,
penetraba con vagos anhelos deportivos en los cinemas y los bares
mientras a la luz terrosa de los barrios los niños con papeles
reproducían aviones y volvían a la muerte
asesinando las aves forasteras.

Las esquivas coloraciones del inmenso valle anaranjado y violeta
tomaban en la soledad asfixiante de las fotografías
el extraño matiz de los sueños oprimidos por el miedo.
—Ahí estaba postrado el gran esqueleto del pájaro
y la gorra destrozada con las altas insignias militares—.
Se ignoraba el motivo.
Los más antiguos científicos indagaron las capas atmosféricas
donde antes solamente vagaban
las ansiosas pupilas de los sembradores que interrogan al sol
y los pájaros de tendencias musicales.

Luego durmieron los ricos comerciantes y las jóvenes hermosas.
Una dama de negro recibía esquelas enlutadas
y se preparaban los alcaldes para nuevas agitaciones.

Sólo tú —guerrillero— con tu inquieta lealtad a los aires nativos
centinela desde el alba en las altas vigilias del ocote
guardarás para el canto esta historia perdida.
(Nueva Segovia.)

AUTOSONETO

Llamaron poeta al hombre que he cumplido.
Llevo mundo en mis pies ultravagantes.
Un pájaro en mis venas. Y al oído
un ángel de consejos inquietantes.

Si Quijote, ¡llevadme a mi apellido!
-De la Cuadra-: cuestor de rocinantes
y así tenga pretextos cabalgantes
mi interior caballero enloquecido.

Soy lo sido. Por hombre, verdadero.
Soñador, por poeta y estrellero.
Por cristiano, de espinas coronado.

Y pues la muerte al fin todo lo vence,
Pablo Antonio, a tu cruz entrelazado
suba en flor tu cantar nicaragüense.

LA NOCHE ES UNA MUJER DESCONOCIDA

Preguntó la muchacha al forastero:
¿por qué no pasas? En mi hogar
está encendido el fuego.
Contestó el peregrino: Soy poeta,
sólo deseo conocer la noche.
Ella, entonces, echó cenizas sobre el fuego
y aproximó en la sombra su voz al forastero:
¡Tócame!, dijo, ¡conocerás la noche!

HELENA

Supe tu desprecio hasta que ceñiste
con el oscuro brazo de la noche
mi ya cansada renuencia.
Saberme allí, en la fosa,
te bastaba. Tierra enemiga.
Pero conocí tu mundo. Tú
nunca el mío!

MITOLOGIA DEL JAGUAR

La lluvia, la más antigua creatura
—anterior a las estrellas— dijo:
«Hágase el musgo sensitivo y viviente.»
Y se hizo su piel; mas
el rayo, golpeó su pedernal y dijo:
«Agréguese la zarpa.» Y fue la uña
con su crueldad envainada en la caricia.

«Tenga —dijo el viento entonces,
silabeando en su ocarina— el ritmo
habitual de la brisa.»
Y echó a andar
como la armonía, como la medida
que los dioses anticiparon a la danza.
Pero el fuego miró aquello y lo detuvo:
Fue al lugar donde el «sí» y el «no» se dividieron
—donde bifurcó su lengua la serpiente—
y dijo: «Sea su piel de sombra y claridad.»

Y fue su reino de muerte, indistinto
y ciego.
Más los hombres rieron. «Loca,»
llamaron a la opresora dualidad
cuando unió al crimen el Azar.

Ya no la Necesidad con su adusta ley
(no la luna devorada por la tierra para nutrir sus hambrientas noches
o el débil alimentando con su sangre la gloria del fuerte),
sino el Misterio regulando el exterminio. La fortuna,
el Sino vendando a la Justicia -» ¡dioses!»—
gritaron los rebeldes— «leeremos en los astros
la oculta norma del Destino».

Y escuchó el relámpago el clamor desde su insomne
palidez,’—» ¡Ay del hombre!»— dijo
y encendió en las cuencas
vacías del jaguar
la atroz proximidad de un astro.

ROSTROS DE MUCHACHAS MIRANDOSE EN EL RIO

Contemplo en el tiempo fugaz
de la corriente mi faz inmóvil. El río
del Este acarrea los muertos, mas la vida
aguarda en su espejo transeúnte.
Mañana escucharás mi canto
en labios de muchachas
que bajarán
al río.

Y en las aguas del Este
se asomarán los rostros
que hoy en mi canción se asoman…

EL HIJO DEL HOMBRE

Phocas el campesino, hijo mío, que tienes
en apenas escasos meses de vida, tantos…

Rubén Darío

A mi esposa

Llora la mujer.
Escucha cómo gime desde su médula
hasta el aire en palidez de su lamento.
Escucha hasta aquí
ese llanto de la mujer
cuyos huesos son separados por una voz de sangre,
por una espada de impalpable fuego
en el áspero edicto de la tierra.
Mira ese mundo desplazándose en la entraña,
ese animal ciego que gira en aguas oscuras;
agitada liebre en su cueva húmeda,
luna como fugitiva
de misteriosos cazadores en silencio.

(Un largo dolor te anuncia.
Pasos resonando por una calle
arteria
lejos—de estirpe
perdida entre alamedas de muertos
y milenios de amor, reproduciéndose—.

Generaciones marchando.
¡Se detienen!
Un arco de sangre.
Una corona de quejidos.
Tal tu advenimiento triunfador ¡al llanto!)

Este es un hombre.

Debo decir tu esencia. Detener la circulación del canto
—suspenso, acaso ya en derrota—
cuando sobre la sábana y la sangre aspiras
este aire de hombre y gritas. Oh desvalido mendrugo
de la tierra; caído, preliminar, gusano!

Eres un hombre.

Pudieras ser.
Ahora sí estoy cierto de tu materia,
del escándalo hiriente de tu barro
que te reduce a sangre, a víscera, a desnuda
palpitación de intimidades.
Un río mundanal, esfuerzo y grito,
te alza despojado y efímero, ¡oh pobreza!,
en la reserva de polvo de tu promesa temporal.
Todavía no alimentas una sola voz para mi zozobra.
Te me fugas con el pez,
con la húmeda avecilla desvestida,
con la violeta pequeña bajo el alba.
No sé qué timidez o íngrima ternura
de piel y de quejido es tu materia.
Yo pudiera quererte sin mi sangre.
Amarte sin instinto.
Desprenderme.
Pero estás adherido como ramo
de sentimiento y carne. Racimo
de médulas y voces sobre el tálamo.
¡Guirnalda de besos sin presencia!

Te diría
sustantivos pequeños de rosales,
celebrados jazmines silabarios,
tu misma madre te diría.

Pero tienes tu ausencia
limitada y dura como una despedida
que se defiende en permanencia
Nada te llega. Apenas entre el labio
resbala inédita, silvestre la sonrisa
y tu mirada
sobre el pétalo del párpado declina:
¡como la flor te miras, ciego y deleitoso!
¡Oh mundo ajeno, presencia inconseguida,
sólo el sentido brusco te redime
de tu lejana historia y tiempo de remoto!

Tu isla de gemidos
alza su playa, ofrece su ribera
al mar de este silencio ya nocturno
donde todo aún está pendiente.

Desearía consolarte.
Acercar mi entendimiento a tu medida.
Decirte, al fin, decirte
que estás construido de hombre, que reservas
mi propio sueño continuado
en esa luz inicial de tu vagido.

El hijo es muerte, ¡ay! Es muerte, digo.
Lo dicen las ráfagas de tierra
que el aire crepuscular arroja.
Polvo desterrado,
presencias reducidas,
materia de pupilas y de besos
en esparcidos dominios de silencio.

¡Tomad la mariposa!
¡Tomad el ramo de claveles
construido de una frente sepultada!
Y tú, desde el cáliz de la carne,
sonando la murmuración de las edades,
surges de mi muerte, desprendido,
fruto de instante. ¡Oh desoladora!

El hijo es muerte, ¡ay! Es muerte, digo
—pasión de la esperanza—
crucificado, muerto y sepultado.
Porque el hijo allí se espera: Siempre existe
mucho después de toda destrucción,
donde sucumbe la propia certidumbre
y más allá: donde regresa la esperanza
al fin desesperada. ¡allí se espera!
Todas las tardes buscando el horizonte
con el becerro gordo y el anillo
y un suspenso corazón desconsolado.
Es el que viene.
Aquel que nunca falta
cuando el tiempo se consume, disipado.
El que llega de la muerte,
desde la trama de la tarde deleznable,
a permanecer donde hubo un sueño,
vencedor de su derrota,
dueño del silbo, la música y jardines.

Tú eres nuestra elegía reverdeciendo.
Recordarás mi gesto con un tumulto nuevo
habitando mi estatua de ausencia
y diciéndole al tiempo
las sílabas que ya no pude cosechar.
Tú: dulce necesidad de los sexos,
repetirás la esfera de la encendida sangre
para arrojarme en círculos abiertos
a las selladas posteridades del linaje.
Me llevaréis en células y luces preservadas,
peregrinando como un ángel muerto,
como un perfume enhebrado en alamedas
cuando Mayo pasa recorriendo el azahar.
Entonces reconocerás esta palabra,
como yo ahora—por fin— reconozco tu silencio.
Porque ya duermes, y tienes de hombre
la sumergida seriedad de quien descansa.

¡Duerme!

Participa con tu confusa frente
en la extensa comarca de abandono:
llega a nuestro olvido,
a la compartida sombra de silencio,
a la otra parte
oscura
mitad de muerte que habitamos!
Tú, vida nueva,
tú, el origen,
tomas el cabo al hilo de la muerte.
De tu linaje al polvo traes sombra y vas a tierra
buscando luz y leche con el gemido del mundo,
y duermes
¡Sueña!
Cruza tu desprovista lengua
la primera y final impotencia de cuna y sepultura:
¡Tú también ya quieres: ensaya tu reposo!

LA VENDETTA

Quemaba el sol cuando oyeron resbalar
las quillas de los botes en la arena.
La abuela desde el rancho vio a los hombres.
¿Qué quieren ellos, Vicenta?
María! ¿Qué quieren los tereseños?
Saltaron a tierra los Conrado
con machetes y hachas
a destrozar la isla. Polidecto
el padre, viejo ya pero fuerte,
sin respetar sus canas, fue el primero.
Le seguían sus hijos y sus yernos
defendiéndose a pedradas de los perros,
talando los frutales
incendiando los ranchos y los siembros.

En el Dientón atarrayaban los Roblero
cuando oyeron en el silencio de las aguas
—que todo ruido acercan—
los gritos y ladridos.

Luego vieron
la copa del Malinche desgajarse
y caer sobre los ranchos.
Entonces comprendieron.
Aullando de rabia
doblando casi los remos,
impulsaron los botes. Fuerte es el odio
como el viento. Emiliano
el más joven (se le salía
el corazón del pecho)
sonó contra la borda del fierro:
—¡Sobre ellos! ¡Absalón, sobre ellos!
Ya los Conrado remaban a la huida
y en la popa, de pie, gritándole improperios
el canoso viejo alzaba el arma:
—Absalón: la zonta de tu madre
que aliste tu mortaja!
¡la sangre de Griselda
que a la fuerza violaste
te va a morder las venas!
—Sangre? ¿De dónde sangre
la puta de tu hija?,
gritó Absalón y los remeros
gimiendo de coraje
echaron la canoa
sobre el bote de Conrado.
Crujieron las maderas
y el machete del viejo
relampagueó en el aire
como el salto
de un sábalo
cercenando el cuello de Emiliano.
Gritó el hermano al ver la sangre
salir en borbotones
y con ciega cólera el arpón
hundió en el pecho del anciano.

De la isla vecina los Potosme
—la mujer de Absalón era Potosme-
llegaban de refuerzo.

José Maltés
el hombre de la Justa.
Medardo, el tejedor de redes
y Balbino—todos Conrado-
unos heridos y otros
a filo de machete perecieron.
Murió también el mayor de los Roblero
y Raúl, el marinero de `La Aurora’
y Diego, mi compadre,
que resbaló en la sangre
y caído lo acabaron.
En las islas vecinas
el vocerío se alzaba hasta las nubes
hasta que al fin, ya tarde, como siempre
se apareció el Resguardo
disparando balazos.
Los que pudieron
se tiraron al agua, los restantes
cayeron prisioneros
mientras filas de mujeres
cargaban con los muertos.

Esto contó Cifar en el juzgado
alegando inocencia. Juró que quiso
detener a gritos la pendencia
pero no hay voz—Señor Juez—que llegue al hombre
cuando habla la sangre!

EL DOLOR ES UN ÁGUILA SOBRE TU NOMBRE

¿De quién es mi dolor, si lo rechazo
y me pertenece? Cargo
a mi espalda el águila y su ojo
fija a mi nombre el ser. Mas soy
el otro que huye de su garra y llevo
a mi espalda el águila. Libertad
es tormento.
Aferrada a mi carne
su garra me despierta
para asegurarme que vivo.
Pero su grito es mortal.

PATRIA DE TERCERA

Viajando en tercera he visto
un rostro.
No todos los hombres de mi pueblo
óvidos, claudican.
He visto un rostro.
Ni todos doblan su papel en barquichuelos
para charco. Viajando he visto
el rostro de un huertero.
Ni todos ofrecen su faz al látigo del “no”
ni piden.
La dignidad he visto.
Porque no sólo fabricamos huérfanos,
o bien, inadvertidos,
criamos cuervos.
He visto un rostro austero. Serenidad
o sol sobre su frente
como un título (ardiente y singular).
Nosotros ¡ah! rebeldes
al hormiguero
si algún día damos
la cara al mundo:
con los rasgos usuales de la Patria
¡un rostro enseñaremos!

JUANA FONSECA

                Rogad a Dios
         por el eterno descanso
                del alma
                de Juana Fonseca.
                Sus hijos:
Emérita, Fidelina, Juan Ramón,
Justo Pastor, Camila y Pedro
                están aquí
                de negro.
Doblan las campanas y Emérita solloza.
                                     Emérita
          fue la última en acostarse.
                Planchó la ropa de los varones
                y el vestido de Camila.
                Lloró pensando en la madre
“Un día como hoy se estaba yendo”
                Pero pensó en las flores
          en las rosas del barrio
“Fidelina: mojá las flores para que amanezcan frescas”
(“Los pobres no tenemos tiempo de llorar”
                                                 Pero lloraba).
Y vio que Pedro llevaba los zapatos sucios
y sacudió los zapatos del niño con el borde del rebozo
                  y los ojos rojos
           mientras las campanas doblaban.
           La viva estampa de la madre
           abandonada, como ella, del marido
                                     con sus tres hijos
                                     con sus cinco hermanos
                  planchadora como ella.

                  Libra, Señor, el alma de tu sierva
                  Juana Fonseca
                  como libraste a David
                  de las manos de Saúl
                  y de las manos de Goliat

Veníamos esa tarde huyendo y los soldados
nos esperaban en la bocacalle.
Juana tiró de mí, me metió en su tijera bajo la chamarra
y acostó a la Emérita –que era hermosa entonces–
y escuché las voces del sargento
y la voz de Juana:
                “Aquí no hay nadie sólo mi hija enferma
                que deben respetar!”
Y Emérita se reía;
             pero ahora lloraba.

                          Apartaos de mí todos
                          los que obráis la maldad,
                          Señor, Dios mío, en Ti he esperado;
                          Sálvame de mis perseguidores y líbrame

                                         Juana Fonseca
                                         te recuerdo
                          bajo la lámpara y vos de pronto llegando
                                         demudada:
“¡Me mataron a Pedro!” (Tan estupendo
carpintero, pero borracho.
Mi ropero de cedro
jamás lo terminaba.
Hasta que un día llegó con el mueble
y era como un altar…). “¡Me mataron a Pedro!”
Y no tenemos ni ropa para vestirlo
porque todo lo empeñaba
hasta sus fierros.
Y fui a buscar con los amigos
y reuní para su caja y lo enterramos
con dignidad. Y ella quiso pagarme.
Desquitarme planchando y lavando.
“Juana Fonseca
no es así que se paga
La amistad del pobre es la honra
de mi casa”
                          Oh Dios, de quien es propio
                          el compadecerse y perdonar,
                          humildemente te rogamos
                          por el alma de tu sierva Juana

que madrugaba para alistar a los muchachos
y encendía el fuego y ponía las primeras brasas
en el fogonero cuando se apagaban las últimas estrellas
y cocinaba el desayuno y ya estaba planchando
golpeando la plancha sobre el burro de planchar desde la aurora
y ordenando
               a la Emérita, su oficio
               a la Fidelina, su oficio (y regañándola:
                                                  “ese muchacho que se te acerca
                                                   no tiene oficio ni beneficio”)
               a Juan Ramón: “me puso quejas el maistro,
                                     hijo, no hay que ser divagado”
               a Justo Pastor –mi compañero– el que se iba
               conmigo a los arroyos a matar iguanas:
                                     “Justo Pastor el día que yo sepa
                                     que no vas a la escuela te mato”
               y Camila, la que iba y venía
               de la casa a la pulpería
                                     de la pulpería a la casa
                                     con las tortillas
            con el pinol y las chiltomas y la sal y las candelas
            y Pedrito en el suelo
                            dando guerra en el suelo
                            siempre con hambre
Ahora están todos mirando el humilde catafalco
            y los cuatro candelabros
            y llorando a la finada.
                            Dale el eterno descanso,
                            la luz perpetua brille para ella
¡Emérita, si supieras
qué pedazo de mundo
qué territorio vasto y dulcísimo
está cediendo al golpe
de esas campanas!

EN EL CALOR DE AGOSTO…

Como las rondas de ángeles que Fra Angélico pintó junto al establo,
vi a los gráciles, gárrulos y excitados pájaros lacustres
danzar con ingenua alegría
alrededor del cadáver de la serpiente,
como si el Mal hubiera con su muerte terminado para siempre.

Así el pueblo saltó a las calles jubiloso agitando banderas,
creyendo que un hombre solo resumía su daño,
danzando al sol
mientras en la grieta oscura de uno o dos corazones
calladamente anidaba la nueva tiranía…

LA VACA MUERTA

No era el amor, ni la rosa, ni la voz del viento en el deshabitado murmullo de la noche.
Era ella, muerta.
Aislada en las serranías ásperas y desvalidas,
bajo el eterno paréntesis de sus cuernos sin amparo,
entre las cuatro sombras de sus pupilas vacías.

Su maternidad en la esfera de sus urbes
dormidas para el hijo,
para la amistad,
la Tierra.

Y luego la blanca llanura de la muerte.

(Yo seguía en el atento afán de la zozobra
aquel recuerdo de nieblas
entre los árboles).

Y cuando lo dijeron,
el niño inocente derramó sus lágrimas en la cocina
y las ciudades del Sur,
ignorando,
dormían.

Era ella, la que iba
a solazarse con el cedro.
La que partía, como el clavel sin sangre, a donde nadie sabe

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(Managua 1912-2002). Fue uno de los intelectuales más prominentes de Centroamérica durante el siglo XX, cuya obra abarca poesía, ensayo, teatro, crítica, artes gráficas y cuento. Como integrante del Movimiento de Vanguardia contribuyó a renovar las letras nicaragüenses y ejerció un prolongado magisterio a través del periodismo. Creador de La Prensa Literaria y la revista El pez y la serpiente, fue escritor prolífico y humanista que exploró las raíces de la identidad nicaragüense, en diálogo con la cultura universal. Su defensa del pluralismo político y la libertad le llevó a cuestionar primero la dictadura somocista y luego la revolución sandinista. En enero de 2022 se cumple el vigésimo aniversario de su muerte. La Colección Cultural de Centro América del Grupo Financiero Uno ha publicado sus Obras Completas en nueve volúmenes, bajo la conducción de su nieto Pedro Xavier Solís.