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Arturo Uslar Pietri: la estatua que camina

6 febrero, 2022

El que sigue es un viejo diálogo con el escritor venezolano Arturo Uslar Pietri (1906-2001). En esta conversación de mediados de los años ochenta el autor de Las lanzas coloradas y La isla de Róbinson habla de su vida personal, de los premios literarios y del devenir político/histórico de su país. Llama la atención la pertinencia de buena parte de las respuestas de este escritor, Premio Príncipe de Asturias 1990, injustamente olvidado en la actualidad.


Esperaba a esa especie de Dios vivo de los venezolanos: «el escritor más importante del país», «el cerebro más lúcido de Venezuela», «el Goethe tropical» y no, no llegó. Simplemente aparece el hombre de todos los días, con un paltó azul petróleo y la camisa abierta. Dedos peludos de hombre de carne y hueso y uñas recién cortadas de homo sapiens. Claro, de un homo sapiens muy especial.

          –Siéntese, por favor. Voy a estar hablando solo como un loco.

–¿En qué no es experto Arturo Uslar Pietri?
–En muchas, en muchísimas cosas… Las cosas que ignoro son enciclopédicas. En materia de matemáticas soy muy ignorante, en materia de ciencia física soy ignorante, en ciencias naturales y en ciencias biológicas soy de una gran ignorancia. Mi conocimiento de la música no va más allá de oírla. No soy capaz de leer una partitura ni tengo formación para eso. Mi conocimiento de las lenguas clásicas es sumamente pobre y deficiente. De modo que soy un hombre que tiene inmensas carencias informativas. Pero la peor ignorancia es la de quien ignora que ignora.

–¿Lo reprobaron alguna vez en la escuela?
–Quebrado no, pero sí me pusieron malas notas. Once, doce, trece. Diez nunca, porque hubiera sido una vergüenza. También tuve calificaciones de distinguido para arriba y a veces un sobresaliente con 19, nunca con 20; lo cual no le aconsejo a nadie que lo tome como ejemplo. Tampoco fui ese estudiante que le daban medallas y que lo presentaban como modelo de los demás alumnos.

–Uno de sus críticos dijo que usted «era como un inmenso océano con un centímetro de profundidad»
-Bueno… eee… es posible. No discuto mi profundidad. Eso lo sabrá la gente con mi obra. Ahora, dudo mucho del experto en profundidad que dijo eso.

–Que es una gran enciclopedia con poca densidad.
–Si la cosa es tan sencilla como comprar una enciclopedia, es una lástima que los que lo dicen, no compren una y hagan lo mismo que he hecho yo.

–Un hombre que abarca demasiado espacio en el país: economista, educador, ensayista, político, periodista, dramaturgo, cuentista, novelista, poeta, funcionario público, diplomático, historiador, parlamentario
Sería un hombre infinitamente más pobre, mental y espiritualmente, si hubiera cerrado una serie de ventanas por las cuales me asomo perfectamente a ver imperfectamente un panorama.           

–¿Le afectan las críticas?        
–Si dijera que no me importa estaría diciendo una falsedad insigne. A nadie le agrada que le tiren piedras, pero luego me pongo a ver qué dicen para ver si en el fondo hay algo de verdad porque eso si puede serme útil. La gente opina que soy un hombre pretencioso, inaccesible, pero la crítica que más me ha molestado, fue la acusación de falso, porque toda la vida he pretendido ser un hombre sincero.

–En el Aula Magna de la Universidad Central de Venezuela le gritaron «Asesino».
–Si, en 1965. Me tocaba hablar en un homenaje a Mariano Picón Salas y comenzaron a sabotear el acto –esos son los casos en que me indigno–, y contra toda prudencia me levanté y grité tan fuerte que pude dominar la concurrencia: «ustedes no están protestando contra mí sino enterrando la Universidad, que es mucho más grave». Pero, toda la vida he tenido la tendencia a dominarme, a no dejarme arrastrar por el impulso, por la emoción o el sentimiento. He querido llegar al ideal de equilibrio. Me parece un mal signo estar más dominado por las emociones que por el control que todo hombre debe tener sobre sí mismo. Tengo mucha sensibilidad para el exceso. No quiero excederme en la alegría ni en la tristeza. Trato de tener a la bestia muy sometida y muy controlada.

–¿Su bestia es grande o pequeña?
–Me imagino que debe ser muy grande.

–Una vez agarró a golpes a un vociferante.
–Sí, en mi campaña presidencial de 1963. Un tipo me gritó: «Vendido a las compañías petroleras». Y lo cogí por la pechera y lo tiré al suelo.

En 1945, cuando lo desterraron del país, se dio el lujo de romper un sobre con mil dólares.
–No, no lo rompí. Cuando los ex presidentes Eleazar López Contreras, Isaías Medina Angarita y yo, íbamos subiendo la escalerilla del avión, una persona nos hizo entrega de un sobre: «¿Qué es esto?» –le pregunté–. «Mil dólares para sus gastos de llegada», –respondió un emisario del gobierno–. «Yo no estoy pidiendo limosnas» y se los devolví.

–¿Cómo se mantuvo?
–Alfredo Boulton me prestó diez mil dólares, que supe administrar muy bien porque nunca he sido dispendioso ni loco. Hasta que conseguí trabajo en Nueva York. Hacía scripts para la radio sobre cualquier tema, sobre todo de América Latina. Por cada uno me pagaban 50 dólares. Al año siguiente fui llamado por la Universidad de Columbia para dictar un curso de Literatura Latinoamericana.

–En Venezuela le seguían un juicio por ladrón.
–Y me condenaron no sólo a perder mis bienes sino a deberle al país un millón quinientos mil bolívares. Se pusieron a registrar en todos los despachos en los que había sido Ministro, –Educación, Hacienda y Relaciones Interiores– y no encontraron nada. Se agarraron de las dádivas que daba Miraflores –20 mil bolívares quincenales– cuando fui Secretario de la Presidencia. En ese tiempo no existía la costumbre de llevar recibo ni contabilidad. Pero yo sí. Tenía anotado hasta los nombres. Si yo hablara podría decir muchas cosas. Dijeron entonces que esas dádivas eran ilegales. Sumaron 20 mil bolívares durante los 44 meses que estuve en el cargo y me los cargaron.

–¿Quién lo acusó?
–Un jurado.

–¿Quiénes lo integraban?
–Ya lo olvidé. Fíjese la importancia que le doy.

–¿Los adecos?
–Bueno, el gobierno… La Junta de Gobierno.

–¿Por qué Rómulo Betancourt lo odiaba?
–No creo que Betancourt me odiara como persona. No había motivo. Ni yo lo odié a él. Él quería hacer una especie de revolución populista, aprista, cosa que vi toda la vida con mucha reserva. Luego derrocó al gobierno del que yo formaba parte, lo cual no era para tener una gran amistad.

 –¿Le duele todo lo que sucedió?
–Si me pregunta lo mismo el 31 de diciembre de 1945, en Nueva York, le habría dicho horrores. Hoy no. Recuerdo siempre esa frase de Charles Dickens, de su novela La historia de dos ciudades: «It was the best of times», fue el peor de los tiempos, fue el mejor de los tiempos. Y es la verdad. Si el 18 de octubre no me destierran, si no me botan del país, hubiera seguido dentro de la política y hasta hubiera sido Presidente, pero ese destierro me hizo regresar a lo que soy profundamente, un intelectual y un escritor.

Ya no leo novelas

El escritor habla cercado por torres de libros que crecen desde el suelo. Sobre las mesas. Sobre el televisor. Sobre otros libros. Encima de la alfombra.

–Ya no soy un lector de libros en el sentido ordinario de la palabra. No soy el hombre que va como la gente al mercado a ver qué producto compra para el almuerzo. Ya no leo novelas como lector de novelas. No tengo tiempo. Si lo hago es para ver cómo están hechas, así como el muchacho que rompe el muñeco y observa qué tiene por dentro. Soy un mal lector de ellas porque debo hacer otras cosas. Fíjese, escribir 72 artículos por año, 72 artículos muy exigentes que se publican en todos los países de habla hispana. Entonces, tengo que buscar el tema que pueda interesar a todos. No tengo sábado, no tengo domingo, no tengo una vacación, nunca. Soy un drogadicto del trabajo.

– ¿Cuánto cobra por artículo?
–Depende, por unos me pagan 500 dólares y por otros 1.000 cuando es algo especial.

–¿Y por sus novelas?
–Cinco o seis mil dólares de anticipo.

–¿Qué escribe en estos momentos?
–Dos novelas, de las que no le voy a decir nada, porque no me gusta hablar de lo que no he hecho. Todo mi tiempo es para ellas. Es más, no volveré a escribir cuentos. He publicado 70 y creo que es suficiente.

–¿De todas sus obras, ¿cuál es la más vendida?
Las lanzas coloradas, la primera.

–¿Sigue siendo la mejor?
–No lo sé. Pregúnteselo a otro. Desde luego es una novela de juventud, llena de vitalidad, que representa al hombre que la escribió y a sus 24 años de edad.

–¿Somete lo que escribe a la opinión de otros?
–Nunca lo he hecho y le aconsejo a la gente que no lo haga. Cuando un joven escritor me da algo para que se lo lea, le pido que no lo haga y le digo: «Si usted lo hace con el propósito de que le dé un consejo, no se lo voy a dar porque no tiene sentido. Le podría decir cómo lo haría yo y así no sirve. Ábrase su camino, láncese, haga su cosa y sepa bien lo que quiere».

–¿Le gusta escribir prólogos?
–No, no me gusta. No tiene sentido pedir un prólogo a nadie. Jamás lo hice con una obra mía. Lo mejor es que el libro vaya por su cuenta y que diga lo que tiene que decir y ya.

–¿Qué significan para usted los homenajes?
–Me dan la satisfacción de pensar que lo que he hecho está bien y que no me he equivocado. Ahora, claro, en otro aspecto tienen un gran peligro, porque pueden convertirlo a uno en un objeto de curiosidad pública y ya es una cosa degradante, una especie de caballo de circo que lo exhiben aquí y allá. Hay que tener mucho cuidado y yo lo he tenido.

– ¿Se le endiosa demasiado?
–Eso obedece a muchas razones. Soy lo suficientemente maduro para medirlo y saberlo. Mucho de lo que se me hace a mí es una crítica a otros. Una manifestación de insatisfacción del país que busca otros valores. Se agarran de mí como el que va por un barranco y se aferra a una verdolaga.

–Kotepa Delgado escribió en su columna que usted no ha debido aceptar el Homenaje del Congreso a propósito de sus 80 años, así como lo hizo Fermín Toro al decir: «Mi cadáver lo llevarán, pero Fermín Toro no se prostituye».
–Me parece que hubiera sido muy mal hecho, pues era todo el Congreso quien lo daba ¿Con qué derecho voy a decirles que no acepto? Sería un gesto de vanidad inmensa y una falta de toda discreción humana, de desproporción y de arrogancia ¿verdad?

–¿Por qué aún no ha recibido el Premio Cervantes?
–Pregúnteselo a los jurados. Soy candidato permanente desde que se fundó el Premio. Y ha sido muy satisfactorio que once de las catorce Academias de la Lengua Española, me hayan postulado. El escritor que ha recibido el Premio Cervantes con más apoyo lo ha recibido con dos postulaciones, y a mí, que he tenido once Academias a mí favor, no me lo han dado ¿Por qué? No lo sé. Miguel Otero Silva me decía que el año en que se lo dieron a Rafael Alberti, lo postuló la Academia Española y yo estaba respaldado por nueve y que al momento de leer el acta eso parecía una letanía: «Arturo Uslar Pietri, por la Academia de México; Arturo Uslar Pietri, por Argentina; Arturo Uslar Pietri, por Filipinas…». Resultó una cosa verdaderamente increíble.

–¿La envidia le ha perseguido?
–Hasta la edad de 30 años tenía muy pocas cosas que pudieran envidiarme porque tuve una juventud difícil y limitada. Después sí he tenido cosas que me han envidiado. A los 25 años ya había escrito una novela, Las lanzas coloradas, que estaba traducida al alemán, al inglés y al francés. Fui el primer escritor hispanoamericano que publicó Gallimard, en Francia. Y luego, tuve muy joven poder político que también es una fuente de malquerencia y resentimiento. Muchos debieron verme mal y detestarme. Después de eso pasé a ser un desterrado, un perseguido, un hombre sin un centavo en el bolsillo, buscando de qué vivir.

–Acabaron con su Partido Democrático Venezolano.
–El Partido que pudo asegurar la transición de Venezuela hacia una democracia estable, segura, sin demagogos y respetable.

–Los venezolanos de aquel entonces hacían chistes con las siglas PDV: Pendejos Después de Viejos.
–Quizás podría ser lo primero, pero lo segundo no porque tenía 36 años.
–¿Y todavía están aquí? –pregunta con sorpresa Isabel Braun de Uslar Pietri–. Mira que tienes una cita más tarde.
–Sí, sí, ya estamos terminando.
Apenas comenzábamos y la conversación se acabó.

No le hago inventario a las mujeres

Adentro, todo se ve recién limpio, recién pulido, pero con olor a viejo. Nada parece haberse movido de su sitio: el móvil de Alexander Calder que cuelga del techo, la negra voluptuosa tallada por Francisco Narváez, el colorritmo de Alejandro Otero, el paisaje de Marcos Castillo o el papelito de catastro pegado en 1971. El escritor está en su biblioteca dictándole la última carta del día a su secretaria, «uno de los pocos lujos que se permite». Junto al chofer, el Mercedes Benz blanco, la servidumbre y su equipo compacto de sonido donde escucha a Wagner, Mendelson, Berlioz, Mahler, Vivaldi, Bach… Su esposa, anuncia la visita.

–¿Antes de casarse tuvo algún amor secreto?
–Ninguno. Los que tuve eran públicos hasta donde yo fui público. Si me gustaba una muchacha, me le acercaba y trataba de manifestárselo. Ella lo recibía bien o mal, pero yo me lanzaba. Las veces que me enamoré tuve correspondencia. Sobre todo cuando era joven. Jamás tuve aventuras porque me parecen degradantes.

–¿Algún despecho?
–Ah, pues, claro ¿Usted no cree que soy humano?

–¿Se ha pasado de tragos?
–Sí, cuando era joven hacía ridiculeces como todos los borrachos.

–¿Qué es el ridículo?
–Lo que literalmente significa, lo que es digno de risa o la provoca. Por ejemplo, el viejo que se enamora de una joven o se pone a bailar rock and roll. Todo lo que es desproporcionado o fuera de mesura. Yo la he tenido toda la vida.

–¿Sabe bailar salsa?
–Ese tipo de música no me interesa. Me gustaba mucho la rumba que es una gran música, mejor que toda la salsa junta. También el tango. En París era un gran bailarín, pregúntele a mi mujer.

–¿Joropo?
–Sí, como no.

–¿Con alpargatas y todo?
–Nunca usé alpargatas.

–¿Alguna vez se ha calentado un café?
–Siempre he tenido quien me lo haga.

–¿Y cosido una media?
–Nunca, nunca, nunca.

–¿Y lo sabe hacer?
–No, ni cuando estaba interno.

–¿En esa época quiso ser torero?
–Sí y escribí crónicas taurinas para una revista que se llamaba De Pitón a Pitón. Me gustan las corridas de toros, pero aquí no se pueden ver porque son un verdadero mamarracho.

–¿Y el cine?
–El venezolano es muy malo. Por eso no lo veo nunca. Cuando viajo voy al cine con mucha frecuencia. En general, basta con leer las carteleras de prensa para darse cuenta del mal gusto, la ordinariez, la exaltación de la violencia y el sexo que caracterizan a la mayor parte de las películas que se exhiben en el país. (Mira, Isabel, yo me voy. Regreso a las 6:20. Hasta luego). ¿Me lleva?           

Otro miércoles a las 4:30

 En su libreta de bolsillo anota la cita. Nunca se aparta de ella. Es más, las colecciona. Puede verificar lo que hizo el 13 de agosto de 1970, a las 5:00pm.

 –¿Es cierto que es hombre de pocos amigos?
 –Los que abrazan a todo el mundo me dan muy mala impresión.

 –¿Le ha quitado el saludo a alguien?
Creo que a nadie. A muy poca gente. Sé que algunos han hablado atrocidades de mí y sin embargo me los encuentro y los saludo seca y fríamente.

–Sigue fiel a Isaías Medina Angarita, Eleazar López Contreras y Juan Vicente Gómez (todos ex presidentes venezolanos).
–Juan Vicente Gómez es uno de los personajes más importantes de la Historia de Venezuela. Debería ser motivo de estudio en las universidades. López Contreras y Medina fueron los que realmente fundaron la democracia en este país.

–¿Si se revisa la actuación de Juan Vicente Gómez, podría hacerse también con Marcos Pérez Jiménez?
–¿Y por qué no? Ningún hombre que llegue a gobernar un país y a dirigirlo de un modo importante es insignificante. Puede ser un hombre con el cual uno no esté de acuerdo, pero decir que no me interesa o no existe para mí, es una posición absolutamente absurda.

–¿Por qué no siguió con sus aspiraciones presidenciales?

–Porque no hay manera de sostener honestamente un partido político. Esa es la realidad. El volumen de gastos no se puede cubrir con las cotizaciones que recibe el partido ni con las dádivas eventuales de sus simpatizantes. Entonces hay que entrar en el negocio de conseguir contratos jugosos para los militantes quienes remiten una parte considerable a la organización. Cuando a mí se me planteó y se me dijo: «O se hace esto o se muere», yo respondí: «Bueno, esto se muere porque el día que vaya a meterme a ladrón, me meto en mi beneficio y no en el de los demás».

El pueblo nunca escoge al mejor.
–Al pueblo venezolano nunca se le han presentado opciones claras.

–¿Usted fue una?
–Y con mucho éxito, porque dese cuenta que en cuatro meses, sin dinero y sin un partido detrás de mí, logré el 17%  de los votos nacionales, casi 500 mil, y eso que me quitaron muchos sobre todo en el interior del país. En las mesas donde no teníamos testigos sucedían cosas increíbles: eliminaban la Campana del juego de tarjetas y cuando alguno iba a reclamar, le declaraban el voto nulo porque había manifestado su intención de votar. Me anularon votos por montañas.

–Usted ha advertido muchas cosas. ¿Por qué no se han tomado en cuenta?
–Porque nadie oye sino lo que le interesa oír.
Isabel Braun llegó con su cartera: «Tenemos que salir».

–¿Qué le falta a Arturo Uslar Pietri?
–Si yo fuera un hombre de otra mentalidad le diría que me faltan muchas cosas, pero como en el fondo soy un hombre estoico tengo lo que necesito mi equilibrio interior. ¿Terminamos? Mire, tengo cosas encima, ando corriendo, estoy contra el reloj.

¿Hubiera podido ser un comunista?
–Difícilmente. No sirvo para ser fanático ni para ser partidario de una doctrina cerrada. He tenido demasiada tentación a la independencia mental. A tener una actitud crítica frente a todo. Eso de aceptar confesionalmente un credo, me ha costado siempre mucho trabajo. Mire, mire, tenemos que irnos.

¿Tampoco es fanático religioso?
–No.

–¿Cree en la reencarnación?
–No creo.

–¿En la otra vida?
–Difícilmente. Pero no me ponga a pelear con los curas. No quiero enemigos sin necesidad. Los respeto mucho y creo que han sido muy útiles. Mire, mire, tenemos que irnos.

–¿Hablamos mañana?
–Sí, cómo no.

Casi automáticamente, como un robot, se hace el nudo de la corbata. Se peina rápidamente las canas y entra al Mercedez Benz. La figura ya se va con la noble pátina de las estatuas.

–¿En qué ha cambiado?
–La edad cambia las perspectivas y la visión del mundo. Yo soy un hombre totalmente distinto al que escribió Las lanzas coloradas en 1930. Y al que pasaba a máquina los menús del Hotel Maracay por diez bolívares semanales.

–Doctor, no se asuste, ¿por qué se empeñan en matarlo? Cada cierto tiempo se anuncia que acaba de morir de un infarto.
–A lo mejor porque es una buena noticia.

CARACAS, 1985

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Nelson Hippolyte Ortega nació en Caracas. Es periodista y fotógrafo profesional. Licenciado en Comunicación Social y en Letras de la Universidad Central de Venezuela. Doctor en Literatura Latinoamericana de la Universidad de Pittsburgh. Ha publicado un conjunto de crónicas y entrevistas, su último libro fue publicado en 2010 por la editorial Grijalbo y lleva por título Entrevistas Malandras, una compilación de diversas entrevistas a varias personas emblemáticas de Venezuela y del mundo.