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Libro centroamericano de los muertos: Poética, política e itinerancia

16 julio, 2019

La mañana del 20 de octubre de 2018, una caravana compuesta por alrededor de mil quinientos migrantes llegó al puente Rio Suchiate—puerto de flujos migratorios que conecta las ciudades de Tecún Umán, Guatemala y Tapachula, México—con la intención de ingresar a México en su camino hacia la frontera norte con Estados Unidos.


La mañana del 20 de octubre de 2018, una caravana compuesta por alrededor de mil quinientos migrantes llegó al puente Rio Suchiate—puerto de flujos migratorios que conecta las ciudades de Tecún Umán, Guatemala y Tapachula, México—con la intención de ingresar a México en su camino hacia la frontera norte con Estados Unidos. Aquel día de Octubre, las autoridades migratorias mexicanas se negaron tajantemente a abrir su frontera, provocando un enfrentamiento entre la caravana y la policía federal, dejando a varios migrantes lesionados. Después de varias horas y tras la desesperación e incertidumbre del momento, la caravana logró cruzar el puente forzando la garita de entrada sin el aparente consentimiento de las autoridades mexicanas. Dicho evento provocó un debate público que, por un lado, discutía la responsabilidad ética por parte del gobierno mexicano en cuanto a los derechos humanos de los miembros de la caravana y, por el otro, comentaba lo que en ese momento se percibió como una violación a la soberanía del estado mexicano cuando la caravana forzó su entrada al país.

Esa misma noche, el secretario de estado de los Estados Unidos, Mike Pompeo, declaró que la caravana había sido “un esfuerzo organizado para ingresar y violar la soberanía de México”, añadiendo que Estados Unidos estaba “preparado para hacer todo lo que esté en nuestras manos y apoyar las decisiones que México tome sobre cómo manejará este problema tan serio que se le presenta”. Si bien la caravana de Octubre del 2018 no es ni la única ni la primera, esta última versión capturó la atención e imaginación de los medios de comunicación estadounidenses gracias a la retórica anti-inmigrante y las estrategias alarmistas de la presente administración presidencial en los Estados Unidos.

Las palabras de Pompeo, quien se refiere a la soberanía del estado mexicano como el asunto central, no son nada más que un intento de abstracción discursiva de las dimensiones materiales y políticas de la caravana. No perdamos de vista que la caravana avanzaba en ese momento un proyecto circunscrito por una demanda que al mismo tiempo era ética y política. Por un lado, la meta de la caravana era viajar a través de México en grupo con el propósito de llamar la atención de los medios de comunicación nacionales e internacionales y así poner en evidencia los abusos a los derechos humanos de miles de migrantes centroamericanos en México. Por el otro, el objetivo principal de la caravana era llegar al puerto de entrada entre San Ysidro, California y Tijuana, México para solicitar asilo político en los Estados Unidos. De esta manera, cuando Pompeo conjura una metafísica de lo político al referirse al siempre elusivo concepto de soberanía, lo que nos confronta es la narrativización de la diferencia-como-antagonismo—“nuestra soberanía”, “nuestra nación”, “nuestra ley”—una narrativización que, en el mismo movimiento de diferencia, niega y diluye la demanda ética y política adelantada por la caravana migrante.

Si bien mi intención no es ni delinear a detalle la cronología de los eventos ni la disputa política que se dio a partir de la caravana migrante, me refiero a este episodio como un gesto para orientar esta intervención en relación a producción cultural reciente que propone darle sentido a la intensificación de los patrones migratorios en el hemisferio. A partir del año 2005, hemos visto un incremento exponencial de producción cultural que intenta abrir un espacio de reflexión política sobre la migración centroamericana. Desde novelas, crónicas periodísticas, teatro, cine y poesía, la producción cultural alrededor de este tema ha funcionado como un espacio de enunciación a partir del cual emerge una mediación política y cultural sobre cuestiones en relación a la migración, la soberanía estatal, la nación-estado y los derechos humanos.

Publicado en el 2016, el poemario Libro centroamericano de los muertos de Balam Rodrigo es uno de los proyectos literarios más notables en cuanto a la migración centroamericana en México. En los siguientes párrafos, intentaré bosquejar una intervención teórica-estética a partir de la cual propongo pensar la itinerancia migrante como una posición política. Por medio de los poemas de Rodrigo, pretendo delinear las tensiones entre el lenguaje y el movimiento, entre la memoria y el olvido. Para empezar a delinear dichas tensiones, propongo la noción de poética de la itinerancia. Con este término, intento pensar la itinerancia como un momento de contingencia radical donde el movimiento del migrante se revela a través del lenguaje como la negación a aceptar que existe un orden social establecido y en donde no hay la posibilidad de pensar órdenes alternativos. En este sentido, la poética de la itinerancia pretende rastrear intervalos de significación que se abren por medio del movimiento del lenguaje (como signo que siempre se refiere a otro signo) y el movimiento del migrante (como agente que se niega a aceptar el presente orden social). Es en estos intervalos donde el lenguaje aparece como el fracaso de una narrativización coherente y completa, revelando que todo intento de narración siempre es un intento fallido. Sin embargo, en el intento fallido de narrativizar estos intervalos, el lenguaje se abre a su propio movimiento (el movimiento entre signos) y es en este momento donde podemos encontrar la posibilidad de reclamar otro orden social, otra lógica democrática.

Libro centroamericano de los muertos propone un proyecto narrativo y poético. Cada sección del libro presenta una narrativa inaugural donde La brevísimo relación de la destrucción de la indias de Bartolomé de las Casas funciona como palimpsesto sobre el cual se reinscribe y localiza la violencia contra los migrantes centroamericanos. Es decir, Libro centroamericano de los muertos propone pensar la violencia contra el migrante como la iteración de la violencia colonial. Por medio de esta referencia histórica al colonialismo, estas secciones inaugurales exigen al lector ser testigo de la repetición histórica de la violencia colonial en tiempos de migraciones masivas. Dicha exhortación a atestiguar es también una demanda ética que enlista esta violencia como la única narrativa que nos permite pensar la historia de Latino América—la historia de un pasado que siempre-ya se hace presente a través de la crueldad.

Si bien hay mucho que decir sobre la excesiva presencia de violencia en el libro y su exhortación a ser testigos a ella, me gustaría concentrar mi análisis en una serie de poemas que aparecen en el libro bajo el subtitulo “Album familiar centroamericano”. El libro presenta cinco secciones bajo dicho título y a partir de las cuales se produce un distanciamiento momentáneo a la experiencia excesiva de violencia que el resto del libro elabora. Para llevar a cabo este distanciamiento, “Album familiar centroamericano” hace énfasis en lo personal y familiar, en momentos íntimos donde estar-en-común con el otro emerge como experiencia sensorial.

Estos poemas nos ofrecen la posibilidad de elucidar lo que brevemente comencé a bosquejar como la poética de la itinerancia, al proveernos con instantes en donde el movimiento del migrante surge como una huella innarrable que, así sea solo momentáneamente, socava la lógica diferencial de la soberanía, lógica que produce las coordenadas de legibilidad de lo político: amigo/enemigo, inclusión/exclusión. En otras palabras, por medio de la poética de la itinerancia quiero comenzar a pensar los contornos de momentos de ruptura en donde la figura del migrante se rehúsa a reproducir la lógica de exclusión y enemistad que se encuentra en el núcleo de la soberanía—soberanía como pensamiento diferencial de lo político.

Me gustaría entonces pasar a discutir brevemente un poema bajo la sección “Album familiar centroamericano” titulado “Primera fotografía de mi padre, mis hermanos y yo con migrantes de Centroamérica”. En este poema, la voz poética describe una fotografía que muestra a un grupo de hombres y niños en una de las calles en Villa de Comaltitlán, Chiapas. En los versos iniciales, la voz poética intenta recordar, uno por uno, los nombres, lugares de origen y algún detalle/memoria personal sobre cada uno de los migrantes en la fotografía:

… Nicolás era afable, trabajador
el filo de su sonrisa partía la dureza o los modos fieros
de cualquiera.
También arriba, cargando a mi hermana
Exa, justo en el medio, Orlando (hondureño); evangélico,
Tranquilo, con esa paz de las reses que van al matadero.
Se quedó en casa mayor tiempo que los demás.

Del lado derecho, Carlos (hondureño): de su cabeza nace
aquel torcido árbol de nance y su codo toca la exacta mitad
de la calle Central (por la que bajaba mi padre
cuando llegaba por las noches, ebrio de risa,
luego de conversar con los muchachos en el parque),
tenía la voz y las maneras de un hombre negro
teñido de piel mestiza; era sin duda el más alegre
de los migrantes y favorito de mi hermano Canek
(es el niño más sonriente; aún hoy conserva
el hacha limpia de su boca) a quien cargaba
siempre que podía.

Las descripciones en estos versos producen una sensación de sosiego sobre el pasado, como si en el uso del pasado imperfecto Nicolás, Orlando y Carlos estuvieran suspendidos en el tiempo. La voz poética nos provee con una sensación espacio-temporal por medio del pasado imperfecto que, gramaticalmente hablando, no enfatiza terminación o fin—el fin del ser—sino una forma del pasado que se refiere al hecho de ser y nada más—es decir, ser sin fin. Nicolás, Orlando y Carlos eran, y eso es todo lo que sabemos. Es en esta suspensión poética del tiempo por medio de la narrativización la memoria donde el poema nos ofrece el primer espacio para pensar la itinerancia. Pues es como si Nicolás, Orlando y Carlos no han cesado de ser, como si siempre hubiesen estado en movimiento, itinerantes, una forma de ser en el pasado que nunca puede ser clausurada en el sosiego gramático del pasado imperfecto. Siguen en itinerancia en el acto mismo de narrativización, en continua migración, rehusándose a ser sujetos cuya legibilidad solo emerge en nuestro atestiguar su posible no-llegar, en rehusarse a quedarse quietos y convertirse en el enemigo necesario de todo nacionalismo, en rehusarse a ser la exclusión constitutiva de la comunidad imaginada que es la nación-estado.

En la segunda mitad del poema, la voz poética intenta resolver las contradicciones internas del poema mismo: el acto de narrativización de la memoria. En este sentido, el acto de remembranza por medio de la fotografía toma dimensiones intimas para la voz poética, como si recordar siempre fuera el acto de estar-en-común. Así, la voz poética pareciera preguntarnos: ¿Qué significa el fracaso de la memoria? Y aún más específicamente, ¿Qué significa no poder recordar a todos aquellos que han pasado por aquí?

Al inicio de la cuarta estrofa, la voz poética empieza a reconocer su incapacidad—tal vez la imposibilidad—de recordar a todos los migrantes que han pasado por Villa Comaltitlán, aun cuando hay evidencia material (en este caso la fotografía) de que allí estuvieron, de que eran—como lo eran Nicolás, Orlando y Carlos. Es este momento de imposibilidad de narración por medio de la memoria al que me quiero referir en los siguientes párrafos, pues es precisamente en el fracaso de la memoria que el lenguaje se abre a la contingencia radical de la itinerancia, a la huella del movimiento del migrante. Movimiento a partir del cual podemos intentar reconstruir un pasado que está siempre presente en el aquí y ahora, un aquí y ahora que debe mantenerse abierto a la posibilidad de emergencia de otro orden social. La voz poética recita:

Entre Orlando y el brazo derecho de Carlos
(que se recarga en su hombro izquierdo y le hace cuernos)
un tercer hondureño; dejé su nombre entre los signos
de aquel año y dudo que mis hermanos lo recuerden;
callado como una sombra, quizá por eso
se nos luyó su nombre … (45)

En el momento que el poema cambia su foco de atención de los migrantes recordados a aquellos cuya presencia en la fotografía apunta hacia la imposibilidad de una narración completa del pasado, la voz poética intenta producir una sensación coherente del tiempo que termina traicionando su propio trabajo de narración. Esta traición no solo se materializa en el olvido, sino en el gesto poético de hacer del pasado una experiencia finita. En oposición al uso del pasado imperfecto como una alusión a la apertura del pasado que marca la ausencia-presencia del recuerdo, la figura del “tercer hondureño” irrumpe en la escena del recuerdo a través del pretérito—la gramática de un pasado que siempre-ya finalizado. La voz poética es incapaz de recordar el nombre o cualquier detalle personal sobre este “tercer hondureño”, en su lugar, la voz poética comienza a conjeturar sobre las posibles razones de este olvido. Este olvido es justificado por medio del exceso, “dejé su nombre en los signos / de aquel año…”. En este sentido, no es que el olvido emerja para la voz poética a causa de una falta de signos—la ausencia de lenguaje—para narrativizar a este “tercer hondureño”, pero lo opuesto: el exceso de signos. “[D]ejé su nombre entre los signos,” nos dice la voz poética como si en el pretérito de “dejar” el pasado fuera clausurado, la clausura del ser en un pasado al que nunca más podremos acceder. Sin embargo, en el momento de sutura entre tiempo verbal y tiempo espacial queda el residuo de una huella, una marca que señala movimiento, el movimiento del lenguaje, el movimiento del migrante. En otras palabras, aun cuando la voz poética fracasa en el acto de hacer memoria, la itinerancia del lenguaje irrumpe como residuo que se mantiene visible, una marca itinerante en el lenguaje que rechaza la narrativización del migrante olvidado como la repetición de la catástrofe latinoamericana. Nicolás, Carlos, y Orlando son recordados en ese sosiego continuo del pasado imperfecto, como si estuvieran suspendidos en un pasado en continuo movimiento, ofreciéndonos un espacio de reflexión donde el movimiento migrante se torna en un ¬ser-en-contingencia. Asimismo, la incapacidad de recordar al “tercer hondureño” marcada por el uso del pasado pretérito parece ser la clausura de la memoria, la terminación de una forma de ser en el pasado a la que ya no tenemos acceso. Sin embargo, esta clausura deja una huella que comienza a ser legible en el momento que comenzamos a pensar en la migración como movimiento, como la habilidad de reconocer que aun en el fracaso de la memoria podemos encontrar la marca de un movimiento, la marca de una poética de la itinerancia.

El movimiento entre el imperfecto y el pretérito, los intervalos entre el recuero y el olvido son el momento político, política como movimiento. El movimiento entre el imperfecto y el pretérito, entre recordar y olvidar es el momento donde Nicolás, Orlando, Carlos y “tercer hondureño” rehúsan su narración como aquellos que llegaron a su destino o como aquellos que nunca llegarán. En el movimiento del lenguaje lo que emerge, entonces, es un momento político donde el orden social no puede ser reducido a llegar o no-llegar. La política del movimiento emerge como la negación a aceptar un orden social establecido e inamovible, como el momento en donde la itinerancia migrante irrumpe la escena de la soberanía reclamándose a sí misma como el lugar límite donde la soberanía se narrativiza a sí misma.

Y tal vez así es como debemos empezar a pensar a la caravana migrante. En otras palabras, debemos empezar a pensar a la caravana migrante más allá del llegar o no-llegar, como un impulso itinerante que surge como una posición política. La política itinerante de la caravana migrante es la negación a aceptar que existe un orden social en el que ellos no tienen lugar, es la negación de que hay que llegar, la negación de que nunca llegarán, es una exhortación a que pensemos su itinerancia como la posibilidad y el potencial de que existen otras formas de organización social, otras formas de estar-en-común.

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