Caratula Logo-facebook-perfil

In memoriam Jorge Román Lagunas (Santiago de Chile 1943- Indiana, EE.UU. 2019)

20 septiembre, 2019

Jorge Román Lagunas fue un ferviente impulsor de los estudios latinoamericanistas y dedicó muchos años a la investigación y promoción de la literatura centroamericana y caribeña. Se licenció como Profesor de Estado con la especialidad en Castellano en la Universidad Católica de Chile y obtuvo el doctorado en la Universidad de Arizona. Fue docente en la Universidad Católica, la Universidad de Chile, Concordia College, Florida State University y en 1994 llegó a Purdue University Calumet como director del Departamento de Lenguas y Literaturas Extranjeras. En esa casa de estudios fundó y dirigió el Programa de Estudios Internacionales. Fue fundador y director de los congresos internacionales CILCA, Congreso Internacional de Literatura Centroamericana, por más de dos décadas y de ICCL, International Conference on Caribbean Literature, que permitieron el contacto e intercambio entre investigadores y escritores de América Central y el Caribe. Entre sus libros figuran Poetas de la universidad (en colaboración con Nicolás Kinssemuller), La prosa hispanoamericana, La novela chilena , La literatura centroamericana como arma cultural, entre otros. Fue editor por varios años de Journal of Hispanic Philology. Carátula le rinde este breve homenaje a quien dedicó por entero y ejemplarmente su vida a las letras latinoamericanas.


Jorge Román Lagunas

Requiem para Jorge Román laguna
Luis Rocha

Al contemplar augusta, te venero
Al ver tu lux mi corazón se inflama
Pues al fulgor de tu radiosa llama
Se estremece la faz del mundo

Cayó la fe con su terrible fuero
Ya tu voz por doquiera se derrama
Se hunden Cristo, Vichnú, Buda y Brahma
Y las naciones van por tu sendero
RUBÉN DARÍO

No pude resistir la tentación de iniciar este réquiem con los versos de Rubén que cita Jorge, y con estas palabras suyas: “Resulta interesante relacionar la temprana predilección de Darío por una visión de mundo sincrética, en la cual el poeta vincula en una unidad a Sócrates, Cristo, Visnú, Buda y Brahma. Esta unidad forma una fuerza espiritual que está siendo destruida por la fuerza de la razón”

No soy amigo de los obituarios, pues por pretensiosos asumen un final. No es el caso, por ejemplo, del escritor y catedrático Jorge Román-Lagunas, que va con nosotros con un pan al hombro, y una bolsa de papel en su mano que no trata de disimular una botella de Whisky, para ser compartida con los amigos. Vamos, en cualquier país del mundo, y esta vez a lo mejor en Costa Rica, Jorge Román-Lagunas, nacido en Chile un 12 de septiembre de 1943, y fallecido en EUA, el miércoles 10 de julio de este año 2019.

Nos dirigimos a casa del escritor costarricense Jorge Alfaro, donde nos espera junto con su esposa, con “exquisitas viandas”. Estamos aprovechando un descanso que nos permite un Congreso Internacional de Literatura Centroamericana, de los muchísimos que organizó en Honduras, El Salvador, Nicaragua, Guatemala, Costa Rica, España y tantas partes del mundo, poniendo muy en alto el nombre de su alma mater, “Purdue University Northwest”, auspiciadora de estas interminables andanzas de este verdadero Quijote de la literatura, muy especialmente de la centroamericana, por ser, como lo demostró a través  del tiempo, un fiel interprete y discípulo hermano de Rubén Darío.

De casa de Jorge Alfaro, nos fuimos al siguiente año, al Festival  Internacional de Poesía de Granada. Un texto de Jorge Román-Lagunas, causa conmoción con la explicación del “Orientalismo en la poesía de Rubén Darío y otros poetas latinoamericanos”. No pude resistir la tentación de iniciar este réquiem con los versos de Rubén que cita Jorge, y con estas palabras suyas: “Resulta  interesante relacionar la temprana predilección de Darío por una visión de mundo sincrética, en la cual el poeta vincula en una unidad a Sócrates, Cristo, Visnú, Buda y Brahma. Esta unidad forma una fuerza espiritual que está siendo destruida por la fuerza de la razón”.

De esta manera Jorge Román-Lagunas (Cultura de Paz N° 73) “hace una crítica a los que liviana y festinadamente despachan la apetencia de Rubén Darío por el conocimiento de oriente, como meras chinerías, para postular a Darío y a los poetas modernistas y postmodernistas latinoamericanos como artistas investigadores curiosos de la cultura universal.” Y ese artículo lo concluye diciendo: “Y es asunto notable que tres los más grandes poetas latinoamericanos hayan caminado esos senderos: me refiero, por cierto, a Rubén Darío, Pablo Neruda y Octavio Paz.”

Los senderos que continúa caminando Román-Lagunas, lo hacen cargar con sus títulos de Catedrático Titular de Literatura y Cine Latinoamericano y Conferencista Internacional, con 9 obras publicadas, y aproximadamente 45 artículos en revistas especializadas de Europa, Estados Unidos, Centroamérica y Sudamérica. Pero diría yo que una de sus mayores cualidades, ha sido la generosidad. La generosidad de participar en el libro de “La literatura centroamericana como arma cultural” y la generosidad de compartirse y estar pendiente de las necesidades latinoamericanas como consumidores y creadores de cultura.

No le conocí vanidad, ni empeño fraternal que abandonara. Sus Congresos Internacionales de Literatura Centroamericana, son más suyos que de nadie. Hizo camino al andar. Sigue caminando senderos, y no abandona a un amigo que en apariencia, como Jorge Alfaro, se hubiera quedado. Va con nosotros. Carga con todos nosotros, para que sepamos a dónde vamos y de dónde venimos.

21 de agosto 2019


Jorge Arturo Román-Lagunas, intelectual y peripatético
 Juan Eduardo Esquivel

De izquierda a derecha, Hernan Cardenas, Jorge Roman Lagunas y Juan Eduardo Esquivel, en 1963, en El Tabo (cerca a Santiago de Chile) en plena reunion de trabajo del grupo El humanista.

Jorge Arturo estudió en el Colegio San Agustín, cuando sus instalaciones estaban en el centro de Santiago, y éste aún era un punto de referencia obligado. Vivía con sus padres y su hermana menor, en Av. Bulnes 80, relativamente cerca de ahí, así es que sus “dominios” eran el eje de la ciudad. Esto podría sugerir cierto sentido de territorialidad porque solía circunscribir sus actividades en ese radio, muy conocido por él, debido a su inclinación peripatética y sus ganas de saber qué se hacía en la vida.

En el colegio conoció al padre Escudero, su profesor de Castellano y mentor literario, la persona que quizás influyó más en la elección de su carrera. Así ingresó a estudiar Castellano en la Universidad Católica de Chile, donde se tituló de profesor de estado. Su inteligencia –en el sentido amplio del término, y también en el restringido, el de su lectura interna de la literatura– y su sociabilidad, fueron dos de sus rasgos sobresalientes.

Nos conocimos en 1963, en pleno “Boom” de la literatura latinoamericana. Él estudiaba en el Departamento de Castellano, y yo, en el contiguo, el de Filosofía. Dos motivos no casuales por los que llegamos a ser amigos fueron los descansos en la cafetería y la constitución de El Humanista. En la cafetería diseñábamos el programa para iniciar el periplo al término de las clases, el famoso “Vía Crusis”, porque podía tener hasta doce estaciones (claro, nunca llegó a suceder así). El Humanista fue un grupo conformado por alumnos de distintas carreras de la Universidad Católica, cuya matriz ideológica era la filosofía social cristiana; una de las primeras acciones fue fundar el periódico homólogo con el que pretenciosamente deseábamos llegar, cual intención latina, “urbi et orbe”. La gestación del grupo y sus actividades fueron respaldadas por el Centro Belarmino (S. J.). Esto ocurrió en un contexto preelectoral para presidente de la República, en el que el Partido Demócrata Cristiano se presentaba como la opción mayoritaria en nuestra casa de estudios. Era, pues, el inicio de nuestra formación académica, política e ideológica. Jorge Arturo y yo sabíamos que se trataba de un punto de partida, pero no del camino.

El fundamento existencial de Jorge Arturo eran la poesía y la bohemia. Mi intención no es simplificar su perfil de entonces; he utilizado dos categorías comprensivas. Los dos primeros años de estudio tuvimos clases en las mañanas, por eso, disponíamos de las tardes para compartir en un grupo pequeño, mixto, consistente, jovial, diría que romántico, una suerte de banquete en el que suspendíamos la racionalidad de la academia y leíamos en corrillo lo mismo poesía del Siglo de Oro español que a Ernesto Sábato, Julio Cortázar o Nicolás Guillén.

Nuestra amistad se soldó cuando Jorge Arturo, Fidel Sepúlveda Llanos, Patricio Ríos Segovia, Andrés Gallardo Ballacey, Hugo Cortés, todos estudiantes de literatura, y yo, constituimos el Grupo Solo, porque nos declarábamos hermanados por la soledad, tema de época, aunque nunca suscribimos algo parecido a un manifiesto literario. Respetábamos la tendencia de los cíclopes de la cultura chilena del momento. Nos sorprendió que Neruda –como sostuvo Efraín Barquero en un almuerzo en mi casa paterna– fuera un gran árbol de la poesía, pero que hacía mucha sombra. Barquero nos alentó ese día para formarnos como escritores en China; podía apoyarnos para optar a una beca, pero nosotros no íbamos en esa dirección. Debíamos trabajar el rumbo.

Jorge Arturo tuvo otros grandes amigos, entre ellos, María Cristina Varas Vildósola, Ignacio Ossa, Sergio Stuparich Clementi y Rafael Luis Gumucio. La bella María Cristina, su amiga confidente, murió en Brasil, casada, después de egresar. Ignacio, condiscípulo y poeta, tuvo la desdicha de perecer en la tortura, en 1973; y Sergio, compañero de mi generación en filosofía, vive en la actualidad en Malmó, Suecia, a donde reside después de un largo periplo del exilio por Europa. “Stuparichi”, como le decía familiarmente Jorge Arturo, por sus ascendientes maternos italianos, anarquista, profesor de filosofía y hombre erudito, quien se doctoró en Italia, puede contar las mejores anécdotas sobre la adolescencia y juventud de Jorge Arturo, debido a que se conocieron en el colegio, ambos vivían en el centro urbano y siguieron conectados en la Universidad Católica. Rafael Luis, entonces estudiante de historia, y miembro de una familia de intelectuales y políticos, se exilió en 1974 en Francia. Juan Ruz y Beatrice Ávalos, profesora de didáctica y monja teresiana, fueron prisioneros políticos, y el hermano de Beatrice fue asesinado por la dictadura. Se trató de la fractura más violenta de la vida democrática en Chile, un muro contra el que nos estrellamos por la injerencia de los intereses del gran capital y su confrontación con la utopía socialista; ésta no se nos enseñó, pero la aprendimos y asumimos en el mismo proceso. La resolución de esta contradicción devino exilio e insilio, la cara interna del exilio, ante la represión y la demolición brutal de la cultura para sembrar riqueza en el jardín de los que hoy gobiernan.

Jorge Arturo, en sus andares, como don Quijote, tenía Dulcineas, amores idílicos, cuentos breves: “Contigo en los parques”, “Contigo en las plazas”… No digo que fuesen fantasías literarias, pero sí eran más su estado de enamoramiento de la vida. Dejó su narrativa (no sé si se conservan sus papeles) cuando definió su mayor interés en la investigación y la crítica literaria, que desarrolló desde la academia.

Salió al exilio por la presión e inseguridad que ya lo habían expulsado como profesor titular de la Universidad Católica, y le habían dado la alternativa de una cátedra en la Universidad de Chile; pero no estaba conforme con esa realidad. De manera que postuló a una beca para estudiar en los Estados Unidos, donde se doctoró en literatura y asumió la docencia. Siempre le gustó enseñar, a pesar de tener poco interés en la pedagogía, como nos ocurrió a muchos mientras estudiábamos, por considerarla una disciplina tangencial. Las materias que impartió hasta el día de su jubilación fueron la teoría de la poesía y la teoría del cine, señal de que la estética y la axiología estética de Raymundo Kupareo, el dos veces decano de nuestra facultad y formador de formadores, había dado sus frutos.

En aquellos años mozos, la imagen de Ernesto Cardenal aún no aparecía nítida en nuestro horizonte de lectores, sin embargo, para Jorge Arturo llegó a ser la lumbrera de las letras latinoamericanas actuales y la razón más poderosa por la que se especializó en Centroamérica. Basta consultar su bibliografía sobre esta subregión (estudios, ensayos, apuntes, revisiones y aportaciones a la historia de su literatura). Después de jubilarse de la Purdue University, continúo altamente interesado en la investigación, y desde luego, en su amistad con Cardenal. Hace un año me confió tener en mente un proyecto de antología de poesía binacional: nicaragüense y chilena. Su partida ha dejado el bastón para el relevo.


La imagen que conservo de Jorge Román-Lagunas
José Promis

Hace muchos años que vi por última vez a Jorge Román-Lagunas. Al igual que numerosos compatriotas, Jorge tuvo que dejar Chile como consecuencia del golpe militar que había ocurrido en 1973. Antes de esa fecha funcionaban menos de diez universidades chilenas para satisfacer la demanda de estudios superiores en nuestro país, pero todas poseían gran prestigio en Latinoamérica. Para enseñar en ellas no se exigían grados académicos ni diplomas extranjeros, sino sólidos conocimientos en el área en que el profesor se especializaba, así como comprobada dedicación a la investigación y la docencia universitaria. Después de perder su cargo como profesor de literatura chilena en la Universidad Católica de Chile, el destino de Jorge fue Tucson, adonde llegó para obtener su Ph.D en la Universidad de Arizona, en la que desde hacía poco tiempo yo me desempeñaba como profesor de Literatura Hispanoamericana. Es bien sabido que cuando una persona debe abandonar su lugar de origen a causa de voluntades ajenas, el proceso de acomodación al medio al que llega provoca extrañas y diversas reacciones. Como muchos exiliados, Jorge vivió esas circunstancias, pero tuvo la fortuna de encontrar pronto a quien sería su compañera y amiga del resto de su vida. Ella fue su mejor apoyo para acomodarse a su nueva vida en Estados Unidos. Vicky y Jorge se casaron pronto y con mi esposa tuvimos la oportunidad de compartir cercanamente con ellos hasta que Jorge dejó Arizona para reiniciar su actividad académica en otro Estado, pero  acompañado ahora de la familia que había formado durante ese tiempo: su esposa y sus hijos Juan Pablo y Patricia.

Siempre recuerdo a Jorge como una persona a quien no le gustaba ni la soledad ni el aislamiento. Tenía una gran capacidad para ganarse la amistad y la simpatía de la gente, pero, al mismo tiempo, era hábil para detectar las características de la personalidad de quienes lo rodeaban, sus puntos a favor pero también sus debilidades y contradicciones. Podía fraternizar con personas de diversas opiniones siempre y cuando alguien, descuidadamente, no dejara escapar un comentario o expusiera un punto de vista en desacuerdo con su filosofía política, con la manera como entendía el trabajo intelectual o con su concepto de lo que era un intelectual.  En tales casos, era inflexible con sus ideas y con facilidad se enfrascaba en acaloradas discusiones que podían extenderse por un buen rato. Pero al final, aunque hubiera parecido que el mundo se venía abajo, todo volvía a una conversación distendida y amistosa, generalmente en torno a un vaso de vino o, mejor todavía, de un scotch.

La bibliografía fue la pasión de Jorge desde los comienzos de su carrera académica en Chile. No se sentía cómodo ni con la práctica de la crítica literaria ni con el estudio de la literatura desde las perspectivas teóricas que se popularizaron desde los años de mil novecientos sesenta en adelante. Consideraba que tales aproximaciones destruían lo más valioso de un texto literario: la huella de humanidad. La literatura era para él algo que debía experimentarse vitalmente. La obra literaria estaba para el deleite del lector y no para ser sometida a disecciones, como recuerdo que me dijo alguna vez. En las publicaciones que alcanzó a sacar en Chile antes de abandonar el país, se nota que siempre buscaba esa marca que dejaba la presencia humana en los textos. Su prólogo a la publicación de la más famosa novela chilena, Martín Rivas, que se hizo en la Editorial Nascimento, es una buena demostración de la actitud con que se enfrentaba al texto literario. La actividad bibliográfica era otra forma de lo mismo: indagar la mayor o menor resonancia que un autor o un texto dejaba para la posteridad. Desafortunadamente, el trabajo bibliográfico como lo practicaba Jorge comenzó sistemáticamente a desaparecer con la llegada de la era digital. Creo que su alma de bibliógrafo determinó entonces su nuevo entusiasmo hacia el conocimiento y la difusión de la literatura centroamericana. Aunque después de su partida de Arizona no mantuvimos un contacto cercano, sé que en este aspecto realizó una excelente labor académica que se tradujo en los numerosos congresos, conferencias y publicaciones que organizó a lo largo de muchos años. En este sentido, Jorge Román-Lagunas fue un individuo, un colega y un amigo que hizo de la experiencia académica y de todo lo que ella significa el eje rector de su vida y de su actividad pública. Su figura dejará sin duda un recuerdo imborrable en todos quienes tuvimos la oportunidad de conocerlo, de apreciarlo como ser humano y de compartir sus inquietudes profesionales.


Recordando a Jorge Román Lagunas
Marc Zimmerman
LACASA Chicago

Presentando el libro America Nuestra en el XX Congreso Internacional de Literatura Centroamericana. Lo acompaña Jose Castro

Con la organización que fundó, el Congreso Internacional de Literatura Centroamericana (o CILCA), Jorge Román Lagunas creó y dio forma a una infraestructura sólida y singular para los estudios literarios centroamericanos. En los días posteriores a la insurrección, cuando casi no había tal campo en los Estados Unidos, Jorge reunió a críticos veteranos centroamericanos y a la vez,  abrió el camino para que muchos  jóvenes profesores ubicados en distintas instituciones académicas también comenzaran a escribir sobre literatura centroamericana. Y Jorge, con gran acierto, siempre incluyó intelectuales de otras partes del mundo, enfatizando así el carácter  «internacional»  de CILCA.

Antes de mi generación  los estudios literarios y culturales centroamericanos apenas existían como un campo fuera de América Central. Las guerras de la década de 1980 modificaron esta situación, y varios de nosotros (por ejemplo, Ramón Luis Acevedo, Arturo Arias, John Beverley, Dante Liano, Ileana Rodríguez, George Yúdice, como también quien escribe estas líneas) comenzamos a transformar el campo de estudio. Con el fin de la guerra el futuro de los estudios centrados en América Central entró, curiosamente, en serio peligro. Frente a esta situación, las conferencias de CILCA organizadas por Jorge sirvieron como un espacio donde todos los interesados ​​podían compartir ideas, desarrollar proyectos y continuar institucionalizando el campo. Los críticos más jóvenes comenzaron a desarrollar estudios culturales y literarios centroamericanos en un momento en que, fuera de las controversias sobre Rigoberta Menchú y la Mara Trucha, había casi tan poco interés en el área como en los años anteriores a la década de 1980.

En este orden de cosas, Jorge Román Lagunas fue una fuerza crucial al forjar una organización de los estudios literarios de América Central. Tenía tal  fascinación con las posibilidades de Centroamérica que lo llevó a crear un espacio para que los críticos desarrollen sus habilidades. Pronto Werner Machenbach trabajó con Beatriz Cortez, Roque Baldovinas, Leonel Delgado, Patricia Fumero, Héctor Leiva y otros para institucionalizar y desarrollar también los estudios literarios centroamericanos, incluso cuando enfatizaron una propuesta de  estudios culturales centrados en cuestiones de temática transnacional y poscolonial. En cierto modo, fueron seguidores a lo que Jorge había iniciado.

Y  Jorge persistió. Cada año trabajaba para organizar cada conferencia. Cada año regresaba con las actas del congreso anterior que siempre resultaban ser  apasionadas y pioneras.

Por supuesto, no faltaron algunos inconformistas que argumentaron que CIILCA debió haber publicado más, que no pudo explorar ciertos asuntos con mayor profundidad, etc. Pero CIILCA, a no dudarlo, dejó su huella en la historia, y uno se pregunta ahora si otros intentarán mantener su funcionamiento. Por mi parte, espero que sí.

Al enterarse de la muerte de Jorge, John Beverley me escribió subrayando el papel fundamental de Jorge y el poco reconocimiento que había recibido por sus grandes esfuerzos. Solo puedo unirme a John para agradecerle a Jorge su  valiosa contribución a nuestro esfuerzo colectivo. Veamos qué podemos hacer para darle a su contribución fundacional el reconocimiento y el futuro que se merece.


Carta abierta a Jorge Román Lagunas
José A. Castro Urioste

Recordado Jorge:

Estés donde estés tengo la certeza que andas pendiente de todos aquellos cercanos a ti y he tenido la suerte de ser uno de ellos en los últimos veinti tantos años. Podría nombrar una lista de actividades literarias y académicas en las que unimos fuerzas para salir adelante: desde ciertas ediciones del Congreso Internacional de Literatura Centroamericana a determinadas reuniones universitarias en las que pudimos salvar la presencia del español en nuestras aulas. Solo por citar unos casos. Si me permites afirmar, Jorge, creo que detrás de éstas y otras tantas actividades hay dos líneas tremendamente conductoras en tu quehacer, en tu andar. Primero, aunque parezca fácil, el tener sueños, el saber y construir sueños y que esos sueños sean grandes. El sueño de Cilca, por ejemplo. El sueño de un departamento de Lenguas y Literaturas de alta jerarquía promoviendo y creando las condiciones para que todo el profesorado investigara y publicara. El sueño de la fundación de un Centro de Estudios Latinoamericanos y US Latinos. Pero soñar para ti no era suficiente, Jorge, no es suficiente. Los sueños los tenías que cumplir, debían hacerse realidad. Para ti los sueños necesariamente hay que llevarlos a cabo, hay que elaborar los caminos para que se transformen en realidades palpables, tangibles, visibles. Y esa, Jorge, es tu otra línea conductora: tuviste la capacidad, la estrategia, de hacer realidad  varios, sino muchos, de tus sueños. Sin sueños no hay futuro. Pero ese futuro soñado debe hacerse realidad. Y así fue.

Como bien sabemos, en los últimos años los tiempos cambiaron, la historia cambió. El rol de las humanidades empezó a ser cuestionado en distintos y distantes lugares incluyendo a nuestras Américas (me refiero a Latinoamericana y a Estados Unidos). También cambió, y mucho, el rol crucial que antes poseía el ejercicio de la crítica literaria en nuestro continente. Tampoco se publicaban grandes novelas y por otro lado, se publicaban novelas que dejaban mucho que desear. Sé, y lo sé bien, que en los últimos tiempos un velo de decepción empezó a ganarte. Decepción ante el lugar y el sentido de la crítica y de la literatura, decepción ante la academia en general y específicamente ante la casa de estudios que habíamos compartido, decepción ante nuestro departamento porque el sueño que habías hecho realidad en determinado momento (y por largo momento) empezaba a desvanecerse. Esa decepción que te tocó vivir –y por favor, Jorge, corrígeme si me equivoco- puede ser, debe ser, un impulso de manera vallejiana que genere la reconstrucción. Esa decepción, Jorge, no es para abandonar, no es para tirar la toalla a mitad del round. Esa decepción es una invitación que nos  haces para reinventarnos en un nuevo contexto histórico donde los vientos no son favorables. Para reinventar el sentido de la literatura y de la crítica literaria, para reinventar el rol crucial que siempre las humanidades deben poseer y cumplir. Para reinventarnos, Jorge, para seguir soñando y hacer de los sueños una realidad, para seguir adelante.

Gracias y hasta pronto, compañero Jorge Román Lagunas.
Saludo fraternal.

Comparte en: