corea torres

Viaje al desierto de los tártaros, de Dino Buzzati

21 noviembre, 2019

– Es una de esas novelas que se posicionan en el gusto y buena apreciación de ciertos lectores y que mantienen su vigencia a través del tiempo, mucho por su peso simbólico y por lo que se cocina detrás de lo que dice, además de estar eficazmente escrita. El desierto de los tártaros, representó para su autor Dino Buzzati, ser mejor apreciado por otros escritores, pese a que él en cierta medida se declaraba más periodista que narrador. En este texto entregado por Corea Torres nos acerca a ella, propiciando la exploración a un autor poco conocido, pero del cual el prodigioso Borges habló en términos elogiosos, a tal grado de incluirlo en su imperdible Colección Biblioteca Personal, publicada por Hyspamérica Ediciones, S. A. para Ediciones Orbis.

Dino Buzzati

¿La metáfora del tiempo perdido?
¿Qué he hecho?
¿Qué se queda pendiente?
¿Por qué no pude realizarlo?
¿Dónde quedaron las ilusiones, las utopías?

¡No pude darme cuenta del transcurso del tiempo empecinado en involucrarme en minucias y apartar lo trascendente!

La impotencia humana reflejada en el espíritu consecuencia de los duros e interminables vericuetos de un mundo que no se llega a comprender.

El sentido de angustia que priva en el alma mientras lo que se supone sucederá nunca sucede.

La acechanza de un algo intangible que pone en peligro la tranquilidad.

Pues bien, todos estos cuestionamientos y afirmaciones relativos a lo ontológico del ser, son, de algún modo, presentados en la novela El desierto de los tártaros, de Dino Buzzati.

La simple recomendación de Borges es motivo suficiente para enredarnos con esta historia, para muchos críticos, de atmósfera y tintes rotundamente kafkianos. De ella el argentino comenta: “es un libro que está regido por el método de la postergación indefinida y casi infinita, caro a los eleatas y a Kafka”. Recordar que los eleatas, más concretamente Parménides considera que la auténtica verdad (vía de la verdad o de la razón) está más allá de las apariencias sensibles.

Tiene muchísima razón Borges al plantearnos tal perspectiva, porque Giovanni Drogo, el protagonista, esencialmente juega con estos terrenos de la ambigüedad y la espera permanente, en busca, o en espera, deberé decir, de lo que supone su destino, su verdad.

El desierto de los tártaros no es un libro muy popular que digamos, pertenece a ese club de textos de culto, que de pronto se nos esconden y vuelven a relucir cuando alguien reconocido lo vuelve a poner en el candelero, acaso otro libro ocupado del mismo tema -como Esperando a los bárbaros, de J. M. Coetzze en este caso-, nos lo recuerda, de tal manera que uno se pregunta, dónde estaba esta novela de tan significativos ribetes literarios.

Giovanni Drogo recién nombrado oficial  llega a la fortaleza Bastiani, su primer destino, a cumplir el inevitable mandato militar. Su propósito es claro, transitar la imposición del ordenamiento en el menor tiempo posible y regresar a la ciudad para disfrutar los beneficios que presumiblemente obtendrá por su jerarquía, las loas de las amistades y el asedio de las muchachas. El panorama natural para un joven de su clase.

Aún Giovanni no percibe los problemas existenciales que enfrentará.

La fortaleza Bastiani está ubicada en las postrimerías de la región, resulta ser el último enclave militar que resguarda la frontera ante la llegada de cualquier enemigo, sobre todo de los tártaros. Porque su patria está en guerra con los tártaros.

La fortaleza Bastiani es una edificación viejísima, de segunda categoría, un trozo de frontera muerta, no preocupa a nadie y está asentada nada más para cumplir los aspectos de resguardo. Desde que fue construida se ha quedado siempre como está. Una frontera que no preocupa, delante de un gran desierto de piedras y tierra seca que llaman justamente desierto de los tártaros, porque antiguamente, parece, existieron agrupaciones de esas tribus, a decir del capitán Ortiz, quien será luego jefe de Giovanni.

Pronto Giovanni se da cuenta que no hay guerra  y los militares, habitantes de la fortaleza Bastiani, exhaustos de ocio inventan la propia para librar batallas aunque sea sólo en su imaginación. La naturaleza intrínseca del militar no puede prescindir del enemigo, este tiene que ser una presencia continua. Una acechanza constante los mantiene alerta y ven en cualquier movimiento a lo lejos, allá donde comienza el desierto, la figura peligrosa del contrario.

Y luego está el sentimiento de la esperanza para alcanzar un objetivo planteado a lo largo de la vida, sin saber a ciencia cierta qué es lo que desea conseguir, porque la soledad en la fortaleza lo orilla a pensar en él. Al fin, pasado algún tiempo, el cuerpo enjuto, la voluntad sin ganas, la vista empañada y la reticencia embriagando la mente, lo esperado parece presentarse, pero ya no hay las fuerzas físicas, lo han abandonado.

El desierto de los tártaros, se mueve, si es que hay movimiento dentro de esa pasividad, en una atmósfera de completa melancolía, Giovanni está hecho de esa madera que lo empuja a actuar dejando a un lado esos elementos sustanciales del interés propio, lo que hace la vida de cualquier persona emocionante.

Yo no sé si esto tenga que ver con el espíritu de la novela pero la biografía de Buzzati refiere, que él no aceptó jamás ser considerado como escritor, más bien se inclinaba porque lo reconocieran sólo como periodista. Algo en él le imponía está clasificación, tal vez extravagante, y decía: “Escribo de tanto en tanto ficciones o nouvelles, que no tienen tanto valor”, pero los lectores y el juicio de otros escritores sobresalientes han desmentido su modesta posición.

Su personaje Giovanni Drogo es un tanto apático, es cierto, aunque no desdeña alcanzar la gloria militar estando en esa apartada fortaleza.

Narración de atmósfera cuya sustancia derrama en el lector los rituales rutinarios en una comunidad dedicada a salvaguardar la seguridad de los demás de su país, o reino, o imperio.

Estamos en El desierto de los tártaros ante una suerte de texto de implicaciones más personales que colectivas desde donde se manifiestan las preguntas que nos hacemos los seres humanos frente a los hechos existenciales,

El mítico ataque de los tártaros está por verse, cada uno de nosotros lectores también, de repente, tenemos nuestro propio desierto desde el cual se dejan venir nuestros enemigos, que no sólo pueden ser seres humanos sino enfermedades terribles como la intolerancia, la envidia, la vacuidad, el “yoquepierdismo” y la deshumanización. No hay de otra, descubramos estas posiciones de la fortaleza Bastiani, para que los tártaros no nos encuentren inermes.

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Chichigalpa, Nicaragua, 1953.
Poeta, escritor, crítico literario. Reside en Puebla, México, donde estudió Ing. Química (BUAP). Mediador de Lectura por la UAM y el Programa Nacional Salas de Lectura. Fue editor y colaborador sección de Crítica, de www.caratula.net. Es Mediador de la Sala de Lectura Germán List Arzubide. Ha publicado: Reconocer la lumbre (Poesía, 2023. Sec. de Cultura, Puebla). Ámbar: Espejo del instante (Poesía, 2020. 3 poetas. Ed. 7 días. Goyenario Azul (Narrativa, 2015, Managua, Nic.). ahora que ha llovido (Poesía, 2009. Centro Nicaragüense de Escritores CNE y Asociación Noruega de Escritores ANE). Miscelánea erótica (Poesía colectiva 2007, BUAP). Fue autor de la columna Libros de la revista MOMENTO en Puebla (1997- 2015).