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Medio siglo de Leonel Rugama

28 enero, 2020

Homenaje en ocasión de los 50 años del viaje de Leonel.


Leonel Rugama

El jueves 15 de enero de 1970, la temida Oficina de Seguridad Nacional de la dictadura somocista recibió el chivatazo de que había gente sospechosa en una casa frente al Cementerio Oriental en la capital nicaragüense. De inmediato Tropas de la Guardia Nacional fueron enviadas al sitio y a las 3 de la tarde inició el inusitado combate contra una célula de la guerrilla urbana. No se sabía cuántos enfrentaban la metralla y cañonazos del ejército. Una hora después, el mando militar exigió a los insurrectos que se rindieran, pero, además de aumentar el tiroteo, uno de ellos le gritó: ¡Que se rinda tu madre! A las 4.20, con el gentío en las cercanías esperando el desenlace, ocho alistados, cubiertos por fuego de tanqueta, se lanzaron al asalto final. Cinco minutos después dos ráfagas de ametralladora rasgaron el silencio. Un oficial salió de la casa, dio alto al fuego y gritó fanfarrón: —¡Los tres están muertos! Así de grandes eran las convicciones y los cojones de Leonel Rugama, Mauricio Hernández Baldizón y Róger Núñez Dávila, ninguno mayor de 20 años. Novedades y La Prensa –de la dictadura el primero e independiente el segundo- publicaron a ocho columnas detalles del combate, proeza que mostraba y demostraba otra vez que a la dictadura también le entraban las balas, porque hacía menos de un año que, en Las Delicias del Volga, el universitario Julio Buitrago había enfrentado solo a guardias, tanques y aviones. Como es natural, Somoza calificó a los muchachos de terroristas, pero el pueblo los adoptó como sus héroes. Quizá por temor a la dictadura, no se tuvo mayor información de las vidas de Róger y Mauricio, pero sí del muchacho de Estelí, el poeta Leonel Rugama, que se salió del seminario para meterse a la guerrilla, como lo cantó Carlos Mejía Godoy.

Un año antes de su caída en combate, Leonel optó a una beca de estudios en Alemania, siendo uno de los requisitos que escribiera su Autobiografía. Y lo hizo: «Nací el 21 de marzo de 1949, en un valle al noreste del departamento de Estelí, Nicaragua, C.A. Fui trasladado a la ciudad de Estelí en 1950, febrero, aquí estudié la Primaria, inclinándome por las matemáticas. En 1962 fui a la ciudad universitaria (León), donde aprobé el último grado de primaria obteniendo el segundo lugar en clases, 1962-1966. Estudié Secundaria en el Seminario Nacional de Managua. Terminé mi último curso de Secundaria en el Instituto Nacional de Estelí, obteniendo el primer lugar en clases. Ahora llevo una vida de autodidacta, por no tener posibilidades económicas para ingresar en una Universidad; actualmente escribo para Novedades Cultural y me ejercito en Ciencias Exactas. De mis familiares tendré que decir: desciendo de pobres familias, aunque honorables. Mi padre es oficial de carpintería y mi madre maestra empírica.» Leonel era un tipo tan jodedor que, cagado de la risa, hubiera jodido más si le hubiesen exigido que dejara de joder. Él y su primo Rafael Gámez (Olaf), fueron monaguillos en la iglesia de Estelí, donde al cura -negro y originario de León- apodaban Lecheburra, como los famosos dulces leoneses. Al padre le gustaba el merequetengue, por lo que les dijo que, al servirle el vino, llenaran el cáliz y que agua le dieran un poquito. En una misa, Leonel le echó un poquito de vino y le llenó el cáliz con agua. Encachimbado terminó la misa Lecheburra. Otro día, Leonel cambió el toque de campanas, porque era aburrido tocar siempre lo mismo –dijo, y medio Estelí se congregó en el atrio para saber qué ocurría. Años después, Leonel se hizo seminarista y, en vacaciones, llegaba a Estelí luciendo sotana y cinta morada en la cintura.

Leonel era poeta, y de los mejores. Leer sus poemas es abrir puertas y entrar a un mundo lleno de gente, en el que, sin sutilezas ni vaselina, como hablamos los nicas, cuenta vivencias de todos los días de la gente común y corriente. Leerlo es acercarse a una poesía viva y saludable, soleada y vigente, profética y agitativa, a una poesía humana, quizá demasiado humana, que me hace imaginar lo que leo y ver lo que imagino, porque leer a Leonel es como ver un documental, de esos que uno quiere repetir y que, de tanto leerlo o imaginarlo, se convierte en dejá vu, como si hubiera vivido lo leído, vivencias que se suman a mi caravana de recuerdos, como si fuesen mis propias mundologías. Desde esa percepción y perspectiva, su poesía es fácil de entender y de encarnarse en quien la lee. Quizá se deba a que en su poesía está su autobiografía, incluso la premonición de su muerte. En sus poemas, abundan los recuerdos de su infancia, que te hacen recordar la tuya, si es que hiciste lo que él hizo con la suya, y que muchos chavalos no harán nunca, porque están conectados a Internet, viendo televisión, o pegados quién sabe con qué. —Un hombre serio sobre un caballo dando saltitos/tronando los cascos/levantando la cola/y dejando una fila de cagajones/olorosos húmedos/ humeantes. /Sentados en la acera pintando culo/ y /cayendo carne/ limpiando el ladrillo…/ (con carne se gana, con culo se pierde), /con pinina/ o panameña se gana doble. /La taba en mi casa siempre caía/ culo/con las tortillas tarde…) Y retazos de pláticas: —Me decía/que se les metieron/y que les robaron la máquina/y hasta los reales/los reales que reunían a araños y pellizcos/ para pagar la casa/ pero lo que más le dolía/ era lo de la máquina/ porque con ella hacían los poemas…Y nostalgias eróticas: —Construir todo tu cuerpo/con tu blusa verde clara/cubriendo tus senos/ frescos/ (como llanos brisados) /erguidos/… y con tu falda rala/la que se desliza como panada de agua/ por tus caderas…

Y no podían faltar los recuerdos escolares. —Varios años después pasé/a ser niño viejo. /Molestaba y me burlaba de los niños nuevos. /Algunos lloraban y prometían/acusarme con su mamá/y también dejaba caer el lápiz/ o el cuaderno/para verle las piernas a la maestra. / (La maestra leía los ríos de Guatemala/o explicaba la división entre tres cifras. /Unos contaban que le habían visto/el calzón y hasta los pelos. /Todos amábamos a la maestra/ pero la maestra se casó con un señor). Y su ironía: —En la tarde, cuando pasaba por la placita/a traer las tortillas donde doña Foncha/ me quedaba en la placita jugando/ y allí me encontraba con mi tío Heriberto/ y siempre andaba bolo/ y una vez lo echaron preso/ porque gritó: VIVA AGUADO/ y lo pusieron a arrancar espinas en el parque/ y mi abuela fue a hablar con el comandante/Dele un rifle para que se vaya a la montaña/le dijo el comandante. / Mi abuelita le dijo que su hijo no tenía/ instintos criminales/ y que si los tuviera/ ya se hubiera metido a la Guardia). Ni sus imágenes de chavalo vendetortillas jugando en la calle: —Los muchachos elevaban lechuzas/ y siempre me quedaba viéndolas/estaban lejos/y los zopilotes les pasaban cerca. /Unos le echaban hasta cinco rollos de hilo. /Entre los remolinos de la placita/ estábamos los grupos de muchachos/ y unos jalando el hilo casi hasta los ojos/ y dejándolo ir/ jalándolo casi hasta los ojos/ y dejándolo ir/la lechuza se mecía suave/ y se perdía cada vez más. /Todos los grupos caminando retrocediendo/ caminando retrocediendo, /entre los remolinos de viento y tierra/ parecíamos Bolívar cruzando los Andes…

Después desbordó su genialidad en poemas como O jugar ajedrez, que yo recordaba cuando en tiempos de revolución pasaba por el zaguán de la Librería Argeñal e imaginaba a Carlitos amenazándolo: —Amigó, aquí un error se paga con sangre… y en el otro extremo del tablero a Leonel, pensativo, abstraído, creando estrategias, valorando probabilidades, aplicando matemática y respondiéndole: bueeno, bueeno, bueeeeeeeno/… y lanzándose al contraataque. Y en La tierra es un satélite de la luna, Como los santos, El libro de la historia del Che, Y las casas quedaron llenas de humo, dedicado a Julio Buitrago Urroz, Alesio Blandón Juárez, Marco Antonio Rivera Berríos y Aníbal Castrillo Palma, poema que parece curiosa y sorprendente premonición de su propia muerte: —Yo vi los huecos que la tanqueta Sherman/abrió en la casa del barrio Frixione. /Y después fui a ver más huecos/ en otra casa por Santo Domingo. / Y donde no había huecos de Sherman/ había huecos de Garand/ o de Madzen/ o de Browning/ o quién sabe de qué. / Las casas quedaron llenas de humo/ y después de dos horas/ Genie sin megáfono/ gritaba que se rindieran. Su genialidad quedó truncada en los poemas que no pudo escribir, pero estaban en él, esperando ser alumbrados para iluminar con luz propia. Resulta sorprendente que, con sólo 20 años de edad biológica, Leonel haya construido su vida y su muerte de manera íntegra e integral, pues como le dijera a la Candidita -su mama- y en las catacumbas de la clandestinidad a sus compañeros: la muerte no es menos que la vida. Como lo han testimoniado quienes con él compartieron parte de sus vivencias, fue un ser humano superior, capaz de equilibrar su ser y su quehacer, sin fisuras ni incoherencias, armonía existencial que impide separar al poeta del revolucionario; al seminarista del agitador; al alfarero de la ironía y la broma inteligente del dirigente de marcada ética y constatada autoridad moral. Leonel, era indivisible, un adelantado de su tiempo, quizá porque lo que menos tenía era eso, tiempo, porque vida la tuvo en abundancia.

En el libro Leonel Rugama, el delito de tomar la vida en serio, del sacerdote claretiano Teófilo Cabestrero (Editorial Nueva Nicaragua, 1990), María Esperanza (Tita) Valle precisó rasgos que, a su criterio, caracterizaron la personalidad de Leonel. Recuerda su gran sentido del humor, su disfrute inventando cosas en un juego de palabras cargado de permanente ironía. —Nos cambiaba los nombres. A mí me decía Frita. Sin embargo, el disfrute del humor no ensombrecía en nada su entrañable y gigantesca dimensión humana. —Él trataba de pasar desapercibido, más allá de lo que pudo condicionar sus hábitos de vida clandestina. Era muy discreto y reservado, y nunca se presentaba como líder del grupo. Su calidad humana, sus grandes capacidades y su forma de ser hacían que lo viéramos como a un ser superior, de quien se sentía su autoridad moral. Cuando nos veíamos para alguna tarea, o nos encontrábamos casualmente en una casa clandestina, tomaba una actitud muy seria. Fue en el único asunto en que yo lo vi siempre serio. Leonel era libre. Era como un pájaro. Un día me dijo:

—Mirá, Frita, guardame mis papeles, porque cuando me maten me voy a hacer un poeta famoso, y lo decía riéndose de sí mismo, y de los poetas que cultivan el hacerse famosos.

Beltrán Morales lo retrató: Leonel es de esas personas que hablan rápido, porque piensan rápido, al extremo que la palabra suele adelantársele al pensamiento. (¿O es a la inversa?). Su lectura de Cabrera Infante apenas le ha servido para afirmar el don especial que posee de divertirse con las palabras, ese material plástico modelado por él con amor y maestría. Ejerce, como el mejor entre los mejores, las distorsiones lícitas. Siendo yo un corrector de pruebas me saluda preguntándome: ¿Qué tal te va de corruptor de pruebas? Y cuando en compañía de Franklin Caldera nos toca leer unos poemas en el Paraninfo de la Universidad, en conmemoración a los caídos del 23 de julio, Leonel dice que si vamos a leer en el Para-ninfas necesitaremos lentes de contacto sexual…o si en la cafetería tardan bastante en atenderlo, le grita amablemente a la dueña: —¡Por favor, señora, mándeme 28 tazas de café!

Pablo Antonio Cuadra precisó: El poeta Rugama era más bien un hombre de conceptos. Lo sorprendente de él eran sus juegos de ideas. Poco jugó con la palabra, Rugama. Pero si a Rugama lo tomas a la edad en que entró en la literatura nicaragüense, y lo colocas en la literatura nicaragüense y ves cómo la asume y cómo está empezando a dar una nueva cosa, entonces sí, uno ve la grandeza de este muchacho… Yo lo que notaba en él era la capacidad de asimilación, que la había visto en Rubén Darío y la había visto en Carlos Martínez Rivas…José Coronel Urtecho testimonió: Hasta que conocí su poesía me di cuenta de la importancia y de la calidad del individuo como hombre y como poeta, que es lo mismo, al fin y al cabo. La poesía es la definición, la lengua, la experiencia plena de un hombre y su vida. Esto es lo que yo he entendido siempre por poeta, y este hombre -Ruga¬ma- lo hacía de una manera perfecta, sobre cual¬quier acontecimiento. Es uno de los grandes santos de la revolución. Uno de esos santos de ella, posiblemente el más puro. Ernesto Cardenal apuntó: A mi juicio, Rugama es de los grandes poetas que ha producido Nicaragua… y me parece especialmente admirable que siendo él tan joven, siendo tan breve el tiempo que tuvo para escribir, y estando en ese breve tiempo tan atareado con su trabajo clandestino, incluso asaltando bancos, sin demasiados períodos de tranquilidad y ocio, a pesar de todo eso, sea Rugama uno de los grandes poetas de Nicaragua, es lo que yo considero como algo extraordinario, como un caso de genio. Hasta podría decir que Rugama ha sido el más exteriorista de todos nosotros…

Leonel decía que el compromiso con la poesía y con la literatura iba con la vida, con la rioactitud vital. Nunca se conocerá su obra completa, porque en los avatares de su vida escribía en páginas de libros o cuadernos, en orillas de periódicos y archivar lo escrito no fue parte de sus preocupaciones. Tita Valle guardó sus poemas y, cuando la Guardia lo mató, le entregó su legajo -su legado- a Jaime Wheelock Román, entonces director de la revista Taller, de los estudiantes de la UNAN, donde fueron publicados en la edición No. 4.

Ha transcurrido medio siglo y aún sorprende la vigencia del pensamiento de Rugama. En su ensayo El estudiante y la revolución (Estelí, 1968), aseveró:

Las revoluciones se presentan en dos clases. La primera clase es aquella que se presenta cuando los cambios son absolutamente necesarios e inevitables y que se propone sustituir normas humanas por reglas humano-integrales. Esta revolución la activan individuos honestos que no quieren suicidarse con las normas conocidas. En esta revolución también forman parte activa los llamados visionarios, personas que se niegan a manchar sus manos con la sangre indeleble de los oprimidos. La segunda clase de revolución se presenta cuando los cambios son innecesarios y contraproducentes. Se propone cambiar normas necesarias por reglas bestiales–destructivas. Esta revolución es activada por opresores que persiguen su reducido y transitorio bienestar. Generalmente es efectuada por mercenarios y criminales a sueldo.

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Diriamba, Nicaragua, 1954.
Autor de Voces en la Distancia, ¡Los de Diriamba!, Clarividencias, Los nicaraguas en la conquista del Perú, Mala Casta, La mujer del padre Prado y otros cuentos y 200 años en veremos. Editó la Revista Literaria El Hilo Azul y ha revisado obras de prestigiados novelistas, cuentistas, poetas, y ensayistas, incluidas la antología Pájaros encendidos de Claribel Alegría y la poesía completa de Leonel Rugama y Ernesto Cardenal. Cuentos, ensayos y artículos suyos han sido publicados en diarios nicaragüenses y de otros países y en la Antología del Cuento Nicaragüense de Fernando Silva, Revista y Antología de la Academia Nicaragüense de la Lengua, Revista Cultural Centroamericana Carátula, Editorial Alfaguara, Revista Cultural El Golem, México, L ́Ordinaire Latino-américain (Toulouse, Francia), Editorial Nuevo Ser (Argentina) y Memoria del Encuentro Internacional Rubén Darío en el centenario de su muerte.