PAC en conferencia - Cortesía de PAVSA
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Indispensable: La poesía de Pablo Antonio Cuadra

6 diciembre, 2021

Llamamos patria a la tentación de partir

El nicán-náuat

La obra de Pablo Antonio Cuadra es, junto con las de Rubén Darío y Ernesto Cardenal, la obra más importante que la poesía nicaragüense ha brindado al mundo. La calidad de su mirada se revela en la belleza de sus versos, en la diversidad de los temas que aborda y en la visión ecuménica que presenta de Nicaragua. Cuadra es el gran poeta de la nacionalidad nicaragüense, como lo demuestra con poemas magistrales escritos entre 1927 y el año 2000. Rubén Darío dedica la mayor parte de su obra a cantar los grandes tópicos de la cultura universal buscando siempre la belleza y la perfección, y solo en algunos casos dirige su estro hacia Nicaragua.  Ernesto Cardenal consagra toda la primera parte de su obra a la lucha contra la tiranía de los Somoza; y más adelante, en la segunda etapa de su poesía, a la profunda inmensidad de los astros creando una poética cósmica y universal. La hipótesis de este artículo es que Pablo Antonio Cuadra dedica toda su vida a explorar las identidades nicaragüenses, y a indagar en su espiritualidad católica y mestiza la esencia del ser nicaragüense, haciendo de esta conjunción una propuesta inclusiva, que penetra la comunidad internacional y posiciona a Nicaragua en el mapa cultural del siglo XX latinoamericano. La nicaraguanidad fue el gran tema de Pablo Antonio y lo trabajó desde su juventud hasta su muerte. Empezando con Canciones de pájaro y señora, donde recoge poemas escritos entre 1928 y 1934, hasta Exilios (1999) y “Poemas memoria” o “Biopoemas” (2001), Cuadra dedicó su vida entera a estudiar el habla y los mitos de los nicaragüenses, convirtiendo estos hechos culturales en poemas de gran perfección estética y sencilla hermosura. Si bien en un principio prevalece en él la hispanidad, con el tiempo, en lo que Steven White ha llamado “el largo viaje hacia el indio interior” (200-205), Cuadra encuentra e incorpora los valores de la cultura indígena nicaragüense.

En el principio de su carrera Cuadra explora la belleza de la sencillez, como lo dice en su “Ars poética”, pero con el tiempo irá incorporando un neobarroquismo que llega a su poesía por la vena indígena: 

          Volver es necesario 
          a la fuente del canto:
          encontrar la poesía de las cosas corrientes,
          cantar para cualquiera 
          con el tono ordinario 
          que se usa en el amor,
          que sonría entendida la Juana cocinera 
          o que llore abatida si es un verso de llanto
          y que el canto no extrañe a la luz del comal (Poesía I, 7)1

Vemos pues que desde muy temprano en su carrera -tenía 18 años cuando escribió este poema, aunque lo siguió corrigiendo hasta los 23- Cuadra traza su derrotero poético buscando la belleza en el lenguaje cotidiano y en los personajes más sencillos y humildes del pueblo nicaragüense. Juana cocinera se convierte en el primer personaje del enorme elenco de nicaragüenses que van a desfilar por su obra a lo largo de muchos años. En “Jaculatoria del río”, Cuadra va directamente a la esencia de su visión de Nicaragua: la tierra y el dolor. Tierra y dolor en Nicaragua se van a convertir en la pareja de signos que refleja la esencia más importante de su preocupación. Una y otra vez los vamos a ver aparecer en sus poemas, en sus prosas y en sus ensayos. Por eso no debe extrañarnos que el tercer poema de Obras completas sea sobre la muerte, y más específicamente sobre la muerte de los niños pobres, a quién llama “entierritos al atardecer”, donde la ausencia de la cuna se va a contraponer al ataúd, ambos hechos de madera, ambos productos de un carpintero, que es por supuesto una alusión implícita a Jesús. Cuna y ataúd significan el principio y el fin de la vida, un niño que no tiene cuna, un pobre niño que necesita un ataúd2.

“Pedro Urdemales”, inspirado en el personaje del folclor español del siglo XII, es uno de los principales poemas tempranos que define el programa poético de Cuadra, donde Pedro se convierte en el prototipo del nicaragüense, profesor de una dulce mentira, barbero, vendedor de cotonas y cususa, inventor de cuentos de camino. Pedro Urdemales es la imagen del ser hombre nicaragüense que Pablo Antonio seguirá desarrollando a lo largo de su obra y que dará vida a su teoría sobre el Güegüence, sobre la esencia del ser nicaragüense, y los muchos personajes que va a desarrollar en su prolífica carrera. “El hijo de septiembre” inicia la idea del mestizaje, principio central de su teoría de la identidad nicaragüense, el cual también seguirá surgiendo a lo largo de su obra, y Cuadra continuará analizando de una forma y de otra hasta su muerte. La mezcla de indio y español como principio de la identidad del nicaragüense, y la tragedia de la guerra presente siempre a todo lo largo de su historia, son piedras angulares de su pensamiento y su poesía. La lucha de una mitad contra la otra, bajo la dominación fatal de la fuerza y la violencia, el sometimiento que ha generado tanta sangre y tanto dolor. La dualidad del blanco y del moreno, la contradicción entre el patrón y el obrero, entre el pobre y el rico. Este es sin duda el gran poema temprano de Pablo Antonio Cuadra. Cuatro estrofas en sextetos endecasílabos que resumen como pocos poemas en la historia de la literatura de Nicaragua, la ambigüedad del ser nicaragüense. Los tres últimos versos del poema reflejan magistralmente la dualidad metafísica que esto genera: “¡Bicéfalo ataúd llevan mis restos / pues cuando quiero libertad me mato / y cuando tengo libertad me muero!” (I, 12). Contradicción esencial que Cuadra señala y que postula como principio trágico de la contradicción hispanoamericana.

He destacado estos poemas del libro Canciones de pájaro y señora porque me parecen fundamentales para analizar los siguientes libros de Pablo Antonio Cuadra. Este cancionero puede ser leído como lo que fue, el cuaderno de un joven que está explorando diferentes caminos para la poesía y como reflejo de las diferentes vetas que pulsaba el movimiento de vanguardia en Granada. Ahora voy a pasar al libro Poemas nicaragüenses que es sin duda el libro fundamental del joven Pablo Antonio Cuadra. Poemas nicaragüenses es un libro aparentemente sencillo. Su lenguaje es coloquial, despreocupado y cristalino, sus metáforas son claras y a primera vista fáciles, pero como voy a demostrar en este artículo, es una obra que alberga un complejo sistema de relaciones míticas. Es una obra fundacional, y como toda obra fundacional, maneja complejos sistemas de valores íntimamente ligados a la intrahistoria de ese pueblo, de esa gente, de esa cultura. En Poemas nicaragüenses encontraremos la búsqueda visceral de la nacionalidad, del sentido histórico, del arraigo existencial y el ser nicaragüense. 

El mito de la tierra prometida y el del paraíso perdido están presentes en el imaginario cultural nicaragüense, y llegan tanto por la vena de la población indígena de origen náhuatl, como por medio de los mitos judeocristianos. Esta búsqueda de la tierra prometida está presente desde los primeros poemas de Pablo Antonio Cuadra recogidos en Cantos de pájaro y señora, continúa en Poemas nicaragüenses, sigue desarrollándose en El nicán-náhuat, podemos encontrarla en El indio y el violín, y hasta en El jaguar y la luna y Los cantos de Cifar. El poema inicial de Poemas nicaragüenses significativamente se titula «Introducción a la tierra prometida» iniciando así esa búsqueda intensa y profunda, que me atrevo a asegurar no ha terminado aún para el pueblo de Nicaragua. Por eso nos dice en el poema que he usado como epígrafe de este artículo: “…y no se llame patria nunca al encuentro / sino la búsqueda. No la respuesta / sino la nueva interrogación” (I, 239).

Poemas nicaragüenses se publicó originalmente en Chile, bajo el sello de la Editorial Nascimento, en 1934. Como se puede leer en la edición de Libro Libre: “El autor corrigió casi todos los poemas nicaragüenses en 1935 para una segunda edición que no se publicó. Estos poemas corregidos son los que han aparecido en antologías autorizadas por el autor desde entonces hasta hoy” (114). Con el título de Introducción a la tierra prometida, Pablo Antonio publicó una colección de veinticinco poemas, recogiendo varios de Poemas nicaragüenses y otros poemas dispersos. Managua: El Hilo Azul, 1952. En este bellísimo poema Cuadra desarrolla una visión mítica de la poesía y el canto, propone una poética basada en la reconstrucción de un pasado idílico, en la preservación de las palabras mágicas, de la evocación de una historia y un espacio físico que se realizan en el espacio del discurso poético, en la representación de la historia. El poema consta de dos partes: la primera establece el marco referencial del poema, sirve de preámbulo al canto propiamente dicho y sienta los propósitos de la enunciación. La segunda parte desarrolla el programa poético que rige a lo largo del resto del poemario y establece las reglas de su semiótica. La relación que desarrolla este poema entre «canto» y «peregrinación o migración» es fundamental para entender la poética de Cuadra y la red de relaciones discursivas que se establece en su obra. El canto es la figura que alberga los desplazamientos, los cambios que se han operado a lo largo de la historia, y la función del cantor es recordar esos desplazamientos, dar testimonio de esa búsqueda y establecer su significación. 

          Voy a enseñarte a ti, hijo mío, los cantos que mi pueblo recibió de sus mayores
          cuando atravesamos la tierra y el mar
          para morar junto a los campos donde crece el alimento y la libertad (I, 97).

Vemos pues que existe una relación semiótica directa entre la migración ancestral ocurrida en los albores de la historia y la función del canto. El momento de la migración contiene en sí el proceso de búsqueda, la activación de una certeza, de una intuición previa sobre la existencia del objeto buscado contenida en la figura del canto. El discurso poético es así una «promesa», registra la existencia de un espacio de promisión hacia el cual se ha de caminar, hacia el que se dirigen las huellas del andar y las del poema, las marcas de la enunciación, los signos. Alimento y libertad son el contenido de esa promesa, representámenes de la tierra prometida, de la significación del andar. Tanto en su sentido literal como en su sentido mitopoético, alimento y libertad guían la búsqueda del sujeto, son el contenido de la promesa. El valle fértil, pródigo en alimentos y libre de opresión y dominio, se refiere tanto al contenido de un discurso histórico como al contenido del discurso poético, evoca la migración náhuatl provocada por las invasiones aztecas, memorial inolvidable de un pasado azaroso, y la búsqueda de la tierra de promisión; pero también desdobla su significación apuntando a la creación poética, al espíritu del canto, a la riqueza semántica del discurso y su realización como ejercicio de la libertad. De esta forma se ve la red de significaciones que se establece entre el canto como registro y lugar de la significación, y la historia como registro y lugar de los desplazamientos. El discurso poético es el lugar de convergencia de ambos, contiene y a la vez realiza la promesa, transmite los signos de promisión y al mismo tiempo ofrece el espacio para la realización de esa promesa. Habiendo establecido esta relación, volvamos al poema:

          Ahora estamos ya en el mes de las mariposas
          y, alrededor del grano cuya resurrección ellas anuncian 
          disfrazadas de ángeles,
          brotan también las palabras antiguas caídas de los surcos,
          las voces que celebraron el paso de este sol corpulento y anciano
          amigo de nuestros muertos, agricultor desde la edad de nuestros padres,
          propietario de la primavera y de sus grandes bueyes mansos (I, 97).

Alimento y canto, semillas y palabras se entrelazan en un juego de significaciones cuyo campo referencial siempre comprende el paso, el desplazamiento (del sol o de los seres humanos) hacia la realización de una promesa (la tierra prometida o el poema, los campos donde crecen el alimento o la libertad) pendiente. El sol será el gran signo del desplazamiento, estrella de la mañana que marca la consecución de las horas, que señala la determinación del espacio en su invariable devenir de oriente a poniente, es el «Portero de la estación de las mieses», es el guía de los caminos de la promisión, albacea de la herencia, «amigo de nuestros muertos» y como tal, depositario de la historia y la memoria. Por eso, continúa el poeta diciendo: “Aquí, tal vez, al paso del sol, llegó el primer latido de tu sangre”. Fuente de vida, iniciación de un paso vital e histórico cuyo espacio está marcado por el paso del sol. Un desplazamiento marcado por otro desplazamiento, movimiento dentro del movimiento como forma de la existencia. Dialéctica incesante de la existencia en cuya presencia se reedita la naturaleza del lenguaje, su dinámica y sus desplazamientos metonímicos. De ahí el rito de la repetición anual, de la ceremonia del grupo, en la noche, después del trabajo, donde la repetición del canto asegura la continuidad y establece los nexos de comunicación entre las generaciones. Es la forma de transmitir el conocimiento ancestral, las tradiciones y las creencias, la sabiduría de los mayores, el camino que nos ha de llevar al origen:

          Ellos encendían las fogatas después de la labor
          y aquí escuché las estrofas de este himno campal
          que entonaban nuestros padres en la juventud de los árboles
          y que nosotros sus hijos repetimos, año tras año,
          como hombres que vuelven a encontrar su principio (I, 98).

En la evocación de la tierra como tierra prometida, se da a la vez otra metonimia, otro desplazamiento semántico cuya lectura implica un movimiento hacia otro nivel de interpretación del poema. Desde el inicio de la segunda parte se da una equiparación entre la tierra y el cuerpo, el espacio de la tierra prometida se establece en relación con el espacio del cuerpo del sujeto de la enunciación. Esta consciente realización del cuerpo es de suma importancia y sirve como punto de partida para la interpretación del poema. Tierra y cuerpo forman una sola unidad, se identifican y se (con)funden sugiriendo de esta manera una doble interpretación de la tierra y del cuerpo humano como espacio de promisión. 

          ¡Oh tierra! ¡Oh entraña verde prisionera en mis entrañas:
          tu Norte acaba en mi frente,
          tus mares bañan de rumor oceánico mis oídos
          y forman a golpes de sal la ascensión de mi estatura.
          Tu violento Sur de selvas alimenta mis lejanías
          y llevo tu viento en el nido de mi pecho,
          tus caminos, en el tatuaje de mis venas,
          tu desazón, tus pies históricos,
          tu caminante sed.
          He nacido en el cáliz de tus grandes aguas
          y giro alrededor de los parajes donde nace el amor y se remonta (I, 98).

La unidad sígnica de este poema llama la atención, y el uso repetido de las mismas palabras en un contexto ligeramente diferentes, le brinda a las mismas una fuerza y una intensidad semántica digna de atención. La función primordial del sol en este poema, como hemos visto más arriba, denota el sentido del desplazamiento, es signo de la migración y por lo tanto del origen, de la vida en su dimensión histórica. En la siguiente estrofa el poeta vuelve a utilizar el signo aprovechando la carga semántica con que ha sido investido a lo largo del poema:

          ¡Oh, sol antepasado!
          ¡Oh, procesión sumisa
          de las alamedas y las siembras! (I, 98).

Esta visión se realiza en los restantes poemas de la colección y en gran parte de su obra posterior, en sus evocaciones humildes y preciosas, en la reconstrucción de las facciones y las formas que componen Nicaragua; en su geografía adornada de paisajes, en sus animales y sus árboles. Es el rostro que se asoma en «Patria de tercera», el rostro de los seres que luchan con dignidad y se imponen a la mentira; la mujer sabia y sufrida que emerge del poema titulado «India», llena de recuerdos y sinsabores, madre del miedo, silenciosa y tierna, enigmática; o el legendario personaje de «Horqueteado» cabalgando hacia la muerte como el Cid Campeador, volviendo al lugar de sus orígenes en busca de descanso. En estos seres el poeta busca el rostro de la Patria, el perfil de ese espacio de promisión. Es la mitología de lo cotidiano, del campesino cuya concepción del tiempo y el espacio está medida en indefinidos términos existenciales y no en cronológicas particiones matemáticas. Es el «Ahí nomasito queda, patrón» del poema «Camino» donde hay un replanteamiento de los términos en que se vive la vida. Es la ingenua maldad de «La loquita», en la infinita soledad de Sarabasca en «El negro», o en la infancia del yo poético, en la inocencia de «Inventario de algunos recuerdos»:

          Poesía de los nueve años.
          Poesía de adentro desbordándose ahora por las mismas veredas de antaño,
          bajo el guacal invertido del cielo,
          donde mis manos imaginativas tallan como los indios
          los lejanos pájaros del aire. (I, 100)

Estos seres se encuentran enmarcados en un espacio físico que el poeta se interesa en reconstruir; el espacio de promisión se nos presenta ahora en la mínima dimensión de sus detalles, en sus ciclos y sus fragancias, en sus terribles crueldades y su magia. Las visitas del Tío Invierno o las acrobacias de los monos en las márgenes del Tepenaguasapa, los desgarrados combates del congo y el infierno inmediato de la quema. Estamos ante una revaloración del espacio físico, de la tierra y sus misterios, es la visión cotidiana de un espacio mítico, porque como dice en «Oda fluvial»: “¡Nunca miré sobre el espacio nuestro / tanta virginidad!…”(I, 136). En esta comunión con la naturaleza, «Inscripción en un árbol» tiene un valor especial, ejemplifica el misterio del espíritu, la unidad entre soplo y vida, viento y espiritualidad. A este espacio, a esta geografía el poeta superpone una dimensión histórica, un devenir de hechos, de situaciones, de artefactos que contienen en sí los detalles de la historia. «Albarda» es el mejor ejemplo de cómo el poeta inscribe en un artefacto la intrahistoria de la Patria, el ser memoria de un pasado y un devenir, de un movimiento continuo, caminante, artefacto del desplazamiento y la migración: 

          Soy mi memoria.
          Piel errante, 
          subsistiendo entre mi último balido
                                   y mi eterna obligación de partir (I, 134)

Doña Albarda resume esa naturaleza itinerante del pueblo nicaragüense, su incesante necesidad de viajar, de recoger el pasado y echárselo a la espalda. Nada representa mejor esa urgencia que la estrofa final de este poema donde se repite consistentemente la acción de caminar, ese gerundio en movimiento, “caminando / tras de la muerte, / de nuevo caminando… (I, 135).

Aquí se puede ver la convergencia del canto y el desplazamiento, la acción, el movimiento a lo largo de un camino o de un texto. Búsquedas ambas de una promisión, de un espacio investido de significaciones. Como dijera en «Poema de momento extranjero en la selva»:

          En el corazón de nuestras montañas donde la vieja selva
          devora los caminos como el guás las serpientes
          donde Nicaragua levanta su bandera de ríos flameando 
          entre tambores torrenciales
          allí, anterior a mi canto
          anterior a mí mismo invento el pedernal
          y alumbro el verde sórdido de las heliconias (I, 123).

Estos son versos de grandes implicaciones para la estructuración interpretativa que propongo. Su inmanencia aquí es la historia, pero el poeta propone un sentido que es anterior a esa historia, anterior a cualquier textualización de la realidad. Tanto canto como historia, son textualizaciones de ese espacio cuya realidad es totalmente independiente. Sin embargo, el poeta siente la necesidad de replantear los hechos, de (re)crearlos:

          Tengo que hacer algo con el lodo de la historia,
          cavar en el pantano y desenterrar la luna
          de mis padres… (I, 123)

En El jaguar y la luna Cuadra recoge 34 poemas, escritos entre 1958 y 1959, donde explora como ningún otro poeta en la literatura nicaragüense, la belleza y el misterio del mundo indígena de Nicaragua y sus mitos. Desde “El nacimiento del sol” hasta “La pirámide de Quetzalcóatl” Cuadra navega por el imaginario náhuatl y maya desde la mirada de un yo poético que es testigo y partícipe del nacimiento, desarrollo y genocidio del pueblo indígena. Este libro le mereció el premio centroamericano Rubén Darío en 1959, y el poeta ilustró cada poema con bellos dibujos en tinta. Estos poemas fueron traducidos al inglés por Thomas Merton y publicados por Unicorn Press en 1963. Ricardo Llopesa dice al respecto de este libro: 

El jaguar y la luna es un libro representativo en la bibliografía poética de Pablo Antonio Cuadra porque integra de modo definitivo elementos prehispánicos de la cultura náhuatl a la poesía. Una raíz culta, autóctona y nacional que no abandonará, con el fin de representar simbólicamente la realidad, que es también una manera de crear el mito” (879).

Efectivamente, El jaguar y la luna representa la profundización en las raíces de los mitos prehispánicos, labor que ya había iniciado como hemos visto en Poemas nicaragüenses, y que ahora, quince años más tarde, tras una larga reflexión sobre su espiritualidad católica, reinicia con vigores renovados y la mirada puesta en la cerámica indígena y los grifos prehispánicos. El jaguar y la luna es un libro muy importante porque muestra una indagación muy profunda del ser nicaragüense, que Pablo Antonio Cuadra continuará en libros subsecuentes, y que forma parte también de su reflexión ensayística en los textos publicados en La Prensa, en la columna “Escrito a máquina” y recogidos en El nicaragüense (1967), el libro de ensayos más importante de la literatura nicaragüense. José Emilio Balladares lo había visto muy claramente al afirmar: 

El jaguar y la luna podría ejemplificar […] un fecundo hallazgo estilístico que deja su impronta positiva en una visión de la temporalidad más jovial y esperanzada. Consiste dicho hallazgo, por una parte, en el descubrimiento de las posibilidades del discurso mítico como ámbito de simultaneidad que le permite escapar, con mejor fortuna que al discurso barroco, a las contingencias históricas y a los condicionamientos de la temporalidad” (47).

Profundizar en la cultura indígena de Nicaragua para encontrar la esencia de su identidad, se convierte para Pablo Antonio Cuadra en un camino importante y fructífero de su poética. Aunque Cuadra haya sido criticado por la importancia que le da al mestizaje, aduciendo que hay una exclusión de la herencia afro nicaragüense, yo veo por el contrario en este gesto, una inclusión muy importante para explorar las diferentes manifestaciones de la identidad nicaragüense. De hecho, es con Pablo Antonio Cuadra que por primera vez se incluye al indígena, al afrodescendiente y a las mujeres, en una forma poética, empática y ecuménica. Los poemas de El jaguar y la luna son un feliz reencuentro con el pasado indígena, con la tradición poética náhuatl, y con las diferentes identidades que componen lo que conocemos como Nicaragua. No solamente hay una inclusión de todos los sectores de la población nicaragüense, sino también de los géneros y de la naturaleza. Esto lo podemos ver claramente en un poema como “Rostros de muchachas mirándose en el río” o “El lamento de la doncella en la muerte del guerrero”. Una lectura atenta de este libro deja ver claramente su gran conciencia ecológica, como lo ha demostrado Steven White en su libro Arando el aire.  Una lectura objetiva de este libro muestra a un poeta preocupado por la situación política de Nicaragua, como se puede ver en “Urna con perfil político”, poema que denuncia la opresión política y la dictadura de Somoza. En el poema “Escrito en una piedra del camino cuando la primera erupción” asistimos a una declaración de amor por las víctimas cuyas huellas han quedado preservadas en las piedras de Acahualinca. El jaguar y la luna es fundamentalmente un libro de amor a Nicaragua, a sus tradiciones e historias, a sus hombres y sus mujeres, a sus animales y sus plantas, a sus grandes tragedias y a sus desgracias.

En las Obras completas, a El jaguar y la luna le sucede El nican-náhuat, pero este libro no fue publicado independientemente sino hasta 1999, en una edición de la Academia Nicaragüense de la Lengua. La decisión de Pedro Xavier Solís me parece justificada, ya que este libro debe leerse como una continuidad de El jaguar y la luna y como una profundización en la prehistoria de Nicaragua. Conny Palacios, en la introducción a la edición de 1999, dice que “El nicán-náuat puede considerarse un solo poema, cuerpo-alma, que simboliza y devela al mismo tiempo la imagen del Cacique Tlatoani” (7). En efecto, yo veo una continuidad en estos libros fundamentales de Pablo Antonio Cuadra, que en su conjunto son un gran poema mural, pero en este artículo debo limitarme a ciertos temas que me parecen centrales para mi hipótesis.

La lengua es un tema que atraviesa todo el libro, desde el primer poema titulado “El informe” donde podemos leer: “…y con el cacao impuso el nahua como ‘lingua franca’: no el gorgojeante náhautl de Texcoco / con sus consonantes enjaulando pájaros, / sino el arcaico, el que habló Tamagastad el dios barbado, /el náhua en que cantó Tútecotzimí /el rey- poeta, señor de los pipiles” (I, 229). La lengua, como lo han demostrado los lingüistas, es el medio fundamental para establecer las relaciones de identidad y pertenencia, no es únicamente que a través de la lengua nombramos, sino que a través de la lengua somos. De forma que hacer de esta pregunta un tema central de El Nicán-náuat significa que el poeta Cuadra está tratando de desentrañar lo más profundo de esa identidad mestiza, esa pertenencia nicaragüense. No obstante sabemos que el lenguaje puede ser ambiguo y traicionero, como ya lo había aprendido el poeta y repite ahora, “Me lo había dicho el maestro: ‘Cuidado con las palabras’” (I, 232), y en El indio y el violín nos advertirá sobre otra dimensión de la lengua, la subconsciente u onírica: “Los sueños / son la aventura nocturna del lenguaje” (I, 288).

La poesía es la forma más pura del lenguaje, está predicada en un principio de recreación del mismo, de reinvención de las palabras, de amplificación de sus campos semánticos y de ruptura de sus relaciones sintagmáticas. El poeta es responsable por la articulación y la desarticulación del lenguaje, por eso el poeta es una figura central en este libro. El segundo poema de la colección titulado “Preludio y rescate de algunas estrellas” empieza con la explicación del poeta que habla por otro poeta y dice: “Me muestro como soy / sabiendo que un poeta / me recupera. // Soy palabra” (I, 231). Vemos entonces la secuencia que va a llevar este libro, empezando con la esencia del lenguaje y su pertenencia, y continuando con el medio por el cual se expresa el lenguaje: el poeta. A continuación encontramos la escritura como representación del lenguaje y del trabajo del poeta. En el tercer poema de la colección titulado, “A un maya en la corte del tlatoani Nicaragua”, Pablo Antonio Cuadra se pregunta sobre la escritura como forma codificada y críptica del lenguaje. Si el lenguaje oral ya es de por sí oscuro, la poesía eleva esa oscuridad a la segunda potencia. Trata de revelar una verdad más profunda y para lograrlo tiene que cifrar el lenguaje. Por eso nos dice: “Ahora copio en secreto – los signos de nuestra sabiduría” (I, 232). 

El nicán-náuat busca en el fondo la explicación al eterno conflicto de Nicaragua entre la guerra y la paz, entre la destrucción y la convivencia, entre los militares y los civiles, los guerreros y los pacíficos. Esa eterna catástrofe de violencia que ha vivido Nicaragua desde antes de la conquista española, y que continúa hasta nuestros días. Por eso este libro es fundamental en el pensamiento de Pablo Antonio Cuadra, quien a lo largo de su vasta carrera hizo de Nicaragua el principal tema de su obra, de su poesía, de su escritura. En El indio y el violín, Pablo Antonio Cuadra volverá sobre este tema. En el poema titulado “Atabal en memoria de una historia perdida” podemos leer: “Desde las estrellas / los ojos de nuestros dioses / ya no se asoman. Con las armas / vencimos, pero las armas nos perdieron” (I, 296). La búsqueda del paraíso perdido y de la tierra prometida ha pasado por una serie de caminos, de migraciones, de peregrinaciones. La guerra ha sido una de ellas. En un momento se pensó que era la solución y los jóvenes lucharon con entereza, entregaron su vida en el campo de batalla. Creyeron haber llegado a la tierra prometida; sin embargo, como “el pájaro del dulce encanto” se deshizo en una traición sangrienta y dolorosa. 

La visión de Cuadra de la tierra prometida quedaría incompleta, truncada, si no tuviera un nexo con la historia. De ahí el interés, la urgencia del poeta por consignar los hechos, las sangrientas invasiones, los huesos de los muertos. Es significativo que Poemas nicaragüenses termine con el poema “Vaca muerta”. La historia de Nicaragua no ha sido la historia exitosa de un pueblo en paz y desarrollo, ha sido una historia sangrienta y violentada por la guerra. La ilusión de la tierra prometida ha terminado a menudo en el desengaño y la destrucción. Las ilusiones revolucionarias han llevado una y otra vez a tiranías más sangrientas y dolorosas que las que han dejado atrás. Esa es la enseñanza de este poema: “No era el amor, ni la rosa, ni la voz del viento en el deshabitado murmullo de la noche. // Era ella, muerta” (I, 141). Aquí vemos el desengaño, el encuentro inesperado, la ilusión que se desvanece en un momento para encontrar solamente la muerte, el vacío de la tristeza, “Su maternidad en la esfera de sus ubres / dormidas para el hijo, / para la amistad, / la Tierra” (I, 141). El hombre que busca el amor encuentra la muerte, en la esperanza de la rosa se presentan las ubres vacías. La metáfora es dolorosamente certera para expresar la realidad nacional, la historia nicaragüense, donde la búsqueda de la tierra prometida acaba en el paraíso perdido. La vaca muerta simboliza y representa al pueblo de Nicaragua, sus ilusiones, sus luchas, sus desencantos. Pero como en todo ciclo vital, la vaca muerta volverá, el ser humano, repuesto de todos sus dolores y pesares volverá a soñar, volverá a perseguir a la quimera, volverá a inventar su paraíso: “Para que ella fuera de nuevo / rosa, clavel o ceibo” (I, 141). 

Ahora, mientras escribo estas líneas, los nicaragüenses están viviendo otro capítulo aún más violento en su búsqueda de la tierra prometida. Es por eso que la obra de Pablo Antonio Cuadra es indispensable en la historia de Nicaragua y en la literatura hispanoamericana, porque ha indagado en lo más profundo del ser indígena, mestizo, multicultural y esclavizado, y ha dejado escrita una esperanza a la que hay que volver, una y otra vez.


NOTAS

1 Todas las citas vienen de Obras completas. Managua: Fundación Vida, 2003-2004.

2 El orden de los poemas en la edición de Obras completas no corresponde con la organización que Cuadra les dio en la edición de Libro Libre de 1984. La edición de Obras completas estuvo al cuidado de Pedro Xavier Solís, mientras que la Libro Libre al cuidado de Javier Zavala y revisada por el autor.


BIBLIOGRAFIA

  • Balladares, José Emilio. Pablo Antonio Cuadra. La palabra y el tiempo. San José: Libro Libre, 1986.
  • Cuadra, Manolo. «Pablo Antonio Cuadra en Poemas nicaragüensesManolo Cuadra. El Yo y la circunstancia. José Calatayud Bernabeu (Ed.) Managua: s.p.i., 1968.
  • Cuadra, Pablo Antonio. Obras completas. 7 vols. Pedro Xavier Solis (comp.) Managua: Fundación vida, 2003-2004.
  • Llopesa, Ricardo. “La poesía de Pablo Antonio Cuadra”. Anales de literatura hispanoamericana, 28 (1999) 867-889.
  • Palacios, Conny. “El Nicán-Náuat: reconstrucción de la identidad nicaragüense”. El Nicán-náuat. Managua: Academia nicaragüense de la lengua, 1999. p. 7-14.White, Steven F. Arando el aire. La ecología en la poesía y la música de Nicaragua. Managua: 400 elefantes, 2011.
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Buenos Aires, Argentina, 1958.
Escritor, catedrático y crítico nicaragüense. Es profesor de literatura hispanoamericana de la Universidad de Cincinnati, donde ha sido jefe de departamento y director de estudios de posgrado. Ha publicado El libro de las palabras enajenadas (cuento, 1991), La significación del género: estudio semiótico de las novelas y ensayos de Ernesto Sábato (1992); Sintaxis de un signo (poesía, 1995, 2000), El ojo del cielo perdido (cuento, 1999), Viajemas (poesía, 2009), Caminar es malo para la salud (cuento, 2011). Ganó el Premio Nacional Rubén Darío 1995 con su libro La estructura de la novela nicaragüense: análisis narratológico (1996). Su Poesía reunida 1984-2014 ha sido publicada en México y en España. Ha publicado más de 100 artículos críticos en revistas especializadas y ha dictado 120 conferencias académicas.