Jorge Luis Borges. Foto: Daniel Mordzinski
Jorge Luis Borges. Foto: Daniel Mordzinski

La noche que Borges murió en Uxmal

4 abril, 2022

La presente crónica pertenece al libro La fiesta de la anécdota y otras crónicas, publicado en 2020 por la Secretaría de la Cultura y las Artes de Yucatán.


La noche que los periodistas lo dieron por muerto, Jorge Luis Borges estaba más vivo que nunca. Trataba de formular unos versos frente a la piscina de un hotel en Uxmal. Su asistente, María Kodama, le describía cómo nace en el agua la ilusión del momento. Aquel paseo por ese centro ceremonial, le había sugerido la creación de nuevos sonetos para su obra.

Este episodio es de los menos conocidos en su biografía y constituye, al mismo tiempo, la historia de un rumor que estuvo a punto de convertir a Yucatán en la última casa del fabulador argentino. 

Todavía es un misterio el origen de aquella mentira que durante 15 horas tuvo en el hilo de la conmoción al gobierno federal y a los reporteros nacionales y extranjeros. Todos intentaban confirmar lo tantas veces anticipado por el célebre intelectual en algunos de sus poemas finales: el suicidio, la muerte. 

Todo comenzó la noche del 28 de agosto de 1981, cuando el comentarista televisivo Jacobo Zabludovsky llamó desesperado a la redacción del Diario de Yucatán, para saber si era cierto que el autor de El Aleph e Historia Universal de la Infamia había muerto en Uxmal. 

–Es necesario que lo confirmen –añadió Zabludovsky, determinante. 

Jorge Álvarez Rendón, entonces cronista de ese periódico y a quien el alcalde de Mérida, Gaspar Gómez Chacón, había designado como acompañante del literato, casi se fue de espaldas cuan do el redactor Eduardo Huchim le preguntó si realmente se había cerciorado de haber dejado con vida al poeta de Buenos Aires. 

–Hace apenas dos horas lo vi, estaba frente a la piscina, meditando unos poemas… –explicó Álvarez Rendón, casi perplejo. Poco antes de las nueve de la noche, se había despedido de Borges en medio de abrazos efusivos, galletas y varias tazas de café con leche. 

Aunque la siniestra versión de la muerte del poeta fue descartada casi de inmediato, nada impidió que el gobierno federal movilizara un discreto operativo de vigilancia con destino a Uxmal. 

Jorge Luis Borges, quizá el escritor de habla hispana más importante del siglo XX, había llegado a México para recibir el Premio Ollin Yoliztli de manos del entonces presidente José López Portillo. 

Este galardón, que como muchos programas del lopez portillismo surgió “sobre la marcha”, puso en evidencia el sentido oportunista del mandatario, tomando en cuenta que ese año Borges era el más firme aspirante al Premio Nobel. 

Después de aquella ceremonia en la que “hablaron todos, salvo el condecorado” —re rió el novelista Adolfo Bioy Casares en un artículo en torno al literato y sus premios—, el poeta viajó a Michoacán para intervenir en un festival de poesía. 

El poeta yucateco Róger Campos Munguía recuerda a Borges en Morelia. “Había mucha expectación por su presencia. Ahí estaban los grandes de la poesía: Gunter Grass, Vasko Popa, Ra món Xirau, Homero Aridjis, entre otros. Fue entonces que llegó Borges y los ojos de la atención se posaron en él. Puedo evocarlo, escuchando con interés y entusiasmo casi infantil algunas lecturas de poesía. Borges era un hombre iluminado. Esa misma semana, ya de vuelta a Mérida, mi sorpresa fue mucho mayor cuando me enteré de que venía para aquí”. 

En realidad, el viaje del ensayista a Yucatán “agarró a todos fuera de sitio, porque se resolvió de la noche a la mañana”, dice el exalcalde de Mérida, Gaspar Gómez Chacón. 

Jorge Álvarez Rendón no podrá olvidar jamás el instante en que le hicieron uno de los encargos más inquietantes de toda su vida. “Quiero que seas el representante de la ciudad ante el poeta”, le explicó con serenidad Gómez Chacón. 

–No me quería como periodista, “sino como amigo”. Cuando te hablan a las siete de la mañana para despertarte con una cosa así, sientes que todo cambia. De cualquier modo, en el aeropuerto me gané la enemistad de los compañeros de otros medios, pues pensaron que Gómez Chacón me había autorizado una exclusiva con el maestro Borges. No fue así: la verdad es que yo era, desde ese momento, el guía oficial del escritor –señaló Álvarez Rendón, 19 años después de tan inolvidable momento. 

Así que a la una de la tarde, el avión procedente de la Ciudad de México aterrizó en la terminal aérea, en medio de un fuerte calor que el poeta de 82 años de edad comparó con los vapores africanos. 

–Posiblemente el calor de ahora sea mayor –aclaró el cineasta Adolfo García Videla. Sin embargo, el escritor reaccionó con una típica agudeza borgiana. “Cualquier valor presente es mayor que otro pasado”. 

Sólo entonces, sólo por el ingenio de aquel lúcido comentario a mitad de un sofocante acto de protocolo, “el hielo se rompió de tajo”. Y de inmediato el comité de recepción, así como la caravana de Borges, estrecharon lazos de amistad. Ahí estaban, además del literato, su inseparable asistente –y futura esposa–, María Kodama, “una japonesa” de Banfield, Argentina; el director de cine Adolfo García Videla y su esposa, Estela Troya. (El cineasta realizaba un documental que con el tiempo se llamaría Los paseos con Borges). Además, venía también el embajador mexicano en la entonces República Yugoslava, Javier Wimer. 

Después de la presentación, Gómez Chacón le indicó a sus huéspedes que se dirigieran a un salón privado, donde Borges armaría el libro de los visitantes distinguidos. 

“Fue un momento de profundo significado. El viejo maestro, lleno de reconocimientos, toda una celebridad, estaba armando el libro a pesar de su condición de ciego. De repente, el calor se hizo insoportable y Borges decidió quitarse el saco de dril, de tenues rayas cafés, para quedarse en mangas de camisa y corbata, mientras yo le explicaba lo relevante de su visita”, subraya Gómez Chacón. 

“A mí me pareció que su cabeza era demasiado grande para su cuerpo –comentó Gómez Chacón–. También se me hizo un hombre viejo, pero oloroso a lavanda, apenas sostenido por su bastón chino de lata. Por alguna razón, el maestro advirtió mi interés por ese bastón y fue entonces cuando me relató su historia: ‘Yo caminaba por un mercado neoyorquino, cuando me enamoré de este bastón. La textura, sobre todo ”. 

Cuando Borges y los suyos abandonaron el aeropuerto, ya estaba hecho el plan para la aventura por Mayab. El embajador Wimer estableció el itinerario a seguir a lo largo de dos jornadas: Uxmal, primero, y Chichén Itzá para el último día. Pero antes de salir a carretera, el grupo se detuvo en el restaurante Las Guacas Mayas, donde Borges se enamoró de la sopa de lima, la horchata de arroz y la carne de venado, a pesar de que su dieta regular era estrictamente vegetariana. 

Durante la comida se habló de todo: las aguas frescas y la lluvia, principalmente, lo que le recordó al poeta su amor por una tortuga que había envejecido lentamente en el aljibe de su casa bonarense. 

“Pero me vi en un aprieto –indicó Álvarez Rendón–. María Kodama me solicitó que fuera yo quien criara a Borges en la boca. ¿Qué se había pensado esta señora?”. 

En aquel viaje por Yucatán, en agosto de 1981, Jorge Luis Borges tuvo la oportunidad de conocer rasgos de la cultura popular de la región. Además de la comida, el poeta disfrutó de la típica guayabera. Precisamente se estaba probando una que acababan de regalarle, cuando Miguel Ángel, el chofer del grupo, asignado por el Ayuntamiento, advirtió que era necesario llegar a Uxmal antes de las cinco de la tarde, para evitar el anochecer a medio camino. 

Mientras tanto, en la quinta Los Almendros, un hombre de charla torrencial trataba de explicarle a su amigo, el productor cinematográfico Manuel Barbachano Ponce, que estaba poseído por una gozosa maldición pues había vuelto a Yucatán porque “alguien me dio a beber agua de pozo”. 

Gabriel García Márquez –que a la postre sería el verdadero recipientario del Premio Nobel de Literatura el año siguiente (1982)– no era todavía la figura espectacular en que se convertiría a partir de la obtención del galardón de la academia sueca. “La estrella es Borges”, dijo en aquel entonces. 

El autor de Cien años de soledad había venido en busca de locaciones para “El verano feliz de la señora Forbes”, un cuento suyo adaptado a cine a petición expresa del director Jaime Humberto Hermosillo, quien también lo acompañaba. 

Cuando Gabo supo que uno de sus mayores héroes literarios se encontraba en Yucatán, pretendió ir tras él pero ya no fue posible. De cualquier modo García Márquez le insistió a Barbachano: “Manuel, quiero platicar a solas con Borges”. 

–De veras, Gabo, eres un caso perdido –añadió resignado el productor de cine. 

Para entonces, el poeta ya estaba en el Cuadrángulo de las Monjas en Uxmal. 

–Borges, vení. Que se nos va la última luz en estas ruinas – dijo María Kodama. 

–Bueno, aquí viene la ruina más reciente –contestó el escritor, acercándose al grupo. 

Álvarez Rendón añade: “En ese momento, la relación con Borges se volvió un hecho muy íntimo. Por su avanzada edad y su ceguera, el maestro no podía seguirle el paso a todos. Así que nos quedamos a solas, platicando. Me quedé para que Borges me entrevistara mientras su cabeza se movía en un sí perpetuo. El tema siempre fueron los mayas. Pero pronto me di cuenta que nada saciaría el voraz apetito que Borges tenía por el aprendizaje. Hubo un instante en que logré sacar la grabadora. El hombre recitó poemas, largos párrafos o letras de milongas. Le pregunté por los poetas mexicanos y no demoró en excusarse. No conocía más que a Ramón López Velarde, me dijo. Y luego sobrevino el asunto de los periodistas, al parecer sólo uno le había enojado porque había criticado su modesta casa”. 

–No saben los periodistas que yo podría vivir en un pañuelo –acotó el escritor. La historia terminaría por revelar que aquel reportero insolente, según el argentino, había sido el novelista peruano Mario Vargas Llosa, durante una entrevista que le hizo a fines de los años setenta. 

Río de Plata

Ya en confianza, Álvarez Rendón cuestionó a Borges sobre el peronismo, que tanto lo había impactado en su vida. Incluso su madre y una de sus hermanas habían sido encarceladas en una prisión de prostitutas durante ese régimen dictatorial.

Borges le contó al hoy cronista de Mérida que “una vez, en los años cuarenta, unos diputados aduladores querían ponerle Eva Perón al Río de la Plata y por ello me pidieron opinión del asunto”.

–¿Qué les dijo, maestro? –preguntó Álvarez Rendón totalmente intrigado.

–Propuse que el río se llamara Río de la Pluta. Sólo había que cambiar dos letras. La poesía está en todas partes.

Alrededor de las nueve treinta de la noche, Borges y María Kodama se retiraron a sus habitaciones en el hotel Villas Arqueológicas. Álvarez Rendón optó por regresar a Mérida. Fue exactamente en ese momento, a la hora en que el escritor y María se marcharon a descansar, cuando el rumor del suicidio de Borges empezó a incendiar no sólo el Estado, sino todo el país.

Hasta el día de hoy, Álvarez Rendón no logra desentrañar el enigma. ¿De dónde salió ese chisme malsano, que incluso orilló a la duda al comentarista Zabludovsky?

Y es que por ese tiempo se especulaba mucho con algunos versos de Borges. Existía el temor de que pudiera suicidarse, pues en un poema explicaba que no pretendía rebasar cierta edad. El caso es que esa noche, la del 28 de agosto, todo mundo parecía estar en vilo ante la posibilidad de la muerte del narrador universal.

Tanta confusión causó aquel “borregazo”, que el gobierno federal envió al día siguiente una patrulla tripulada por un destacamento de agentes de Gobernación, cuya única consigna era velar por la salud del ensayista.

Un sombrero de ala flotante

29 de agosto.

Esa mañana, Álvarez Rendón regresó a Uxmal muy temprano y, para su sorpresa, descubrió un jeep con un sobrio grupo de agentes de Gobernación, custodiando las puertas del hotel Villas Arqueológicas.

 –Nos mandó el presidente para cuidar al señor embajador – explicó uno de los custodios a Genaro Chi Peraza, un campesino al que Estela Troya, la esposa de García Videla, le había pedido varios atados de rábano y otras hortalizas.

Por su parte, Borges y María Kodama permanecían ajenos al caos de la noche anterior. No había en el rostro de ninguno de los dos la señal de la desesperación, mucho menos la amenaza de la muerte. Borges había dormido cuatro horas que, para un insomne como él, significaba una ganancia fortuita. Tenía, además, buen apetito. En el desayuno había ordenado pan tostado con mermelada, frutas y café, y no dejaba de jugar y acariciar a un loro de Guyana que el propietario del hotel había adquirido en uno de sus viajes por el Caribe.

La salida de Uxmal, con rumbo a Chichén Itzá, fue antes de las once de la mañana. Durante dos horas, María Kodama le fue describiendo a Borges el paisaje de los montes yucatecos: aves, árboles y las plantaciones de henequén se alojaron rápidamente en la imaginación argentina. Pero el calor aumentó de súbito. Fue necesario hacer una parada obligada, con el propósito de comprarle al poeta un sombrero de ala flotante y, más adelante, llevarlo al baño. María Kodama, siempre maternal, auxilió al insigne literato. Repentinamente, un mal estomacal lo aquejaba debido a la excesiva condimentación de la comida.

¿Conoces a éste?

“Fue desesperante. No encontrábamos un baño para Borges, hasta que nos detuvimos en el palacio municipal de Izamal. El maestro estaba casi deshidratado y, por suerte, ahí comenzó a recuperarse, a retomar el color. Recuerdo que saliendo de ahí, Borges tenía la boca seca, los labios partidos, quiso entonces un refresco y lo único que encontramos fue una tiendita en la que vendían aguas minerales”, sostiene Álvarez Rendón.

El periodista bajó de la camioneta para pagar la gaseosa y detrás del mostrador encontró a un muchachito preparatoriano, estudiando un libro de historia de literatura universal. Le pidió el ejemplar y buscó entre sus páginas. “¿Conoces a éste? Míralo bien”. El joven alzó la vista, recorrió con detenimiento a los pasajeros del vehículo y allí, en el fondo de la camioneta, halló al autor de los versos que lo habían embrujado durante días enteros. Apurado, el muchacho le pidió a Borges que le autografiara el libro. El maestro obedeció sonriente y quizá fue aquel instante “uno de los más emotivos para el propio poeta: supo entonces que su obra se leía también en un lejano rincón de Yucatán”.

Ya en la carretera, Borges meditó en uno de sus temas favoritos: el lenguaje. En su artículo “Un loro, un nuevo amuleto y el eco de las ruinas de los mayas”, Jorge Álvarez Rendón recreó estas consideraciones del argentino: “No me agrada el nombre: Chichén Itzá. Dos agudas no hacen buena unión. Suena bastante común. Uxmal es diferente, más suave. Hace tiempo la usé en un poema, pero suavicé el sonido y se le leía Usmal”.

El vehículo corrió bajo el mediodía de agosto y María Kodama volvió a su labor de narradora particular del escritor. Montes, albarradas y caminitos blancos aparecían y desaparecían siempre de su voz segura. Esa tarde, la comitiva del escritor retornó a Mérida. Borges todavía no se recuperaba del todo. La precaria salud del autor de Fervor de Buenos Aires hizo que García Videla tomara una decisión de última hora: un vuelo a Houston, Texas, “para que lo revisaran, por cualquier cosa”. Cuando Álvarez Rendón estrechó la mano de Borges, ya en la sala de espera del aeropuerto, sintió también que aquel hombre en verdad se estaba muriendo. Que ya no quería seguir viviendo más en ese ámbito de sombras, de noches sin tregua, distante de la luz y los colores:

“Nadie rebaje a lágrima o reproche
esta declaración de la maestría
de Dios, que con magnífica ironía
me dio a la vez los libros y la noche”.

Esa gratitud fuera de este mundo, hicieron que Álvarez tuviera una premonición: aquella no era una despedida oficial, sino el adiós definitivo de un amigo. Mientras el avión alcanzaba el cielo, el periodista trató de imaginar al maestro acomodándose junto a María, siempre pródiga en cuidados. Así, le pareció que la llegada de Borges había ocurrido mucho tiempo atrás, que todo era parte de un ayer remoto. Recordó, entonces, el bastón chino de lata, la anécdota de la tortuga en el aljibe, la guayabera cubriendo el cuerpo triste del escritor. Las imágenes se sucedieron con celeridad: Jorge Luis, el bonarense, declamador de milongas; el loro de Guyana levantado las ardientes plumas entre sus manos temblorosas o María Kodama revelándole los secretos del horizonte.

Lo evocó, después, en la lenta caminata hacia el Cuadrángulo de las Monjas o sentado en la tarde maya. Le sobrevino la cara de Huchim con una pregunta inesperada: ¿está muerto? Hoy en día, el periodista se encoge de hombros. A pesar de los años transcurridos, Álvarez Rendón suele reírse de ese pasado, sonríe hacia sus adentros, especialmente cuando recuerda aquella genial ocurrencia: que un día el Río de la Plata estuvo a punto de convenirse en el Río de la Plata. Como dijo Borges: en todas partes hay –y habrá– poesía.

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Mérida, Yucatán, 1965.
Estudió la Licenciatura en Ciencias de la Comunicación en el Instituto de Ciencias Sociales de Mérida (ICSMAC). Ejerce el periodismo y la literatura desde 1990. En 1997 obtuvo el Premio Nacional de Periodismo “José Pagés Llergo” en el género de crónica y formó parte de la segunda generación de talleristas de la Fundación por el Nuevo Periodismo Iberoamericano, creada por el escritor Gabriel García Márquez. Ha sido director editorial de los diarios El Mundo al día y Novedades de Quintana Roo, y director general de Telesistema Yucatán Canal 13. Además, ha publicado en distintos medios impresos y digitales, tanto locales, como de alcance nacional e internacional. Su bibliografía cuenta con los siguientes títulos de periodismo narrativo: La fiesta de la anécdota y otras crónicas, Todos estos años y Lobo sin luna (conversaciones con Gerardo Rod).