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Los jóvenes asesinos

26 septiembre, 2020

Marco Antonio Campos

– El fuego inapagable del pensamiento revolucionario de Roque Dalton continúa vigente en muchos que aún piensan en nuestro mundo como un sitio para vivir mejor; un objetivo que se plantea casi inalcanzable mientras haya otros cuyos intereses personales, egoístas, poco tolerantes y generosos, se contraponen, pero, en tanto se recuerde, en tanto se practique el constante rescate del olvido a estos héroes luchadores, habrá esperanza. Un poema encomioso, para los lectores de carátula, escrito por Marco Antonio Campos, poeta plenamente reconocido en el ámbito de las letras latinoamericanas, hace su parte por recordar a Dalton, trayéndonos desde la fuerza de la imagen, esa parte del asesinato del luchador salvadoreño, a propósito de mantener presente quienes fueron los culpables de su desaparición física, más nunca de su ejemplo de lucha.


LOS JÓVENES ASESINOS
(San Salvador, 10 de mayo de 1975)

Tus camaradas del errepé
ya dictaron sentencia para que
aún se oiga la marcha triunfal de
la Revolución sin minúsculas.
Digamos, cierto, que huiste de cárceles,
retardaste exilios, pero no conseguiste
dejar de ser, aún hoy, en tu país pequeñísimo,
su estrella fija en el cielo de América y de Europa.
Pero momento: tus camaradas no lo vieron así.
Fuiste sólo, o decidieron que fueras,
un bebedor descomedido, un mujeriego
irredento, un ideólogo indisciplinado quien
buscaba imponer “la guerra larga”.

Los sacan a ti y a Pancho de otra cárcel.
El joven asesino (apellídese Meléndez,
Rivas Mira, Villalobos o Rogel), te disparan
por la espalda. Disparan a Pancho.
¿Quién beberá del agua de la fuente?
¿Quién llevará el trigo a la campiña?
¿Qué verano vendrá sin migraciones?
Ya inventarán –te inventarán- por años
una fábula de crimen y traición,
que nadie les creerá, porque de sus bocas,
cada vez que te nombran,
ROQUE DALTON,
en lugar de palabras, les cae
un hilo
de tu
sangre.
Por décadas,
ha caído
de sus bocas
un
hilo
de
tu
sangre.

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Originario feliz de México D.F. (Chilangolandia), donde nació en 1949. Poeta, narrador, ensayista, promotor cultural, magnífico traductor, tiene en su currícula haber trasladado al español poetas de la talla de: Baudelaire, Rimbaud, André Gide, Artaud, Roger Munier, Emile Nelligan, Vincenzo Cardarelli, Ungaretti, Salvatore Quasimodo, Reiner Kunze y Carlos Drummond de Andrade, entre otros. Estudió Derecho en la Universidad Nacional Autónoma de México y trabajó como lector en diversas Universidades del extranjero, tales como la de Salzburgo y Viena. Fue director de Literatura de Difusión Cultural de la Universidad Autónoma, y laboró activamente en el periódico de Poesía y el Programa de Humanidades. Colaboró en la revista Proceso. Condujo un programa literario en Radio Universidad. Ha obtenido los premios mexicanos Xavier Villaurrutia (1992) y Nezahualcóyotl (2005), en España el Premio Casa de América (2005) por su libro Viernes en Jerusalén. En 2004 se le distinguió con la Medalla Presidencial Centenario de Pablo Neruda otorgada por el gobierno de Chile. Obtuvo el Premio Iberoamericano de Poesía Ramón López Velarde 2010, que concede el Gobierno de Zacatecas. Ha publicado los libros de poesía: Muertos y disfraces (1974); Una seña en la sepultura (1978); La ceniza en la frente (1979); Hojas de los años (1981); La muchacha que vino del sol (1985); Monólogos (1985); Los adioses del forastero (1996); Viernes en Jerusalén (2005). Cuento: La desaparición de Fabricio Montesco (1977); No pasará el invierno (1985), recogidos en el libro Desde el infierno y otros cuentos (1987). Novela: Que la carne es hierba (1982); Hemos perdido el reino (1987). De él dijo, el escritor y poeta nicaragüense Ernesto Mejía Sánchez: “Marco Antonio Campos es un poeta –ya es bastante-; pero también un poeta culto, lo que es más peligroso y menos poético, según algunos asnos con letras, pues que lo quisieran intonso, zafio y tocando toda la lira por casualidad. Dichosa edad en que la primera manera ingenua será superada por siete libros y la amargura. Nos felicitamos por este muchacho que desde que comenzó tenía los dientes completos y las bibliotecas bien leídas… Le dirán poeta exotista, preciosista, despatriado, desmadrado; nunca desmedrado. Le dirán también muy antiguo y muy moderno; y más muy mexicano, muy contemporáneo. Este muchacho quiere sufrir y lo conseguirá. No hay remedio contra estas cosas; es la inminencia de la catástrofe.”