Poesía: Hellman Pardo. Poemas de Física del estado sólido

2 agosto, 2021

π

π es la decimosexta letra del alfabeto griego y significa periferia. 
Si dos tangaras trinan en el borde de la acústica,
podemos decir que estos pájaros sin memoria 
están cantando dentro de π. 
Alejémonos del alfabeto griego y su fábula primitiva porque,
como el amor,
π no es solo un símbolo en la gran mentira 
que da cuerda al mundo. 
Todos los matemáticos afirman que es un número irracional,
¡Es un loco!, exclamó Leonhard Paul Euler 
cuando calculó la curva fantasmal del sol.

Como el amor, π no es solo
tres, catorcequincenoventaidossesentaicincotreintaicinco 
e infinitos números más adelante que a nadie le importan,
ni siquiera a Euler.
Este número eremita es el monje olvidado en una abadía 
donde se invoca a la muerte desde la eternidad.
Bien lo dijo Dante, señor de la asfixia,

“El amor es un metal pesado que extravía sus propiedades físicas
en un corazón insalvable”.
Ahora que hablamos del florentino
y de la demolición que suele ser el amor,
es necesario contar que fue Virgilio 
quien dibujó los círculos del infierno.
El diseño arqueado de Dante 
carecía de la medida exacta de π,
haciendo del primer borrador de la Divina Comedia 
un libro lleno de erratas.
Gracias Virgilio.

Alejémonos por un momento del alfabeto griego 
y su historia crepuscular, 
de Durante di Alighiero degli Alighieri
llamado para amigos y enemigos Dante,
también de Virgilio y de las estrellas fijas que construyeron 
su universo iluminado.
El verdadero camino hacia el purgatorio está en π porque, 
como el amor,
es la representación de una constante solitaria que se corrompe 
en el grito circular de la pérdida.


La soledad de los números primos

El destino de los números primos
es quedarse solos
Paolo Giordano

Los números primos son aquellos moluscos 
que no se tocan nunca.
Van de un lado a otro con su triste caparazón
a pasar la noche en una cantina de mala muerte.
Allí beben toda la fiebre de los hombres.

Yo soy, por ejemplo,
el número primo que vive en parasitismo 
en la sangre de otro número primo,
algo así como el diecinuevemilquinientoscincuentaitres.

Ella es el amor.
Ella es el número tres.
Nos separan diecinuevemilquinientoscincuenta números. 
A esa distancia numérica, indescifrable, 
le llaman soledad.


Ondas

El oficio de las ondas 
es golpear sin fuerza la estructura mineral de lo intacto.

Arrojo una almendra al pozo,
una tormenta al oído,
un pantano a la luz.

Las ondas, como los grabados de William Blake,
no están aquí ni allá, 
están esperando acostadas sobre un campo de sandías
a que regrese el equilibrio con su sombrero de paja. 

Los dedos lanzan, la piedra impacta, el agua cede.
El trueno cae, el ruido cruza, el tímpano oscila.
El incendio arrasa, el bosque cruje, el ojo tiembla.

Desde un clavecín sin cuerdas vocales,
arrastro a la música hacia el pozo, hacia el oído, hacia la luz 
y una onda, en mi corazón de larva, se desintegra.


El gato de Schrödinger

Cualquier gato es una paradoja 
en el pensamiento de Erwin Schrödinger.

Es miércoles once de enero de milnovecientostreintaicinco. 
Es invierno en el sacro imperio de los epitafios.
El físico austriaco encierra al gato Descartes
en la caja hermética donde su esposa guarda la cerámica turca 
y le cuelga en la cerviz una cápsula de gas venenoso.

Si la mordisquea, el gato muere al instante. 

Cualquier gato encerrado en una caja 
es un dios que no puede multiplicar los peces.

Schrödinger mira de reojo el interior de la caja 
por un minúsculo visillo.
El gato está vivo y muerto al mismo tiempo,
tendido en el suelo con sus patas estáticas al aire,
dando volteretas entre las paredes de la caja, gruñéndole al vacío, 
ronronéandole a la probabilidad y a la especulación.


Teoría del cielo

Kant, quien nunca salió de Königsberg
porque sentía el aire de Prusia como un milagro, 
publicó en milsetecientoscincuentaicinco 
la Historia general de la naturaleza y teoría del cielo.

En milsetecientoscincuentaicinco solo existían 
seis planetas y diez lunas en el sistema solar.
Kant, quien nunca salió de Königsberg
porque el mar Báltico nacía en el invernadero fluvial de su casa,
dijo que los cometas giraban al revés de las órbitas planetarias
y hacían devolver, como cronógrafos rebeldes, el tiempo.

Desde su balcón epistemológico, 
Kant escribía sobre los habitantes de Venus
y la ley de la atracción en los cuerpos flotantes
como esos perturbados anillos de Saturno,
surgidos, al parecer, en un mazo de cartas del Zodiaco.

Kant, quien nunca salió de Königsberg
porque allí servían la única cerveza negra de Alemania,
soñó a la Tierra con su propio anillo en la época de Noé. 
Hecho de agua y de una que otra piedrecilla celestial,
Kant se imaginó a Dios soplando como lobo hambriento ese anillo transparente 
para hacerlo caer sobre los embarcaderos del monte Ararat
y así formar el diluvio.

En la Historia general de la naturaleza,
Newton lloró por no descubrir todas las leyes
que rigen el espacio 
y se sintió tan poco, el muchachito. 
Kant nunca salió de Königsberg
pero veía, con su telescopio invisible, 
cómo las estrellas pendulan en la esfera hueca del cielo.

Comparte en:

Bogotá, Colombia. Entre sus reconocimientos se encuentran los Premio
Nacionales de Poesía Casa Silva, Eduardo Cote Lamus, Festival Internacional de Poesía de Medellín y Ciudad de Bogotá en 2020. Sus libros más recientes: Reino de Peregrinaciones (2018); la antología He escrito todo mi desamparo (2019), y la novela Lecciones de violín para sonámbulas. Es editor de la Revista Latinoamericana de Poesía La Raíz Invertida (www.laraizinvertida.com).