juan pablo gomez

¿Quienes hablan del pasado? Reelaboraciones discursivas y deseo mimético en el Movimiento Reaccionario, Nicaragua, 1941

27 noviembre, 2014

Juan Pablo Gómez

El presente artículo es parte de una investigación más amplia sobre el Movimiento Reaccionario, un núcleo cultural de varones intelectuales católicos, en su mayoría localizados en la ciudad de Granada — ciudad que se conoce como la cuna de la oligarquía nicaragüense.



Mi interés por estudiar este movimiento intelectual surgió cuando descubrí que su sistema de pensamiento, sustentado en el proyecto hispano-cristiano entonces en boga en varios países de América Latina, empalmó con los primeros años de lo que en Nicaragua conocemos como la dictadura somocista (1936-1979). Posteriormente, leyendo varias de las publicaciones en las que estuvieron involucrados sus miembros—libros individuales y colectivos, periódicos y revistas nacionales— empecé a considerar que su pensamiento era altamente decidor de los puntos de contacto entre cultura y política en Nicaragua y, específicamente, de las maneras en que como sociedad hemos razonado modelos de gobernancia, autoridad, nación, masculinidad y sus articulaciones. Con el estudio del Movimiento Reaccionario mi propósito es mostrar que los modelos de gobernancia derivan de razonamientos en torno a las relaciones entre autoridad y cultura. Es decir, resultan en buena medida de una interrogación en torno a qué forma de gobernancia y autoridad requiere y es oportuna para una cultura específica. Los intelectuales tienen un rol importante que jugar: producen discusiones y validaciones y las hacen circular en los espacios públicos. Mi reto entonces es probar que el Movimiento Reaccionario fue parte activa de esas discusiones, configurando su propia propuesta al respecto. También lo es convencer de que su pensamiento tiene importancia no solo como conocimiento del pasado, sino que concentra prácticas y patrones culturales que perviven hasta el día de hoy en la cultura nicaragüense.

En las siguientes líneas me concentro en analizar la revisión y reelaboración del pasado que realizaron los miembros del Movimiento Reaccionario. Para ello me apoyo en el libro colectivo titulado Anhelos, Bajo el signo de Santiago. Este es una pequeña pero muy ilustrativa y sugerente publicación que salió a luz pública en 1941. Se publicó con el propósito de conmemorar el 449 aniversario del llamado oficialmente ‘descubrimiento y conquista de América’. En esta publicación colaboraron gran parte de los miembros del Movimiento. Como podemos imaginar, la labor escrituraria conmemorativa es un excelente espacio documental para responder qué discurso construyeron los Reaccionarios sobre el pasado, qué usos hicieron de los mismos y cómo establecieron diálogos entre pasado, presente y futuro.

Anhelos, Bajo el signo de Santiago es un título muy decidor del proyecto Reaccionario. La palabra anhelo me sugiere que escriben con un deseo. La mención de Santiago como signo, por su parte, me proporciona las coordenadas geopolíticas de sus propósitos, un punto de partida y de llegada histórico y cultural. Cómo no recordar al respecto el pasaje de Sergio Ramírez en su Señor de los tristes, en el que nos recuerda que, “en las crónicas de la conquista, delante de los soldados españoles peleaba Santiago a caballo contra los indios, como había peleado contra los moros, matando él solo a muchos cientos” (Ramírez 25). Pongamos mucha atención a este pasaje de Ramírez, pues tal y como señala Héctor Domínguez Ruvalcaba en su estudio sobre masculinidades en el México contemporáneo, las representaciones masculinas se describen en contextos históricos y culturales que hacen posible su percepción(Ruvalcaba 11). Recordando los estudios de masculinidad de Robert Connel, es en tales contextos en los que emerge y se consolida una posición de género. Santiago adquiere una posición de género en la medida en que su carácter y agencia cultural e histórica se define en el contexto de las luchas de los españoles contra otras culturas.  Ya sea contra los moros en España, o contra los hombres indígenas en América, Santiago adquiere agencia cultural en una posición política, bélica y de género. Pertenece al grupo de los hombres victoriosos, dominantes. Es desde esta posición de dominancia de género que Santiago se convierte en representación de la hispanidad y la catolicidad; signo instituidor de  sociedad, de pasados/futuros. Santiago es el predicador del evangelio, intérprete de la palabra de cristo; el guerrero que salvó con su aparición las batallas contra moros e indígenas; el patrón protector de España—signo conquistador, nación de los ‘héroes conquistadores’—así como también de varias ciudades latinoamericanas. Es, por tanto, signo fundador. Santiago reúne el poder religioso, político y bélico, prácticas que a través de su representación y perduración en el tiempo adquieren carácter masculino.

El punto de llegada y anhelo de los Reaccionarios era la hispanidad, configurar alrededor de ella la identidad cultural nacional y el futuro de la sociedad nicaragüense.  Así lo afirmó Francisco Gutiérrez en su colaboración para esta publicación del Movimiento cuando afirmó que, “el destino de la Hispanidad es nuestro destino” (29). ¿A qué se refería Gutiérrez cuando hablaba de hispanidad? La propuesta del ideólogo hispanista español Rodrigo de Maeztu, fue de gran influencia para los intelectuales nicaragüenses que siguieron el hispanismo. En su libro Defensa de la hispanidad, Maeztu afirmó que hispanidad era el concepto que abarcaba a “todos los pueblos que deben la civilización o el ser a los pueblos hispanos de la península” (Maeztu 20).

La hispanidad fue un concepto propuesto por Zacarías de Vizcarra, sacerdote español residente en la argentina y que Maeztu conoció al fungir como embajador en Argentina de la dictadura de Primo de Rivera. Vizcarra propuso el concepto de hispanidad en 1926 en El eco de España, un semanario publicado en la ciudad de Buenos Aires, como alternativa a la celebración del ‘día de la raza’. Para Maeztu, la hispanidad no era, ni una ‘raza’, ni una geografía definida. ‘Hombres’ de varias ‘razas’ y múltiples geografías encontraban su unidad en el concepto de hispanidad—“los climas de la Hispanidad son los de todo el mundo” (20), afirmó Maeztu. Lo que brindaba entonces carácter de unidad a los pueblos de la hispanidad era lo siguiente:

Todos los pueblos de la Hispanidad fueron gobernados por los mismos Monarcas desde 1580, año de la anexión a Portugal, hasta 1640, fecha de su separación, y antes y después por las dos monarquías peninsulares, desde los años de los descubrimientos hasta la separación de los pueblos de América. Todos ellos deben su civilización a España y Portugal. Todos ellos conservan un sentimiento de unidad (Maeztu 21).

Una de las estrategias que los Reaccionarios pusieron en marcha para instituir y sedimentar esas coordenadas geopolíticas fue entablar una discusión sobre el pasado del país orientada a producir un nuevo sentido y lógica del mismo. Anhelos, Bajo el signo de Santiago, es un excelente archivo documental para entender dos cosas al respecto: que esta discusión se llevó a cabo en el terreno de las producciones culturales textuales; que la lucha por redefinir los sentidos del pasado nicaragüense fue uno de los principales campos de intervención de este movimiento cultural. Los Reaccionarios escribieron profusamente sobre ‘nuestra verdadera historia’, tal y como lo demuestra el editorial de Anhelos, Bajo el signo de Santiago, que muestro a continuación:

Bajo el signo de Santiago se hizo el descubrimiento y la conquista de América. Se escribió nuestra historia, nuestra verdadera historia—hispana y cristiana.

Con la cruz de los misioneros y la espada de los conquistadores se hizo la Hispanidad. El signo de Santiago lo tenían las velas y lo llevaban en su pecho los conquistadores. Esta es la figura de nuestra buenaventura, reza la leyenda de las cruces rojas de las carabelas descubridoras. Bajo el signo de Santiago se construyeron las ciudades del Imperio: Santiago de los Caballeros de León, Santiago de Cuba, Santiago de Chile—flores de la cultura. Esta es la buenaventura de la hispanidad. Bajo el signo de Santiago—hace 449 años—nacimos a la civilización. A. Cristo. Por Cristobal Colón. Hoy aniversario y memoria de aquel feliz arribo—12 de octubre de 1492—lanzamos—cual grito de Rodrigo de Triana—este manojo de ANHELOS que, nosotros—marineros y conquistadores escribimos bajo el signo cruzado y caballerezco del Apóstol Santiago (Anhelos n. Pág.).

Quiero llamar la atención sobre el tono y el gesto argumentativo del editorial. El interés que veo en el editorial es definir cuál es el verdadero carácter o naturaleza del pasado. Como decimos popularmente, el objetivo era decir la última palabra sobre el tema. Este tono argumentativo tiene un propósito definidor del pasado. Pero, ¿por qué era tan importante definir el origen, el punto de partida de la historia? Principalmente porque los usos del pasado dependen de este cierre interpretativo. El interés no fue tanto aportar a una discusión sobre el pasado, como sí sedimentar e instituir una manera única de referirse al mismo.

El editorial también me informa de quiénes, cómo y cuándo se hizo la historia de América. El punto cero, el origen de la historia de América fue el ‘descubrimiento y la conquista’. Fue, también, el nacimiento de sus territorios y poblaciones a la ‘civilización’. Interpreto este gesto argumentativo como parte de los mecanismos de extracción de bienes materiales y simbólicos que caracterizó la conquista y la colonia, período que para los Reaccionarios fue de ‘buenaventura’. El discurso no extrae recursos materiales pero sí bienes culturales e históricos de culturas que existían a lo largo y ancho del continente antes de la conquista. Ojo que en el discurso Reaccionario se trató de ‘descubrimiento y conquista’ y no choque violento de culturas y conquista militar, tal y como por ejemplo lo señala Enrique Dussel en sus reflexiones sobre la modernidad eurocéntrica (Dussel 41-52).

Para los editorialistas, los sujetos de ‘nuestra historia’ son hombres de cultura católica. Hay dos signos predominantes al respecto. El signo de Santiago, bajo el cual se realizó el ‘descubrimiento y conquista de América’, el nacimiento a la civilización y, posteriormente, se fundaron las ‘ciudades del imperio’. Santiago es el primer hombre a través del cual se hace y escribe la historia. Su espíritu reencarnó en una genealogía que va desde los conquistadores y los misioneros, hasta los nuevos conquistadores que eran quienes con la pluma luchaban por reinstituir el proyecto imperial hispano-cristiano. Si los conquistadores del siglo dieciséis tenían en su pecho el signo de Santiago, los del siglo veinte preservaban su espíritu en la labor escrituraria. Ellos forman el segundo signo, la cruz y la espada, la primera de los misioneros y la segunda de los guerreros conquistadores. Ambos signos, Santiago y los Reaccionarios forman una línea temporal que postula al género masculino como el productor de historia.

Pienso en las conocidas palabras del novelista George Orwell cuando afirmó que quien controla el pasado controla el futuro. Y quien controla el presente controla el pasado. La reescritura del pasado en la que tanto empeño pusieron los Reaccionarios y el control en la interpretación del pasado que vemos en estos pasajes, estuvo vinculada a consolidar su posicionalidad en la Nicaragua de los años treinta y cuarenta. Para tal empresa, se identificaron con un pasado imperial y se consideraron herederos y continuadores del mismo. No encuentro en su producción cultural rastro de una subjetividad herida por la colonización, como sucedió en muchas producciones culturales latinoamericanas. Su pluma es la de quien tiene nostalgia de un pasado imperial, se siente parte del mismo—es decir, parte del imperio y no sujeto colonizado por el mismo— y trata además de limpiarlo de cualquier responsabilidad histórica para posteriormente revitalizarlo.

La identificación de los Reaccionarios con un pasado imperial no fue neutral en términos de género. Su empatía fue con una historia cuyos protagonistas son todos hombres configurados a través de una serie de prácticas sociales: luchadores, conquistadores y caballeros de profunda fe católica—cuando no santos o apóstoles de la iglesia. De la misma naturaleza debían ser los ‘apóstoles’ escogidos para emprender la reconquista. Al respecto vale mencionar que los Reaccionarios fueron descendientes de los Caballeros Católicos, grupo exclusivamente de varones organizado en la misma ciudad de Granada. La configuración de prácticas intelectuales aquí no puede desentenderse del colonialismo. Este último le brindo, más bien, carácter inteligible. Esto es problemático si consideramos que tal situación perpetuó la dependencia cultural de lo colonizado con las identidades geoculturales imperial/coloniales.

Los Reaccionarios se autodesignaron como parte de un nosotros enunciativo—‘marineros y conquistadores’—que protagonizaban una nueva historia bajo el mismo signo político, religioso y de género. Su anhelo era continuar la labor cristiana y civilizadora iniciada 449 años atrás. Su lucha no sería ya entablada con la cruz y la espada, como lo hicieron misioneros y conquistadores. La suya se daría en el terreno de la cultura. Aunque estas luchas políticas, religiosas, militares y culturales, se producen en distintos momentos históricos, tienen una misma posición de género consistente en la dominación de un grupo cultural de hombres, tanto sobre otros hombres como por sobre mujeres. Tal y como afirma Connel, el género se organiza en prácticas simbólicas que permanecen y duran en el tiempo. Parte constitutiva de estas prácticas fue revestirlas de un carácter de santidad. Fueron nuevas cruzadas; ya no transatlánticas, sino nacionales; ya no respecto al nacimiento de una nueva cultura—la mestiza—sino en torno a la revigorización de una única y verdadera forma de cultura—la hispana y cristiana. Al autodesignarse como continuadores de una posición de género, los Reaccionarios produjeron un fuerte amarre de poder-como-cultura que aportó a la sedimentación de la dominación de esta posicionalidad en la sociedad nicaragüense.

Definir a los conquistadores como los productores de la historia, y mimetizarse en ellos, les permitía hacerse un lugar propio en la historia del país y en los debates culturales que entonces existían. Tal y como lo afirmó Gutiérrez—el mismo que como vimos antes dijo que la hispanidad era ‘nuestro destino’—los Reaccionarios eran continuadores de una guerra de conquista guiada por los mismos símbolos y coordenadas pero planteada en la Nicaragua de 1940. Leámoslo a continuación:

Rutas trazadas por la mano de Dios para que cruzaran veleros cargados de eternidad—rosa y avemaría empujados por los vientos universales, compañeros de Almirantes y de Capitanes—genial aventura—repleta de sueños teológicos y de cruentos sacrificios. Destino de un Imperio misionero que enviaba ejércitos a conquistar almas y tierras salvajes para el servicio de Dios.

Hoy, la misma brújula y el mismo horizonte, guían siempre las tres carabelas de la nueva catolicidad conquistadora—cual tres reyes magos—hacia esta América, donde se librarán las nuevas y últimas batallas de la Cristiandad amenazada.

Y hasta entonces, como en los tiempos venturosos de la Conquista, la desnudez continental que hoy padecemos—análoga a la de la selva— será cubierta con el principio moral y eterno de la civilización occidental, de la civilización hispánica, con cimientos de Cruz que redime, de Verbo que evangeliza y de Espada que reconquista (Gutiérrez 29).

En este pasaje me encuentro con el sentido de alarma por la pérdida de una cultura. La cultura bajo amenaza era la cristiana que recorrió rutas transatlánticas para imponerse de forma violenta sobre las culturas nativoamericanas. Era, justamente como lo dice Gutiérrez, la catolicidad conquistadora. Ahora América resulta ser considerada el terreno donde se libraba una batalla cultural por evitar su pérdida. De este pasaje me interesa resaltar cómo el sentido de amenaza fue una estrategia discursiva que activó luchas culturales, localizó sujetos para combatirlas e incluso el mismo material simbólico de las luchas. En el pasaje de Gutiérrez, la imagen paisajística de una desnudez continental análoga a la selva evoca un cuerpo—¿femenino?—desprotegido y un tiempo pretérito a la colonización.  Es la configuración de un paisaje necesitado de una intervención heroica y salvadora, tarea que únicamente podía desempeñar la ‘civilización occidental’, ‘hispánica’, a través de las mismas herramientas de lucha: la religión católica, el castellano y la violencia como canon de poder y autoridad. Cada una de estas tareas—la evangelización y el ejercicio del poder y la autoridad—fueron atribuciones masculinas. Por tanto, el manto protector que salvaría a una América desnuda y desprotegida era el ofrecido por un cuerpo masculino a otro femenino.

Tanto el pasaje de Gutiérrez como los anteriores son ejemplos concretos y contextuales de cómo se amarran los pactos patriarcales que sedimentan la dominación de los hombres. Celia Amorós, en su conocido trabajo, Violencia contra las mujeres y pactos patriarcales, señala la importancia de los “mecanismos de autodesignación para marcar la pertenencia al conjunto de los dominadores” (Amorós 40). Tal pertenencia, señala la autora, es de carácter práctico, pues “el conjunto de los varones como género-sexo no está nunca constituido, sino que se constituye mediante un sistema de prácticas, siendo la de autodesignación la que desempeña a su vez el papel de articularlas” (40). Siguiendo a Amorós, podemos ver las rutas genealógicas entre Santiago, conquistadores, misioneros y Reaccionarios como la línea que establece las lógicas de la autodesignación. En mi caso de estudio, tales prácticas fueron fundamentalmente retóricas y transtemporales. Retóricas porque el pacto entre caballeros reaccionarios y conquistadores se materializó en el terreno de lo discursivo. Y transtemporales por su hilaridad pasado-presente-futuro. Así, los Reaccionarios elaboraron sus propias prácticas de autodesignación para marcar su pertenencia al conjunto de los dominadores, y proyectarse como herederos y continuadores de un “patrimonio del genérico” (Amorós 41).

AGUILA BAJO EL SIGNO
El Movimiento Reaccionario identificó en estas empresas la direccionalidad y el productor de su propia historia. La localización de un sujeto y una trama histórica sirvió al propósito de configurar una posicionalidad de género como sujeto cultural. Por otra parte, el pacto patriarcal no puede desligarse aquí del patrón de poder imperial/colonial. No es cualquier sujeto el que los Reaccionarios reconocieron como capital humano y cultural sino uno colonizador y católico.

En base a lo anterior puedo postular que los Reaccionarios constituyen un sujeto que reprodujo la colonialidad del poder y la de género en la historia cultural nicaragüense.  La primera porque a través de su cultura mental reprodujeron un patrón de poder surgido con la expansión colonial europea y que, como lo ha explicado Aníbal Quijano, también implantó la hegemonía mundial del eurocentrismo en las relaciones culturales e intersubjetivas (Quijano 378a). Sabemos muy bien que el término colonialidad se deriva de un patrón de poder mundial que, como acabo de decir, surgió con la expansión colonial y la conquista de América, y que, sin embargo, logró expandirse más allá de la colonia como régimen político administrativo (Quijano 201b). La lucha cultural de los Reaccionarios fue por la restitución de ese patrón de poder colonial en una realidad nacional. Querían en concreto restituir la unidad imperial española articulada en el catolicismo, el castellano y la gobernancia imperial/colonial. Subrayo el carácter aporístico de esta situación, esto es, una realidad nacional en la que se posicionan con fuerza culturas mentales coloniales. En ese sentido los Reaccionarios fueron profundamente eurocéntricos, si por ello entendemos una cualidad y un modo de conocimiento no exclusivo de los europeos sino, como bien claro deja Quijano, “del conjunto de los educados bajo su hegemonía” (343a).

Sin bien en su producción intelectual Quijano reconoce que “las relaciones de género fueron también ordenadas en torno a la colonialidad del poder” (377a), no es él sino María Lugones quien mejor me ayuda a explicar la segunda parte de mi postulado y cómo el sistema de género moderno/colonial está anudado a un ‘patriarcado blanco’ (Lugones 76). El trabajo de esta académica ha complicado y enriquecido los aportes de Quijano, complejizando el sistema de género derivado de las experiencias coloniales. Como mencioné antes, mi postulado es que los Reaccionarios aportaron no solo a la reproducción de la colonialidad del poder, sino también a la colonialidad del género. Y es que con la difusión de una cultura y subjetividad colonial, este movimiento sedimentó las diferencias y jerarquías de género que produjeron los procesos colonizadores a nivel global en general y en América en particular.

Recordemos que la lucha cultural de los Reaccionarios fue por la restitución de un reino celestial y terrenal guiado y protagonizado por hombres. Desde la figura de Dios que difundieron, hasta la de los santos, ejércitos, misioneros y conquistadores que viajaron por el océano, fueron todas identidades de género cuyo lugar en la historia colonial está incompleto sino mencionamos su participación en la violencia de conquista, en el intercambio asimétrico de cuerpos sexuados, y en la violación de los cuerpos femeninos con propósitos políticos. Incluso el mestizaje mismo como mezcla conflictiva producto de la violación de las mujeres indígenas. Así las cosas, el proyecto de reconquista cultural como continuación de la colonización significó revivir el trauma colonial y reinstalar la subordinación de género como política cultural—lo que es otra evidencia del establecimiento de un ‘pacto patriarcal’. Fue remitirse a la colonización como un proceso dual, tal y como señala Lugones: uno de inferiorización racial y otro de subordinación de género (86).

Las textualidades reaccionarias, al tener una posición de género—santos católicos, conquistadores, misiones y colonizadores—como la que escribió ‘nuestra historia’, sedimentaron la dominación masculina/colonial y, por tanto, la subordinación de las mujeres en todos los aspectos de la vida social. La ‘nueva catolicidad conquistadora’ y las ‘batallas de la cristiandad amenazada’ de la que habló Gutiérrez en el pasaje antes expuesto para señalar la lucha cultural del Movimiento Reaccionario, es ejemplo cómo en la labor escrituraria se establecen pactos patriarcales y prácticas de autodesignación que marcan la pertenencia de los varones intelectuales al grupo genérico dominador.


Bibliografía:

– Cuadra, Pablo Antonio, Cabrales, Luis Alberto, Munguía Novoa, Juan, Mejía Sánchez, Ernesto, Icaza Tijerino, Julio César, Pérez Estrada,    Francisco. Anhelos, Bajo el signo de Santiago. Masaya: Taller tipográfico San José, 1941.
– Ramírez, Sergio. Señor de los tristes. Sobre escritores y escrituras. Puerto Rico: Universid ad de Puerto Rico, 2006.
– Quijano, Aníbal. “Colonialidad del poder y clasificación social”. En: Journal of World System Research, VI, 2, Summer/fall 2000, 342-386.
– “Colonialidad del poder, eurocentrismo y América latina”, en Edgardo Lander (Comp.), La colonialidad del saber: eurocentrismo y      ciencias sociales, perspectivas latinoamericanas. Buenos Aires: CLACSO, 2000 (2003).
– Maquieira, Virginia, Sánchez, Cristina (comp.) Violencia y sociedad patriarcal. Madrid: editorial Pablo Iglesias, 1990.
– Lugones, María. “Colonialidad y género”. En: Tabula Rasa. Bogotá, No. 9: 73-101, julio-diciembre 2008.

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Licenciado en Ciencias Jurídicas por la Universidad Centroamericana (UCA) y Maestría en Ciencias Sociales por el Programa Centroamericano de Postgrado de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO).

Actualmente es investigador y profesor del Instituto de Historia de Nicaragua y Centroamérica, Universidad Centroamericana (IHNCA-UCA).