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Selección poética

30 enero, 2015

Jorge Campos

El amor y la vida, y la soledad y la muerte, son dos grandes temas presentes en la poesía del escritor Jorge Campos (1987), a como bien confesara en una entrevista reciente, “el amor es capaz de destruir y hacer ruinas aquello que toca”. De este joven escritor nicaragüense, todavía inédito, compartimos una muestra de su poesía.


Jorge Campos, Managua

Credo

Ella es el mundo que otros desgarramos
José Emilio Pacheco

Creo en la piedra que se lanza desde el espacio
para hacerse arena frente al mar.
Creo en la piedra antigua que la palabra usa para esculpirse universo,
y es llave que abre el sepulcro en la gran victoria sobre la muerte

se despedaza
y fracciona
como cráneos que se parten
al ocaso del pensamiento en el cosmos sacrosanto

la poesía es piedra que agrieta,
y vuelta pan del desierto
vislumbra desde el fondo de la propia existencia
provocando nueva luz de luz,
fuego inconsumible:
combustión de vida.

Éxodo

El único remedio contra los amores
sería matarlos.
C. Martínez Rivas

Sólo supe de miradas debajo del mar
al entregarme en el verbo
de la boca de un pez plateado
que enerva olas.

Tu voz partió el mar en dos
colmando cavernas transparentes
para cruzar desde el otro lado,
y fue tu boca la que arrancó
el esqueleto de mi cuerpo
lanzándolo fuera del agua
a caer en playa blanca de peces muertos.

Extracto de vida

Es mi semen el que brota
de tu boca virgen
como araña extraviada
que por accidente recorre tu pecho abierto

Gotea la espesa vida blanca
el secreto que es mío
y es mi reino.

Condenación

Me dijeron que no existe un Dios
que abrace a hombres que se entregan a otro hombre,
que no he hecho más que enterrar el puñal
de la mentira en mi pecho hueco
donde habitan mil plegarias anónimas,
pues la voz del pecado no reverbera
en este templo de columnas agrietadas.

Me dijeron que el Verbo no da tregua
a quienes estallan actos
de amor, y abrazan su reflejo en las llamas
del reino sin nombre.

Me dijeron que el pene es envuelto por el Diablo
bajo el manto de la bruma del engaño,
como títere de madera gruesa y dura
que se arrastra y succionan
demonios en un teatro antiguo.

Dijeron que soy sólo una infame presa
empañada de pensamientos confusos
hasta reducirla a muerte;
muerte del madero de brazos abiertos
que se erige en el patíbulo de los tres acusados,
muerte de las aves acorraladas en un campo de minas,
muerte en las llamas de la hoguera de la blasfemia,
muerte de la vida sedienta de amor mutilado,
muerte de la farsa de un cuerpo débil del oprobio,
muerte desde el centro de las olas que rompen en mi boca contenida por besar.

No existe alma, no existe
la voz sempiterna que habite el hueco del pecho.

Un golpe frío en el misterio de la noche
me despertó y acorraló en una esquina de mi cama,
y como despojo temeroso de una epifanía
el relámpago de una voz de fuerza insondable me dijo:
«Yo no soy de este mundo».

La tarde es glorieta

Wherever I am
I am what is missing.
Mark Strand

Siento que perdí un reino
y con el paso de los años fue mi cuerpo
la fruta magullada que sucumbió a la gravedad del silencio

y siempre
el aire ingresa
a llenar los espacios
donde ha estado mi cuerpo

Ahí donde me atrevo a ser más que piel
la memoria me desnuda y me obliga a ser sombra
y empiezo a querer viajar en aquella lancha envejecida
bajo un cielo gris
sobre las aguas café del Río Rama,
sentir nostalgia del soplo de dioses ,
de árboles místicos en las riveras que no delimitan el fin.

Ese puente de agua,
ese olor a tierra húmeda,
esa incertidumbre de no saber la hora
porque el sol está empañado detrás
de un manto fresco.

Tengo nostalgia de la efervescencia de la tarde,
de la música de la vida estacionada
en la selva profunda
donde habitan los pájaros cantores del exilio.

Todo huele a vida.
Tengo razón para moverme
y estoy ausente.

Tengo nostalgia
de lo que nunca he vivido.

LA CIUDAD ESCONDIDA

Las distancias apartan las ciudades,
las ciudades destruyen las costumbres.
J. A. J

Una ciudad se esconde. Si no fuera por los saltapiñuelas que buscan asilo allá al otro lado del volcán Momotombo que protege al lago, se enfrentaría al apacible abandono. Llegaban amantes, ahí alejados del ruido, detrás del cerro, a explorar sus manos y amasar sus cuerpos en el suelo cubierto de flor de Malinche, lugar donde se es más fácil amar. Ahí se esperaba una palabra que alimentara la esperanza en secreto de un amor inagotable, aunque por caprichos de la vida jamás sucediera. De pronto desde la lejanía se escuchaba el murmullo del lago mientras se penetraban y hacían de sus cuerpos nuevas colonias; la conquista donde su bandera se izaba imponente entre gemidos. El hálito de brisa y el trino alegre de una bandada de saltapiñuelas develaban la tarde y pintaban olas tenues en el cielo. Ambos reconocían sus cuerpos desnudos con labios húmedos, como si el cuerpo fuera lago. Nadie más encontraba esta ciudad si no fuera por error de camino. No existía el temor a ser vistos, eran pocos los que entraban y reconocían en ella el campo de victoria donde la tierra calla ante la vida que sucede de pronto, salvo los pájaros cantores que regresaban a sus casas. La lista de los nuevos amantes que llevaba a la ciudad escondida se ampliaba como árbol de muchas ramas, sin que uno se diera cuenta del otro. Se entregaban en silencio donde se oculta la tarde del lago, donde sus nombres permanecen en exilio, y la libre existencia vence al miedo.

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