6. La puesta en escena
1 agosto, 2007
Hemos visto que mediante el movimiento y la selección de imágenes significativas, el cine no sólo reproduce los acontecimientos reales como una simple copia o calco de lo real, sino que los traspone dándoles un sentido a partir de la objetividad real. Este intervalo entre realidad objetiva y su imagen visual es el que imparte al lenguaje fílmico su carácter artístico mediante sus propios medios expresivos. El árbol, re-producido en los planos de una secuencia cobra, en la imagen fílmica dotada de movimiento y en una especial atmósfera dada por el contexto narrativo, una nueva significación; es decir, el “árbol” cobra aquí una importancia dramática que antes no tenía. Vale como figura, pero al mismo tiempo como signo. El hecho fílmico sólo puede dar significados cuando se integra a un ambiente determinado a un sentido y a un narrativo propios.
Y lo que se comenta a propósito de la simple imagen del árbol, qué profundidad no adquiere cuando se trata del rostro humano. El cine, como la pintura y la escultura aunque en otra dimensión, descubre la expresividad, los infinitos matices del rostro. Es su descubridor. Roland Barthes escribió en su libro Mitologías un texto admirable sobre el rostro de Greta Garbo: una exaltada celebración a la belleza en estado puro.
En estas páginas célebres Barthes dice: “Garbo pertenece aún a ese momento del cine cuando la captura del rostro humano arrojó a las multitudes a la más grande turbación antes jamás sentida, como en un filtro esa imagen de un rostro perfecto nos fascina como la imagen humana total; una imagen que representa una suerte de estado absoluto de la carne, el encantamiento de la belleza corpórea que opera como un embrujamiento del cual ya no se puede salir.”
Y Barthes continúa: “Algunos años antes de que el rostro de Rodolfo Valentino arrastrara a los suicidios, el rostro de la Garbo pertenece aún al mismo reino del amor sublimado que, sin dejar de ser carnal, genera sentimientos místicos de perdición. (…) Este rostro de extrema belleza perfecta y efímera, este rostro de tótem…”.
Y Roland Barthes concluye: “Este rostro que uno contempla como un bloque de belleza pura, no dibujado sino más bien esculpido; este rostro inaudito de frialdad marmórea: este rostro como vaciado en yeso a la perfección arquetipal, que sólo tiene su réplica opuesta en las facciones enharinadas de Charlot…”
Esta analogía tendida entre Chaplin y Greta Garbo une en verdad las dos personalidades dominantes de un siglo de cine, estas personalidades que encarnaron las cualidades más genuinas del cine: el autor-demiurgo, a la vez creador y actor, y la belleza y el misterio de la Star absoluta.
A partir de este descubrimiento del rostro humano por el cine, la puesta en escena del film encontró una de sus claves centrales: esa en que el artificio y espontaneidad se imbrican de tal modo que el hecho estético logra en tal equilibrio su autonomía y vida propia. Es aquí donde puede apreciarse el papel del guión como factor decisivo en la elaboración del film, su eficacia no radica en describir “todo lo que ha de suceder en la pantalla”, en proporcionar al realizador esta planificación integral imposible. Su finalidad es aportar las líneas generales de la planificación y dentro de ellas apuntar los detalles significativos, los verdaderos núcleos dramáticos y expresivos de la narración cinematográfica tanto en el desarrollo de una historia argumental con intriga y desenlace clásicos como en las narraciones más abstractas sin argumento ni desarrollo aparentes.