Amor filial en «Mi madre», de Richard Ford
31 mayo, 2015
Corea Torres
– La perspectiva narradora de un escritor, evidentemente se subordina a los sentimientos propios cuando las referencias a las que alude son las de su familia, y más si es en línea directa. Richard Ford asume las consecuencias de su trabajo escritural en el testimonio novelado Mi madre, publicado por Anagrama en español, donde desgrana la experiencia compartida de la relación madre – hijo, siempre tan compleja, así lo observa Corea Torres, quien arroja elementos reflexivos para penetrar en esta obra de intensos recovecos existenciales.
Observador, esa es la palabra que, creo, adjetiva la característica esencial de Richard Ford, este escritor norteamericano vanagloriado por otros colegas suyos de gran importancia, quienes lo colocan en un sitial muy elevado de la literatura actual.
Ford posee un historial literario consolidado en el ámbito artístico de su país y ya traspasa las fronteras, una muestra de ello lo da con este libro entrañable por el asunto de que trata: ni más ni menos su relación con la persona que lo trajo al mundo. Quiero creer que, además de referir la historia de esa mujer, de recrearse en el perfil de su personalidad desde la perspectiva tan cercana de hijo, le rinde un postrer homenaje, con todo y las desavenencias posibles entre ellos cuando convivieron, pero que no obstaculizó el singular cariño cobrado por Ford ante la figura materna.
Siempre un reto buscar la reconstrucción de los caracteres supuestos del ser querido, detenerse a reconocer las hendiduras por donde asomarse a la intimidad y así explorar en los defectos tanto como en las virtudes, a fin de amalgamar la figura de ese ser que representa el icono genético de la raíz, y sobre todo encontrar el trato justo a su persona, sin evitar los riesgos de herir la propia susceptibilidad y la de aquellos que, como quiera que sea, acompañaron la existencia de la susodicha.
Prácticamente imposible retraer la subjetividad, es él y su madre, nadie más, la cercanía es inevitable, estrecha a más no poder, aún cuando puedan existir diferencias irreconciliables los amarres sentimentales y de la emoción persisten, no pueden soslayarse, de ahí entonces que practicar la recopilación y escritura de la relación, conlleva acaso ciertos intríngulis, conflictos interiores bastantes complejos de quien los aborda, como quiera que sea lo que se escribe deberá ser sopesado por el autor con la más exquisita delicadeza, pese a algunas sórdidas experiencias y aquellos secretos familiares implícitos en la célula.
La lectura de Mi madre, por momentos me acerca a dos viajes: a las profundidades interiores que emprenden el personaje en cuestión Edna Lavon Atkin, y el autor: su hijo, y al periplo externo, también realizado por los dos, consecuencia de las tantas mudanzas que, por las circunstancias de trabajo del padre de Richard, antes y después de su repentina muerte, condujeron al autor y a su madre a diferentes itinerarios colmados de los avatares lógicos y de escaseces y heridas, ante la ausencia de la figura paterna.
Edna al principio, como también después del inesperado fallecimiento de su pareja Parker Ford, para efectos de manutención de Richard, que hubo de realizar, se vio en la necesidad de andar rolando por pueblos y ciudades circunvecinas a modo de encontrar los elementos de la subsistencia, así entonces los paisajes de esas mudanzas son un recuerdo imborrable en la mente de un niño, posterior adolescente, cuyo registro atesoraba sin ni siquiera saber para qué; sobresalen Little Rock, El Reno, Davenport, Des Moines, Kansas City, en una primera etapa de Edna con su respectiva mamá, y posteriormente Morrilton, Arkansas, nuevamente Kansas, Mississippi y Jackson.
Richard Ford refiere que luego después de desaparecer su padre le cambió todo, y lo que es más extraño, en muchas cosas para mejor. Aunque no para su madre. “En lo que a ella se refiere, nunca nada volvería a estar del todo bien. Una parte importante de la vida se acabó para ella el 20 de noviembre de 1960. Él había sido todo para ella y todo lo que estaba naturalmente implícito se hizo de pronto explícito en su vida. No estaba preparada para eso ni le interesaba estarlo. Así, de una manera que hoy veo clara y veía entonces casi con la misma claridad, se rindió”.
Y parece ser que en definitiva la experiencia de estar compartiendo con su madre, además del pan y la sal, una suerte de relación madre-hijo sui géneris, porque ella de algún modo desatendió esa parte afectiva, aunque a Richard le cueste aceptarlo, porque resarce la, digamos, mala percepción, contando por otro lado los procesos vivenciales y domésticos como además los laborales, para no dejar desprotegido del todo a Richard, quien por su lado también desarrolla una forma de subsistencia, que lo lleva a alejarse de Edna mientras se larga a estudiar a la Universidad y busca su vida, hasta que se casa, entonces la relación entre ellos como que adquiere otros caracteres que son observados por la minuciosa lente de un escritor: Richard Ford, personaje también del memorialístico texto y aprovecha la experiencia para novelarla, sacando este libro en el cual da cabida, como usted quiera verlo, al reconocimiento, respetando a rajatabla la conducta, sentimientos y obsesiones de su madre.
De momento se me ocurre que esta novela –realmente no sé si clasificarla en ese género por el aspecto de memorial-testimonio con que se emprende-, se circunscribe a una actual corriente literaria, en que los escritores toman su vida y lo que acontece a su alrededor, para desarrollar ficciones desde una primera persona: voz narrativa por demás confesional pero que imprime verosimilitud y realismo tan cercano a nosotros, que no nos queda más, después de la lectura, que aceptar la premisa: eso nos sucede a todos. Entonces a partir de esa aceptación nos contestamos aquello inquirido desde tiempos muy pasados, puede la ración autobiográfica del autor ser carne participativa de lo que se cuenta, puede inmiscuirse en las rendijas de la ficción literaria y seguir siendo memoria. Un claro ejemplo de esta corriente narrativa la ofrece el escritor noruego Karl Ove Knausgard, con su proyecto de escritura autobiográfica Mi lucha (seis novelas biográficas, de ellas apenas tres han sido traducidas al español: La muerte del padre; Un hombre enamorado y La isla de la infancia), con el cual persiguió el propósito de darle una vuelta de tuerca a la ficción “para lograr alcanzar esa sensación del mundo real”. Karl Ove confiesa –en una recién entrevista publicada en EL País 090515-, con respecto a Mi lucha: “Podría haber escrito un diario, pero está contado como una novela. Eso es muy importante. Tengo esta sensación de que los que nos rodea está ficcionalizado, las noticias, todo. La misión de la literatura no debería ser más ficción, sino la realidad, el sentimiento y el sentido de la realidad”.
En el caso del escritor norteamericano parece que Ford ha forzado de tal manera la temática, que conduce inexorablemente a hacer del lector un cómplice de su vida y por ende a aceptar. Ford no toma las contextualizaciones geográficas, es decir el detallamiento de la geografía para hacernos entrar en el mundo gringo de esa época, ambienta, eso sí, con las respectivas miradas de la conducta de su madre, de su padre, de su abuela, los sitios, y así el lector establece el contacto con esos territorios físicos y lo que sucede alrededor de ellos: la Gran Depresión, la falta de empleo pero a la vez la proliferación de oportunidades para aquellos espíritus aventureros, capaces de andar de pata de perro, sin detenerse a pensar en el mañana hasta que el destino se les va presentando según lo conseguido en esa lucha por mantenerse. Los empleos son disímbolos, como se puede vender detergente de puerta en puerta, emplearse en una fábrica de mechudos, acaso abrir surcos en una granja o ser chófer repartidor, y sin embargo a la vuelta de la esquina se logra hacer un patrimonio, entonces la suerte cambia, se torna más promisorio, sólo que en ese experimentar, los afectos, los sentimientos, se trastocan, los espíritus se vuelven más reticentes y los descuidos a los afectos de los seres queridos se profundizan, quizá en cierta medida el entendimiento de Ford por el camino emprendido por su madre en su formación, nace desde esa perspectiva, pero claro después de transcurrido cierto tiempo, lo innegable en el texto es: “el púdico e intenso amor” descrito a la manera Richard Ford y que nos lo presenta: con una honestidad rayana en lo descarnado.
* Richard Ford nació en Jackson, Mississippi, en 1944. Narrador, estudió en la Universidad de Michigan e hizo una maestría de escritura creativa en la Universidad de California, Irvine. Ha publicado las novelas: Un trozo de mi corazón (A Piece of My Heart), 1976 (Anagrama, 1992); La última oportunidad (The Ultimate Good Luck), 1981; Incendios (Wildlife), 1990; El día de la independencia (Independence Day); Acción de Gracias (The Lay of the Land); Canadá, 2014; Let Me Be Frank With You, 2014. Los cuentos: El periodista deportivo(The Sportswriter), 1986; Rock Springs, 1987; De mujeres con hombres(Women with Men: Three Stories), 1997 (Anagrama, 1999); Pecados sin cuento (A Multitude of Sins), 2002 (Anagrama). Además de guiones cinematográficos, ensayos y antologías. Entre los reconocimientos más importantes, ha recibido el Premio Pulitzer 1996, y el Premio Faulkner 1996.
Chichigalpa, Nicaragua, 1953.
Poeta, escritor, crítico literario. Reside en Puebla, México, donde estudió Ing. Química (BUAP). Mediador de Lectura por la UAM y el Programa Nacional Salas de Lectura. Fue editor y colaborador sección de Crítica, de www.caratula.net. Es Mediador de la Sala de Lectura Germán List Arzubide. Ha publicado: Reconocer la lumbre (Poesía, 2023. Sec. de Cultura, Puebla). Ámbar: Espejo del instante (Poesía, 2020. 3 poetas. Ed. 7 días. Goyenario Azul (Narrativa, 2015, Managua, Nic.). ahora que ha llovido (Poesía, 2009. Centro Nicaragüense de Escritores CNE y Asociación Noruega de Escritores ANE). Miscelánea erótica (Poesía colectiva 2007, BUAP). Fue autor de la columna Libros de la revista MOMENTO en Puebla (1997- 2015).