AugustaMontealegre

Origen y desarrollo de la novela en Nicaragua

22 mayo, 2015

María Augusta Montealegre

– El libro de Jorge Eduardo Arellano: La novela nicaragüense, siglos XIX y XX (1876-1959) constituye la primera gran investigación sobre el origen y desarrollo de la novela en el país, un género que siempre ha sido “el pez enjabonado de la literatura: nada más difícil de atrapar”. (Ángel Rama: La novela en América Latina, panoramas 1920-1980).


El libro de Jorge Eduardo Arellano: La novela nicaragüense, siglos XIX y XX (1876-1959)[1] constituye la primera gran investigación sobre el origen y desarrollo de la novela en el país, un género que siempre ha sido “el pez enjabonado de la literatura: nada más difícil de atrapar”[2]. No solo podrían atribuirse a este género las cualidades del Ave Fénix, sino también “las mañas del ‘gamín’ callejero, pues se ha nutrido a pecho de la vida, como decía el clásico, y esa es dura madre”[3]. Sin embargo, no hay literatura de más difícil conocimiento y sistematización que la nicaragüense. Para ello, basta señalar que esta notable compilación del género está ocurriendo hace apenas tres años, cuando cualquiera otra del mundo occidental ya cuenta con estructuras firmes, ordenamientos de valores, buenos repertorios de información y puestas al día. Sin embargo, el primer tomo sobre el género nicaragüense durante los siglos XIX y XX es de un valor incalculable al abrirnos el horizonte y mostrarnos un país que no pertenece exclusivamente a los poetas. Sergio Ramírez no está solo ni salió de la nada. Pues existe una tradición novelística en Nicaragua.

Esta tradición la documentan trabajos previos de Arellano: una lista inserta en La Prensa Literaria, ordenada alfabéticamente con sus respectivos datos bibliográficos[4]. Anteriormente le había dedicado varios artículos generales, aparte de otros específicos sobre las obras de Gustavo Guzmán, Fernando Silva, Lizandro Chávez Alfaro, Sergio Ramírez y Carlos Alemán Ocampo y en uno de los capítulos de Literatura nicaragüense[5].

Posteriormente aparecieron los trabajos de Amelia Mondragón (1988), Nydia Palacios (1989) y Nicasio Urbina (1995). Pero antes del libro de Arellano, no se ha gestado “otro recorrido global sobre la materia, ni siquiera uno similar al de Helen Umaña: La novela hondureña (2003)”[6], trabajo que ha sido lectura e inspiración. ¿Por qué los hondureños tienen ya una compilación de novela y nosotros aún no? ––se preguntó Arellano al leer a Umaña; su respuesta es el primer tomo de esta compilación que se imprime en 2012. Deudor de la lectura de Umaña, aclara que un país no sólo está formado por altas cumbres: “precisamente, para que estas últimas resalten, son necesarios los amplios valles, las suaves colinas y las profundas depresiones”[7]. Arellano subraya el valor humano: “Todos los escritores realizaron un esfuerzo por interpretar el mundo y aportar soluciones a la problemática abordada. En este sentido, cada uno merece respeto y reconocimiento”[8].

Desde la era del Internet y con ipad en mano (que con orgullo domina), aferrado a su empeño y entusiasmo inextinguible, Arellano emprende la tarea de anotar la novela nicaragüense mientras en la red las naciones se disuelven bajo nuevos símbolos de comunidades sociales, ya que:

La idea de la nación así como toda la maquinaria que puso en marcha a las ciudades acuñadas por el Estado Nación, han perdido capacidad de convocatoria; y no solo han quedado deslegitimadas por un clima saludablemente antirretórico ––como la fetichización de símbolos patrios, la sacralización de héroes, la exaltación de adhesiones geográficas, la dramatización de narrativas nacionales–– sino que no generan más sentimientos de pertenencia la escuela, las bibliotecas, las asociaciones, los clubs, los comités, los partidos políticos…[9]

En una relación inversamente proporcional a su disgregación histórica, en América Latina, “nunca antes se había insistido tanto en su origen, formación, comportamiento y rituales, como en el momento de su renegociación actual”[10].Desde aquí, Arellano se adentra en la novela que ha contribuido a la construcción de la nación, convencido de que es absolutamente necesario aprontarse al recuento del pasado, para poder pactar con los nuevos rituales. No olvidemos que el género nace con la independencia y el malestar criollo de no contar con los privilegios de los españoles peninsulares y por ello deciden escribir la nación. Una nación que nace de la necesidad de la élite letrada, conformada en clases sociales, y que pretende representar sus intereses. No en vano el género de la poesía y el ensayo han primado en el continente debido a su ascendencia de tronco hispánico, ( los imperios misioneros y medievalistas de España y Portugal, elusivos del pensamiento renacentista); el género de la poesía por su “afincamiento en tierras de extensa cultura autóctona que expresaban a sociedades religiosas; por la rica contribución oral de las literaturas populares africanas; sobre todo por generarse en sociedades que se unificaban por sus culturas de procedencia rural, o sea, analfabetas y tradicionalistas”[11].

No es sino la palabra impresa de la mitad del siglo XVIII que empieza a competir con la palabra ‘oral’ y recoge la tradición de ensayo, moral, político, educativo, religioso, científico, histórico, es decir, “el manejo adulto y responsable de la escritura, nacido de una soterrada sacralización en pueblos coloniales para quienes la palabra escrita era sinónimo de la ley”[12]. Por ello, José Martí argumenta contra la novela – a pesar de su Amistad funesta – , que no hace sino traducir el pensamiento de la época, para quienes “ la palabra en libertad, la palabra responsable, que se asumía como compromiso, residía en el verso; la palabra seria , que se asumía como compromiso, en la prosa científica o literaria y en las letras de cambio comerciales”[13].

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Como bien apunta Arellano, “escribir una novela es tarea compleja y exigente”[14], aún para la élite letrada del siglo XIX, “sin embargo, algunos incursionaron en el género sin trascender los esquemas epocales, ni alcanzar valor permanente”[15]. El universo cultural del siglo aún no permite a la novela alcanzar su independencia de género, es decir: la forma que tiene la novela en ese momento histórico de la civilización europea. Así, la selección de precursores es representada con la obra de seis autores: desde Fabio Carnevalini con La juventud de Bismarck (1876) hasta ¡Pobre la Chon!(1897) de Santiago Arguello. Vale la pena anotar que Arellano también recoge los intentos de Rubén Darío con  Emelina (1887), El hombre de oro (1897), del mismo año, Caín (1895) y En la Isla de oro (1907). Después de describir las novelas donde las historias particulares no cuentan con una visión articulada que les confiera forma, Arellano comienza a compilar su antología del siglo XX hasta 1959 en el primer tomo.

Es pertinente anotar que quienes forman el género de novela en América Latina, echando mano de los recursos del naturalismo y del esteticismo finisecular, han de ser los realistas del comienzo de la segunda década del siglo XX: La maestra normal, de Manuel Gálvez; Los de abajo, de Mariano Azuela; Reinaldo Solar, de Rómulo Gallegos; Un perdido, de Eduardo Barrios (todos anteriores a 1920) hasta El inglés de los huesos, de Benito Lynch y La vorágine de José Eustacio Rivera. Todas ellas abrazan la novela de tesis; pero en un sentido luckasiano. Despunta por primera vez el autor Joaquim María Machado de Assís (1839-1908), quien mereció un comentario de Rubén Darío, para quien representaba“el primer novelista americano o el único”[16]. Las novelas nicaragüenses que incluyen por primera vez una cosmovisión propia, son: Cosmapa (1944), de José Román; Sangre del trópico (1930) y Los estrangulados (1933), ambas de Hernán Robleto; y Sangre Santa (1940) de Adolfo Calero Orozco.

Si bien el género de la novela no llega a tener auge en América Latina hasta los años 40, en Nicaragua tardaría un poco más. Cercanas a estas fechas se encuentran dos novelas de Salomón de la Selva: Pueblo desnudo o la guerra de Sandino e ilustre familia, novela de dioses y héroes (1954). Las dos anotadas por Arellano: la primera, más importante aún que la segunda,. A pesar de haber sido escrita entre 1933 y 1935, permaneció inédita hasta 1985. Pueblo desnudo es quizás la menos leída y la más legible de la época, su frescura perdura y es la única capaz de dialogar con la tradición latinoamericana por su innovación y modernidad; es la mejor estructurada “en el tiempo, pero también en una posible escala de intensidad literaria, a mitad de camino entre Los de abajo(1917) y El llano en llamas (1954)”[17].

Quizás Pueblo desnudo sea la novela menos incluida en el canon nicaragüense. Nicasio Urbina la excluye de su estudio, prefiriendo citar La Dionisíada (1941), una novela modernista-regionalista y de reivindicación social. Por otro lado, Ilustre familia, además de su erudición y sabiduría, constituye en su primera edición una joya de la imprenta mexicana. La investigación que realiza Arellano en dos tomos es extraordinaria: registra más de doscientas novelas nacionales y siete extranjeras, con una lectura crítica no solamente de las obras sino de las reseñas aparecidas; mayor mérito para el autor, si consideramos que ha realizado la investigación sin patrocinio alguno, solo la colaboración  bibliográfica de sus amigos. Su edición fue posible, en parte, por el aporte del programa de apoyo a la cultura nicaragüense de la Embajada de Noruega


[1]Jorge Eduardo Arellano: La novela nicaragüense, siglos XIX y XX, Tomo I (1876-1959), Managua, JEA/Ediciones, 2012.

[2]Ángel Rama: La novela en América Latina, panoramas 1920-1980, Chile, Procultura, 1982, p. 29.

[3]Ibíd.

[4]Jorge Eduardo Arellano: “Cien novelas de autores nicaragüenses: desde Amor y constancia (1878) de José Dolores Gámez hasta Jesús Marchena (1975) de Pedro Joaquín Chamorro Cardenal” en La Prensa Literaria, Managua, 6 de diciembre 1975.

[5]Jorge Eduardo Arellano: La novela y sus etapas en Literatura nicaragüense, Managua, Distribuidora Cultural, 1997, pp. 119-142.

[6]Jorge Eduardo Arellano: La novela nicaragüense…op.cit., p. 9.

[7] Helen Umaña citada en Jorge Eduardo Arellano: Ibíd.

[8]Ibíd.

[9] Beatriz González-Stephan: Fundaciones, canon y cultura nacional. La historiografía

literaria del liberalismo hispanoamericano del siglo XIX, Madrid, Iberoamericana, 2002, p.20.

[10]Ibíd.,p. 20

[11]Ángel Rama: La novela en América Latina…op.cit.

[12]Ibíd.

[13]Ibíd.,p.31.

[14] Beatriz González-Stephan: Fundaciones, canon…op.cit.,p. 21

[15]Ibíd.

[16] Rubén Daríocitado en Ángel Rama: La novela en América Latina…op.cit. p. 32.

[17] Rodrigo Rey Rosa: “Encontrado en Nicaragua ( A propósito de Salomón de la Selva)” en Iowa Literaria, Enero 15, 2014.

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Docente, editora, traductora y poeta nicaragüense. Estudió Relaciones Internacionales en la Universidad de las Américas, Puebla. En esa ciudad editó la sección internacional de un periódico local, Síntesis.

Ha realizado estudios sobre América Latina en la Universidad de Miami y actualmente trabaja en su disertación doctoral sobre literatura de vanguardia, en la Universidad de Salamanca, España. Ha publicado cuento y poesía en revistas inter-nacionales. Es fundadora y editora en jefe de THE LATIN REVIEW EDITORS en los Estados Unidos de Norteamérica, dónde radica actualmente.