sjbaez

La novela «Sara»

18 julio, 2015

Monseñor Silvio José Báez

– Me parece que en la novela tanto Abraham como Sara están a mitad de camino en la experiencia de la fe. El Abraham de la novela porque muchas veces excluye la libertad humana; Sara, porque desfigura a Dios como alguien que se divierte con los seres humanos con bromas macabras


Acaba de ser publicada «Sara», la nueva novela del Dr. Sergio Ramírez Mercado, obra que ha suscitado mucho interés y no pocos interrogantes sobre todo en cuanto a la validez de transformar en novela algunos textos de la Biblia. ¿No es algo irreverente tratándose de textos sagrados para los creyentes? ¿Para qué sirve una novela inspirada en una saga bíblica que recoge tradiciones antiquísimas y que ha llegado a convertirse en texto a través de una complejísima historia redaccional en la que a través de siglos han intervenido numerosos autores? ¿Es legítimo contar la historia de Sara con tantos detalles cuando en la Biblia esta matriarca de Israel aparece más bien silenciosa y relegada?

Los relatos patriarcales de la Biblia

La novela se inspira en el llamado «Ciclo de Abraham», que en el libro bíblico del Génesis se desarrolla desde el capítulo 12 hasta el 25, y que pertenece a lo que los estudiosos bíblicos llaman «relatos patriarcales». Son textos muy parecidos a lo que conocemos como leyendas, en los cuales los personajes no son necesariamente legendarios o inventados, pero en donde mucho de lo que se relata es ciertamente «legendario», por lo que resulta difícil, a veces casi imposible, separar los elementos legendarios de los que son estrictamente históricos.

El primer objetivo de estos textos no es exactamente «informar» sobre datos históricos, acerca de «qué cosa ocurrió verdaderamente», sino que buscan ante todo «formar» una conciencia colectiva en los israelitas del tiempo del exilio (s. VI a.C), que les permitiera, a través del reconocimiento del inicio de una historia común marcada por un don divino, reconstruirse como sociedad y como comunidad religiosa. El inicio de esta historia es la que pretenden representar los relatos patriarcales, en particular los que se refieren a Abraham, que recogen tradiciones antiquísimas y que en tiempos del exilio adquirieron su forma final como relatos.

¿Hay esperanza para Israel después del exilio, un pueblo que en innumerables ocasiones desobedeció la Ley de Moisés y se fue tras otros dioses? ¿Podrá volver a vivir como pueblo en su tierra? Sí, responden los relatos patriarcales, porque la promesa de la tierra está relacionada con una alianza más antigua que la del Sinaí, la cual estaba condicionada por el cumplimiento de la Ley de Moisés, que Israel había quebrantado tantas veces. De ahí la importancia  que alcanzan en estos textos la promesa de la tierra, del hijo y de la bendición. La alianza con Abraham (Gen 15 y 17) es incondicional. Dios le promete una numerosa descendencia y una tierra donde habitar como pueblo, a cambio de nada. Esta alianza depende solo de la fidelidad de Dios  a sus promesas. Abraham debe solo creer, saber esperar y confiar. La esperanza del Israel que vive en el exilio se funda en esta gracia divina original a la que responde la fe de Abraham (Gen 15,6). El Israel del exilio se siente, y con razón, parte de ese inicio del que dan testimonio los relatos patriarcales. Lo que hizo el Señor con Abraham, lo que le prometió y cumplió con fidelidad, lo haría también ahora con sus descendientes, que volverían a su tierra y otra vez serían un gran pueblo.

La Biblia y el arte

El acercamiento a la Biblia desde el arte, la música, la escultura, la pintura, la literatura, el cine, etc., no sólo es válido, sino casi inevitable. No debemos olvidar que en la raíz de nuestra cultura occidental está presente la Biblia con su patrimonio de símbolos, signos, narraciones y figuras. Un pensador hostil a la tradición judeo-cristiana como Friedrich Nietzsche en su ensayo “Aurora” se verá obligado a admitir que «para nosotros Abraham es más que cualquier otra persona de la historia griega y alemana. Entre lo que sentimos en la lectura de los Salmos y lo que experimentamos en la lectura de Píndaro y Petrarca, encontramos la misma diferencia que entre la patria y la tierra extranjera». La palabra bíblica, con sus símbolos, con su incandescencia, sus relatos y sus poesías ha sido el gran arsenal iconográfico, ideal, literario y ético del Occidente.

Ahora bien, escribir una novela es siempre un gran desafío, pero el desafío se vuelve doble cuando se trata de escribir una novela inspirada en otros relatos y más grande todavía cuando estos relatos son como las narraciones bíblicas, testimonio de culturas y épocas remotas, frutos de una compleja historia de composición literaria y considerados sagrados por determinadas comunidades religiosas. Escribir obras literarias a partir de la Biblia no es un cometido imposible, más bien creo que siempre resulta enriquecedor para la fe y para el arte, pero no hay que olvidar que al mismo tiempo siempre es un gran reto adentrarse en ese bosque inmenso de tradiciones, textos y personajes, que es la Biblia.

Una mirada al arte literario de la novela

Antes de cualquier consideración que ponga a «Sara» en relación con la Biblia, es importante resaltar algunos aspectos literarios de la novela, pues en una obra escrita, la forma no es ajena al significado. Esta novela produce ante todo un gran placer de lectura. El lector se cuestiona, goza, ríe. La narración lo va arrastrando para introducirlo en un proceso dinámico en el que él mismo participa en el proceso de producción de sentido entrando en un mundo fascinante y atrayente. Poco a poco el lector de «Sara» acepta jugar el juego que le propone el autor, permitiéndole trastornar sus representaciones tradicionales al proponerle otras; dejándose provocar emotivamente por tantos conflictos familiares y sociales; asistiendo a descripciones a veces bucólicas, otras veces eróticas; encantado por las ironías y el fino sentido del humor sobre todo de Sara.

Es de una riqueza extraordinaria la capacidad del autor por recrear y describir los escenarios domésticos y geográficos, las costumbres de la época, las escenas del mundo del trabajo y de la convivencia social. El vocabulario es elegante pero sencillo. De dos narraciones que aparecen repetidas en la Biblia y que son versiones de una única tradición, el autor construye con gran habilidad en la novela dos relatos distintos y ricos. La novela lee entre líneas en el texto bíblico, da rienda suelta a la imaginación, y nos abre el horizonte: nos permite asistir al banquete ofrecido al destetar a Isaac; nos permite percibir de cerca el ambiente inmoral que caracterizaba a Sodoma y Gomorra, nos hace posible ver como jugaban Isaac e Ismael y hasta conocer el apodo que Ismael le puso a Isaac por su boca tan grande con la que a menudo se reía, haciendo honor al significado de su nombre en hebreo, yits‘hak, «el que hace reír»; la novela da nombres de arcángeles a los tres malakhim, “enviados”, personajes misteriosos que llegan a visitar a Abraham y a Sara con la noticia del nacimiento de Isaac. Y se podrían multiplicar los ejemplos.

Es sugestivo el manejo del tiempo, la descripción de la interioridad de los personajes y las intervenciones oportunas del narrador, todo al servicio de una narración ágil y apasionante En algunas ocasiones el tiempo se vuelve lento a través de una narración minuciosa de movimientos y sentimientos, como cuando Sara prepara la comida para los tres misteriosos visitantes o cuando Isaac degüella el carnero en el monte Moria. En otras ocasiones se insertan en el presente recuerdos del pasado, como cuando Sara, camino a Sodoma, va evocando su larga historia junto a Abraham desde que abandonaron Ur de Caldea. Otras veces se insertan diálogos imaginarios o suposiciones dentro del hilo dramático de la novela. Es significativa la intervención explícita del narrador en determinados momentos para explicar algunos asuntos, como las exageraciones numéricas de la Biblia o para exponer diversas interpretaciones o comentarios patrísticos a algunas escenas bíblicas.

Lo más original de la novela es, sin embargo, el «punto de vista» adoptado, pues es narrada desde la perspectiva de Sara, desde sus inquietudes y rebeldías, desde su silencio de marginación y desde su inteligencia práctica. Se le da voz a quien no tiene voz en el texto bíblico y aparece relegada. Es algo novedoso y atractivo en relación con el relato bíblico en donde este punto de vista está prácticamente ausente, debido a la cultura patriarcal que condiciona los relatos.

Sara y el Mago

A mi juicio gran parte de la trama de la novela gira en torno a la identidad y confiabilidad de ese personaje que Sara llama «el Mago», que se presenta en forma de niño o de pastor, de tres o dos adolescentes, o de un misterioso tuerto que echa pichones por la boca, que a la postre resulta encarnar un desdoblamiento del lado tenebroso del Misterio, como el Satán del libro de Job, fiscal de la corte del cielo. La relación entre Sara y el Mago dan consistencia al drama. Y en función de este drama actúa el personaje Sara, con su espíritu objetivo, crítico, realista e irónico, al punto de reírse de sus promesas, tal como hace también la Sara bíblica en el capítulo 18 del libro del Génesis, cuestionar su justicia o impacientarse ante sus ambigüedades o aparentes caprichos.

Ciertamente la reivindicación de la mujer, relegada a un segundo plano en la historia bíblica, protagonizada ordinariamente por hombres, es central en la novela, es como su hilo conductor. Pero creo que la conclusión de la novela es magistral y muy útil para comprender este otro conflicto tan importante, la relación entre Sara y el Mago. En el último capítulo de la novela ambos se encuentran finalmente cara a cara. Tienen una acalorada discusión, en la que Sara le reclama su habilidad para «disfrazarse», su singular forma de concebir el tiempo y la manía de no dejar claro si es real o es una mentira. El Mago responde que en los disfraces no se esconde, se muestra; sobre la cuestión del tiempo el Mago calla, pues es difícil de explicar –piensa él– que el tiempo «no es sino una infinita nebulosa de acontecimientos contemporáneos entre sí»; en cuanto a si es real o mentira, el Mago responde con el «Nombre» sagrado de «Yo soy el que soy», aclarando que en realidad no es un mago, sino un hacedor. De hecho este «Nombre» es el revelado por Dios a Moisés en Ex 3,14, el cual no revela un Dios que pueda ser conocido por abstracción, sino por actuación. Él es lo que hace en la historia.

Al término de la novela Sara llega al final de su vida: «Mi último momento», dice ella. Y allí, contemporáneo al silencio de la mujer que ha discutido con él y que lo ha acusado duramente, el Mago también guarda silencio. La novela se cierra con esta frase: «En adelante lo que habría es silencio». Me parece una conclusión genial, semejante a la del libro bíblico de Job. Al final ambos se encuentran, casi se funden, más allá de todo pensamiento y de toda palabra, más allá del tiempo. Allí donde Dios es Dios, liberado de toda imagen y todo concepto, allí donde el Misterio se revela libre de toda deformación y condicionamiento humano.

Qué aporta Sara al texto bíblico

Una novela inspirada en un relato bíblico fundacional, en donde se narra la promesa hecha repetidamente a quien se considera el padre de la fe en la tradición judeo-cristiana, crea sobre todo interrogantes en cuanto a la pertinencia de usar un texto sagrado para escribir una novela y en cuanto a la irreverencia que puede comportar tal empresa.

En cuanto a lo primero, el hecho de que un relato bíblico que no ocupa demasiado espacio en el conjunto del Pentateuco, que se desarrolla en una geografía muy reducida y que ha sido escrito en una lengua antigua relativamente pobre de vocabulario, pueda generar una obra literaria de altísima calidad como es el caso de la novela «Sara», demuestra ante todo ciertamente la riqueza de evocación y de provocación que las narraciones bíblicas siguen teniendo incluso en nuestra época secularizada y pluricultural.

En cuanto a lo segundo, no me parece que una novela como esta pueda ser calificada de irreverente frente al texto sagrado, a condición de tener siempre muy claro que una novela es una novela, no es un comentario bíblico. En un comentario bíblico la exigencia primaria es descubrir el sentido literal del texto y siempre es arriesgado para un comentarista decir lo no dicho en los relatos y hacer decir a los textos lo que no dicen; una novela inspirada en un texto bíblico no es un comentario exegético y su arte consiste precisamente en entrar entre sus líneas y llenar los vacíos del relato, ampliando, cuestionando y sugiriendo. Un intento literario que será válido, incluso para los creyentes, siempre y cuando no reduzca el texto bíblico a un simple telón de fondo en se elaboren los datos bíblicos de manera desconcertante, a través de desvíos y deformaciones hermenéuticas.

Considero que una novela como «Sara» resulta enriquecedora para el texto bíblico por varias razones:

a) «Sara» nos hace más coloridos y vivos los ambientes y costumbres de la época patriarcal y la psicología de los personajes, dado que la narración bíblica presenta escaso interés por describir escenarios y se limita a sugerir los sentimientos de los personajes sin hacerlos nunca objeto de una verdadera descripción.

b) La novela logra problematizar decisiones y acciones que a un lector acostumbrado a la Biblia le resultan normales. En este sentido la novela ofrece un gran servicio al lector de la Biblia pues se vuelve un gran interrogante para él, que se verá obligado necesariamente al trabajo imprescindible de la interpretación histórico-crítica y al esfuerzo creyente por descubrir y reconocer el valor propiamente religioso o teológico de algunos acontecimientos. En cuanto a la moralidad de los personajes bíblicos, vale la pena recordar que a los relatos patriarcales del Génesis no hay que ir a buscar modelos éticos, sino que están ahí para que el lector se confronte con experiencias muy humanas, hechas de desviaciones, inmoralidades, errores y oscuridades, a través de las cuales los antepasados de Israel buscaron a Dios a través de su existencia. Además, el sentido de algunos relatos bíblicos no es una lección ética que se descubre o deduce al final, no es en una «cosa» que habría que agarrar al vuelo, sino que el verdadero sentido del relato está en el drama vivido entre luces y sombras, que el lector debería asimilar y recorrer otra vez respetando el mundo del relato.

c) La novela contribuye desde nuestra sensibilidad actual a la revalorización de la dignidad de la mujer, pues somete a dura crítica la mentalidad machista del patriarcado que se refleja en estos relatos como trasfondo socio-cultural de los mismos. En ellos el padre o marido es dueño de las mujeres de la familia. Los hombres disponen del trabajo y el tiempo de ellas. La sexualidad femenina tiene como único propósito garantizar la posteridad genética de sus hombres. Los hombres disponen de la persona entera de la mujer; de su voluntad, su identidad, todo su ser. Ella sólo existe para él. Fuera de él no tiene intereses legítimos. Fuera de él no tiene derecho a opiniones, aspiraciones ni existencia. El patriarcado bíblico queda como referencia histórica de otros tiempos. La exigencia de interpretar el sentido literal del texto bíblico para escuchar la Palabra de Dios, superando todo fundamentalismo, debe llevar a despojar a los textos de los condicionamientos culturales. Además habría que hacer un esfuerzo por redescubrir toda otra línea antropológica de valorización de la mujer, también presente en la Biblia, como es el caso del primer relato de la creación, el Cantar de los Cantares, Rut, Judith, Ester, etc. La revelación bíblica, despojada de condicionamientos culturales que colocan a la mujer en una posición de sometimiento, debe estimular para que no haya más mujeres a las que se les permita solamente escuchar a escondidas detrás de la cortina, como hacía la Sara bíblica.

d) La novela, finalmente, es un estímulo a repensar y purificar las imágenes de Dios. Ciertamente la figura de «el Mago» es desconcertante. Aparece como insensato, caprichoso, injusto, violento, opresivo, ególatra (le gustan los altares para ser adorado), juega con las personas, amargado (no le gusta la risa), olvidadizo (quizás porque vive fuera del tiempo), etc. En primer lugar hay que reconocer que «El Mago» de la novela no es el Dios bíblico, no es el Dios de los relatos del Génesis. Es una imagen suya, que como toda imagen divina es imperfecta. Una imagen que pone también en entredicho muchas otras imágenes distorsionadas de Dios que pueden surgir por no aplicar una adecuada hermenéutica a los textos bíblicos, en donde la divinidad aparece arropada por cualidades y limitaciones atribuidas por el estrecho horizonte cultural y religioso del ser humano que está detrás de estas tradiciones.

Después de leer «Sara» el lector debería ser más consciente de que las imágenes de Dios son siempre incompletas, siempre inadecuadas, siempre misteriosas. El creyente, después de leer «Sara» debería emprender la ardua empresa de purificar las imágenes de la divinidad. Rabbí Onijá bar Sussai, maestro judío, decía que Dios «habla entre las dos vigas que sostienen el arca», es decir, «oscila sobre una cresta que tiene dos lados, y nos preguntamos: ¿de qué lado se estabilizará?». Estamos hablando de las imágenes de Dios, siempre inadecuadas, inestables y ambiguas. La imagen divina no es Dios, sino lo que entendemos, sentimos o expresamos de él. La caracterización de la imagen divina como «inestable» es muy amada por la tradición bíblica, en oposición a las religiones paganas en las que la divinidad poseía una imagen estable, por lo que era manipulable y predecible. El Dios de la Biblia es impredecible e inaferrable. Toda imagen suya no es él. Quizás por eso en el tratado Berakhot 4a del Talmud se lee: lammed leshonka lomar aní yodea‘, es decir, «enseña a tu lengua a decir ‘no sé’». Cuando hablamos con demasiada seguridad de Dios, corremos el riesgo de mentir.

Qué aporta el texto bíblico a Sara

Habría que hacer también un camino inverso, ahora desde la novela al texto bíblico, creando así una especie de círculo hermenéutico que hiciera más fecundo aún el diálogo entre el relato sagrado y la novela que de él ha nacido.

Me parece que Sara, más que incrédula y rebelde, es una mujer en búsqueda de sentido. Aunque dice detestar al Mago y sentirse rechazada y odiada por él, lo desea, se lamenta de que no le habla, le pide a Abraham que interceda por ella ante él para que la tome en cuenta. Al final de la novela, como en Job, el Mago y Sara están cara a cara. Sara me parece encarnar voces bíblicas escépticas como la del libro del Qohélet, como la del inconforme Job, que se atreve a cuestionar la misma justicia divina, o como la del profeta Habacuc que critica a Dios, que mira impasible desde el cielo como los grandes imperios devoran a los pueblos más pobres e indefensos. En este sentido la Sara de la novela juega un rol que ya existe aún dentro de la misma Biblia, la del personaje que se pregunta, que duda, que cuestiona a Dios.

Sara, aún en medio de su rebeldía y su resentimiento frente a «el Mago», reconoce en aquella manifestación misteriosa que ha fascinado a su marido, a «alguien». Es curioso que le ponga nombre: «el Mago». Los seres humanos le ponen nombre a Dios cuando lo consideran más que una fuerza impersonal o incontrolable. Es alguien. Sin embargo los seres humanos nunca tendrán una palabra adecuada para nombrar al Misterio que les sale al encuentro. Podrán cuestionar la verdad de ese encuentro personal, podrán declararlo como una ilusión, o como Jeremías, incluso maldecirlo, pero se pueden ver forzados como éste a claudicar ante Dios, sintiéndolo como un fuego ardiente por dentro que, -como dice el profeta- «yo trabajaba por ahogarlo, pero no podía» (Jer 20,9), o explicitar el encuentro en las palabras que mejor expresan aquella profunda experiencia: «Me has seducido, Señor, y me dejé seducir» (Jer 20,7). Al final creo que Sara se funde en aquel silencio, más allá de todo, con el Misterio que ha cuestionado pero que al final ha aceptado, probablemente sin comprender del todo.

Me parece además que la experiencia del Abraham de la novela no es exactamente la experiencia del Abraham bíblico. Se comprende que en la novela se le vea como sometido y avasallado por «el Mago», pues es el punto de vista de Sara. Abraham se llama a sí mismo «siervo», Sara lo llama «sirviente». Quizás es la parte de la novela que habría que redimensionar más. La experiencia de Abraham no es la de un idiota, un soñador o un esclavo. La experiencia del Abraham bíblico, que está a la raíz de la fe judeo-cristiana, es la experiencia de un creyente ante la revelación de Dios, la cual puede ir más allá de lo pensado por el ser humano como verdad y de lo deseado como salvación. Ese más allá puede estar en consonancia con los mejores pensamientos y deseos del ser humano, pero puede ser también su crítica y contradicción. La revelación de Dios puede ser plenitud pero puede ser también escándalo para el ser humano.

La Biblia dice que el Señor ponía a prueba a Abraham (cf. Gen 22,1). No en el sentido de que Dios quisiera probarlo artificialmente y ponerlo en dificultad solo para ver cómo reaccionaba, sino en el sentido de que la trascendencia absoluta de Dios y su alteridad radical ponen al creyente delante de criterios y de caminos completamente distintos de los suyos. La relación con Dios es una prueba en sí, algo desconocido en donde es posible adentrarse solo si la fe supera la oscuridad y el miedo.

Abraham es una figura bíblica que muestra además que el ser humano no puede encerrar a Dios en sus esquemas, prever sus caminos o medirlo desde sus propios pensamientos, ni siquiera por sus mejores pensamientos. Abraham, padre de los creyentes, resulta un interrogante para todos los seres humanos, como lo es para la Sara de la novela. A la luz de su experiencia se comprende que Dios puede ser encontrado solo en el misterio y en la aceptación de la total gratuidad. Abraham es testigo de la revelación de la incomprensibilidad de Dios, un Dios absolutamente trascendente que no puede nunca ser identificado con nada, ni siquiera con sus dones, ni siquiera con la realización de sus promesas. Me parece que en la novela tanto Abraham como Sara están a mitad de camino en la experiencia de la fe. El Abraham de la novela porque muchas veces excluye la libertad humana; Sara, porque desfigura a Dios como alguien que se divierte con los seres humanos con bromas macabras.

Conclusión

Quisiera concluir estas reflexiones, en honor a la Sara bíblica que permitió hablar a la Sara de la novela, y en honor a la Sara de la novela que invita a volver con nuevos ojos a la Sara de la Escritura, con palabras de otra mujer creyente, rebelde y crítica ella también, que sufrió marginación y persecución, pero que al final murió hija de la Iglesia, Santa Teresa de Jesús. Son palabras que ella dirige a Jesús: «No aborrecisteis, Señor de mi alma, cuando andabais por el mundo, las mujeres, antes las favorecisteis siempre con mucha piedad, y hallasteis en ellas tanto amor y más fe que en los hombres. No basta Señor que nos tiene el mundo acorraladas, que no hagamos cosa que valga por Vos en público, ni osamos hablar algunas verdades que lloramos en secreto. Veo los tiempos de manera que no es razón desechar ánimos virtuosos y fuertes, aunque sean de mujeres».

Comparte en: