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Selección poética

30 julio, 2015

Carlos Calero

– La primera tarea del poeta es desanclar en nosotros una materia que quiere soñar, señaló hace tiempo el mítico Gastón Bachelard. Con esto en mente, Carlos Calero, poeta nicaragüense radicado en Costa Rica, nos invita a soñar con una breve selección de sus poemas.


Estocada

Será la muerte un juego
Serán los cuernos algo más que un juego
Será esa cabeza
Dolorosa
Esa cabeza que irá
Hacia el cuerpo
Del hombre con el capote rojo
Y la espada oculta
El animal corre aparentemente lento
Como un río de carne
Como un río que busca
La vida del torero
Pero es seguro
Que encontrará su propia muerte.

El toro espera al hombre que se acomode
Espera y ve la manta roja.
Qué sentirá ese animal
Sangrando desde el lomo
Y la gente en las gradas expectantes
Viendo cómo llegará la muerte
Viendo cómo el torero la esquiva
Como el torero trabaja para que el toro se canse
El toro se humille.

El toro embiste
El toro roza las costillas del torero
Pero éste salta y se salva
La gente extrañamente aplaude
Porque la muerte
Aquí se aplaude
El peligro
Aquí se aplaude
Al animal aquí se aplaude
Al torero aquí se aplaude.

Las banderillas como bengalas
a los costados del lomo del toro
Clavadas
Como una lanza
Clavadas como un rayo
Clavadas como el tiempo
Que apresura la muerte
Mientras el toro mira
Desde el lado instintivo de la vida.
El torero incita al toro
Y hay más aplausos
Esto es un misterio
Esto es un asombro
Esto es un rito antiguo
Milenario
Primitivo
Un rito
que pone en juego la vida y la muerte.
El toro jadea
El toro y su espuma en la trompa
No sé si habrá algo
Que le diga al toro
Que no es en vano
seguir luchando por la vida.
El toro algunas veces se gana los aplausos
Pero es porque de alguna manera
Prolonga un poco su vida.
Aquí el toro morirá
Morirá y vendrá otro toro
Vendrá otra gente para aplaudir
Desde las graderías
Vendrán a aplaudir
Más que todo a la muerte.

El torero
Asume su faena
Poniendo la muleta
En la cara al toro.
El traje del torero
Parece una armadura de oro.
Con elegancia el torero
Afirma los pies y gira
Y toca el lomo del toro
El torero sabe
Que ha tocado el lomo de la muerte.
El toro y el hombre se cansan
El torero pide un vaso de agua.
El toro
simplemente
Afirma sus cascos sobre la tierra
Y descansa.
El torero se arrodilla
El torero flexiona los músculos vivos
Son pasos recios
Técnicos
En la suerte de matar
A lo que teme en el rodeo.
El torero se pone de perfil
Y se lanza con su espada
Y la hunde en el lomo del toro
Hasta el fondo
El toro se debate
y algunos de los espectadores
se colocan las manos
En sus bocas.
Hay algo de horror
El toro
Va quedándose lento
Mientras el torero espera
El torero espera…

El toro se desangra
Lentamente…
Len

Ta

Men

Te…

El toro está ahí y todavía no dobla las rodillas
No sucumbe
No muere
El torero simplemente con otra espada
Lo punza
Y el toro cae.
Cuántos se llevarán
En su corazón
Cuántos se llevarán en su memoria
A ese astado
Que levantó polvo
Y luchó en una guerra
Contra la muerte
Porque al fin y al cabo
Siempre hay una estocada

Abanico japonés

El fondo de un vaso
Con ron sonriente
Coca cola o frutas sintéticas
La luna aparece o desaparece
En el fondo de este recipiente
Con agua
Silencio
O tu vida
La luna se convierte en un paraguas
O un abanico japonés
La luna siempre está presente
En tus pensamientos
Y podés irte y viajar a tierras extrañas
Pero la luna siempre estará sobre tu cabeza
Y procurarás que el cielo no aparezca
Sino que frente a tus ojos
Siempre esté ese paraguas
Y ese abanico japonés
como hasta ahora
con una luna color sangre.

Condición de borracho callejero

A esos borrachos
Entre los que un día estuvo mi padre
El inglés Philip Larkin preguntaría
Por qué no lloran.
Han pasado el tiempo en un  buzón de nostalgias
Poniendo las uñas negras sobre la tierra
Cada vez
cuando miran las paredes que se mueven
Y ninguno sabe para dónde
Pero algo los motiva a quedarse
Un desgarro
La mujer ajena
El odio de los hijos
Estar bajo el látigo de los deseos
Los vicios o la lujuria
Un desfalco
El peso de lo pobre
Se mueven como olvidados
en una celda con tigres aruñándolos
Sin esperanzas
Insulsos
Malolientes a caña y tabaco
Algunos en harapos
Pero persisten en su destino y las blasfemias
No los atormentan los viajes espaciales
De que si en verdad llegaron los gringos de primero a la luna
Ni la sangre del mundo en Kosovo
Son como piedras con algo de musgo
Apilonados
Con grietas en cada ojo
Semejantes a las cruces rústicas en los camposantos
Philip Larkin sin ofenderlos les diría: “viejos tontos”.

Dama con pose de eternidad|
(A la poeta hondureña Clementina Suárez)

Una foto de la poeta
Como cala blanca entre el gris y lo oscuro
De un tiempo detenido por el daguerrotipo
El dardo de la luz acierta en el sepia
El dolor
El misterio
La claridad que estremece
Esta belleza que mata a la muerte
La memoria del rostro
Su falda que dibuja
Un mar que asciende en sus símbolos
Líneas delicadas
Sus versos sintéticos
Amorosos
O tal vez metafísicos
Es ella el universo insinúa belleza
Toca tus dedos y se hace carne
Fotografía de la inocencia
Terrible de la inteligencia
Diabólica diría el lascivo
Que habla sobre la almohada
La desearán todos los amantes
La dama se tomó esa foto
Con vestido y no pantalón corto
Rebelde iconoclasta
La punta de sus zapatos
Le inclinan como un barco el vientre
Esponjoso y sagrado vientre
La pasión y un dulce recipiente
Como bailarina de flamenco
Eterna
Maga
Delirante
Supuesta y definida su videncia
Para todo hombre
Que sabe apreciar la belleza del instante
De la cámara virtuosa
Con el hechizo femenino
Que supo retratar el corazón
De esta dama de la vanguardia
Con el codo erótico en el aire
Esta dama que me espanta
Y me deja derribado
Me deja queriendo ocultar su nombre
Y besar bajo la media manga
sin vergüenza
Uno de sus hombros.

El oeste y sus versiones

Mientras el tren atraviesa las infinitas praderas
Un puma asoma sobre una colina
La humareda
Encabeza a la locomotora
Como si el hierro
Que arrastran esos vagones
Fuera un inmenso sarcófago de hierro.

Sin duda
También así caminó la historia
Como esos inmensos ferrocarriles
Detenidos en el tiempo
Detenidos en lo que es más
Que una extraña memoria

Y los cañones de los rifles
Apuntan a los otros hombres
Apuntan sus cabezas
Apuntan sus corazones
Y uno se pregunta
Qué resolverán las armas
Si no hay palabras
El miedo a morir es lo que determina la vida
Y el gran silencio
Empuja las grandes tormentas de arena
Empuja a este Oeste
Al que ahora conocemos como lo que fue
El verdadero Oeste
En esos trenes donde viajaban los destinos
De una manera real
De una manera viva
De una manera que no deja dudas
Que así fue como empezó Norteamérica
Una historia
De caballos
De muertes
De armas
Una historia que despojó
A la historia de los nativos aborígenes
Una historia que a veces camina
Como yendo hacia atrás
De la historia
Porque los ferrocarriles
No siempre van hacia adelante
A veces retroceden sobre los rieles
Y se quedan paralizados en el tiempo
Mientras esos vaqueros
Saben perfectamente lo que vale la vida

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Masaya, Nicaragua, 1953. Reside en Costa Rica.
Ha publicado seis libros, todos de poesía: El humano oficio (2000) por el Centro Nicaragüense de Escritores; La costumbre del reflejo (2006), Paradojas de la mandíbula (2007), Arquitecturas de la sospecha (2007), bajo el sello de Editorial Andrómeda, San José Costa Rica; Cornisas del asombro (2009) con Editorial 400 Elefantes, Managua, Nicaragua y Geometrías del cangrejo y otros poemas, 2011, Editorial Uruk Editores, San José, Costa Rica. También acaba de publicar Las cartas sobre la mesa. Generación de los Ochenta. Poesía Nicaragüense, en coautoría con el poeta Carlos Castro Jo, Editorial Uruk Editores, San José Costa Rica, 2012.

Ha escrito artículos sobre libros de otros poetas y también relatos. Su obra se ha divulgado en diversas antologías, revistas y suplementos literarios en Nicaragua y otros países.

Actualmente labora como docente universitario y secundaria en Costa Rica. Tiene una maestría y licenciatura en Docencia.