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Creciendo como Jon Lee Anderson

22 septiembre, 2015

Mildred Largaespada

– Su nombre ya se escribe en letra sólida: Jon Lee Anderson. Se le conoce como uno de los mejores periodistas del planeta. Le alaban mundialmente sus crónicas periodísticas que publica en The New Yorker. En las universitarias escuelas de periodismo se estudian sus piezas que retratan situaciones latinoamericanas: Venezuela, Nicaragua, Cuba, Brasil, Haití… Y también Libia, Siria, Liberia, Irak, Angola…


Jon Lee Anderson

Llega conduciendo un coche con una despampanante rubia al lado, de copiloto.

Es fácil reconocerlo. Acaba de aparecer su foto publicada en las redes sociales y periódicos españoles. En ellas se mira a un hombre vestido con fresca y elegante guayabera blanca posando en una terraza de un edificio en Madrid. Los titulares le nombran con la reverencia que se ofrece a las grandes personalidades. Le retuitean, comentan y celebran.

Su nombre ya se escribe en letra sólida: Jon Lee Anderson. Se le conoce como uno de los mejores periodistas del planeta. Le alaban mundialmente sus crónicas periodísticas que publica en The New Yorker. En las universitarias escuelas de periodismo se estudian sus piezas que retratan situaciones latinoamericanas: Venezuela, Nicaragua, Cuba, Brasil, Haití… Y también Libia, Siria, Liberia, Irak, Angola… Ejerce el oficio y lo enseña en la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano, creada por el mismo Premio Nobel de Literatura, adonde acuden cada año decenas de periodistas latinoamericanos a formarse.

El encuentro con Anderson ocurre en Salobreña, Granada, al sur de España. El Mediterráneo está a pocos metros pero no nos bañaremos. Nos refrescaremos con cañas frías de cerveza Alhambra y comeremos un menú de precio medio. Cuando consigue dejar aparcado el coche, se acerca con rapidez, pide disculpas por el retraso de casi una hora, pero no me nace un reclamo para alguien que ha tenido la gentileza de aceptar una entrevista en medio de sus vacaciones de verano.

Viste el tipo de camiseta que suelen usar las genuinas estrellas del rock para dar sus conciertos en días de calor: mangas cortas, color gris, o que alguna vez fue azul, no ajustada al cuerpo. Y jeans, no apretados. En los pies sus chinelas de gancho, o chanclas de verano. Una indumentaria necesaria para sobrevivir a una de las olas de calor que azotó en Julio al país.

Posee ese halo sexi que emiten ciertos especímenes masculinos despeinados, velludos, de espaldas anchas, antebrazos fuertes y conversación elocuente y viva. Es atractivo en las fotos y en las distancias cortas y es afable en la conversación y en el trato, y con esta última característica se empieza a comprender cómo ha alcanzado su estatura de entrevistador: es cercano, o se muestra cercano.

Anderson nació en 1957 en California, Estados Unidos.

— ¿De dónde sentís que sos? —

Reconozco que soy norteamericano. No lo siento de la forma que lo sienten otros. No puedo contestarlo de forma sencilla. Lo soy, lo dice mi pasaporte, mis padres lo eran, mi deje es de ahí, no es inglés. Pero no me crié ahí y no comparto muchos de los valores culturales, porque he pasado entre otras culturas la mayoría de mi vida. Soy norteamericano con esos atenuantes.

Su idioma nativo es el inglés, aunque habla en perfecto español usando las cés y zetas correctamente, con acento argentino en la mayor parte de la conversación y cubano, cuando expresa ideas vehementes.  Alguna vez, de pequeño, habló chino. Y otra vez, de adolescente, aprendió algo del dialecto de Liberia, el kpelle.

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Creciendo como Jon Lee

Anderson, que ha retratado en celebradísimos perfiles periodísticos a Gabriel García Márquez, Ché Guevara, Saddam Hussein, Augusto Pinochet, entre otros, tuvo como primeros lectores a los vecinos de su barrio en Taiwán cuando a los 9 años publicó sus notas periodísticas en su primer periodiquito: The Yangminshan Yatter. “Es una jerga:  “yatter” significa “tira lenguas, hablador” y “Yangminshan” era el nombre del barrio chino donde vivimos”, explica.

La familia Anderson llegó a Taiwán proveniente de California, pero antes ya habían vivido en Trinidad y Tobago, después en Haití donde nació su hermana mayor. Más tarde se trasladaron a El Salvador donde, como le gusta decir a Anderson, fue concebido y durante esa misma estancia en Centroamérica sus padres fueron a Costa Rica para adoptar a su segunda hermana. Al regresar a California nació Jon Lee y después su otro hermano. Y ya cuando estaban en Taiwán adoptaron otra hija. “Somos una familia sui generis, vivimos en 8 países antes que yo cumpliera 18 años”, comenta con alegría sobre el itinerario que habría mareado a más de algún cartógrafo.

Pasó toda su infancia fuera de los Estados Unidos. A los 12 años regresó y lo matricularon en un colegio en Virginia. “Lo pasé muy mal, porque me llamaron “el chino blanco”, pues mis modales eran asiáticos y no conocía ninguna de las lisuras, palabrotas con que uno se defiende ¿no? Y se dieron cuenta que era un gil, como en la jerga argentina: un ingenuo, un inocentón”.

A los 13 años Jon Lee ya no quería volver a vivir en los Estados Unidos y se fugó de casa rumbo a Washington, a la sierra nevada. “Para vivir como hombre salvaje, con lanzas. Me pilló la policía y me trajeron de vuelta a casa. Ya castigado, mis padres no sabían qué hacer conmigo y me plantearon ir a vivir con mi tío Warren, que era geólogo y vivía en Liberia”.

Así fue como Anderson durante todo un año dejó de llamarse Jon Lee Anderson. “En ese año me fui mucho al monte en África con el cocinero de mi tío y tuve grandes experiencias: bailé por primera vez con la tribu, me dieron un nombre, aprendí algo del dialecto kpelle”.

— ¿Cuál era tu nombre? —

Yo lo escribo Saqui. Propiamente dicho se debería decir Seke. Lo he castellanizado.

— ¿Y qué significa? —

“El chico que llegó por sorpresa”.

Los kpelle son uno de los grupos étnicos de Liberia. Su dialecto es una lengua tonal en la que cada sílaba podría variar de significado según el tono que se le imprima. El chino mandarín también es una lengua tonal, por ejemplo.  Los kpelle bailan la música tradicional con un ágil y rápido movimiento de pies siguiendo el ritmo de los tambores, el torso levemente inclinado y mucha armonía con los brazos. En algunos pasos tiene un parecido con el Palo de Mayo del caribe nicaragüense, aunque la danza liberiana no mueve tanto las caderas.  Bailan descalzos. Es fácil imaginar a Jon Lee bailando durante su ceremonia de nombramiento.

Mientras estuvo en Liberia, el joven Anderson tampoco estuvo quieto.

— Me fui al este de África dos meses, de aventura.

— Estabas muy chavalo…

— Sí, pero mentí sobre mi edad.

— Tu madre lloraba, supongo. Yo habría llorado.

— Ella no sabía, no había internet —dice con auténtico tono de chavalo travieso, orgulloso de su astucia—. Pero hubo una época en que sí pensaron que yo estaba perdido —concede.

Sus viajes no cesaron. Cumplió 18 años en Honduras trabajando durante ocho meses como machetero, ganando la mísera cantidad de dos lempiras al día. Estuvo en Sambo Creek, 20 kilómetros al este de La Ceiba. “Ahí fue donde realmente aprendí el español”.

Voló a Perú, y escribió notas para el semanario en inglés Perú Times. Para ese momento dice que ya se empezaba a sentir periodista. Voló a Centroamérica nuevamente.  Somoza se había ido de Nicaragua, la revolución había triunfado. En El Salvador el conflicto estaba en su etapa más dura y sangrienta. “Fue allí, cuando ya estaba cubriendo los conflictos y haciendo las historias grandes, cuando me empecé a sentir periodista”, precisa.

Dar cubertura periodística a los hechos agudos que estremecen a ciertos países se convirtió en su área de especialización. Anderson ha dotado su trabajo con una particularidad: cuenta la historia “grande” construyéndola con la suma de historias “pequeñas”, como su retrato de Hugo Chávez y Venezuela narrado desde la historia de un edificio ruinoso y la gente que lo habita en su pieza Slumlord.

Se enfoca en sociedades en conflicto político y donde se desangran por la guerra. Le comento que una vez estuve pecho a tierra, bajo balas, sentí mucha angustia y me convencí de que no era lo mío.

— A vos esos temas te llaman la atención y vas…

— Sí, yo sé. Creo que es una cosa de los varones.

Y lo va a explicar largo y tendido, abriendo la puerta a uno de los pasajes de su vida más íntimos.

La lista vital de Anderson

Dice Jon Lee que desde muy chico leyó muchas biografías, historia. Hizo una especie de borrador del hombre que quería ser, se planteó experimentar ciertas situaciones para completar su educación personal. “Hice una lista de las cosas que tenía que hacer, fuera de la búsqueda de carrera profesional. Si no, yo no iba a ser el hombre que yo debía ser”.

Ya puso un codo sobre la mesa, ya extiende más sus manos como el que quiere explicarse más y mejor.

“Que minero de carbón, que remar desde no sé dónde hasta no sé dónde, que trepar una montaña tal, que estar en la prisión, cortar caña, ir a la guerra. Que no sé qué y no sé cuántos. Todo eso eran experiencias que por alguna razón u otra las fui agregando a una lista de vida mía”.

Ir a la guerra lo tenía como número uno en la lista. “Consideré desde muy temprana edad  que tenía que ir a la guerra, presenciarlo, para, uno: enfrentar el miedo y la muerte; dos: medir mi valor; tres: convertirme en hombre. Es una cosa de hombres. Y quizá un poco primitivo y atávico y anticuado. Si me preguntan por qué fui a la guerra, era por eso”.

“Es más, desde muy joven tenía una noción social y moral de espanto a la guerra, ideas inculcadas por mi madre, muy pacifista, y mi padre, también pero menos. Mi pretensión juvenil era saber por qué existía la guerra como una inevitabilidad humana a través de la historia, cuando era algo inmoral. Y pensé que si al presenciarlo al menos, si no lo puedo parar voy a saber qué pienso sobre ello. Eso era algo que nadie me lo podía explicar.

“Entonces se convirtió en la búsqueda de mi vida, sin darme cuenta. Quise ser naturalista, ecologista. Y resulté siendo alguien de la guerra, porque cuando me topé con ello me di cuenta que era mi selva por explorar. Y me nacía. Oye, aborrezco la guerra, no es que me gusta”.

El estilo Anderson

Hay una clave fundamental para comprender el celebrado estilo periodístico de Jon Lee Anderson. Su manera de escribir consigue poner orden y disminuir la incertidumbre y esto nos hace comprender historias lejanas y cercanas. Cuando se le pregunta en las entrevistas quién le ha influido en su profesión, Anderson responde rápidamente: su madre.

Joy Anderson era una escritora de cuentos infantiles que tenía la fabulosa costumbre de contar cuentos a sus hijas e hijos. “Ella nos leía todas las noches. Nos incentivaba a que escribiéramos cuentos, a que éramos escritores, siempre hablaba de ciertos escritores, procuró presentarnos a algunos, nos traía libros. Era así, era su mundo”, dice su hijo y añade que además fue ella quien le animó a hacer su primer periodiquito, el ya mencionado The Yangmishan Yatter. “Ella me lo mecanografiaba, me ayudaba a editarlo. Me inculcó la devoción a la lectura, un culto a las letras”.

La escritora  Anderson es la autora de varios cuentos, entre ellos de Hippolyte: Crab King y de Hai Yin the Dragon Girl y otros que actualmente se pueden comprar en Amazon.comFue profesora de lengua inglesa y literatura infantil en la Universidad de la Florida, donde es reconocida y valorada por su idea para crear el programa de literatura infantil, que enseña a escribir e ilustrar historias especialmente dirigidas a niñas y niños, según consta en los archivos de la universidad: en el volumen 3 de la revista trimestral de la Asociación de Literatura Infantil (Children´s Literature Association Quarterly) .

Joy Anderson, escritora y madre de Jon Lee Anderson

Joy Anderson, escritora y madre de Jon Lee Anderson

Y hay más: la Doctora Joy Anderson marcó un hito en la historia de esa casa de estudios pues contribuyó a crear la valiosa Biblioteca Ruth Baldwin (Ruth Baldwin Library) llamada así en honor a la profesora de Louisiana quien desde jovencita había alimentado primorosamente una colección de 35,000 libros de cuentos infantiles ingleses escritos en los siglos XVIII y XIX.  Al jubilarse, Baldwin buscaba una casa adecuada para contener tamaña colección y habló con Anderson quien inmediatamente comprendió el valor del conjunto de las obras y gestionó con las autoridades académicas para guardarlas.

En una entrevista que brindó al periódico Gainesville Sun, publicada el 25 de abril de 1982 (accesible por archivo microfilmado), la escritora Anderson cuenta rasgos de su actividad creativa:

Sobre cómo enseñaba a sus estudiantes de literatura creativa: “El talento es ser una y uno mismo”. “Enseño cómo escribo y cómo escriben otros. Muchos escritores principiantes cometen los mismos errores iniciales y les ayudo a transitar por estos más rápidamente que si lo hicieran solos. Pero la voluntad y el deseo de escribir deben estar allí”.

Sobre los temas que le atraían en ese momento: “Tengo muchas cosas sobre las que quiero escribir: la magia y las peculiaridades de la gente, el camino de piedras gastadas de la Universidad de Oxford, la reina del nido de cisnes de Exmouth, los sonidos de la costa yugoslava… y el sonido de perro ladrando durante una noche caliente de verano. Y averiguar si lo que digo sobre eso es importante para quien lo lee”.

Ahí lo tienen. Los orígenes. Entonces podría decirse que Jon Lee Anderson tuvo a la mejor maestra de narración periodística desde que era chiquito. ¿Y qué otra cosa son los cuentos infantiles sino la magistral estructura básica de todo un mundo con sus escenarios y personajes? Y sobre todo un mito escondido en las palabras, un personaje que condensa un significado universal. ¿Qué puede ocurrir en tu cabeza y en tu vida si desde bebé escuchaste distintas historias con la misma estructura básica? Una de las cosas que podría pasarte es que aprendás a contar una buena historia y que te llamés Jon Lee Anderson.

“Ella era una mujer californiana, social y políticamente progresista y nos educó con esos valores. Fue clave para meternos al mundo de la literatura y de la comunicación”, señala Jon Lee.

— En otras entrevistas casi no mencionás a John Anderson, tu padre. —

Es que me preguntan quién me influyó en el tema de los libros.

“Mi padre era una gran influencia también. Era un nómada y cuando digo nómada escojo muy bien el término. A los 19 años, cuando finalizó el colegio, se fue a vivir al sur pacífico como aventurero. Estuvo en lugares como Nueva Guinea, Tahití, Nueva Caledonia. Volvió a los Estados Unidos a los 27 años para estudiar en la universidad, y conoció a mi mamá. Era un tipo de centroizquierda. Entró en el servicio extranjero estadounidense, pero dentro de los programas para el desarrollo, de asistencia a la agricultura. Es más cuando se jubiló siguió así, nómada. Tomaba barcos de marina mercante de un país a otro. Yo tenía que ir a verlo, a veces ir a otros países para verlo. Cuando vivíamos en Inglaterra él llegaba a Irlanda y tenía que ir allá a verlo. Mi papá fue muy influyente en ese sentido, el de ser un poco aventurero”.

La mirada actual

Ahora Jon Lee Anderson vive en New Dorset, al sur de Inglaterra, un condado con muy buen clima, suave y cálido. La zona es conocida como la Costa Jurásica, donde han encontrado muchos fósiles. Y es mucho más conocida porque sus lugares fueron evocados en las novelas de ambiente rural de Thomas Hardy, el famoso escritor inglés de finales del XIX y principios del XX, que vivió allí.

Usando las nuevas tecnologías Anderson se mantiene muy bien comunicado con su editora en Nueva York, sede de la famosa revista  The New Yorker, la atalaya desde la que nos avisa lo que pasa con los conflictos que asolan al mundo. Es un activo usuario de la red social Twitter con el perfil @jonleeanderson. La usa para comentar las noticias que lee durante el día y para recomendar temas en los que no te fijarías dentro del caudaloso río informativo.

Los usuarios le comentan sus trabajos. Algunos celebran, otros se quejan. Son famosas sus conversaciones con sus críticos, y son más sonadas cuando le aparece algún troll. Antes contestaba a los usuarios que sin tener mayor argumento le insultaban burdamente. Ya aprendió, ahora bloquea, no sin antes despedirse con un “Chau, trolcito”. “Y así me quedo con la última palabra”, dice ríendose, “es que antes no sabía cómo hacerlo, ahora sí: toma, palo”.

— En tus inicios ¿qué habrías hecho con un blog? Maravillas, imagino… —

Imagínate, en la época de ser freelance, joven y sin nombre, cuando lo difícil era ser publicado. Era un círculo vicioso porque te decían “bueno, como no te han publicado antes ¿cómo te vamos a publicar a ti”. Ahora con un blog cualquiera puede tener presencia, alzar su voz. Y es muy bueno. Tiene sus desventajas, en el sentido en que alguno no sabe medirse, hay una promiscuidad, es la torre de Babel. Pero es mejor que no tener nada. En ese sentido el ambiente se ha democratizado muchísimo.

— En Twitter se meten contigo…

— Es anécdotico, es algo que sucede cada mes, cada dos meses. ¿Qué son los trolles? Unos malvados que existen en la internet, viven ahí para joderte la vida. En ese sentido todavía le tengo cierto reojo al asunto. Porque si hemos creado algo que de pronto produce y permite la ventilación de la maldad por parte de un grupo de malvados, gente que antes no tenían aire, oxígeno… no sé si es correcto. No lo tengo resuelto. Me fui de Facebook porque era la fruta que colgaba más bajo en el árbol, casi no la usaba. Y tomé un asco a partir de la muerte de mi amigo James Foley, cuando todo mundo replicó la foto de su ejecución sin pensarlo.

Se refiere a Foley, el fotoperiodista estadounidense secuestrado por los terroristas del Estado Islámico y que fue decapitado. Su asesinato fue filmado por los mismos extremistas, que difundieron las imágenes por la red. Muchísima gente en el mundo compartió el macabro video por las redes sociales, sin pararse a pensar que con ese acto estaban ayudando a los terroristas a difundir su mensaje. El perfil de Anderson en Facebook está ilustrado con una foto en color negro, en señal de luto y de protesta.

En algunas entrevistas que se le han hecho, Anderson utiliza un tono despreciativo sobre el uso de las redes sociales, o sobre el nuevo periodismo que se hace usando las nuevas tecnologías. Quizá porque las entrevistas se las hacen periodistas que han recibido regular o mal la incursión de los nuevos medios sociales. O quizá porque no han experimentado el potencial que los nuevos medios sociales ofrecen a la profesión periodística. Como tengo un blog y trabajo con todas las redes sociales que me sirvan para informar, insisto:

— Estoy de acuerdo contigo. No estoy en desacuerdo. Pero imaginá, tengo un blog, escribo sobre Nicaragua, donde el poder político cierra todos los espacios comunicativos independientes… Y pienso en El Salvador, en Guatemala.

— Así es, hay países donde es imprescindible. Sí, mira. Estaba pensando en mi caso particular. Totalmente de acuerdo. Internet como mecanismo es un espacio genial. ¿En cuáles de las redes de social media hemos de suscribirnos? ¿Tengo que probarlo todo? Por supuesto está bien tener un blog. En The New Yorker tengo uno, es un espacio propio y a veces me piden que haga un comentario. Encuentro que ha sido una forma genial, adicional, para piezas largas mías que se ven dos o tres veces al año. Me sirve para expresarme e incidir en coyunturas donde antes no tenía voz.

Gracias a la internet jóvenes mujeres y hombres periodistas que se inician en el oficio y que viven en remotas ciudades y pueblos latinoamericanos pueden acceder a la experiencia de Jon Lee, cuando es entrevistado sobre las técnicas que usa o su opinión sobre la ética periodística. Y eso, cuando tenés poca plata para viajar o pagarte un curso donde él enseñe es un regalo que ni los mismísimos Reyes Magos de Oriente podrían darte. Si ayudás a formar a una o un periodista, ayudás a un país entero.

Le pedí que entrásemos a un diagnóstico periodístico sobre América Central, ya que tiene la ventaja de conocer la región de manera longitudinal, a lo largo de varios años. Estuvo hace poco en El Salvador y Nicaragua. ¿Cómo ve la cosa, la “situación”?

Lo que ha pasado le provoca “desazón y tristeza”, porque si bien lo que miró antes –en los 70 y 80- no era sencillo porque eran sociedades injustas, lo de ahora no es mejor. “Eran países con injusticia endémica, donde si eras pobre y nacías pobre estabas condenado a serlo. Si eras hijo de un cortador de caña o tabaco te tocaba serlo también”. Y nacieron las guerrillas con el ánimo de cambiar eso por la fuerza de las armas. “Y todo fue sangriento, no salió, en el caso de Nicaragua sí, brevemente. Y todo terminó en nada. ¿En qué terminó? En ajustes y arreglos donde todos los impunes quedaron impunes, las víctimas quedaron víctimas”, analiza.

“¿Acaso si tú pillaras a un asesino que hubiera decapitado y violado a 27 mujeres, lo dejarías suelto? No, en ningún país. En El Salvador sí, en Honduras sí, en Guatemala sí. Por eso tienen los problemas hoy en día. Por la injusticia. Los que pagaron a los escuadrones de la muerte, paramilitares, para hacer tanta atrocidad, siguen impunes. Siguen con sus riquezas, han diversificado sus fortunas. Y la pobreza sigue como antes. Y en Nicaragua el 50 por ciento de la población sobrevive con menos de dos dólares al día… ¡estamos hablando de estadísticas africanas! Es muy chocante. La falta de justicia social y de estado de derecho es el gran problema de Centroamérica”.

— ¿Y creés que el periodismo sirve para solucionar algo de ese problema?

— En el mejor de los casos sí. Sirve para divulgar lo que pasa. Si no tuviéramos información de lo que pasa seríamos ignorantes ¿si o no? ¿De dónde lo sacás? ¡De los periodistas! ¿Cómo lo sacan los periodistas? Buscándolo, husmeándolo, intentando a duras penas y con alguna moraleja de servicio público, plasmando la realidad, comunicándolo. Si no los tuviéramos ¿dónde quedaríamos?”.

— Y cuándo te enfrentás a los conflictos en los países, ¿cómo te planteás la “objetividad periodística”? En la que no creo, por cierto.

— Estoy de acuerdo. Intento ser balanceado, justo. Por supuesto que uno tiene sus afiliaciones, sentimientos, instintos, opiniones. Nuestro norte tiene que ser en términos grandes. La imparcialidad sirve cuando se trata de informar de la realidad. Pero cuando se trata de nuestro análisis, del cual depende el gran público para poder tomar criterios y desarrollar la facultad de juicio, nuestro análisis depende de nuestro instinto humano y nuestra noción de justicia. Y ahí no es imparcial. En la explicación del conflicto como tal, nuestro análisis del trasfondo, hay que ser honesto y justo, pero no imparcial y mucho menos objetivo.

Jon Lee-papá

Conté antes que estamos en Salobreña, al lado del mar. Aquí ha venido Anderson a arreglar una casa que compró su madre y donde vivió varios años con su familia cuando regresó de Cuba, después de escribir la biografía del Ché Guevara, que le dio fama mundial por su increíble acercamiento al personaje y porque durante sus investigaciones dio con el paradero -nunca antes desvelado por los asesinos- de los huesos del cuerpo de la mítica figura revolucionaria.

Mira con ojos periodísticos la situación política que vive España. “Es muy interesante, compleja, incierta y alentadora. Hay una generación nueva que ha surgido de lanada, un poco en respuesta al fracaso de los partidos tradicionales. Llevaron a España al abismo, la jodieron tanto los socialistas como los del Partido Popular. Vamos a ver si esta nueva generación lo hace bien o no. Dentro de los partidos tradicionales hay gente de valor, pero como mecanismos de hacer política ya están obsoletos, no supieron cómo responder a las vicisitudes y coyunturas que ellos mismos crearon. Hace falta una nueva generación que vuelva a cambiar España. Ojalá funcione”.

Durante toda la entrevista estoy conversando con Jon Lee Anderson y les estoy contando sobre este famoso periodista. Estamos en un restaurante, a la orilla de la calle y estoy segura que mi teléfono está grabando sus palabras aunque a veces dudo por el estruendo del ruido de los motores de coches y camiones que transitan en la rotonda que está a mis espaldas. Les cuento sobre el periodista y escritor, pero es que también estoy mirando a un Jon Lee-papá, pues a su lado izquierdo está Rosie, su hija, la rubia despampanante que les comenté al principo, que a veces asiente y a veces no cuando su padre contesta alguna pregunta.

Mildred Largaespada con Rosie Anderson, escritora e hija de Jon Lee Anderson.

Mildred Largaespada con Rosie Anderson, escritora e hija de Jon Lee Anderson.

Es alta, con el pelo larguísimo. Ambos tienen la misma forma de ojos. Acaba de terminar sus estudios de maestría en Stanford, California. Se interesa por los estudios culturales, la antropología y lo combina con la literatura. Me cuenta orgullosa que acaba de terminar su primer libro de cuentos dirigido a niñas y niños, escrito e ilustrado, titulado “Joao, el chico que salvó la selva”, fruto de sus pesquisas antropológicas en la Amazonia brasileña.

Jon Lee es padre también de Bella y Máximo. Y es el marido de Erica, por la que no pregunté y me arrepiento, pero de la que algo sabemos porque la belleza y el talento de Rosie hablan demasiado. Rosie conserva a sus amistades infantiles de cuando vivió y estudió en Cuba, también a sus jóvenes amigos españoles. A Rosie le gusta España, y la casa de su abuela en Granada.

Antes le pregunté a Jon Lee ¿de dónde sentís que sos? Y él me contestó con otra pregunta;

— ¿Sabés dónde me siento mejor en el mundo latino? En Cuba. No es solo la revolución. Tiene que ver con el sincretismo cultural. Me siento bien en Andalucía, pero España ha sido un país de expulsión del otro, no de asimilación. Mientras que en América Latina es todo el otro, es un sincretismo, una promiscuidad genial, que nos ha dado el mestizaje… y la mezcla de sangre que incluye el africano. Es en el Caribe donde me siento más en casa.

— Es que la negritud es bella.

— Es así, es así. Esa mezcla, el ritmo, todo, todo. Donde yo me encuentro feliz es allí.

@1001tropicos

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