PEDRO RIVERA

Despedida de Dimas Lidio Pitty

29 septiembre, 2015

Pedro Rivera

– En actos como este, de recordación y encomios, lo obvio es destacar la vida y la obra del amigo, sus ejecutorias, luchas, alegrías e infortunios. Me correspondería a mí, a petición de la familia y de otros amigos, destacar el perfil de una de las figuras más emblemáticas de la de la literatura panameña.


Dimas Lidia Pitty, fotografía de Iván Rangle

Duro enfrentar ese compromiso. A nadie le gusta enterrar a sus amigos. Mucho menos tratar de construir una imagen con palabras de quien es hijo de ellas, uno de sus cultores más responsables en este país, y quien no acostumbró a malgastarlas. No resulta fácil hacerlo.

Por suerte para nosotros Dimas Lidio, auto examinándose, se define  a sí mismo como una proyección dicotómica  de hombre urbano-cosmopolita y hombre de campo-campesino. Esa caracterización la deja por sentada Dimas Lidio en el prólogo de sus Huellas en el agua, publicado hace 10 años.

huellas

“Nacido en el campo —dice Dimas —en un caserío formado por cuatro viviendas, en los aledaños de una comunidad que entonces no pasaba de doscientos habitantes, y luego trasladado a la ciudad, siento que pertenezco a los dos ámbitos.  Porque lo cierto es que he vivido con un pie en la quietud y el encanto de los montes y con el otro en la angustia y el torbellino de las urbes. Es como si una parte de mi hubiese permanecido en el aire claro de las llanuras o en la cadencia murmurante de los arroyos, o en la soledad y el aroma de los bosques, y la otra hubiera buscado el estruendo, los sótanos, el smog, el estrés y las neurosis de las ciudades.

Eso sí, siempre en disposición de captar y entender los rumores de la realidad: desde las exploraciones del subconsciente hasta los viajes espaciales, desde las quejas de los torturados en las mazmorras de las dictaduras hasta el coro de las iglesias que entona un salmo, desde el llanto del recién nacido y la felicidad de la madre hasta el miedo a los cementerios y a las brujas, desde reclamos de las multitudes discriminadas y hambrientas hasta los caprichos y devaneos de la nobleza y las aristocracias anacrónicas y frívolas, desde el botón que se abre en el alba hasta las huellas de Jesús o de Buda en cada uno de nosotros.

“Ese espíritu me ha acompañado y sostenido, aún en coyunturas y trances ensombrecidos por la represión, la penuria o el desconcierto.  Debe ser porque la poesía (ese destello que une la poesía con la realidad) posee la virtud de iluminar el instante y el camino. O bien porque pese a todo, siempre he creído en el hombre”.

Hasta aquí el texto entrecomillado de Dimas Lidio.

Es el perfecto auto-retrato. Nada sobra. Nada falta nada.

Amigos, poetas, compañeros, hace más o menos 55 años leí por primera vez el poema Aproximación poética a la muerte de Tristán Solarte.

Un verso de ese poema me ayudó, siendo yo muy joven, a poner los pies sobre la tierra.

«Frente a la muerte sólo morirse cabe»

Este bello, relista y casi monstruoso verso [Frente a la muerte sólo morirse cabe] es lo que me ha permitido, a mí, particularmente, soportar momentos como el que he vivido esta semana.

Gracias a esa línea poética he podido aceptar a lo largo de todos estos años a la muerte como lo que es: un antes sin después, un después sin mañana, el comienzo del final, un crepúsculo sin sueños, el arcoíris sin colores, aluvión de estruendosos silencios, el triste recuerdo del olvido, la bienvenida siempre prematura del adiós, la paradójica irracionalidad de la razón, en fin, la reconciliación de la carne con el cosmos.

La muerte aunque uno sepa que es inevitable, siempre duele. Y aunque uno sepa que es inminente, que acecha en cada recodo del camino, aunque se la espere con estoicismo, humildad, desprecio o arrogancia, siempre será inesperada, siempre será prematura su llegada, porque en los seres humanos la eternidad es una permanente tentación.

Ayer les dije y hoy les repito lo que todo el mundo sabe: Dimas Lidio sobrevivirá por su obra literaria. Pero Dimas también sobrevivirá a través de su descendencia. Ya vive a través de su hija y de sus nietos.

Y no se trata de una metáfora.  Es absolutamente cierto. Científicamente comprobado: la eternidad de la vida se da a través de la continuidad genética.  Porque lo maravilloso del gen es que nada muere cuando muere. Y lo que vive, aunque muera, vive para siempre.

La vida se repite y repetirá una y otra vez hasta el final de los tiempos.

En el andar por el mundo Dimas encontró la profundidad en las cosas más sencillas. Desde muy joven abrazó la causa de los pobres. Se matriculó con la justicia social desde sus años mozos. Creyó en el hombre. En la posibilidad de una sociedad más justa y solidaria.

En defensa de su credo y de sus ideas estuvo en la cárcel. Vivió en el exilio. Se atrincheró en sus principios. Amó y odió como todo ser humano.

Pero amó a la patria con la fuerza de un huracán.

Pertenece a la generación de panameños de mediados del Vigésimo Siglo que dio a Panamá  identidad, independencia y soberanía.

Cuando las urbes se convirtieron, según su punto de vista, en una maldición, Dimas buscó refugio en las montañas.  Buscó la soledad. Inútilmente quiso distanciarse de un mundo que de una u otra manera, con razón o sin razón, aborrecía.

Es algo que nunca lograría porque, como se dice, sin querer queriendo, era un hombre comprometido con la suerte del país y el destino de la humanidad.

La vida le permeó su estilo literario. Viajar llenó sus ojos de horizontes. Su sensibilidad intelectual y su capacidad  de percibir en profundidad el mundo que lo rodeaba le permitieron trascenderse a sí mismo. A convertir al campesino que llevaba en el corazón (como él se describía) en el hombre universal que fraguó su inteligencia.

Y repito lo que dije ayer. Dimas Lidio nació poeta. Vivió poeta. Murió poeta. Y será poeta de aquí a la eternidad.

Vivió muriendo y murió viviendo. Es así como viven los poetas de verdad.

Murió aferrado a la poesía como soldado que se atrinchera detrás de una metralleta. Murió dando la batalla final. Peleó hasta el último verso con lanza en ristre y bayoneta calada.

Y como diría el poeta José Carr:

“Hoy tu silencio dirá más que todas las palabras”.

Hasta siempre Dimas. Por ahí nos vemos.

Comparte en:

Revista bimensual y digital que promueve las ideas, la creación y la crítica literaria. Fundada en 2004 por el escritor Sergio Ramírez