El amigo de Batman (cuento)
29 septiembre, 2015
Dimas Lidio Pitty
– El olor de la montaña, 2010 – San José, Costa Rica : EUNED, Editorial Universidad Estatal a Distancia, San José, Costa Rica : Talleres Gráphicos de la Editorial EUNED, 2010. 2012.
Macedonio ayudaba a limpiar la barbería de Eusebio, el español, a cambio de que éste le prestara historietas de Batman. Y cada semana se deleitaba con las aventuras del hombre murciélago y su compañero.
Macedonio pensaba que no había seres más nobles que el millonario Bruno Díaz y su amigo Robin, quienes hacían el bien, perseguían a los pillos y luchaban por la justicia. Todo el mundo sabía que ellos eran lo máximo. Y tenía que ser así, porque no había nadie como los héroes de Ciudad Gótica.
En eso pensaba Macedonio –torerillo de los buenos, decía Eusebio- mientas barría cabellos y colillas alrededor del destartalado sillón de la barbería. Y en las noches, acostado junto a sus dos hermanos más pequeños –la madre y la hermanita mediana ocupaban la otra cama-, se decía que cuando creciera sería como Batman y Robin y también lucharía contra los malhechores.
Los sábados llegaba más temprano que de costumbre a la barbería, porque era el día en que el español le compraba revistas usadas al buhonero que pasaba con una carretilla repleta de fotonovelas, cómics, horóscopos, libros de magia, espejos, agujas, hilo de coser, peinillas, estampas de santos y globos de colores.
-¿Hubo hoy de Batman? –preguntaba siempre, al entrar.
También, invariablemente, Eusebio respondía:
-No leas sandeces, torerillo. Distráete con algo mejor. Bien sabes que Batman no existe. ¿Para qué pierdes el tiempo? De seguir así, no llegarás ni a novillero ¡Mira lo que te digo!
-Sí existe –afirmaba Macedonio mientras buscaba su historieta preferida entre el montoncito de revistas que había dejado el buhonero sobre un cajón.
-Así que existe, ¿eh? ¿Acaso lo has visto?
-No, pero todo el mundo sabe que él vive en Ciudad Gótica.
-¡Vaya con las pamplinas! ¡Habrase visto! ¡Cualquier día les hacen creer a los chavales que los Reyes Católicos eran hijos de Carlomagno y vivieron en Portobelo!
Sin hacer caso de los comentarios de Eusebio, Macedonio salía al sol de la mañana y se sentaba en el suelo, junto a la entrada de la barbería, a disfrutar con las aventuras de sus héroes predilectos. Luego entraba y barría con más entusiasmo que de ordinario y todo el día andaba como exaltado.
En tales momentos estaba seguro de que si alguna vez tuviera una dificultad muy grande, bastaría con llamar a Batman por medio del pensamiento para que éste acudiera en su auxilio. Tenía la confianza absoluta de que así sería. Por más que Eusebio afirmara que eran pura fantasía, estaba convencido de que seres como Batman y Robin, verdaderos paladines de la justicia y el bien, tenían que existir. Si no existieran, se decía, los pillos acabarían con todo y nadie viviría tranquilo.
Eso pensaba y creía Macedonio la tarde del sábado en que regresó de la barbería y su madre le contó que el dueño de la casita desportillada que ocupaban había venido a decirle que debían mudarse, porque él necesitaba el local para montar una abarrotería. Ella dijo que no tenían a dónde ir. Y el casero respondió que eso a él no le importaba, que desocuparan la casa y punto.
La mamá estaba llorando cuando Macedonio llegó. Venía contento porque Eusebio le había dado cincuenta centavos, por haber limpiado bien, y sobre todo, porque Batman y Robin habían atrapado a cinco pillos que le habían robado un collar de diamantes y otras joyas a una pobre viuda que vivía en una mansión antigua con dos criadas, el mayordomo, una docena de gatos y un perico australiano. Para cometer sus fechorías, los malhechores habían narcotizado a los dos perros que cuidaban la propiedad, ubicada en un barrio distinguido, y habían atado y amordazado a la servidumbre.
Con su habilidad de siempre, Batman y Robin persiguieron a los ladrones y los capturaron cerca de los muelles, después de una gran pelea. Habían noqueado a los cinco. Era fabuloso. Cuando la policía llegó, los maleantes estaban amarrados con cadenas en el piso de una bodega. Los periodistas tomaron fotos. Y la víctima del robo, una anciana de expresión bondadosa, le había dado un beso de agradecimiento a Batman y otro a Robin.
Al saber lo que angustiaba a su mamá, Macedonio no dijo nada, pero pensó que había llegado el momento de pedirle ayuda a Batman. Lo llamaría con el pensamiento y seguramente vendía a impedir que los echaran de la casa. Claro que sí. Batman era su amigo y no iba a fallarle. El siempre ayudaba a los necesitados. Y, muy confiado, después de acostarse llamó a Batman con al ente, una y otra vez, pero no obtuvo respuesta. “Seguramente no está en la baticueva –se dijo- Debe andar en alguna misión. Lo llamaré mañana”.
Durante todo el día siguiente siguió enviando mensajes, pero tampoco hubo respuesta. Y en la tarde llegó el casero, acompañado de un policía, y la mamá tuvo que firmar una orden de desalojo que la obligaba a mudarse en menos de cuarenta y ocho horas.
Macedonio durmió mal esa noche y tuvo pesadillas. En una, él llamaba a Barman y a Robin, pero estos no le hacían caso. Luego, él estaba a punto de caer por un precipicio y ellos se alejaban en el batimóvil, sin mirarlo, como si no les importara. Esto lo desconsoló mucho y despertó triste. Sin embargo, a media mañana, ayudó a su mamá y a sus hermanos a sacar de la casa las pertenencias de la familia.
Estaban en la calle, debajo de un almendro, sin saber qué hacer ni para dónde ir, cuando se presentó Eusebio y les dijo que podían ocupar el cuarto trasero de la barbería hasta que consiguieran otra vivienda.
La mamá agradeció el gesto, pero dijo que no podía pagar el alquiler, que mejor no se molestara.
-¿Y quién ha hablado de pago mujer? –aclaró Eusebio- Usted no tiene que pagarme nada, el torerillo me paga con su trabajo.
El sábado siguiente, cuando el buhonero puso las revistas sobre el cajón, ya Macedonio estaba allí, pero no corrió a buscar la de Batman, sino que siguió acomodando peinillas y tijeras en la mesita sobre la cual, sujeto a la pared, estaba el único espejo de la barbería.
A Eusebio, que en ese momento afeitaba a un cliente, le extrañó esta actitud.
-¿Qué pasa, torerillo- preguntó-, ya no te interesa tu amigo Batman?
-No –respondió Macedonio-, Él nunca fue mi amigo.
Luego, en silencio, continuó con la limpieza mientras se sentía realmente feliz por tener un amigo como Eusebio.