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La nulidad de uno mismo. A propósito de la lectura de «Manual de ruido», de Ernesto Carrión

25 septiembre, 2015

Luis Manuel Pérez Boitel

– La tesis aventurada de que entre el vacío y el suceso puro está el ruido. El ruido como silencio. El silencio como ruido. El poema trazado a manera de “camino imaginario de ladrillos”. Maneras de re-inventar la historia conformando otro lenguaje para alucinar lectores, son algunos de los descubrimientos hechos por poeta cubano Luis Manuel Pérez Boitel, posterior al repaso del libro Manual de ruido, del también poeta ecuatoriano Ernesto Carrión. Valiéndose de referentes poéticos expresados por Valery, Lezama Lima, Willem de Kooning y el omnipresente Jorge Luis Borges, Pérez Boitel acuña monedas críticas y admirativas hacia Carrión, a quien califica de “poeta extraordinario de nuestro continente americano” pero también de fustigador de vanguardias y de ser poseedor de una poética de armazón rarificada, y por tanto, de difícil degustación.


Ernesto Carrión

Masticar los días puede ser un acto de apuesta.  La apuesta como salivazo, como escaño para el patibulario y el que va a encontrarse consigo mismo, pues a esta misma hora ya no hay nada que perder.  Y uno nunca sabe qué puede perder, dónde quedará la apuesta, por lo menos para el sujeto lírico, ese que queda allí medio muerto, lo que llaman moribundo; ¿y a quién le importa uno  que va a morir?  En esos escenarios es difícil simular lo que no se escribe, y está fuera, lo que diría pudiera quedar inmenso e inmerso en el  subtexto mismo, debajo de la fachada que fraguan las palabras del moribundo, del obligado a la pena, del que descubre y repasa un tiempo ante la fusilería, ante la turba.  Estos argumentos epistemológicos pudieran ser una tesis en la poética de Ernesto Carrión (Guayaquil, Ecuador, 1977) en su libro Manual de ruido[1].  Creo, que definitivamente estoy ante uno de esos poetas extraordinarios de nuestro continente americano, al que sólo uniría -a manera de triunvirato poético- con el  chileno Héctor Hernández Montesinos y con el istmeño Javier Alvarado, por la pujanza de sus obras, la búsqueda de arquetipos que más que jugar con las vanguardias o poéticas trascendentalistas, fustiguen las mismas, y las catapultan a un tiempo anterior.

La desgarradura asfixia, es un vicio que nos llena a todos de pesantez,  por lo menos en esta post-modernidad que han acuñado, la geometría se vuelve así discontinua como sajadura de la existencia, de sobrevida y uno tiene que sufrir esos aletargamientos.  Entonces una cita de Willem de Kooning pudiera parecernos ideal como pórtico para esta entrega, en un mundo donde el ideal se ha perdido, preciso: “La creencia de que la Naturaleza es caótica y el artista pone orden en ella, es absurda, según yo lo veo. Todo lo que podemos intentar es poner algo de orden dentro de nosotros mismos”.  Pero no vivimos con orden, es quizás una fachada para quebrantar el vacío, ese que tanto rondó en la cabeza de Valéry cuando confiesa que estaba entre el vacío y el suceso puro. ¿La naturaleza aquí – léase, en este Manual,  será el suceso puro?  Una extraña nadería para escapar, o simular escapar, pues el creador vive, se deleita con  el ruego de Sísifo y conoce que hay un vacío, a la manera que el propio José Lezama Lima nos confirma que fue Descartes quien desentrañó tal misterio: “y me veo como en un término medio entre Dios y la nada, esto es, colocado de tal suerte entre el ser supremo y el no ser”[2], a lo que el autor de Paradiso se inquieta pues cómo sería posible llamarle a Dios suceso puro. Quizás, la reformulación de esta propuesta estaría en reemplazar la nada por el vacío. En esa liturgia aparentamos tener orden en nosotros mismos y no ese vacío que corroe, que aniquila, que no deja nada. Y la nada es Nada. Pero Lezama habla en las figuraciones de Descartes de que está entre Dios y la nada, y obvia así el vacío, para retomar el juicio de que no es la nada sino el vacío mismo. Entonces Kooning se ha aproximado mejor a la Naturaleza que es caótica y absurda, como para emplazarnos, para conminarnos en descifrar sobre lo que hay detrás de todo; una relación dual que puede ser resuelta desde una misma óptica: la poesía.

Pensé en la filosofía aristotélica tomista para adquirir una visión más clara de lo que descubre Ernesto Carrión. No será que estamos padeciendo esta ruptura, desde lo extrañamente citadino, en nuestras magras existencias, para completar la unión entre Dios y lo que va quedando dentro de nosotros mismos. Lo diferente es entonces apostar por el suceso puro, es decir, por lo que va quedando dentro. Como armazón extraña y difícil de degustar, van quedando estos poemas del escritor ecuatoriano, que edifica una extraña ciudad sobre sus libros y desde ellos. Es como un gran puente para confluir en ellos la razón y la no razón, es decir entre la nada y lo opuesto a la nada, o tal vez lo intermedio. Mejor dicho entre la Nada y el Vacío. El vacío está en saber catar cada texto, desdibujarlo o hasta revertirlo como si fuera un mágico escenario lo que nos debe suplantar. La visión está en fisgonear lo que no es capaz nadie de descubrir, en esos ojos está la maraña de la poesía, pienso. Precisamente, hace unos días dijo el Papa Francisco, que uno tiene un ojo natural y un ojo de vidrio. A través del ojo natural vemos las cosas, pero a través del ojo de vidrio descubrimos la esencia de las cosas. Esta propuesta nos llevaría a entender las escrituras de este joven poeta que descifra desde su ojo de vidrio que hay una poética también fuera de nosotros, es decir también hay un mundo que no todos miran por igual y es muy lógico lo que dice. Algo así también inquietó al viejo Borges cuando asumía la idea de que ese mundo real uno no es capaz de llevarlo, dibujarlo como con papel carbón, tal como es a la literatura. Difícil es entonces negar tan interesante reflexión de nuestro Borges, pero sí creo que hay una inmediata ligadura entre lo real y lo literario, es como lo que Valéry creyó que existía entre el vacío y el suceso puro. La tesis que comparto, después de leer este mágico poemario de Carrión, es que existe un tercer elemento, a manera de trinidad. Entre el vacío y el suceso puro está el ruido, de allí la significación de un Manual para estos tiempos. El ruido como especulación de lo que acontece en lo inmediato, quizás el Papa Francisco no reflexionó sobre ello, pero hay una especie de desdoblamiento a través no sólo del ojo de vidrio, sino también a través del oído, que puede servir de puente para unir a Dios con lo que acontece fuera de nosotros. El ruido circundante. El ruido que nos llega a las vísceras para aniquilarnos. Un ruido así sin límites, sin mapas por conquistar. En esa fusión todo queda ante el espectador y así pienso que se corporifica la sustancia de este Manual, de excelente factura y técnica poética.

manual-de-ruido“LES DIJE:

YO YA NO ESCRIBO POESÍA (AUNQUE QUIZÁS JAMÁS
LO HICE)
Y NO PIENSO ESCRIBIRLA NUNCA MÁS
PORQUE EN 18 SCORPII
TODO ES PRESENCIA PERMANENCIA
REALIDAD ABSOLUTA
SÍMBOLO ROTO Y DEFORME
AMOR DEFORME”

Y claro que deforme, como la visualidad que nos acostumbra Ernesto en sus propios libros. Esa visualidad tiene otra lectura, aquí el ruido se traduce en humo, pero también en escupía sobre el mundo, en herida, en muerte, en caos, un caos maldoronesco que fragua cualquier batalla. El amor es así visto como quebradura, como vacío del mundo. Quizás, porque lamentablemente los poetas estamos en un mal momento, o quizás el mejor de los momentos, pero el vacío existe todavía y no ha ganado una definición visto a través del ojo natural. Entonces el ruido si nos conmueve y nos niega el hecho, ahora a través del ojo de vidrio: “y ya no escribo poesía”.  Es como la madre que viendo a su hijo pintar un mar le pregunta, y qué has pintado, a lo que el niño responde: Estoy pintando una casa. Es difícil en las lecturas de las poéticas trascendentalistas no descifrar esa angustia, esa penitencia del escriba, ese estar frente a la fusilería del tiempo transcurrido, del coetáneo instante. Residimos y lo digo con toda sinceridad en un mundo de penitencia, aquí es donde nos ha tocado vivir, y el poeta hasta se conmueve, llora y rehúsa toda la realidad. El ruido es su voz, su modo para pedir auxilio, la negación de lo que ha visto fuera de sí mismo y le aturde, quizás piensa el escriba que se está aniquilando, y yo veo también algo de esto en el tractus de la obra del creador. Nada nos puede aniquilar si estamos en el instante preciso, en el momento intermedio entre lo que Dios ofrece y el vacío, visto en particular con el ojo de vidrio pero también con el ruido que nos llega como si estuviéramos en el trasmundo, en una aproximación minimalista de eso que llaman realidad y que está fuera de todo.

“Mi voluntad elige escribir: hacer más blanco el tramo
entre mi Mundo y Yo.
Así yo me diluyo, me destino.”

A fuer de estas imágenes, la voz se quiebra, el corazón intenta dejar de sentir lo dulce, lo fácil, lo bello, como si fuera un personaje de Lacan, es como si el poeta ecuatoriano quisiera mostrarnos el otro lado del mundo, pero y dónde estará el otro lado del mundo. Imagino que para eso, como tabla rasa, debemos fisgonear la nada, o lo que es lo mismo el vacío, lo que pudiera ser y está fuera. Pero el libro está allí, expectante ante lo residual. No tuviera la mínima idea de lo que Lezama pensara alrededor de lo residual, quizás como partícula metafísica del mundo que desciframos como lo que va quedando, que intentamos captar, o evadir, sintetizar o golpear como una tachuela sobre un papel. El ruido vuelve entonces para exponerse y exponernos, para demostrarnos que hay una obertura ante esa otra fragilidad y Dios nos sirve de punto perfecto para el inicio, como también lo residual de esta vida estereotipada, asumida o simulada por lo que se va quedando detrás.

Este libro, a manera de Manual… constantemente nos está emplazando, es un modo que me resulta sincero en los predios de Carrión, visto también con la perspectiva de lo residual de otro poemario suyo como Bóveda 66.[3] El sujeto lírico es también lo residual, como el ruido que se hace cada vez más transparente, pero es que en el ruido hay también silencio y uno está en ese instante nefasto, como decían los augures romanos, para legitimar lo que está fuera de nosotros mismos. Entonces el autor vuelve a otros cuestionamientos, raras deudas con él mismo. El ruido es penumbra como el silencio pudiera ser la luz. En esa visualidad, también pudiéramos preocuparnos por lo que confirman las escrituras sagradas: más fácil invade la penumbra a la luz que la luz a la penumbra.

“NADA CONSTRUYE LA POESÍA
QUE NO HAYA ESTADO ANTES EN TI.

TÚ ERES EL LABERINTO ENTRE EL VACÍO
Y LA PARADOJA DE LO REAL
HACIENDO ESPACIO VISIBLE
ENTRE UN MILLÓN DE RESES.

Y EL POEMA ES UN CAMINO IMAGINARIO DE LADRILLOS.”

El autor sustituye en este momento lo residual por el poema. Es decir ese punto intermedio que uno recibe a través del ruido, es de algún modo el punto intermedio entre el vacío y el suceso puro. Para ello, el poeta ecuatoriano ha encontrado la esencia de lo que nos legó el realismo sucio norteamericano, que tuvo gran espacio en la narrativa. Ahora Carrión confiesa sus otras verdades, sin extrañamientos, pero son aquí un salto sobre nuestras pequeñísimas realidades, las cosas que pasan y están fuera. Es como darse un tiro y pretender tirarse también de un edificio moderno.

Los cadáveres de los soldados de SONY y PEPSI-COLA estaban amarillos en el piso. Tragando césped. Entonces logró reír por un rato prolongado, liberando la tensión de sus mejillas. Hallando en la guerra el sentido oculto y verdadero de toda su patria.

El ruido aquí escapa junto a la violencia de esas grandes realidades. El poeta ha reconocido su verdadera estirpe y pretende darnos fe. Buen oficio este. Fórmula que este Manual nos acentúa como para quedar perplejo ante la musaraña del tiempo. El modo de reinventarse la historia forma otro lenguaje que unido a la carga visual de este libro nos hace alucinar. Quizás, nos deje en silencio y nos haga aplaudir porque en verdad tenemos sangre en las venas y no otra cosa. El autor reconoce su ser y se ha subido a un ómnibus que lleva como chapa y garantía una sola cosa, especie de sentencia monolítica: Hay que hacer ruido para escapar de todo esto.


NOTAS

[1]Premio Pichincha de poesía, Poesía 2014-2015. Quito, Ecuador.
[2]Lezama Lima, José: Diarios, Ediciones Unión, 2010.
[3]Mantis Editores, México, 2011.

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