corea torres

Flora y fauna erotizada en «Ver de mar de Ver», de Victor Toledo

30 noviembre, 2015

Corea Torres

– La poética desarrollada por Víctor Toledo -escritor, poeta y ensayista de origen veracruzano- ha tenido reconocimientos justos de varios colegas de su oficio, entre ellos el del doctor y poeta Elías Nandino, cuyo nombre acuña uno de los Premios literarios del género en cuestión más importantes en México, con este texto Corea Torres hace un repaso del libro Ver de mar de Ver, en el cual encuentra características que distinguen al poeta Toledo, relacionadas precisamente con su decir distinto, sensual y desparpajado. Corea descubre con su lectura: “una claridosa humedad salóbrega, dorada por los rayos de un sol tropical pletórico de partículas pellicereanas” que se pasea oronda en las páginas del sugerente libro del doctor Toledo


…Como una casa es el mar
que se cose en cada ola
y se cuece en cada teja
-cuento de nunca acabar
oro del siempre jamás
cal y canto de la mar.
Víctor Toledo, de una casa es como el mar.

“Que su enamoramiento prosiga hasta volverse una pasión indomable”, parece ser que le dijo Elías Nandino al poeta Toledo por allá de 1984, es decir, hace ya un poco más treinta años. La escritura y publicación de esos acercamientos a la poesía ha continuado en Víctor, perseverante constructor de versos e imágenes con más de veinte libros publicados, en su mayoría dedicados a la palabra mayor, sin descuidar, diría yo, en ningún momento, la teorización de conceptos, puntuales críticas, la traducción de textos del ruso al español y viceversa, ensayos de linguística  y divulgación de la literatura en general.

Ver de mar de Ver salió a escena en 2013 (Ediciones Eternos malabares, INBA, CONACULTA. Colección: Poesía mexicana – Mester de juglaría), desde entonces ha sido pasto de los lectores de poesía, develando miradas, soliviantando espíritus: “albur solar” lo llamó Ricardo Venegas cuando lo hizo suyo, para terminar calificándolo: “celebración de la poesía desde las aguas luminosas del verso”, frase adjetiva a la que no le falta razón porque hay en el libro una claridosa humedad salóbrega, dorada por los rayos de un sol tropical pletórico de partículas pellicereanas. Como una piedra preciosa montada sobre un soporte áureo, así el contenido de Verde mar de ver, se asienta en cinco jugosos apartados: Mirillas de olas; Coplas marinas; Colibrío de rosamar; Natura de Villa Verde (Plantas, Flores, Insectos, Mariposas, Serpientes) y Frutas de Villa Verde, en cuyas aristas el regodeo lúdico del autor  con la composición, la morfología del cuerpo poético y las palabras, magnifican la alegría, porque pende de la estructura un duende celebratorio, jubiloso, ¡ah! pero además dotando los distintos estadios de sensualidad, merced a un contumaz, sibarítico “erotizamiento” de las palabras. Es notorio, por otro lado, percibir que el poeta ama las imágenes derivadas del hecho artístico al cual concurre, su aprecio a la búsqueda estética desde la difícil sencillez emite honestidad, un sentimiento como de libre albedrío de la infancia, albergado en su interior, recorre los pasillos del libro, algo sentido, inmiscuido en la raíz de cada poema subyace. Me pareció detectar que era un tesoro memorioso de su niñez guardado celosamente, cultivándose con suma delicadeza bajo la experiencia de vida posterior, en tanto el poeta sopesaba las consideraciones de su develación, conservando, hasta donde le fue posible, el asombro infantil ante las variaciones lógicas del transcurrir del tiempo. No hay vuelta de hoja: “Todo lo bien hecho subyuga”, nos recuerda Antonio Muñoz Molina, amar las imágenes, como siento que las ama el poeta Toledo, es asombrarse, ya lo consignamos, de las posibilidades infinitas de la creación humana.

Las propuestas de Víctor Toledo aquí en Ver de mar de Ver, repasan distintas formas de poetizar, de modo que cuando se embarca en la rima, o se ciñe a la métrica en los puñados de haikús, habitantes inquietos de estas páginas, ventilan los decires expresados del poeta, se entrelazan, ofreciendo claramente la sensación de lo expuesto, como sucede en la canción de ahab (uno de los dos poemas de Mirillas de olas con que arranca el volumen): la barca sube, la barca juguetea con el lenguaje y con el sonido procurándonos un rítmico vaivén y, pese a cierta seriedad expresiva el poeta no se desdice, no se echa hacia atrás en su frenesí lúdico, pareciera que el juego se le significa como una de las persecuciones estéticas más caras en su escritura, porque constantemente lo asocia al contenido de la expresión, supongo por su carácter de testigo de la naturaleza circundante en su etapa fundacional, de tal suerte que la lleva impregnada en su ser, en su vocación escritural, lo anuncia desde el título del libro cuando a manera de palíndromo de palabras (no de letras) deletrea la vista y el territorio marino: Ver de mar de Ver.

Este comentario lo inicié con una cita de augurio exitoso, del médico poeta Elías Nandino cuando se refirió a la obra de Toledo (una disculpa al poeta por el tuteo pero lo siento tan cerca al leer sus versos que me orilla a eso), con lo que creo refrenda cierta proximidad en sus ars poéticos, me refiero al libro de Nandino: Erotismo al rojo blanco, donde el autor jaliciense se da vuelo en retratar imágenes sexuales, rayanas, dirían algunos moralinos, en pornografía, cuando que la mímesis de esa naturaleza es cuestión diaria, cuasi cotidiana entre las personas en cualquier parte del mundo, pero que ciertos espíritus conservadores, de pronto, se asustan del hecho, como si tal práctica no sucediera, cuando que es inherente de los humanos, en fin, recojo esta reflexión sólo para indicar que, en la poesía de Toledo elaborada en los dos últimos apartados del libro: Natura de Villa Verde (Plantas, Flores, Insectos, Mariposas, Serpientes) y Frutas de Villa Verde (no puedo dejar de lado que este último poemario me remite de inmediato a aquel sabroso libro del poeta Dionisio Morales relacionado justamente con las frutas), se relaciona directamente con los órganos sexuales y la flora natural. Una suerte de ejercicio vital al que el poeta Toledo ha llegado después de un, se nota, sesudo sumergimiento en las instancias científicas de la botánica y zoología, Toledo mismo reconoce ese influjo en su respuesta a pregunta impuesta por Ricardo Venegas en entrevista publicada en La Jornada semanal del 12 de septiembre del 2012: “Una de mis mayores influencias es la ciencia: La física, la biología, la botánica, la sincronicidad, los estudios de las lenguas y su origen (el diidxazá, zapoteco, mi lengua materna, y el ruso), la antropología, la etnomicología. Estas visiones del mundo se corresponden y tejen para mí”.

En esos puntuales parangones del sexo con la naturaleza verde y la fauna, las perlas son prolijas: “No la inocencia/ ni mínima decencia/ carnívora vulva” (la vergonzosa); “Coloso clítoris/ fonógrafo de luz/ ob – seno lis…” (alcatraz); “Luna encarnada/ en aromado clítoris/ senos de luz” (gardenias); “…Seno redondo/ Venus dorada, canto/ lago torneado…” (naranja); “Clitoroide ese pezón/ es cereza y chocolate/ y minúscula vagina/ de zaina tostada y fina” (el café).

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El mar, su glosolalia perenne subsiste a todo lo largo del libro, cual demiurgo hegemónico aparece en cualquier página reclamando estatus, procedencia y presencia, Toledo no lo deja al garete, ¿cómo? Sí es su razón, su voz, su cosmovisión donde une lo sacro con lo terreno. Con el mar a cuestas echa mano de él para establecer el diálogo con el lector, amarrar el vínculo primigenio que lo llevó a la escritura: “…Mar amarillo/ redondo permanece/ tu duro brillo…” (guayaba solymar); “… ¿Y el palomar? Olas blancas las alas/ prenden al mar…” (aves); “… Vitral ligero/ del mar redoma rota/ costra de cielo…” (vitriolera); “Dardo cartucho/ ver – de mar -: cuando se abre/ aflora un pulpo” (tepejilote).

Dentro del diseño del volumen el acopio de información de la cual Víctor Toledo hace uso, posterior a empecinada investigación sobre los nombres científicos y sus acepciones, de las flores, plantas y animales, figura como otra de las virtudes de Ver de mar de Ver; el lector agradece esas cápsulas dispuestas a modo de explicación y luz de los distintos nombres con que se nombran, tanto en la academia de ciencias como en la academia del campo, los habitantes de la flora y fauna escogida por el autor. Y el regodeo continúa en cada poema, el retozo de las palabras como encantadas por un mago que las hace valer y ver de distinta forma, concediéndoles personalidad, actitudes, sensaciones.

Un libro gozoso, sensual, jodedor y provocativo, que entrelaza el deseo de diversión de un autor que se ha comprometido a decir como él quiere hacerlo, sin pizca de grandilocuencia, situándonos en el mar, en la sensualidad desprendida de la selva, en la malicia para pensar en doble sentido, impregnados de un erotismo estimulado poderosamente por sus imágenes: “”La niña danza/ agua de la cañada/ voz de melaza”.

Vamos pues a ser el oso “hormiguero”, con “la azul lengua de aquel oso/ que lo usó y lamió primero” (la papaya).

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Chichigalpa, Nicaragua, 1953.
Poeta, escritor, crítico literario. Reside en Puebla, México, donde estudió Ing. Química (BUAP). Mediador de Lectura por la UAM y el Programa Nacional Salas de Lectura. Fue editor y colaborador sección de Crítica, de www.caratula.net. Es Mediador de la Sala de Lectura Germán List Arzubide. Ha publicado: Reconocer la lumbre (Poesía, 2023. Sec. de Cultura, Puebla). Ámbar: Espejo del instante (Poesía, 2020. 3 poetas. Ed. 7 días. Goyenario Azul (Narrativa, 2015, Managua, Nic.). ahora que ha llovido (Poesía, 2009. Centro Nicaragüense de Escritores CNE y Asociación Noruega de Escritores ANE). Miscelánea erótica (Poesía colectiva 2007, BUAP). Fue autor de la columna Libros de la revista MOMENTO en Puebla (1997- 2015).