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Microrrelatos bíblicos y miniteológicos

7 noviembre, 2015

Luisa Valenzuela

– Años atrás las escritoras Esther Cross y Ángela Pradelli convocaron a un grupo de colegas para reescribir una Biblia Argentina. Me tocó en suerte Sodoma y Gomorra; opté por centrarme en la innominada mujer de Lot y el tema de la sal, que me resulta altamente literario. Antes y después de esa experiencia, escribí estos otros relatos, algunos supermicros que aparecieron en mi libro Zoorpresa Zoo/lógicas. El armado de la breve colección que aquí se presenta fue inspirado por la nueva y brillante novela «bíblica» de Sergio Ramírez.


MICRORRELATOS BÍBLICOS

Inicio

En el silencio absoluto tronó la voz estremecedora:
— ¡Hágase la luz!
Las partículas de oscuridad, flotando en el infinito espacio, percibieron una vibración y se miraron entre sí, azoradas. Aún no existía la palabra luz, ni la palabra hágase, ni siquiera el concepto palabra. Y la noche perduró inconmovida.
— ¡HÁGASE LA LUZ! —volvió a ordenar la voz, ya más perentoria.
Sin resultado alguno.
Entonces, en la opacidad reinante, Aquél de las palabras recién estrenadas hubo de concentrar su esencia hasta producir algo como un protuberante punto condensado que al ser oprimido hizo clic. Y cundió la claridad como un destello. Y se pudo oír la queja de ese Alguien:
— ¡Ufa! ¡Tengo que hacerlo todo Yo!

                                                                                                         para Paqui Noguerol

 Principio de la especie

Me acerqué a la planta perenne de tronco leñoso y elevado que se ramifica a mayor o menor altura del suelo y estiré la parte de mi cuerpo de bípeda implume que va de la muñeca a la extremidad de los dedos para recoger el órgano comestible de la planta que contiene las semillas y nace del ovario de la flor.

El reptil generalmente de gran tamaño me alentó en mi acción dificultosa que se acomete con resolución. Luego insté al macho de la especie de los mamíferos bimanos del orden de los primates dotado de razón y de lenguaje articulado a que comiera del órgano de la planta. Él aceptó mi propuesta con cierto sentimiento experimentado a causa de algo que agrada.

Pocas cosas tienen nombre, por ahora. A esto que hicimos creo que lo van a denominar pecado. Si nos dejaran elegir, sabríamos llamarlo de mil maneras más encantadoras.

 Elementos de botánica

En primera instancia eligió las más bella y dorada de las hojas del bosque; pero estaba seca y se le resquebrajó entre los dedos. Con la roja, también muy vistosa, le ocurrió lo contrario: resultó ser blandita y no conservó la forma. Una hoja notable por sus simétricas nervaduras le pareció en exceso transparente.

Otras hojas elegidas acabaron siendo demasiado grandes, o demasiado pequeñas, o muy brillantes pero hirsutas, ásperas o pinchudas.

No debemos compadecer a Eva. Pionera en todo, fue la primera mujer en pronunciar la frase que habría de hacerse clásica por los siglos de los siglos: «¡No tengo nada que ponerme!

 Corte y pelusa

Muchos dicen que él lo notó al salir de los aposentos de su amada, cuando se puso el sombrero y le quedó grande.
Tengo para mí que lo supo antes, cuando le costó un esfuerzo descomunal levantar el sombrero del gancho donde la noche anterior lo había colgado Dalila.

La ley del padre

Lot, como es de público dominio, albergó en su morada a los dos bellos ángeles enviado por el Señor para advertirle de la destrucción de Sodoma, su ciudad, que por haber despertado la indignación del Señor desaparecería de la faz de la tierra junto con esa otra ciudad igualmente lasciva, Gomorra.

Como también es de público dominio, esa misma noche llegaron todos los sodomitas a las puertas de Lot para exigirle la entrega de los bellos ángeles. Queremos tener comercio con ellos, reclamaron los muy procaces. Comercio carnal, entendió bien Lot tratándose de quienes se trataba. Y como él era el perfecto anfitrión le resultaba inadmisible permitir que se metiesen con sus huéspedes, por lo cual con toda altura ofreció sus dos hijas a cambio, quienes también son jóvenes y bellas e impolutas, insistió. Nada nada, le respondieron los sodomitas que habrían de legar su gentilicio a quienes gustan de cierta práctica non sancta.

Lot indignado se atrincheró en sus aposentos protestando con furia. Sus hijas y los ángeles, por su parte, se miraron: acababan de comprender que ante la ley del padre ellos eran intercambiables. La idea no les disgustó, todo lo contrario. Procedamos en consecuencia, ángeles y niñas se dijeron al unísono, poniéndose ahí no más a intercambiar fluidos íntimos para horror de ambos padres, el Eterno y el otro. De ese comercio nada trascendió, pero ante su frustración los sodomitas lanzaron el infundio largamente repetido, aquel que afirma que los ángeles no sólo no tienen sexo, tampoco tienen espaldas.

Madame Lot

Por mirar hacia atrás hube de quedarme a mitad de camino supuestamente para siempre: una estatua de sal. Fue  apenas una ojeadita, pero ¡qué ojeadita! Mejor dicho, no me condenó el mirar para atrás ni la desobediencia, me condenó lo que vi más allá de la atroz lluvia de fuego y de azufre como infierno, más allá de todos los habitantes de Sodoma y de Gomorra hechos teas humanas.

Ahora que mi liberación se ha completado quizá logre ponerlo en palabras, si tal espanto puede ser dicho en la voz de los humanos que ni siquiera es la mía de otros tiempos.

Mi liberación fue tan desesperadamente paulatina. Tan lenta. Imperceptible al punto que Dios en todas sus mutaciones no supo percibirla. Primero fue el ganado el que empezó a liberarme, por esa necesidad de sal que sienten los animales superiores. Y yo estaba allí plantificada en medio del desierto al alcance de sus ávidas lenguas. Me fui disipando poquito a poco en sus orines, penetrando en la tierra. Y ahora los viajeros se asombran del Mar Muerto. Lo maté yo, en un principio, con parte de mi salazón allí concentrada hasta saturar sus aguas. Más tarde llegaron las huestes romanas. El salario era lo que percibían como pago, ese pan de sal tan codiciado que no debía romperse al pasar de mano en mano. Empecé así a viajar por el mundo hecha pedazos. Y, como es sabido, no hay sal que dure cien años. Por eso mismo partículas de mí empezaron a fluir por todas partes pasando por los cuerpos y filtrándose hasta alcanzar mares y océanos que antes eran dulces. Me usan para conservar los alimentos. Me usan para la protección o para esas brujerías llamadas salaciones, me usan para las curas de espanto. No debo faltar jamás en la morada de los hombres, junto con el pan. Pero el pan es bueno, ignora lo que yo sé y transmito por ósmosis con cada una de las partículas en las que me he diseminado. Porque al darme vuelta y mirar para atrás yo vi, y lo que vi es imposible de ser explicitado, tan sólo dicho en tres palabras: la Ira de Dios. Un Dios que asistió personalmente a la destrucción de sus propias criaturas, un Dios que no supo controlarlas y perdió los estribos. Para siempre.

Matemática Celeste

Abraham encaró a Dios y lo conminó: ¿Al destruir Sodoma, destruirás también al justo con el impío? Quizá haya cincuenta justos dentro de la ciudad: ¿destruirás también y no perdonarás al lugar, ni siquiera por amor a los cincuenta justos que estén dentro de él? Lejos de ti el hacer tal cosa y que sea el justo tratado como el impío; nunca tal hagas. El Juez de toda la Tierra, ¿no ha de hacer lo que es justo?

Entonces respondió Jehová: Si hallare en Sodoma cincuenta justos dentro de la ciudad, perdonaré a todo este lugar por amor a ellos. Y Abraham replicó y dijo: He aquí ahora que he comenzado a hablar a mi Señor, aunque soy polvo y ceniza. Quizá faltarán de cincuenta justos cinco; ¿destruirás por aquellos cinco toda la ciudad? Y dijo: No la destruiré, si hallare allí cuarenta y cinco. Y volvió a hablarle, y dijo: Quizá se hallarán allí cuarenta. Y respondió: No lo haré por amor a los cuarenta. Y dijo: No se enoje ahora mi Señor, si hablare: quizá se hallarán allí treinta. Y respondió: No lo haré si hallare allí treinta. Y dijo: He aquí ahora que he emprendido el hablar a mi Señor: quizá se hallarán allí veinte. No la destruiré, respondió, por amor a los veinte. Y volvió a decir: No se enoje ahora mi Señor, si hablare solamente una vez: quizá se hallarán allí diez. No la destruiré, respondió, por amor a los diez. Y Jehová se fue, luego que acabó de hablar a Abraham; y Abraham volvió a su morada para enjugarse las lágrimas. Sabía que ni un justo iba a encontrar. Tanto regateo para nada.


 

MICRORRELATOS MINITEOLÓGICOS

1) Juicio final

Si el león se comió al domador implacable, el hecho puede ser considerado defensa propia o justicia poética. Y es absuelto.
En cambio, si el implacable domador se comió al león no puede salvarse: su pecado es de gula y es pecado mortal.

2) Silogismo

Todos los hombres son mortales.
Ciertos pecados son mortales.
Ergo: ciertos pecados son hombres.

3) Siete

Son sólo siete los pecados mortales. El resto no, por lo tanto son vitales.
Disfrutémoslos.

Coda

Todos nos creemos únicos en algún momento y de hecho lo somos, únicos, en algún momento… es una lucidez que nos asalta como algo que no estaba allí antes y nunca volverá a estar allí por más que la busquemos. ¿Será ésta la prueba de que hay un solo único ser, y es el Otro?

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