Muñecos perdidos
30 noviembre, 2015
Mario Escobar
– En el relato “Muñecos perdidos”, Mario Escobar hace una mezcla de distintos planos temporales para dar cuenta de una realidad en el presente, que se afinca en un recuerdo impreciso y traumático de la niñez. En la pérdida de los muñecos y la pureza del juego, no tan sólo se vislumbra el fin de la niñez, sino además una de las tantas consecuencias que acarrea la violencia en su diáspora.
Ante el fuego de la parrilla vuelven de nuevo esos caprichos de niño tonto, lo feo que conservo de ese hospital, unos cuadros desbaratados y ajenos a mi realidad porque no sé si lo viví o lo leí: cada cuarto apestoso formaba una aldea abandonada en una esquina de la cordillera y me enteré por un loco que esa aldea llena de enfermos iba a ser mi hogar. Un lugar tóxico, de religiosos valientes, asesinos desesperados y poetas escribiendo con plomo. Mis juguetes eran unos muñecos de madera pintados de blanco y un intenso azul, que de pronto volvieron a la vida como zombis para prestarse al juego. No recuerdo muy bien, pero estoy casi seguro que esta no era mi verdadera aldea, sino otra que mi memoria no logra rescatar.
Jugar allí no fue mi idea y si no me equivoco fue idea del hábil James Armstrong o tal vez de su medio hermano, el ambicioso Juan Aguado. Creo que decidí aceptar el juego y que Armstrong pusiera las reglas y que mi inocencia sirviera para darle vida a lo que tenía que ocurrir.
El calor era horrible, como si el sol se hubiera enojado, un calor de desierto, seco, como si no fuera del trópico. No había agua y cuando llegábamos a los ríos estaban llenos de un sedimento rojo y marrón. Yo transpiraba y no sé si era por la fiebre o el calor.
El enlace de imágenes se desmoronó cuando Armstrong le ató una de las cuerdas a uno de mis muñecos y lo jaló hasta destrozarlo. Armstrong había dejado encargado a Juan Aguado para que el juego, al igual que el calor siguieran sin parar. En ese entonces no sabía cómo decirle que no me gustaba ese juego y hasta el día de hoy me duele recordar a Juan Aguado dándole martillazos a mis muñecos, poniéndolos en orden, rompiéndoles las piernas y enfrentándolos entre ellos, tal como se lo había pedido Armstrong.
Yo le gritaba a todo pulmón que dejara a mis muñecos en paz y él se volvía hacía mí y con tono burlón me decía que Armstrong no sólo le había hecho comprender que mis muñecos eran inservibles, sino que ante todo, eran una vergüenza para las otras aldeas, donde los niños tenían muñecos más modernos. Aguado y sus amigos, unos asesinos desesperados, destrozaban a mis muñecos y convertían mi aldea en un hospital. Sentí un profundo dolor porque yo quería mucho a mis muñecos de madera, ellos alegraban la aldea y aunque fueran muy viejos, para mi eran lo más preciado. Esa tarde de fiebre empecé irremediablemente a olvidarlos a ellos y a mi aldea.
Ahora no sé si todo fue producto de mi delirio. Armstrong me dice que lo imaginé, que nunca he vivido en una aldea ni he tenido muñecos de madera. Lo que no entiendo, por más que lo intente, es por qué Juan Aguado aparecer en una foto en una aldea muy parecida a la que según Armstrong sólo me he imaginado.
Mentiría si dijera que esa es mi aldea, porque no lo es. Sin embargo, cuando me quedo un buen rato mirando las fotos que Armstrong tiene colgadas en la pared, puedo ver ríos, volcanes, palmeras, guayaberas blancas, sandalias, una cámara fotográfica y unos cuantos muñecos lisiados tirados en la arena. Esas imágenes me llevan a un lugar que creo reconocer, de calles antiguas alejadas del asfalto, de noches llenas de luciérnagas y la voz de un viejito contando cuentos. Me quedo hechizado con esas imágenes que me regresan a mi niñez, hasta que Armstrong me grita y me manda a limpiar el jardín, porque en unas horas debo llevarlo al aeropuerto. Me dice que se va de vacaciones con un tal John. Me dice también que no pierda la esperanza, que trabaje sin descanso para algún día tener una casa como la de él y ante todo, que no regrese jamás a esa aldea imaginaria. Me dice que nada de eso existió, que todo ha sido mi propia invención y cuando me ve pensativo agrega: “Do not waste your time, and be a good boy.”