Forma y contenido
1 agosto, 2007
Como ningún otro arte, el cine demuestra esa vieja verdad de que la forma no es más importante que el contenido que remonta la superficie (Victor Hugo). Desde este ángulo, el aporte fundamental del guión es proporcionar el contenido y a la vez el andamiaje de conformación ideológica del film; en estas palabras, el andamiaje de conformación ideológica del film; en otras palabras, el tema concebido como hecho estético en el que fondo y forma son indisolubles, en el que el contenido se identifica con las distintas mediaciones y adquiere su coherencia por el sentido ideológico que el autor imparte o descubre en el tema.
No hace falta precisar que estoy empleando el término contenido con su connotación cultural y social, recordando lo que no por sabido resulta superfluo considerar aquí: que todas las formas de ideología, nuestros conceptos, ideas, nociones y representaciones de la vida y del mundo, la moral, la filosofía, la religión, la política, las artes son un reflejo de la conciencia social, y que nada –ni siquiera el arte más refinado- escapa a los condicionamientos de la existencia social, y dentro de ella, a las pulsiones intelectuales, morales, a los intereses más profundos que trabajan la intimidad de cada ser humano. Este concepto de la ideología trasciende el erróneo concepto de que lo ideológico sólo se da en función de los intereses políticos.
Este elemento de plasmación ideológica es el que inyectará al contenido del film su densidad más significativa y abrirá el tema en toda su gama de relaciones y mediaciones con el vasto contexto de lo humano. Sólo esta profundización de lo real en un ambiente histórico social y cultural determinado, permitirá a un realizador dotar a sus películas de un verdadero equilibrio ético y estético, de sus máximas virtualidades de comunicación. “Toda técnica –destacó agudamente André Bazin- es plenamente responsable de lo que expresa y nada se dice verdaderamente si no ha adquirido una forma necesaria”. Es decir, la coherencia ideológica particular de cada creador.
El contenido, en efecto, determina la forma, pero un tema exige su expresión formal adecuada. Sólo una forma estéticamente evolucionada puede expresar en toda su fuerza un contenido, en toda su gama de sentidos y simplificaciones. Sabemos que la perfección de una obra de arte radica en este equilibro y coherencia entre forma y fondo, viejos conceptos estéticos que siguen teniendo vigencia pese a las mutaciones del lenguaje técnico y científico.
No se trata, pues, de que lo sociológico prevalezca sobre lo estético ni a la inversa, de que el sentido de lo humano sea ahogado por los excesos de un afán meramente esteticista. Así como en lingüística no existe una legua inferior a la otra, tampoco un arte es inferior a otro cuando el equilibro de su coherencia interna lleva su intrínseco valor. Basta observar los productos del arte llamado primitivo de los indígenas o de las viejas civilizaciones: ellos no ceden en importancia a lo que llamamos gran arte: solamente sus escalas de valores son diferentes y no se puede juzgar estos productos con criterios comparatistas sino con la apreciación de sus valores en función del universo que estos productos representan.
Estas reflexiones involucran también el debatido problema del “compromiso”, del “mensaje” o del “testimonio”. Toda obra de arte que se realiza con el criterio previo de probar algo, de dar respuestas o soluciones a problemas concretos de política, de moral o de la vida social, está condenada de antemano a ser un híbrido. Pero si un artista está correctamente ubicado en la sociedad en que vive, si tiene realmente algo que decir y lo dice en los términos propios de la creación artística -culta o popular-, su obra estará “comprometida” a fondo con el destino de esa sociedad, y lo que llamamos burdamente “compromiso”, “mensaje” o “testimonio”, no será otra cosa que la autenticidad de la obra de arte en sí madurada y decantada en la temperatura social que incluye al individuo como artista en su originalidad y en sus diferencias en el contexto de una identidad colectiva.
En la medida en que el guión contribuya a todo esto, afirmará su rol creativo en el proceso de la elaboración de un film.