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Los últimos días de Maqroll El Gaviero: reflexiones en torno a Los Hospitales de Ultramar

26 enero, 2016

Leonora Simonovis-Brown

– El poemario Reseña de los Hospitales de Ultramar, del colombiano Álvaro Mutis es uno de los textos fundamentales del autor que nos permite comprender el alcance de su obra y la complejidad de la misma. Nos presenta, por una parte, el tema de la enfermedad como un mal necesario que le permite al ser humano trascender su condición: la enfermedad como iluminación. Y por otra parte, los poemas incluidos en la obra también conllevan una transformación: del poema al texto en prosa. El tema del viaje permea ambas perspectivas, el viaje interior del ser humano y el viaje de la palabra en la búsqueda infructuosa de decir lo indecible.


El 22 de septiembre de 2013, muere en la ciudad de México uno de los escritores más prolíficos en la historia de la literatura colombiana y latinoamericana: Álvaro Mutis. La noticia me tomó por sorpresa y me produjo una profunda tristeza. Me trasladó al comienzo de mi adultez y a mis primeras lecturas de las aventuras de personajes como Maqroll El Gaviero, Ilona o Abdul Bashur . Recordé un día del mes de marzo de 1997, cuando entré a una librería del Fondo de Cultura Económica ubicada en la Plaza Venezuela de la ciudad de Caracas y me encontré con una copia de La nieve del Almirante mientras ojeaba las estanterías. Leer las primeras páginas fue como entrar en un juego de cajas chinas, al descubrir que el narrador también se encontraba en una librería del Viejo Mundo, leyendo con curiosidad extrema el diario de un tal Maqroll El Gaviero.

Mi memoria me llevó a las páginas de una carta escrita en papel blanco, en la que garrapateaba mi admiración hacia el escritor y lo bombardeaba de preguntas, impulsada por una curiosidad que quería devorarlo todo. Algún conocido me había proporcionado la dirección de la casa de Mutis en la Ciudad de México en un papel arrugado –arrancado de un cuaderno quizás–y, una vez enviada la misiva, permanecí días, semanas, meses, esperando una respuesta que, en lo hondo de mi ser, sabía que no llegaría. No recuerdo qué decían esas páginas, sólo el fervor de quién se descubre a sí misma entre las líneas de un poema.

Las fotografías en los reportajes que reseñaron la muerte del escritor muestran, en su mayoría, a un Mutis risueño, más acorde con las descripciones que críticos y entrevistadores han hecho de su persona que con la imagen que la noticia de su enfermedad y muerte representan. Al verlas, puede uno imaginárselo sonriente, pícaro incluso, conversando y gesticulando animadamente con amigos y conocidos, contando historias y causando revuelo entre las damas.  O quizás reflexionando, escribiendo e intentando lidiar con un Maqroll El Gaviero que se hacía cada vez más independiente y que amenazaba con salirse de la página para atravesar la tenue frontera que separa literatura y vida.

Las páginas que siguen constituyen un homenaje a su Álvaro Mutis. Fueron escritas hace más de veinte años quizás esperando este momento. En ellas se discute el significado de la enfermedad como un viaje cuyo objetivo es restaurar la armonía del mundo a través de la poesía.

El poeta, el escritor, el enfermo

A Mutis se le considera parte del grupo Mito, fundado por Jorge Gaitán Durán y al que pertenecieron también escritores de la talla de Fernando Charry Lara, León De Greiff y Marta Traba. Su objetivo era romper con los parámetros regionalistas de la poesía anterior –de corte modernista y parnasiana en su mayoría– y proponer nuevas formas de expresión, más acordes con la vanguardia, tanto desde el punto de vista temático, como en la innovación lingüística. Así lo afirma Mar Ortega González-Rubio al señalar que “sus miembros eran creadores e intelectuales lúcidos que no solo buscaban la belleza y la construcción de un lenguaje crítico sino un acercamiento a las verdades y a la realidad que los usufructuarios del poder, incluyendo los grupos de creadores anteriores, habían escamoteado y oscurecido.” [1]

No obstante y a pesar de que la obra de Mutis posee características similares a las de otros escritores asociados con Mito, una vez que el escritor deja Colombia su escritura adquiere otros giros que lo hacen difícil de categorizar dentro de grupos o tendencias específicas, debido a la variedad de su producción literaria, pero también al encabalgamiento entre poesía y prosa que caracteriza sus narraciones, relatos y ensayos.

Uno de los temas fundamentales que exploró el escritor fue el de la enfermedad. En sus escritos, las imágenes que ella evoca contrastan con la riqueza de un lenguaje que se construye a sí mismo a partir de un proceso en el que la palabra renace de entre la podredumbre y degeneración del mundo que la rodea. De este modo, podría decirse que el poema y las palabras que lo construyen poseen un efecto opuesto a la temática del mismo. El poema es esperanza, regeneración, redención y la enfermedad es el camino que lleva a ellas. Podemos encontrar perspectivas similares en escritores como Albert Camus, Josef Conrad o Thomas Mann, por ejemplo: “Es pues, el espíritu de la enfermedad, de lo que depende la dignidad del hombre y su nobleza. En una palabra, es tanto más hombre cuánto más enfermo está, y el genio de la enfermedad es más humano que el genio de la salud”.[2] La enfermedad se convierte en un mal necesario para adquirir la lucidez que permite entender la conexión intrínseca entre vida y muerte, al borrar la línea que las separa a ambas.

En su libro La enfermedad como camino, Dethlefsen y Dahlke conciben la enfermedad como un desbalance del ser humano, “un estado que indica que el individuo, en su conciencia, ha dejado de estar en orden o armonía.”[3]. Esto significa que el individuo debe aceptar su vulnerabilidad y mortalidad, para a partir de allí, poder sanar. Si llevamos esto al plano de la escritura y del escritor como enfermo consciente de su propia mortalidad, podríamos decir que la escritura –y la escritura poética específicamente­– se manifiesta como síntoma de una falta permanente. A partir de la imagen poética y de la creación literaria, el escritor logra, de manera momentánea, una unidad ideal, un balance perfecto entre elementos contrarios. Esta perspectiva puede percibirse claramente en los diferentes poemas que constituyen Los Hospitales de Ultramar.

 Maqroll: moribundo visionario

los-hospitalesLa Reseña de Los Hospitales de Ultramar,[4] publicada originalmente en 1957, consta de catorce textos híbridos los que, de acuerdo con el crítico Adolfo Castañón, consisten en “una sucesión o teoría de poemas en prosa, letanías, fragmentos, versos de arte mayor, ex–votos, viñetas, estampas, cuadros, parábolas e imágenes, cartas y comentarios trazados en torno a una arquitectura imaginaria como en una tapicería.”[5] Cuatro de estos textos ya habían sido publicados en la revista colombiana Mito en 1955. Castañón afirma que la temática del poemario podría analizarse desde una perspectiva autobiográfica, dada la condena que Mutis cumplió en la cárcel mexicana de Lecumberri y la conexión entre el espacio físico y el estado psíquico-emocional de un Maqroll cuya derrota – su muerte­– parece inminente.

Los Hospitales de Ultramar se conciben como espacios psicogeográficos, es decir que se construyen a partir de sus efectos del ambiente sobre las emociones de cada individuo, así como a los descubrimientos –sobre sí mismo y su lugar en el mundo– a los que llega este a partir de sus vivencias en ellos.[6] Por ello, su ubicación y delimitación es ambigua, ya que se forman a partir de la subjetividad tanto del personaje de Maqroll, como del lector, así como de la interacción entre ambos. Para decirlo con el mismo Mutis,

El viaje es una idea. No me llama la atención el turismo, el conocer lugares, sino vivir ambientes, atmosferas. Otra cosa que me interesa y que también le interesa a Maqroll por pura coincidencia, claro, es desplazarse en el mundo, porque es un regalo que nos ha sido dado pero que ahora estamos dedicados a destruirlo de una forma aterradora. Me gusta desplazarme para ir viendo qué sucede dentro de uno mismo.[7]

Los Hospitales entonces, se convierten en el origen de lo que será la obra de Mutis a partir de la indagación en el espacio poético y sus límites: el poema que deviene texto narrativo, la escritura como exploración y el re-nacimiento de Maqroll como guía anacrónico que muestra al lector infinitas posibilidades, sin juzgar y sin intervenir en el desenvolvimiento de lo que pueda suceder –porque él ya sabe lo que se encuentra al final del camino. Escribir y morir: unidad dual mediante la cual se borran las líneas divisorias y se reinventa el mapa del mundo conocido a partir de la palabra. Cada hospital constituye un juego en el que el vacío que producen los espacios se re-significa mediante la creación del poema.

El poemario comienza con “Pregón de los hospitales”, donde se introduce al lector al espacio que se convertirá en la última morada de Maqroll el Gaviero, así como en el testimonio de sus experiencias finales. Percibimos los hospitales como un archivo arquitectónico y metafórico a partir del cual se activa la memoria, en un intento por detener el vertiginoso paso del tiempo, “¡Escuchen el amortiguado paso de los ruidos lejanos, que dicen de/la presencia de un mundo que viaja ordenadamente al desastre de los años,/al olvido, al asombro desnudo del tiempo!”.[8]  Las acciones que se desarrollan en los distintos hospitales ponen de manifiesto el deterioro, el paso de los años y el desgaste al que están sometidos los seres vivos y su entorno, temas fundamentales en la obra de Mutis. Son la certeza de que todo está condenado al olvido porque están inscritos en un orden predestinado (el camino lineal del tiempo que lleva a la destrucción y a la muerte).

En estos hospitales ultramarinos, un Maqroll convalesciente se encamina de forma consciente hacia su propia aniquilación. Esto no le produce dolor ni molestia (desde el comienzo sabe que tiene un destino que debe cumplir), así que asume su condición de enfermo terminal y revive sus recuerdos. Los Hospitales de Ultramar son lugares de iniciación en el “noviciado de la muerte”, lugares sagrados donde el sujeto se ve sometido a una serie de pruebas a partir de las cuales debe purificar su espíritu contaminado con sus propios desperdicios: “Afán el recordar: la humanidad/empeora y de ahí sigue adelante” dice T.S. Eliot en “East Coker”, de su obra Cuatro cuartetos.[9] Pero este proceso implica hacerle frente a la muerte, asumirla como algo propio, como parte de sí mismo. Al penetrar en los hospitales, Maqroll se somete a un aprendizaje largo y doloroso, despojándose de toda superficialidad para poder encontrar la verdad sobre sí mismo. A lo largo de los poemas aparecen los distintos espacios por los cuales el Gaviero ha transitado incansablemente, los cuales recorre reviviendo acontecimientos que le revelan su propia soledad. Cada espacio constituye una etapa del proceso que él mismo debe superar, para decirlo con Bachelard: “Para el conocimiento de la intimidad es más urgente que la determinación de las fechas la localización de nuestra intimidad en los espacios”[10]. Los espacios le otorgan una significación especial a los recuerdos y experiencias vividas.

Entonces, en poemas como “La cascada” y “En el río”, el Gaviero regresa a su elemento, el agua, asumiendo una actitud introspectiva que culmina en una transformación a partir del contacto con lo salvaje e indómito, con la fertilidad del agua que irriga la tierra y con la “materna sustancia”, protectora de lo más profundo de su ser. El viaje físico que implica navegar nuevamente por el río corre paralelo al un viaje interior, una reflexión de la vida vivida. El agua, movediza e inestable, se asocia con la condición de viajero incansable de Maqroll y tiene el poder de hacerle olvidar su miseria por unos instantes. Escuchar su murmullo es acceder a una correspondencia baudeleriana: “La Natura es un templo donde vividos pilares/
Dejan, a veces, brotar confusas palabras;
/El hombre pasa a través de bosques de símbolos/
que lo observan con miradas familiares”[11]. Es la magia del instante, de poder, solo por un momento, asir lo inasible, escuchar y comprender los misterios de la naturaleza.

En el poema “La cascada”, El Gaviero se aleja del bullicio de los cafetales, adentrándose en un recinto vegetal donde se sumerge en las aguas con el fin de purificarse y lavar sus heridas. De pronto llega una mariposa que aletea sin cesar intentando salir, pero lo único que logra es chocar de forma incesante contra las paredes. El Gaviero al verla siente “un chillido agudo y contenido” en su garganta que se queda atrapado, al igual que la criatura. Pasa la noche allí, con miedo, oyendo “el lanoso cuerpo del visitante” dar tumbos contra las paredes, hasta que al amanecer “Un viento cálido irrumpió en la frescura del recinto y tras él salió el insecto, con un lento subir y bajar de su vuelo, dejando a El Gaviero sumido en esa humillada certeza de quien ha conocido la impotencia de sus fuerzas y los rostros de su miseria”.[12]

Además de su connotación onírica, este poema representa uno de los tantos rituales de iniciación que Maqroll lleva a cabo en Los Hospitales. Mientras el insecto se estrella una y otra vez contra las paredes, Maqroll enfrenta los obstáculos que encuentra dentro de sí mismo, sus miedos, su oscuridad. La prueba dura toda una noche en la cual reina un silencio absoluto solo interrumpido por el aleteo de la mariposa solitaria, la que le recuerda al personaje su propia soledad y sus fracasos. Con el amanecer, el insecto se libera, mientras que Maqroll llega a conocer la profundidad de su “miserable condición”.

Algo similar puede verse en el poema “En el río”, cuyo nombre remite al de un hospital al cual llega El Gaviero para curar las heridas recibidas por los ataques de un marido celoso. Allí encuentra a numerosos trabajadores, enfermos o heridos provenientes de las minas que se encuentran río arriba. En medio de fiebres y delirios y confinado dentro de un mundo vegetal que le proporciona cierto alivio a sus dolencias, El Gaviero aprende “a gustar de la soledad y a rescatar de ella la única, la imperecedera sustancia,  de sus días”. [13] De su estancia en este hospital saca conclusiones acerca del fin de la vida misma y del goce obtenido en el contacto con otros cuerpos. Por consiguiente, a partir de los recuerdos de sus contacto con otros, aprende a estar cada vez más a solas consigo mismo,

Cuando los recuerdos irrumpieron en sus inquietos sueños, cuando la nostalgia comenzó a confundirse con la materia vegetal que lo rodeaba, cuando el curso callado de las aguas lodosas le distrajo buena parte de sus días en un vacío en el que palpitaba lentamente un deseo de poner a prueba la materia conquistada en los extensos meses de soledad, El Gaviero acudió a las tierras altas, visitó los abandonados socavones de las minas, se internó en ellos y gritó nombres de mujeres y maldiciones que retumbaban en el afelpado muro de las profundidades.[14]

Ese grito contenido que queda atrapado durante su ritual en la cascada, logra al fin salir de las profundidades de su garganta como un llamado de auxilio de aquél que se ha descubierto a sí mismo en medio de su propia soledad –o que tal vez termina por confirmar aquello que ya sabía de antemano.

Otro poema donde se evidencia la toma de conciencia de El Gaviero sobre la soledad y la miseria de su existencia es “Morada”, en el cual llega navegando a unas ruinas y comienza a ascender las seis terrazas que estas contienen. Cada una le revela una verdad distinta, constituyendo así un paso fundamental en el ritual de iniciación que lo va acercando a su propia muerte. En la primera “olvidó el viaje, sus incidentes y miserias”; En la segunda “olvidó la razón que lo moviera a venir” y sintió el peso de los años sobre su cuerpo. En la tercera recuerda a una mujer a quién había conocido y en la cuarta el tiempo borra lo que quedaba de su pasado. En la quinta terraza, unos lienzos colgados le impiden ver algo que se ocultaba tras de ellos y sintió una inquietud “semejante a la de ciertos días de la infancia”. Finalmente, en la sexta terraza se da cuenta de que este lugar le es familiar, de que ya había estado allí y entonces cae hacia abajo donde un enfermero del hospital en el que se encontraba lo encuentra manando sangre por la boca, muerto.

Las primeras cinco terrazas transcurren dentro de un sueño y a través de ellas, Maqroll se encamina lentamente hacia el olvido, cayendo en la cuenta del paso de los años. Sus recuerdos se van borrando, empezando por los más recientes. Las ruinas representan el deterioro de un lugar antes transitado, así como el camino que lleva a la muerte. Ya en la penúltima terraza, los recuerdos cercanos a la infancia terminan de borrarse y es en la sexta terraza donde despierta del sueño y se enfrenta con su propia muerte, no sin antes experimentar un momento de lucidez que le permite darse cuenta de la inutilidad de su existencia.

Como el héroe que desciende al reino de los muertos, el cual debe pasar por pruebas sobrehumanas poniendo en riesgo su propia vida, así Maqroll se enfrenta con su alter ego, con esa parte de nosotros mismos que mantenemos oculta. La fuerza externa, la diosa que lo rescata del olvido y de la muerte, es la poesía. Esta lo resucita nuevamente, abriéndole un espacio que se va haciendo más vasto después de cada caída y con cada aprendizaje. En el espacio poético, Maqroll prolonga su ser en la inmensidad de su espacio íntimo. Cuando esta inmensidad se toca y se diluye con la del espacio externo, con la del universo, entonces su soledad se hace más profunda. La inmensidad del mundo entonces, se encuentra en consonancia con la profundidad del ser, haciendo de este su centro. La poesía, la “ultima religión que nos queda”, de acuerdo con las palabras del poeta venezolano Eugenio Montejo, posee la magia de todos los filtros y sus palabras, la capacidad de restituir un orden perdido hace mucho tiempo.

Los Hospitales de Ultramar son recintos sagrados donde deben realizarse rituales necesarios que suponen un contacto con la materia, son un descenso, una caída. Son espacios de reconciliación entre el espíritu y la materia en los cuales lo sagrado y lo profano forman parte del mismo cuerpo. Los enfermos viven en medio de la desesperanza, arrastrados por su destino hacia la muerte e intentando salir del caos en el que se encuentran sumergidos, enfrentados a la fragmentación de su mundo. En medio de esta zozobra, Maqroll encuentra elementos que le permiten escapar temporalmente del paso vertiginoso del tiempo: la memoria, el erotismo y la indiferencia constituyen mecanismos de defensa y un medio de aliviar la crisis del hombre moderno. A través de la poesía Maqroll se redime y se encuentra a sí mismo, aceptando la inevitabilidad de un destino que lo persigue inexorablemente. En Los Hospitales, Mutis nos señala la grandeza de la enfermedad como el camino hacia la iluminación del individuo, así como hacia la restauración de la armonía en el mundo.

Coda

Vuelvo al comienzo, a ese 22 de septiembre de 2013 en el que celebraba un año más de vida y en el que de pronto me encontré cara a cara con la muerte de un ser querido y admirado, entrañable como solo pueden serlo aquellos que nos han tocado muy de cerca de través de sus palabras. Volví a abrir las páginas de Los Hospitales y a revivir la agonía y la muerte de Maqroll. Percibí la ironía de la celebración del nacimiento en medio de la muerte. Y finalmente decidí desempolvar estas reflexiones para procesar mi duelo.


NOTAS

[1]En: https://pendientedemigracion.ucm.es/info/especulo/numero28/mitocol.html.
[2]Mann, Thomas. La montaña mágica. Barcelona: Plaza and Janés Editores, S.A., 1993, pág. 641.
[3]Dethlefsen, T. y R. Dahlke. La enfermedad como camino. Barcelona: Plaza & Janés editores, 1993, pág. 13.
[4]Para los fines de este artículo se usará la edición del Fondo de Cultura Económica publicada en 1990.[5]http://www.revistadelauniversidad.unam.mx/articulo.php?publicacion=83&art=2349&sec=Art%C3%ADculos
[6]El concepto de la psicogeografía fue concebido por Guy Debord. Jeremy Crampton amplía el concepto al conectar los espacios y las emociones que estos evocan. Para una mejor comprensión del conecpto, ver  Crampton, Jeremy W., “The Poetics of Space: Art, Beauty, and Imagination.” Mapping. A Critical Introduction to Cartography and GIS. Malden, MA: Wiley-Blackwell, 2010, pág. 165.
[7]Posadas, Claudia. “Los paraísos secretos de Álvaro Mutis (Entrevista)” pág. 7. En: Álvaro Mutis. “Paraíso y exilio, figuras de un imaginario poético”. Revista Anthropos 202, 2004. 73-77.
[8]Mutis, Alvaro. Summa de Maqroll El Gaviero. México: Fondo de Cultura Económica, 1990, pág. 95.
[9]Eliot, T.S. Cuatro cuartetos. Trad. José Emilio Pacheco. México: Fondo de Cultura Económica, 1989, pág. 24.[10]Bachelard, Gaston. La poética del espacio. Santafé de Bogotá: Fondo de Cultura Económica, 1993, pág. 39-40.[11]http://www.ciudadseva.com/textos/poesia/fran/baudelaire/correspondencias.htm
[12] Mutis, op. cit. 101.
[13] op. cit. 99
[14]op. cit. 100.

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