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Cómo verle la sombra al viento vol. I: Anotaciones a la Banana Republic

26 marzo, 2016

Marcel Jaentschke

– La Embajada de México, siguiendo su larga tradición de amistad con los artistas nicaragüenses, albergó la presentación de la novela “Anotaciones a la Banana Republic”, cuyo autor: Marcel Jaentschke (Managua, 1992), en compañía del escritor Sergio Ramírez (Masatepe, 1942) y el poeta Víctor Ruiz (Managua, 1982), sostuvo una conversación amena sobre la historia de la novela, la tradición literaria, los diálogos intergeneracionales, entre otros temas que los asistentes disfrutaron en el Salón de Eventos de la Embajada de México. (Tomado del sitio oficial de la Embajada de México en Nicaragua).


Sergio Ramírez, Marcel Jaentschke y Victor Ruiz

Capítulo 38

No soy arquitecta, nunca intenté serlo. En algún momento, sin embargo, creí tener claros algunos aspectos básicos  sobre las casas de los narcos en Centroamérica. En mi cabeza siempre habían sido propiedades localizadas en zonas residenciales “nuevas”, es decir, zonas donde recién se comenzó a construir y en las que, de alguna u otra manera, todos sus habitantes aspiran a una vaga ilusión de un terreno “virgen” y “reservado”. De no tratarse de estas zonas residenciales “nuevas”, o de tener más de una propiedad (como es costumbre entre los narcos y banqueros centroamericanos), entonces es probable que la casa se localice en ciudades coloniales, como el casco residencial de Antigua en Guatemala, o Granada y León en Nicaragua, pues todos sabemos que la Colonia es lo trendy del momento. De hecho ha sido lo trendy los últimos 500 años. En ambos casos se aprovecha la geografía de la región y estas propiedades casi siempre están registradas en complejos con nombres como “Altos de…” “Lomas de…” “Praderas de la colina…” “Las nubes de…” “Bosques de…”, en un intento de dejar claro una posición de status social, o sea, de clase alta, porque la clase alta de Centroamérica tiene que vivir literalmente encima de la clase baja, en enormes murallas que alejen la pobreza y la inmundicia de su confort.

Cuando entré  al expendio en busca de Niina apenas y me percaté del lugar en que me encontraba. Todo pasó demasiado rápido. Vi un cauce y más atrás tierra rojiza que se extendía en un basurero. Caminé un poco entre la basura y doblé a la izquierda, donde una mujer tuerta mendigaba, no precisé en ella pero conseguí notar que tampoco tenía dientes. Entré en un callejón. Olía a meado. Un poco más adelante sin explicación alguna apareció una señal vial en forma de cruz, como esas que se utilizan en las avenidas principales de los suburbios, que por lo general son verdes y bonitas y las letras están en blanco. La cruz exhibía 4 destinos: Avn. Donatello, Avn. Michelangelo, Avn. Leonardo y Av. Raffaello. Giré en la dirección que indicaba Michelangelo, no sé por qué. A los pocos metros divisé un muro de concreto con una puerta en el centro; frente al muro había un lavandero y más al fondo algo que parecía ser un pozo. No había cemento bajo nosotros, el piso era enteramente de tierra, y la tierra tenía un color rojizo que yo nunca había visto. Unos pintas estaban jugando canicas; otros picaban piedras de crack sentados en unas sillas de plástico. Me vieron. Oishga, rica, escuché que me dijo uno. Empezaron a acercarse. Me di la vuelta y tenía a otro mamulón a mi espalda. Alguien me tapó la cara con una bolsa de tela color negra. Negro total. Nada, solo negro y movimientos bruscos, como cuando una está en una montaña rusa y cierra los ojos. Pasaron como 8 minutos en los que yo forcejeé y ellos me tocaron. Parecía un juego. Lo aterrador es que no lo era. En algún punto, cuando ya me tenían amarrada y había desistido, alguien dijo o hizo algo. Los pintas se quedaron congelados. Pensé que se estaban desabrochando los cinturones para culiarme encima de esa tierra tan roja, pero alguien me levantó del suelo y empezamos a caminar. Mi sentido de dirección me dice que me introdujeron por la puerta que figuraba al centro del muro de concreto, el cual era resguardado por los pintas en píntins (?). Adentro la temperatura bajó bruscamente. No hay una razón en particular, pero desde que me introduje en esa puerta empecé a pensar en mi hermano menor, el Ricki, quien vivía en Managua. Escuché el sonido de agua cayendo y sentí un olor distinto al olor a tierra y basura de El Nido. Sentí calma. Noté que el tufo a meado persistía, pero no en el lugar sino porque se me había impregnado en el pelo. Alguien, una mujer, en algún momento dijo: espere aquí por favor, hay agua enfrente suyo; y luego llevó mi mano a un vaso frío. No soy estúpida, por supuesto no me la tomé. Aún así agradecí el gesto. Ella dijo: no hay problema, y reconocí el acento tico. Cuando finalmente me quitaron la bolsa de la cabeza un gringo gordo estaba enfrente mío. Me tomó unos segundos conseguir recuperar la vista; padezco de fotofobia. Me preguntó (con un acento muy marcado) quién era y cómo había llegado hasta ese lugar. Miré a mi alrededor y me reconocí viva, en una especie de oficina lujosa bordeada por unas puertas de cristal y amplios ventanales; afuera de la oficina ocurría lo que parecía ser una fiesta en una alberca. El gringo no gesticuló expresión, solo insistió. Como no dije nada sacó un arma y supe que hablaba en serio. Se me hizo un nudo en la garganta y no podía hablar. Acercó la pistola a mi rostro y me quedé paralizada. Insistió de nuevo. En mi angustia reconocí a Niina, a través de uno de los ventanales: estaba en los brazos de un tipo gordo con el pelo descolorado con agua oxigenada, quien portaba una barba de chivo teñida con un tinte fucsia. El tipo la sostenía con un abrazo de oso y daba vueltas con Niina alrededor de toda la pista. Al fondo mujeres hermosas atendían a hombres con el rostro tatuado, mientras que en la alberca una manada de rubias desnudas jugaba y reía.

Niii…, dije sin decir nada en concreto. Niii… ¿Qué?, me preguntó el gringo y escuché cómo cargaba el arma. Tragué saliva y empecé a toser. NIINA, grité cuando el cañón estaba en mi frente. ¡Niina! Vengo a buscar a Niina, la finlandesa. Alguien me cubrió el rostro. Esta vez sentí un pinchazo agudo en el cuello; por lo brusco del movimiento se me entumió el músculo y fue doloroso solo unos segundos. Después nada. De nuevo negro total.

Al despertarme estaba recostada en las piernas de Niina, quien me acariciaba el cabello y escuchaba música en su I-pod. Nos encontrábamos en un balcón que daba a una alberca. Ignoro si se trataba de la misma alberca donde antes se estaba llevando a cabo lo que parecía ser una fiesta al mejor estilo de spring-break. Sentí un parche caliente en el cuello, de esos que se usan para tratar dolores musculares y que no venden en Nicaragua.

—¿Amor? —dije mientras la tomaba de la mano.

—Fináaalmente. —me respondió mientras se quitaba los auriculares, con la misma voz de Antonella Morgillo, una amiga italiana que habíamos conocido por el Ricki, quien algunas veces se quedaba a dormir en la casa, y cuando nos quedábamos dormidas por muchas horas pasadas las 12, esperaba impaciente a que nos levantáramos para decirnos ‘fináaalmente’ de la manera más dulce en que alguien puede entonar una palabra con acento italiano.

—¿Dónde estamos?

—En el infierno.

—Dai.

—En casa de un amigo.

—¿Quién?

—La Pájara. También le dicen el bird. Quería enseñarnos cómo llenar los estómagos de una vaca de cocaína sin matar al animal en el intento. Luego lo mueven como ganado de exportación y así llega a México.

—¿Ah?

—Estamos en la casa de La Pájara, te dije.

—¿Quién putas es La Pájara?

—Un amigo, o algo así.

—¿Qué?

—Digamos que es un tipo que hace de todo un poco.

—….

—¿Ves a esos dos al lado del bird?

—¿Ajá?

—Ése es el Cardenal de Anchuria, Marlon Pupiro, y a su lado está Alfred Valley, un poeta norteamericano; son así mirá —me dice Niina mientras me enseña cómo junta los dedos.

—¿Y de dónde los conocés vos?

—Es complejo. Al Cardenal lo conozco de la juventud del Opus, desde que era pequeña, antes de vivir en Nicaragua. Fue él quien me puso en contacto con el bird cuando le dije que me saldría de la Iglesia para dedicarle más tiempo a la música. Y estos contactos nunca vienen mal. Para ese entonces el bird vivía en una de las propiedades del Opus en Heredia. Un día me invitaron a una de sus fiestas y el resto es historia.

—¿Vos ya sabías que había droga de por medio?

—Claro, por eso mantuve el contacto.

—¿Y el otro?

—¿Quién?

—El gringo que me apuntó con la pistola.

—Ese vino después… En realidad lo conocí porque daba clases en la Británica, donde yo hice mis pasantías en el departamento de Educación Musical. Pero al rato coincidimos en una de las fiestas.

—¿Una de las fiestas? O sea que has asistido a más de una.

—Te asombrarías de saber lo oscura que puede ser la noche en San José.

—Entonces… Dejame procesarlo. ¿Básicamente me estás diciendo que te juntás con un Cardenal que se mueve en el mundo de las drogas, a quien conociste en Coralio en la juventud del Opus, y que luego te pondría en contacto con un narco apodado La Pájara, quien también frecuenta a un poeta gringo que camina armado, todo esto mientras asistís a una serie de fiestas desenfrenadas donde las élites y el narco convergen en mansiones ocultas en barrios marginales?

—Ay, suena feo si lo ponés así.

—¿Cómo es entonces?

—Cálmese, qué tono más horrible el que tiene.

—¿Vos me pedís a mí que me calme? Maje, estamos en la casa de un narco que le dicen La Pájara, no sé si te has detenido a pensar en ello. LA-PÁJARA.

—Mirá, el Cardenal está bien, chillin’, es confiable e inofensivo. Hay varias cosas que no te he contado, de cuando vivíamos en Coralio. Creeme que podemos confiar en él. El bird es medio chiva porque se pone bien mamón cuando anda periqueado, aún así es la manera más segura para conseguir droga. A Valley no le hagás caso. Solo está trabajando. Además, fuiste vos la que provocó esto, vos irrumpiste en sus dominios; si se hubiera quedado esperando en la camioneta como le dije, estaríamos en casa desde hace horas y nada de esto hubiera pasado.

—¿Ahora es mi culpa pues? —le respondo, y mientras lo hago pienso que Niina ha desarrollado una forma de hablar español realmente molesta. No deja de mezclar expresiones idiomáticas de distintos países, junto a diversos acentos, lo cual deviene en el tedio.

—No dije eso.

—Niina, después que los crackeros me inmovilizaran, tu amigo, el gringo, me apuntó con un arma y no se miraba nada feliz. ¿Sabés qué es lo que vi entonces? Te vi a vos, dando vueltas en los brazos de ese delincuente.

—Lo estamos haciendo más grande, amor. Qué cagada que esto haya pasado así. Ya había pensado en presentarte. No tenía que pasar de esta manera.

—Pero no entiendo. No entiendo —lo digo al borde del llanto.

—¿Qué cosa?—me agarra la quijada y me acerca a su pecho.

—¿Por qué los conocés?  —estallo— Igual que a la gente de este barrio.  ¿Por qué los conocés? ¿Por qué te juntás con esta mierda?

—Deberías reparar en lo arrogante y clasista que sonás. ¿Qué? ¿Acaso vos sos demasiado intelectual y refinada para esta gente? —me aparta y en el acto consigo entender que es ajena a mis lágrimas.

—Niina, son narcos. NARCOS. No sé si entendiste. El narco mata y no tiene amigos. Si se han acercado a vos ha de ser porque algo están tramando. Mirate maje —la observo detenidamente; porta un bañador y un bikini; a lo lejos escuchamos cómo La Pájara cuenta un chiste sobre un doctor y un abogado en la época de Somoza; Valley y el Cardenal escuchan atentos, atrás de ellos una vaca se retuerce en sus mugidos.

—Son personas. Y si fueras inteligente te guardarías este drama para la casa porque aquí las paredes tienen oídos. Cálmese. Tome un poco —me acerca una bolsa con una tarjeta de crédito.

—¿Cómo nos vamos?

—La camioneta está adentro, me pidieron que la estacionara por cualquier cosa. El portón no abre hasta en la mañana. No se discute.

—¿Qué? —pregunto mientras inhalo.

—Ya son las 2, esperemos y tratemos de diluirnos en la fiesta para que pase más rápido.

***

Cosas que pasaron durante y después de la fiesta:

1) Conocí a un tipo apodado El Diablo, es nica y trabaja con la policía. Estaba junto a un mexicano, que le dicen El Pato. Ambos se empeñaron en presentarse como una versión precaria de Winstone Wolfe. Ambos estaban moqueando.

2) Me di cuenta que el purple haze en realidad es solo una forma maldita del cripón. Que la coca, a diferencia de lo que se cree, raras veces es cortada con Alkazeltzer. Que los criminales más perversos son los que no tocan armas, los que, sin necesidad de acercarse al crimen, comandan en cifras.

3) En un punto la vaca que se retorcía de dolor con sus mugidos molestó a La Pájara, quien la silenció a balazos. Me hizo recordar una escena de la comedia Irene, I and Myself. Y así lo dije, en alto, según yo porque era divertídisimo. Ninguno de los presentes pareció entender la obvia referencia. Niina me miró con unos ojos que decían: callate. Luego, mientras La Pájara guardaba el arma, contó una historia que ocurrió en un plantillo de banano, en Anchuria. Unos esbirros, mientras tanto, destazaban al animal extrayendo paquetes envueltos con plástico de las tripas. Nosotros, en frente, estábamos sentados en unos sillones tapizados en cuero rojo; unos meseros asiáticos traían y llevaban tragos y coctailes. Al rato La Pájara encendió un blunt.

4) Después de una ronda de absenta Niina se pandeó. Valley insistió en que la lleváramos a uno de los cuartos en el segundo piso. No pude decir que no.

5) Hice coca con La Pájara adentro de una Range Rover. Iba sentada en el asiento de atrás. De copiloto iba Valley, quien ya estaba borracho. Pusieron los Bee Gees. El aire acondicionado estaba al máximo. Las pajillas para aspirar eran de plata.

6) Hice coca con El Diablo adentro de una camioneta Mercedez, el mismo modelo que la de Ortega. También estaba blindada. En su reproductor de música El Diablo tenía una canción de Arjona. Al ponerla a todo volumen, Valley, quien iba sentado a mi lado, se indignó y dijo (con su pésimo español): Qué mierda es esto… Te juro que si haces un análisis regional y ocupás todo el espacio que hay desde el norte de México hasta La Patagonia, pasando por cada minúsculo pueblo que separa esas antípodas, toda América Latina está escuchando una canción de Arjona perpetua de cabo a rabo. ¿Cómo así?, le pregunté y al hacerlo me sentí profundamente estúpida. O sea, me respondió, que si abarcás toda América Latina de norte a sur, alguien, al menos 1 persona en cada pueblo, probablemente esté escuchando una canción de Arjona. Es como si el cuerpo sonoro de esta tierra se compusiera a partir de las desgastadas formas de oximorón que el guatemalteco lleva a los límites. Hay que admitir algo, concluyó, Arjona amplió los horizontes que nosotros le habíamos atribuido a la cursilería heteronormativa. Después sacó un I-pod y puso una canción de The Clash. Era del álbum Sandinista!. Tuve ganas de pedirle que pusiera algo del London Calling, el cual es mi disco favorito de The Clash, pero no me atreví a hacerlo.

7) Con Pupiro no hice coca porque ya sentía que me hormigueaba la cabeza, además que me punzaba el pecho y poco a poco iba perdiendo sensibilidad en el brazo izquierdo. Sin embargo lo acompañé a una Prado, junto a otras mujeres que nunca se presentaron. Les comenté que tenía la cabeza entumida y me dijeron que en esos casos lo mejor era una línea de speed. Sin saber qué estaba consumiendo aspiré un polvo amarillento y amargo. Al salir del vehículo me topé con Niina, quien parecía buscarme.

8) Cuando ya llevábamos unos 10 minutos de camino y finalmente habíamos salido de los dominios de El Nido, el celular de Niina sonó. Tuvo un mal presentimiento.  Discutimos quizá por 7 minutos. Niina agarró el volante, argumentando que era su vehículo. Regresamos al Nido.

Eran dos camionetas las que nos esperaban: la Mercedez del Diablo, en la que nos habíamos coqueado y una BMW, en la que estaba Valley (al volante) y La Pájara. Niina se acercó a pie, yo esperé en el carro. Se subió a la camioneta y pasaron unos 15 minutos que se sintieron como los 13.600 millones de años que nos separan del Big-Bang. Nos regalaron 1 onza de alaska, cuyo valor es 70 dólares y aunque no estaba en el plan terminamos por aceptar 6.5 gramos de cocaína, como regalo del bird. Niina guardó todo, no sin antes meterse un par de pases para bajar su nivel de alcohol. Mi trabajo se limitó a prestar atención. No sé cómo lo consiguió pero nos trajo de regreso con vida.

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