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El lado B de las revoluciones

29 marzo, 2016

Madeline Mendieta

– Celebro que Manuel Iglesia Caruncho, nos diera una visión y versión de lo que sucedía en los años ochenta y que lamentablemente todavía resuena en nuestra radio mental, tal como nos indica la narración: “Esto es lo que se hace en Centroamérica con sus mejores hijos, devorarlos para impedir que reemplacen el poder de sus élites. Algunos escapamos a tiempo, pero la mayoría se queda en el camino”.


“El mensaje liberador del marxismo no tiene validez más allá
de lo que tardan los revolucionarios en tomar el poder”.
Los dioses de la sombra juegan pelota

Antes de la aparición del CD, las memorias USB, mp5, primero fueron los discos de acetato y después los casettes, poseían una particularidad que se convirtió en culto urbano: El Lado B. Ambos objetos tenían esas dos caras que al igual que una moneda, compartían una identidad con marcadas diferencias.

El lado A, del disco o el cassette, incluía la canción más pegajosa, la más comercial cuyo objetivo era promover a la banda o cantante. El Lado B, contenía aquellas piezas que en la mayoría de los casos era ese lado oculto, el más puro o creativo de los artistas. Los melómanos saben a lo que hago referencia porque generalmente buscan esas canciones icónicas las cuales nos muestran una personalidad con mejores arreglos que pocas veces suenan en la radio porque el lado A, literalmente satura las emisoras.

I Am The Walrus, fue una canción sicodélica de John Lennon, Hey, Hey What Can I Do de Led Zeppelin, Yellow Ledbetter de Pearl Jam, Carry me home, de AC DC, 51st Anniversary de Jimmy Hendrix, son una pequeña muestra de esas joyas que están incluidas en los lado B de la discografía de estos genios del Rock y lo cito porque es uno de mis género favoritos.

Todas las versiones tienen siempre un Lado B, así como, de manera personal, todos tenemos nuestro perfil oscuro y otro luminoso, creativo. Nuestra historia, también siempre tiene distintas versiones, depende de quién sea el  DJ se escuchará lo que suele ser lo “comercial”, “consumible” o “aceptable”.

Nuestro continente en su accidentada historia ha estado plagada de vicios, embelesada con el poder, el afrodisíaco por antonomasia que convierte en tirano a todo aquel que quiere mitigar su insaciable sed. El abuso de poder se tocó en distintos géneros y con diferentes bandas o grupos gubernamentales, presidenciales, opresores. La misma versión en diferentes voces.

En ese contexto, contagiados por los pacíficos aires de la rebelión de amor y paz, engendrada por el manifiesto En el Camino de Jack Kerouac y la aparición del movimiento Beatnik en Estados Unidos, legiones de jóvenes se enrumbaron en la lucha para contrarrestar los males y vicios sociales con amor, ilusión, educación y cultura. La contracultura nació como rechazo a la guerra, a las tiranías, al enfermo mundo de los adultos, quienes veían en la juventud una horda Hippie que desafiaba años de tradición conservadora, moral y clerical.

En Centroamérica también llegó la ventisca de la búsqueda de la justicia e igualdad social, el fin de los golpes de estado, de fraudes electorales y dinastías perpetuas.  La juventud sintiéndose por primera vez protagonista de su propia historia. Historia que inició con abrazar las ideas de un socialismo utópico que años más tarde, el tiempo desmoronaría. Miles de jóvenes se enfilaron en diferentes movimientos sociales que en el caso de Centroamérica desembocó, contradictoriamente a sus plegarias de cambios, en movimientos armados que se hicieron gracias al proletariado y a la clase burguesa descontenta con el dictador de turno. La revolución estuvo inspirada por la música, la poesía, los sueños, la libertad y las ansias de una región hermanada por el espíritu socialista.

Después de 37 años del triunfo de la Revolución Sandinista, todavía hay quienes siguen escuchando sólo el Lado A.  Quizás porque todavía quienes siguen protagonizando el hit parade de los años ochenta tratan de mantener la ebriedad de la cual muchos participaron, una especie de histeria colectiva que solo se enfocaba en resaltar lo sublime y etéreo del discurso trasnochado de ese período efervescente que en los años ochenta padecieron principalmente los jóvenes que veneraban esos cambios sociales, tomando como inspiración la revolución rusa y cubana. Quienes escucharon en esa época el Lado B, corrían el riesgo de ser acusados de conspiradores, contrarrevolucionarios.

Los dioses de la sombra juegan pelota, es la novela primigenia de Manuel de la Iglesia Caruncho, autor de origen español que transitó, durante los años 80, en toda Centroamérica por su trabajo en la Cooperación Internacional. Asumo que esta experiencia fue su materia prima para trasladarla a la novela, articulada por las voces de Iñaqui, Santiago, Jorge y Sixto, una pandilla de españoles de las distintas regiones de España que se entusiasmaron con el fervor revolucionario que se vivía durante esos años en Centroamérica.

El hilo narrador se enhebra en un ambiente de conspiración que se inhalaba en Honduras, lugar donde se gestó y dirigió la contrarrevolución nicaragüense y que por sus diversas reuniones sociales, estos mosqueteros se ven enredados hasta el punto de ser extraditados de ese país.

La novela, sin pretender enmarcarse como “histórica” nos muestra ese lado de los hechos que fueron un susurro en la época. No solo por lo que implicaba el aspecto meramente social o político, sino también por la visión que tenían tanto los centroamericanos de los “cheles” o cooperantes, como la visión de quienes venían a realizar su trabajo y de una forma u otra se veían implicados a favor o en contra de ese proceso que se vivió en Nicaragua y marcó un hito en el siglo XX en Centroamérica. Por tal razón tiene las características de un buen Lado B, o sea, ese lado controversial, menos comercial que no escuchamos durante el rodaje de la revolución popular sandinista.

El mismo Manuel, a través de uno de sus personajes nos señala: “Le molestaba el eurocentrismo, tan nefasto como el chauvinismo norteamericano”. Muchos años después, tenemos la oportunidad de tener una mirada distanciada de esos años, sin ese apasionamiento, de cómo los vivieron los extranjeros o “internacionalistas” y cómo la desilusión los abrumó porque tenían más claro el horizonte, que tarde o temprano ese proceso revolucionario sería una crónica con muerte anunciada.

El discurso narrativo que el autor empleó, es el de las cajas chinas, hay una gran historia central y luego se van abriendo una a una las demás. La narración hace muchas digresiones y flash back, compartiendo, a manera de democracia participativa, los personajes con una testigo quien es la voz principal en la novela.

Un aspecto significativo y balanceado es el humor desenfadado con que se cuentan las aventuras y desventuras de los de la “Casa de la Leona”, barrio ubicado en Tegucigalpa donde los protagonistas residían y una vez al mes se reunían con personajes de distintas nacionalidades, con quienes compartían buen vino, jamones y su característico análisis de la situación sociopolítica de la región. Un periodista, un arquitecto, un profesor de economía y un salubrista nos cuentan sus vidas, las  circunstancias por las cuales cada uno coincidió en Centroamérica como funcionarios de distintos organismos internacionales, sin embargo esto no les impidió que el contexto los estrujara porque tanto la “izquierda descafeinada” como la “derecha conservadora”, utilizan las mismas prácticas en el abuso de poder. Crítica que durante toda la novela toma cuerpo y se imprime sin arrebatos.

Acusación por espionaje, señalamientos de conspiración, sospechas de ser correos de la revolución sandinista, trabajar bajo la fachada de cooperantes pero con vida de héroes sin fusil, chismorreos diplomáticos, serruchadas de piso, paranoia de ver enemigos en todo aquello que se moviera fuera de los límites, solidaridad y humanismo son entre otros temas los que el autor nos deja conocer en los cuatro capítulos de Los dioses de la sombra juegan pelota.

El título que hace alusión a los hermanos Hunapú e Ixbalanqué, gemelos que desafían los dioses de Xibalbá y alteran ese inframundo del cual no podían liberarse los antiguos habitantes de Mesoamérica, desafiando al señor de Xibalbá con el juego de la pelota. Esta historia, es un paralelismo que hace la voz narrativa durante casi toda la novela, expresando que el Popol Vuh, todavía está presente en nuestra política criolla.

Una novela que nos ofrece ese Lado B del cual pocos hablan o se atreven a decir, quizás por conveniencia porque quieren mantener la fachada de un único soundtrack. Autores nicaragüenses como Sergio Ramírez en su Adiós Muchachos y Erick Aguirre, en Ni se tiñe con sangre de Hermanos, entre otros, han hablado del tema de la revolución perdida, pero desde el enfoque de quienes estuvieron inmiscuidos en todo su proceso. Lo que esta novela tiene en particular, es una vista más panorámica de un territorio que aunque tiene ausencia de guerra, todavía es una región convulsa, violenta y con limitadas oportunidades para salir de un loop temático.

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Managua, Nicaragua, 1972.
Poeta. Licenciada en Literatura de la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua. Inocente Lengua (2007) es su primer poemario y fue traducido al inglés por el catedrático Rick McCallister.

Actualmente coordina el programa cultural de la Biblioteca Roberto Incer Barquero del Banco Central de Nicaragua.