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Entrevista con Ernesto Mejía Sánchez

14 marzo, 2016

Marco Antonio Campos

– El prosema me permitió que la veta de humor que poseo en la vida real se incorporara a la escritura. Y no tengo ya la tensión a que me obligaba la poesía lírica. Ni en la escritura ni en la vida misma. Me gusta celebrar a mis amigos, a mis maestros, a mis discípulos. Me siento como incorporado a una familia más amplia que la mía. Es como un reconocimiento o un saludo afectuoso, y pueden ser Guimaraes, Neruda, Borges, José Durand, Lizalde, tantos otros. Estoy más reconciliado conmigo mismo.


 

1.―PRIMEROS POEMAS. LLEGADA A MÉXICO. MAESTROS

MAC: ¿Cuándo empezó a escribir?

EMS: Si yo me bachilleré en febrero del 42, debo haber empezado a escribir alrededor de los 16 años. Me dio pena entonces publicar, aunque tenía posibilidades. Para disfrazarme inventé un poeta, no recuerdo su nombre, que era de Popayán, Colombia, y los poemas los mostraba a mis compañeros de clase. Eran en versos medidos. No sé qué haya sido de ellos. El primer poema que publiqué con su nombre se llama El río (1944). Y me lo publicó Carlos Martínez Rivas en la revista Educación, que dependía del Ministerio de Educación Pública.

MAC: ¿Y su llegada a México?

EMS: Llegué en enero de 1944. La intelectualidad de Nicaragua, en ese entonces, era claramente franquista (Pablo Antonio Cuadra, José Coronel Urtecho ―que es un converso―, Julio Icaza Tijerino, Luis Alberto Cabrales). Pablo Antonio, que estaba en el Instituto Cultural Hispánico nos ofreció becas a Martínez Rivas, a Cardenal y a mí para ir a España. Sólo Martínez Rivas aceptó. Cardenal y yo preferimos venir a México por nuestra cuenta. Debo hacer la aclaración que ni Cardenal ni yo teníamos la mínima preparación marxista; estábamos, sí, contra la dictadura y a favor de la democracia. Cuando pasó el invierno del 44 con lo que nos encontramos fue con la revolución guatemalteca.

Mi familia, el primer año, me mandaba treinta dólares al mes. A Cardenal creo que cincuenta. Después me las arreglé como pude. Cierto: desde el principio comencé a trabajar como representante en Nicaragua de la Editorial Séneca (que era la editorial de la República Española en el exilio) y como comprador en el Fondo de Cultura Económica.

MAC: ¿Y quiénes eran sus amigos en aquellos años?

EMS: En la facultad me traté mucho con Wilberto Cantón, Bernardo Jiménez Montellano y los hermanos González Casanova (Pablo y Henrique). Había, después, un grupo de más jóvenes en donde estaban, entre otros, Rosario Castellanos y Jaime Sabines. A Alí Chumacero, que es otro gran vector de la intelectualidad, lo conocí en las oficinas de El Hijo Pródigo en 1944. Estaban con él Pepe Iturriaga y Gilberto Owen (a éste último sólo lo vi esa vez). Alí y yo, desde entonces, hemos sido muy amigos.

José Emilio Pacheco, Eduardo Deschamps, Rodolfo Rojas Zea, Carlos Payán Velver, Ernesto Mejía Sánchez, Herminia Dosal, Hero Rodríguez Neumann, Fernando Ramírez de Aguilar, Manuel Arvizu, René Avilés Fabila, Fernando Meraz Mejorado, Juan José Garzón Bates, Enrique Loubet Jr., José Trinidad Ferreyra, Fernando Belmont, Paulina Lavista, Fernando Benítez, Manuel Becerra Acosta, Manuel Marcué Pardiñas, Jorge Hernández Campos, Manuel Moreno Sánchez, René Arteaga Rebollo, Alejo Vázquez Lira, Hugo Hiriart, Guillermo Mora Tavares, Marco Aurelio Carballo, Hugo Gutiérrez Vega y Luis Ortiz Monasterio.  ©Héctor García

José Emilio Pacheco, Eduardo Deschamps, Rodolfo Rojas Zea, Carlos Payán Velver, Ernesto Mejía Sánchez, Herminia Dosal, Hero Rodríguez Neumann, Fernando Ramírez de Aguilar, Manuel Arvizu, René Avilés Fabila, Fernando Meraz Mejorado, Juan José Garzón Bates, Enrique Loubet Jr., José Trinidad Ferreyra, Fernando Belmont, Paulina Lavista, Fernando Benítez, Manuel Becerra Acosta, Manuel Marcué Pardiñas, Jorge Hernández Campos, Manuel Moreno Sánchez, René Arteaga Rebollo, Alejo Vázquez Lira, Hugo Hiriart, Guillermo Mora TavaresGutiérrez Vega y Luis Ortiz Monasterio. ©Héctor García

MAC: ¿Y vino a México con la intención de ser filólogo?

EMS: No, Rafael Heliodoro Valle, que siempre creyó mucho en Cardenal y en mí y que nos relacionaba con la gente, fue quien me dio ―6 de enero de 1946― una carta para don Alfonso Reyes. Valle tenía conocimiento de que Pedro Henríquez Ureña iba a venir a dirigir el Centro de Estudios Literarios del Colegio de México. Don Alfonso ―esto no lo he dicho antes― tuvo hacia mí desde ese momento, si no una clara simpatía, sí alguna deferencia. Me ofreció trabajo en el Centro de Estudios Históricos, pero yo le contesté que a mí me interesaba la literatura. Entonces me sugirió que esperara a Henríquez Ureña para que entrara a trabajar con él. Pero Henríquez Ureña murió en mayo.

A finales del 47 recibí un telegrama diciéndome que llegaba Raimundo Lida y que me presentara al Colegio. José Durand y yo fuimos los primeros becarios. En la Nueva Revista de Filología Hispánica ya firmábamos con nuestras iniciales.

MAC: ¿Y quiénes considera que fueron sus verdaderos maestros?

EMS: Yo creo que cuatro: Raimundo Lida, Heliodoro Valle, Agustín Millares Carlo y don Alfonso. Raimundo Lida me enseñó que en la investigación, más que inteligencia e interpretación, debe haber honestidad. Que lo escrito fuera verdadero, fehaciente. Que nadie te moviera el piso diciéndote que manejabas datos falsos. A Heliodoro Valle, que era catedrático de Historia de América (los dos cursos), le debo ante todo el que las cosas verdaderas y arduas fueran también amenas. Tenía ese genio singular de volver deleitosos los temas más áridos. Millares Carlo era un hombre tan humano, que sólo veía las cosas buenas de la gente. Si hubiera sido por él, yo sería ahora latinista. Don Alfonso, puedo decirlo, me enseñó más cosas que nadie. Pero fue más bien un maestro de posgrado: más que revelar, confirmó. Él me enseñó que la cultura no debe ser pesada (él lo llevaba al colmo), y también la corrección, el orden, el cumplimiento. Él fue una síntesis, por decirlo así, de las enseñanzas de Lida y Valle.

2.―ENSALMOS Y CONJUROS Y LA CARNE CONTIGUA

MAC: Usted publica su primer poemario en 1947: Ensalmos y conjuros. ¿Cómo nació?

EMS: Es producto de una investigación que yo hice de hechicería y magia en los Archivos de la Nación. Don Julio Jiménez me recomendó, y allí empecé a descifrar una suerte de paleografía del siglo XVI. Claro, de lo leído hice una utilización muy libre. Por ejemplo, cuando hablo de Ernesto en el poema, no soy yo, sino Cardenal. Sí, hay un poema posterior donde recuerdo esas lecturas.

A León Felipe le gustó mucho, y lo llevó a Cuadernos Americanos. Allí se publicó incompleto; después, en una separata singular, añadí los poemas que faltaban; y salió.

MAC: Por ese tiempo ―usted lo dice en algún verso― iba a la caza de la palabra precisa.

EMS: Sí, pero funcionó como contraposición. Por ese entonces había dos influencias decisivas en la poesía de la lengua española: la de García Lorca, con su poesía musical y graciosa, y la de Neruda, que tenía un lenguaje ―Juan Ramón Jiménez se lo dijo― amorfo, que describía el primer día de la creación, un lenguaje como de “mares poblándose”, de cosas infinitas y amontonadas. Yo quemé esas influencias, y busqué “la palabra precisa”. Cuando Neruda leyó mi poesía me dijo: “Tú no nerudeas”; cierto, pero yo ya lo había hecho de pequeño.

Además, es necesario señalarlo, andaba yo buscando apoyos en otras áreas del conocimiento humano, de que la poesía no fuera un producto de holgazanerías: en la religión y la magia, por ejemplo.

MAC: ¿Usted fue un gran lector de la Biblia?

EMS: Sí, pero de la protestante. Leí mucho la de Casiodoro de Reyna y Cipriano de Valera. De allí aprendí la utilización del versículo.

MAC: Thamar y Amnón, uno de sus mejores poemas, es un asunto bíblico. En él, como en otras piezas, hay la sombra del incesto.

EMS: Eso me viene de la educación cristiana; es lo más vedado.

MAC: ¿Y cómo nació?

EMS: Había ido con Ernesto Cardenal a la Plaza de Santo Domingo a comprar regalos a las hermanas. ¿Cómo llevarle regalos a una hermana?, me dije. Fue algo puramente mental. Y comencé a escribirlo; lo terminé en dos meses.

Cuando lo leyó León Felipe se puso en contra. “A ese maldito hermano hay que joderlo; no merece perdón de Dios”. En Nicaragua, Coronel Urtecho me comentó que era muy buen poema, pero que me había jodido porque iba a engrosar la lista de los poetas malditos. “Todo el mundo va a creer que se cogió a su hermana. Pero, por favor, no lo vaya a romper”.

Al volver a México se lo mostré a Octavio G. Barreda, quien me dijo que el poema era para El Hijo Pródigo. Lo bloqueó Villaurrutia; no sé por qué. Dijo que mientras él estuviera allí nunca se iba a publicar. Yo sólo tenía una copia, y esa estaba en las oficinas de la revista. Por fortuna, Alí Chumacero la rescató.

MAC: ¿Y cómo se publicó en Sur?

EMS: Raimundo Lida, que era del consejo de redacción de la revista, lo mandó. Fue un acto generoso si se recuerda que ya en el Colegio de México había consigna de Cosío Villegas para que los becarios de filología no escribieran poesía.

poetas

3.―NICARAGUA: LA POESÍA Y EL VIAJE

MAC: ¿Podría hablar un poco de los otros dos poetas con los que forma toda una generación (Cardenal y Martínez Rivas) y de poetas anteriores inmediatos?

EMS: Llevé una vida casi cotidiana con Ernesto Cardenal los años que estuvimos en México, y antes, en Nicaragua, un tanto esporádica, con él y con Carlos Martínez Rivas. Pero aunque parezca un poco contradictorio, estoy o me siento más cerca de la poesía de Carlos. Me une más, no su propia poesía, sino su experiencia poética, su afán de experimentación y a la vez culturista. Mientras que Cardenal, me parece, le hace un poco al antropólogo y al chamán. No desprecio eso, pero me siento más ligado a una poesía de búsqueda. Los dos, sin embargo, me parecen muy singulares en su estilo.

Pablo Antonio Cuadra tuvo una gran influencia generosa en nosotros tres. Por decir algo, todavía conservo la primera edición española de Residencia en la tierra que José Bergamín editó en Cruz y Raya, y que Pablo Antonio me dio para que yo la leyera. Si políticamente estaba muy a la derecha, en literatura era abierto y quería que los discípulos estuvieran al día y conocieran a los poetas modernos. Hemos llevado una buena relación. Incluso me dedicó Canto Temporal.

Coronel Urtecho es un hombre que no se importa a sí mismo. Si él, en un momento, tiene un discípulo o una gente sobre la que piensa que puede ejercer una influencia benéfica, se entrega a la misión. Si él es el maestro, Pablo Antonio es el compañero. Además Coronel fue un constante traductor, y el primero que introdujo la literatura inglesa a las letras nicaragüenses, algo que después continuaría Joaquín Pasos, cuyo Canto de guerra de las cosas está influido por Eliot. Joaquín Pasos era otra cosa: un hombre de buen humor, generoso, creo que llegaba a la pureza. Fuimos buenos amigos. Murió muy joven. Sí, compuse un poema brevísimo cuando murió.

MAC: Se ha hablado de una “disposición de viaje” de los poetas nicaragüenses. ¿Usted qué opina?

EMS: Eso lo dice Cardenal en el primer capítulo de la Nueva poesía nicaragüense (1949), que se titula precisamente El viaje. Cita allí incluso un trozo de la Autobiografía de Darío. Tiene razón. Sin embargo, no ha sido una cosa programática y fatídica, sino que en el país había una dictadura que unos detestaban y otros aprovechamos.

MAC: ¿Y esa otra repetición constante de que Nicaragua es una tierra de poetas?

EMS: Es un mito. Cierto, se nos da cierta beligerancia en no creer que el poeta es un desclasado y nos ven aun como personas útiles en determinado momento y en determinadas cosas. Por ejemplo, un poeta como Cardenal, sin la menor repulsa, puede llegar a ministro de cultura y yo mismo a embajador.

MAC: ¿Y el exilio le ha hecho comprender mejor Nicaragua?

EMS: El exilio me ha dado una perspectiva del país y también una añoranza. Nicaragua está siempre presente. Me explico. México es una cosa hecha culturalmente, es una nación que ha tenido una secuencia histórica, pese a interrupciones, y desemboca en un acontecer sin sorpresas. Puede decirse que México ha tenido una línea congruente. Eso le da a un centroamericano como yo una idea de estabilidad, de instituciones, de planes. Hay una situación definida en la cual yo me he arraigado por más de cuarenta años, sin perder afectividad por mi patria. Lo que sí creo haber perdido es mi idiosincrasia. Mis modos de comportamientos y mis costumbres, ya no son los mismos. Es muy distinto vivir en Managua que en la ciudad de México.

Paciencia Ontañón, Juan M. Lope Blanch, Augusto Monterroso, Ernesto Mejía Sánchez, José Pascual Buxó, Antonio Alatorre y Margit Frenk, 1958 © Archivo UNAM

Paciencia Ontañón, Juan M. Lope Blanch, Augusto Monterroso, Ernesto Mejía Sánchez, José Pascual Buxó, Antonio Alatorre y Margit Frenk, 1958 © Archivo UNAM

4.― LA IMPUREZA. CONTEMPLACIONES EUROPEAS. EPIGRAMAS. PROSEMAS

MAC: La impureza (1951), que es para mí su más bello libro, ganó el Premio Nacional Rubén Darío.

EMS: Fue premiado, pero no publicado. Pertenece a una etapa que ya no me interesa, o que al menos, juzgo clausurada. Hay, creo, poemas bastante logrados. Sin embargo, sólo hasta la primera Recolección (1972) lo publicaría. En Nicaragua dijeron que si ese libro se hubiera publicado en 1951, hubiera sido otro el rumbo de la poesía nicaragüense.

MAC: ¿La dualidad infierno y cielo, la conciencia de la carne y del pecado, le vienen de Baudelaire?

EMS: No, de la educación cristiana. Yo he estado más cerca de Rimbaud que de Baudelaire: el método de videncia, la experiencia del niño trágico, la fuga del hogar…

MAC: La gran presencia en el libro es la mujer. Hay aun una sensualidad morbosa.

EMS: Que quería decir abstinencia.

MAC: Hay un poema que en especial me conmueve hondamente: Pavana.

EMS: Es una poesía muy lírica que se une con lo coloquial. No sé si esté lograda, pero había esa intención. Está escrito a la muerte de una prima mía, y el título está inspirado en Pavana por una infanta difunta.

MAC: Otra vez la marca de la infancia y la adolescencia en Nicaragua.

EMS: Sí.

MAC: Y luego se fue a Europa, donde escribiría Contemplaciones europeas.

EMS: Fui a estudiar Filología. Caballero Bonald, se sorprendió que yo hablara de filología y de poesía sin aspavientos. Hizo un trabajo interesante cuando volví a América en 1953: “Ernesto Mejía Sánchez: poeta y filólogo”. Yo había escrito algo en Nueva York, que conservo inédito, pero lo que más huella dejó en mí fue la convivencia en la Residencia de Guadalupe, en Madrid. Conocí media generación de españoles y latinoamericanos. Recuerdo a los niños Goytisolo (José Agustín, Juan, Luis), a José Ángel Valente, a Mario Cajina Vega, a Eduardo Cote Lamus, entre otros. En Contemplaciones europeas hay poemas de viaje, pero también están la familia y los amigos.

MAC: Allí empiezan esta suerte de poemas.

EMS: Sí, yo he sido un apasionado de la familia desde niño. En algún poema digo que la vida familiar ha sido para mí como una doble vida: anochecer y dormir y despertar y otra vez y ver cosas que han significado algo en mi existencia. Alguna vez quise hacer un poema que se llamara Retratos de mi casa, donde yo conversara con ellos.

MAC: Y los poemas, ¿cómo fueron saliendo?

EMS: Poco a poco. Hay cosas de un viaje a Italia, pasando por la Costa Azul; hay cosas de España, que no están dichas, pero están allí; hay recuerdos también de Nicaragua.

MAC: En 1956 publica usted sus epigramas, que de alguna manera anteceden a los de Cardenal.

EMS: Son mis lecturas de Marcial, pero sobre todo de Catulo. Yo quería por ese tiempo desliteraturizarme. Nada con las letras vivas. Y me costó mucho trabajo, y, el resultado fueron los epigramas y eso que Pablo Antonio Cuadra llamó prosemas. En Nicaragua, en 1953, viendo la situación somozaica, escribí el primero: El César y la carne.

MAC: ¿Y qué edición utilizó?

EMS: Yo había traído de Barcelona los Cármenes de Catulo, en la versión de Juan Petit, en diciembre del 53. Estaba fascinado. Cierto, Martínez Rivas fue influido también, pero a Cardenal fue a quien le hizo más mella. Entre diciembre de ‘53 y abril de ‘54, cuando hubo una conspiración contra Somoza, Cardenal empezó a escribir sus epigramas. Fue un año muy sórdido. Pedro Joaquín Chamorro en la cárcel, Cardenal huyendo.

MAC: ¿Y qué le atrajo del epigrama?

EMS: El epigrama propone una especie de nuevo lenguaje. No se puede andar por las ramas o prestarse a los arranques líricos. Es muy directo.

MAC: ¿Y los prosemas?

EMS: El epigrama fue un puente para llegar a ellos. Es la forma poética en la que me he encontrado mejor. No tengo que estar encadenado a un ritmo uniforme ni menos a la rima, aunque a veces utilice adrede rimas internas y juegos de palabras.

MAC: ¿Y el humor? No se advierte antes en su poesía.

EMS: Eso me dijo Octavio Paz. El prosema me permitió que la veta de humor que poseo en la vida real se incorporara a la escritura. Y no tengo ya la tensión a que me obligaba la poesía lírica. Ni en la escritura ni en la vida misma. Me gusta celebrar a mis amigos, a mis maestros, a mis discípulos. Me siento como incorporado a una familia más amplia que la mía. Es como un reconocimiento o un saludo afectuoso, y pueden ser Guimaraes, Neruda, Borges, José Durand, Lizalde, tantos otros. Estoy más reconciliado conmigo mismo.

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Originario feliz de México D.F. (Chilangolandia), donde nació en 1949. Poeta, narrador, ensayista, promotor cultural, magnífico traductor, tiene en su currícula haber trasladado al español poetas de la talla de: Baudelaire, Rimbaud, André Gide, Artaud, Roger Munier, Emile Nelligan, Vincenzo Cardarelli, Ungaretti, Salvatore Quasimodo, Reiner Kunze y Carlos Drummond de Andrade, entre otros. Estudió Derecho en la Universidad Nacional Autónoma de México y trabajó como lector en diversas Universidades del extranjero, tales como la de Salzburgo y Viena. Fue director de Literatura de Difusión Cultural de la Universidad Autónoma, y laboró activamente en el periódico de Poesía y el Programa de Humanidades. Colaboró en la revista Proceso. Condujo un programa literario en Radio Universidad. Ha obtenido los premios mexicanos Xavier Villaurrutia (1992) y Nezahualcóyotl (2005), en España el Premio Casa de América (2005) por su libro Viernes en Jerusalén. En 2004 se le distinguió con la Medalla Presidencial Centenario de Pablo Neruda otorgada por el gobierno de Chile. Obtuvo el Premio Iberoamericano de Poesía Ramón López Velarde 2010, que concede el Gobierno de Zacatecas. Ha publicado los libros de poesía: Muertos y disfraces (1974); Una seña en la sepultura (1978); La ceniza en la frente (1979); Hojas de los años (1981); La muchacha que vino del sol (1985); Monólogos (1985); Los adioses del forastero (1996); Viernes en Jerusalén (2005). Cuento: La desaparición de Fabricio Montesco (1977); No pasará el invierno (1985), recogidos en el libro Desde el infierno y otros cuentos (1987). Novela: Que la carne es hierba (1982); Hemos perdido el reino (1987). De él dijo, el escritor y poeta nicaragüense Ernesto Mejía Sánchez: “Marco Antonio Campos es un poeta –ya es bastante-; pero también un poeta culto, lo que es más peligroso y menos poético, según algunos asnos con letras, pues que lo quisieran intonso, zafio y tocando toda la lira por casualidad. Dichosa edad en que la primera manera ingenua será superada por siete libros y la amargura. Nos felicitamos por este muchacho que desde que comenzó tenía los dientes completos y las bibliotecas bien leídas… Le dirán poeta exotista, preciosista, despatriado, desmadrado; nunca desmedrado. Le dirán también muy antiguo y muy moderno; y más muy mexicano, muy contemporáneo. Este muchacho quiere sufrir y lo conseguirá. No hay remedio contra estas cosas; es la inminencia de la catástrofe.”