La “captura” de Hasenfus, lectura y análisis de una imagen fotográfica
24 marzo, 2016
Irene Agudelo
– El relato de Raúl Antonio Acevedo Lara con que inicia este artículo narra la captura de Eugene Hasenfus, marine norteamericano retirado de la guerra de Vietnam, el 7 de octubre de 1986 en El Tule, 30 kilómetros al norte de San Carlos, cabecera departamental de Río San Juan. Acevedo Lara, de 20 años, joven prestador del Servicio Militar Patriótico, SMP, formaba parte de un grupo de exploración que llevaba 20 horas en la búsqueda del tripulante que saltó en paracaídas del avión C-123 derribado. En la reconstrucción de los hechos, Acevedo Lara describe la primera captura de Hasenfus, la física. La segunda fue la fotográfica, y a ella me referiré en este artículo.
Había caminado como tres horas cuando lo descubrí, estaba en una hamaca acostado y al vernos se quedó quietecito. Yo no sabía quién era, pero cuando lo miro todo extraño, chele, gordo, ojos gatos, ¡Ehh! ¡Gringo este cliente! Dije yo (…) Él ya había cortado un ayote en el patio de la casa y le había comido una orillita, tenía las calcetas, botas y encima una pistola TT y una navaja. Cuando lo miré, lo encañoné inmediatamente y le grité: ¡Arriba!, pero él no me entendía ni yo tampoco a él (…) Yo le decía de señas que se arrodillara, y se arrodilló, que subiera las manos y se acostara, y subió las manos y se acostó. Entonces me acerqué despacito… ¡Chiva!, decía yo, este gringo debe ser especialista en defensa personal y me puede hacer algún mate. Entonces Freddy se quedó vigilando desde atrás y yo fui donde él y comencé a desarmarlo (Barricada, 9 de octubre de 1986).
Raúl Antonio Acevedo Lara no apareció en la fotografía tomada por el corresponsal del diario oficial Barricada, Carlos Durán. En la imagen publicada solo hay dos personajes: José Fernández Canales —19 años, también prestador del servicio militar, ‘flechero’ o ‘lanzacohetero’ como se nombraban en la jerga militar—, quien disparó el lanzacohetes portátil CM-2 derribando el avión C-123, y Hasenfus, quien camina jalado por Canales. La fotografía publicada borró el cuerpo de Byron Montiel, de 17 años, ayudante del ‘flechero’.
La fotografía que se analiza da cuenta del contraste entre captor y prisionero. Este contraste no podía ser mayor. Hasenfus, el prisionero: hombre blanco, grande, ‘gordo’, rubio; José Fernando Canales, el captor: jovencito, delgado, de rasgos indígenas —chapiollo diríamos en buen nica—, camándula en pecho. El captor que jala el mecate es 26 años menor que el prisionero. No hay tensión, ni resistencia, Hasenfus es llevado como una res. ‘El gringo’ parece además un vaquero viejo, usa mezclilla, probablemente Levi’s. Los soldados, en cambio, llevan uniformes gastados, holgados, muy holgados, tan holgados que las mangas de sus camisas ya dobladas llegan al nivel de sus muñecas.
El testimonio de Raúl Antonio Acevedo Lara resalta el imaginario nacional con respecto al ‘gringo’. En su relato, el captor concede a Hasenfus atributos rambescos: “¡Chiva!, decía yo, este gringo debe ser especialista en defensa personal y me puede hacer algún mate”. Estos rasgos del hombre norteamericano, que conjuran la masculinidad hollywoodense de la época, nos acercan al trabajo de Roger Lancaster: Life is Hard. Machismo, Danger, and the Intimacy of Power in Nicaragua. En este trabajo, Lancaster ofrece un interesante ejemplo sobre la dimensión corporal de la masculinidad guerrera hegemónica –como Hasenfus imaginado por Raúl Acevedo, su captor— en la Nicaragua de los años ochenta. Lancaster, relata cómo Rambo, el soldado interpretado por Sylvester Stallone, era un referente para los estudiantes sandinistas de secundaria, potenciales prestadores del Servicio Militar Patriótico a partir de los 16 años de edad.
En línea con el testimonio de Acevedo, Lancaster, nos cuenta que:
Una vez estaba discutiendo sobre algunos sucesos con estudiantes de secundaria del barrio. Un muchacho me preguntó si había visto la película Rambo. «No», le contesté, «no la he visto.» Rambo estaba en su furor en los barrios: cintas de video en español de la película estaban ampliamente disponibles, y aunque nunca se había exhibido en los cines de Managua, casi todos los niños y los hombres jóvenes que conocía ya la habían visto en video, generalmente en las casas de los amigos más acomodados. Yo conocía a este muchacho lo suficientemente bien: él pertenecía a una familia revolucionaria, sabía perfectamente lo que significaba el imperialismo y su postura política era sandinista. Le dije que pensaba que Rambo encarnaba los peores aspectos de mi país: nacionalismo excesivo, chovinismo, racismo. Es el emblema mismo de la era de Reagan, incluso en lo que respecta a la teoría de la «puñalada por la espalda» o “la traición” de por qué los Estados Unidos perdió la guerra en Vietnam (191-192).
El chavalo amigo de Lancaster (191) replicó:
Es solamente una película. ¡Mirá los músculos de ese maje! ¡Y la violencia! La forma en que acaba a sus enemigos ( …) Rambo es como el soldado nicaragüense. Él es un superhombre. Y si los Estados Unidos invade, vamos a palmar a los marines como hace Rambo.
La imagen de Rambo como un referente de masculinidad por parte de este joven soldado nos lleva a pensar que, a pesar de sus distancias políticas, ambos bandos reproducían una masculinidad que a través de sus prácticas legitimaba el patriarcado. Tanto la cultura norteamericana como el Servicio Militar Patriótico inculcaban la supremacía del hombre guerrero y fuerte. Al fin y al cabo, no resultaban ser tan diferentes.
Fotografía y memoria
La foto de Hasenfus, como coloquialmente nos referimos a ella, la que está recortada, apareció en el diario Barricada a toda plana bajo el titular: “Se atrevieron… y así quedaron!”, no es una fotografía espontánea, no captura el momento como sí lo hace aquella tomada por Huynh Cong Ut en 1972, durante la guerra de Vietnam, “la de unos niños que corren aullando de dolor camino abajo de una aldea recién bañada con napalm estadounidense” (Sontag 69).
Entonces, la foto de la que nos ocupamos fue una imagen preconcebida. Inspirada en otra foto de la guerra de Vietnam. El testimonio del quien entonces era el jefe militar de Río San Juan, oficial en retiro del Ejército Popular Sandinista, Bosco Centeno, nos permite demostrarlo. Él tuvo la idea de amarrar a Hasenfus:
A la sombra de un arbusto, en cuclillas, está Hasenfus. Hay que conducirlo unos treinta metros hasta el helicóptero y me viene la idea de atarlo con un cordón de su mismo paracaídas, el que procedo a cortar con mi navaja. Una fotografía que había visto en la biblioteca de Solentiname mostraba a una niña vietnamita jalando amarrado a un enorme piloto gringo con su cara de derrotado. La nuestra también se convierte en una fotografía famosa que recorre el mundo: el gringote jalado por un escuincle cachorro SMP con tres meses de reclutado, y que se interpreta como la decisión de un pueblo de defender su soberanía y revolución (Centeno 269).
Las notas que informaban del suceso en el diario Barricada, también recordaron con nostalgia a las antiaéreas de Sandino a final de los años 20, cuando derribaron un avión Fokker de la marina norteamericana. La imagen de Hasenfus jalado por el soldado sandinista se convirtió en un símbolo utilizado para mostrar la voluntad antimperialista de su prócer y del pueblo nicaragüense. Un extracto del Manifiesto de San Albino de Sandino, acompañado de la imagen de Hasenfus, era reproducido en vallas de la plaza: “Más de un batallón de los vuestros, invasor rubio, habrá mordido el polvo de mis agrestes montañas” (tomado de http://www.sandinovive.org/sandino/manifiesto7-27-27.htm). Así como en Las Segovias, en Vietnam, el invasor era humillado nuevamente.
El discurso oficial hacía uso igualmente de la fuerte tradición antimperialista, tan presente en la poesía nicaragüense, que ha dado cuenta del historial de intervenciones norteamericanas y de las gestas de resistencia que originaron. La poesía de la década del 60 y principios del 70, por ejemplo, reunida en la publicación Poesía revolucionaria nicaragüense fue reeditada siete veces entre 1962 y 1973 (Selser, 1981). Intelectuales como Joaquín Pasos, Ernesto Cardenal, Ernesto Mejía Sánchez y Fernando Gordillo, entre otros, escribieron sobre ese espíritu de resistencia. El poema Andrés de Fernando Gordillo es un ejemplo de ello.
Andrés
tu piedra es mi esperanza.
Ha pasado un siglo y ya lo ves,
todo lo mismo.
Pudo más el oro que la sangre.
Toda tu tierra, Andrés
desde los lagos al Coco,
desde el Cabo hasta el San Juan
es una sola lágrima donde la Patria llora.
Lanza la piedra.
¡Lánzala!
A un siglo de distancia, el enemigo
es el mismo.
Fue a esa tradición de resistencia a lo que apeló el discurso. La resistencia frente al invasor ‘capturado’ in fraganti en territorio nacional.
La imagen en cuestión, publicada en el diario Barricada, probó lo que el Gobierno de Nicaragua denunció en 1984, a través de la demanda interpuesta en la Corte Internacional de Justicia, Tribunal de La Haya, contra el Gobierno de Estados Unidos: la administración Reagan financiaba un ejército irregular a fin de desestabilizar el país e intervenía con ello en los asuntos internos, violentando su soberanía, integridad territorial e independencia política. El órgano judicial falló en 1986, a favor de Nicaragua. La fotografía permitió demostrarlo. Sin embargo, el cambio histórico nos hace volver a ese momento y preguntarnos qué dice de nosotros la fotografía de Hasenfus, y ésta pregunta nos lleva a otro asunto no menos importante. En su libro Frente al límite, Tzvetan Todorov (1993:225) reproduce la reflexión de Germaine Tillion sobre “¿Qué sentido tenía destruir a los enemigos si, para destruirlos, debíamos convertirnos en los horribles brutos que odiábamos en ellos?”. La pregunta es válida hoy y surge a partir de cómo es llevado el prisionero, jalado por una cuerda, amarrado, ¿en qué se transformó el cuerpo de Hasenfus al ser amarrado y halado con un mecate? Hasenfus fue llevado como un animal. ¿Qué ocurre cuando se animaliza el cuerpo del otro? El relato del captor de Hasenfus permite ver que la animalización comenzó mucho antes de amarrarlo y tomar la fotografía, cuando le hacía señas y éste obedecía.
María Victoria Uribe, en su texto Antropología de la inhumanidad. Un ensayo interpretativo sobre el terror en Colombia, plantea que “al asignarle al Otro una identidad animal” se lo degrada a fin de “facilitar su destrucción y consumo simbólico” (46). En ese sentido, podemos argumentar que las memorias de la guerra en Nicaragua durante la década de los ochenta son memorias silenciadas. La foto de Hasenfus conmociona porque activa las memorias de la guerra, la guerra entre sandinistas y contras. Las memorias de la guerra se silenciaron como una condición para la paz durante la transición a la democracia. Las sociedades muchas veces se silencian por:
Miedos diversos (…) —a la exclusión, al sinsentido, al otro visto como potencial agresor— están ligados a la “mala memoria” o al “miedo a la memoria”. En ese contexto, “los conflictos silenciados conservan actualidad” (Lechner citado por Jelin, 2002:157).
No es nada más el silencio que impone la memoria dominante, es también un silencio autoimpuesto, pero que da cuenta de una memoria viva que también busca caminos para hacerse escuchar porque “pasado que no ha sido amansado con palabras no es memoria, es acechanza” (Restrepo, 2009).
Bibliografía
Barricada
(7 de octubre de 1986), “EPS captura a un asesor yanque. Armas del pueblo derriban avión contra en Río San Juan”. Barricada, págs 1 y 5).
(8 de octubre de 1986), “Se atrevieron… y así quedaron”. Barricada, págs. 1, 2 y 3.
(9 de octubre de 1986), “La derrota del Rambo Hasenfus”. Barricada, pág. 5.
(9 de octubre de 1986), “Cuando lo miré lo encañoné y le grité: ¡Arriba las manos!”. Barricada, pág. 5.
(10 de octubre de 1986), “Cuando la realidad es un símbolo”. Barricada 10 d octubre de 1986, pág. 5.
Centeno, Bosco (2014), Pendiente de un hilo, Managua, s.e.
Jelin, Elizabeth (2002), Los trabajos de la memoria, Lima, IEP.
Restrepo, Laura (2009), Demasiados héroes, México, Alfaguara.
Selser, Gregorio (1981), Apuntes sobre Nicaragua, México, Nueva Imagen.
Sontag, Susan (2003), Ante el dolor de los demás, Buenos Aires, Alfaguara.
Todorov, Tzvetan (1993), Frente al límite, México, Siglo XXI.
Uribe Alarcón, María Victoria (2004), Antropología de la inhumanidad. Un ensayo interpretativo sobre el terror en Colombia, Bogotá, Grupo Editorial Norma.