Lorenzo Silva: “Un novelista vale si es portavoz de los demás”
29 enero, 2016
Gerardo Silva
– Es domingo, y luce un maravilloso sol de invierno sobre la localidad madrileña de Getafe. He quedado a mediodía en la estación de tren con el escritor español Lorenzo Silva. Su prestigio lo precede, en parte gracias a la serie negra de Bevilacqua y Chamorro. Novelista en primer en lugar (no sólo en el género policíaco), también cultiva el cuento, y escribe regularmente en prensa. Otras de sus facetas son la de editor (Playa de Ákaba) y curador de festivales literarios. Durante la próxima hora conversaremos sobre el oficio y su visión de la literatura, por supuesto, pero también de gestión cultural, bolcheviques, cine, Raymond Chandler, la Guerra de Marruecos o Kafka.
Corre el verano de 1984. Un joven recluta se aburre haciendo guardia en la entrada del cuartel. Se lo conoce como “48”, el número que le asignaron al comienzo del servicio militar obligatorio que debe prestar en Aviación durante los próximos meses. No hay muchas distracciones en aquel puesto, pero un individuo bastante peculiar que entra y sale habitualmente, enciende su curiosidad. Su aspecto es zarrapastroso, como el de un mendigo, pero su credencial revela que se trata de un oficial de la Guardia Civil. Nadie sabía mucho de él. Decían que trabajaba como infiltrado en el Metro de Madrid para detectar a unos delincuentes. Su relación nunca fue más allá del saludo a la entrada del cuartel, pero aquel tipo permaneció en la mente imaginativa del muchacho y años más tarde serviría de inspiración para el personaje más famoso del escritor Lorenzo Silva, el guardia civil Rubén Bevilacqua.
La anécdota es contada por su protagonista en una mesa redonda, junto a otros escritores de novela negra, en el contexto de Getafe Negro, festival de novela policíaca de Madrid, del que también es curador y principal promotor desde su origen, hace ocho ediciones.
Esta entrevista tiene lugar algunas semanas después del evento, en uno de esos bares españoles de toda la vida, donde sirven platos combinados y se ve el fútbol. Sin embargo, ni es la hora de comer, ni hay partido, por lo que el ambiente es bastante tranquilo. Pienso en el trajín que conlleva organizar un festival, y me pregunto qué necesidad tiene un escritor consagrado y en activo para poner en pie cada año este gran tinglado.
“Por un lado creo que tenemos cierta obligación moral para con la comunidad en la que vivimos, sobre todo cuando la vida ha sido relativamente generosa contigo. He recibido una serie de bienes de la comunidad, para empezar, una enseñanza gratuita. Me pregunté qué podía hacer por mi ciudad, esta ciudad en la que vivo. Pensé que la novela negra – estamos hablando de 2007 – era un género que daba juego para hacer una actividad cultural, con verdadero contenido, y para a partir de ese contenido proyectar una mirada un poco más amplia sobre la sociedad, sobre las personas, sobre muchas cosas. Había precedentes, que siempre te inspiran. Estaba Gijón, la Semana Negra de Barcelona… pero aquí pensé que podíamos hacer algo diferente. No es una ciudad tan grande, somos una ciudad periférica. Somos una ciudad que siempre tiene que estar existiendo a la sombra de la gran capital. Conocía un tejido cultural en Getafe que tenemos desde siempre. Tenemos una Universidad. Se me ocurrió que podíamos hacer un proyecto bonito y sacar la cultura de estas ciudades que siempre está como jugando en tercera división, y meterla en primera. Aquí la gente está muy impactada con que tengamos un equipo (de fútbol) en primera división. Está bien, pero es muy caro y tu máximo objetivo es que no te hagan descender. Con esto podemos estar en primera división y además estar en cabeza, podemos competir.”
Este año, en el que el país invitado fue Alemania, visitaron el festival 4.000 personas. Contó con la presencia de destacadas figuras del género, como Don Winslow, Fernando Marías, Enrique Urbizu o Alicia Giménez-Bartlett.
“Me interesa el mensaje de que se puede hacer ciudad de otra manera. Con patrimonio inmaterial. La gente sólo piensa que se puede hacer ciudad con mamotretos, que además cuesta mantener. Pues esta es una forma muy baratita, que no se deteriora, no tiene desperfectos, que no tiene costes de mantenimiento prácticamente, y que genera la construcción de espacio ciudadano a partir de la cultura. Yo creo en eso.”
Aunque nació y vivió algunos años en Madrid, la ciudad de la que Lorenzo Silva habla con especial cariño, Getafe, es donde ha residido la mayor parte de vida. Situado a 13 kilómetros al sur del centro de la capital, en el municipio viven alrededor de 173.000 personas y es un foco industrial, pero también una entidad cultural y social diferenciada.
Todavía en Madrid, a los 13 años, Silva descubrió su vocación de escritor. Ocurrió participando en un concurso literario con un cuento.“Fue la primera cosa para la que me senté e hice seriamente. Y gané el premio además. No sólo me supo bien porque gané, sino porque lo encontré muy divertido. Y ahí me puse a escribir. Y desde entonces no he parado.”
El detonante fue la curiosidad, el juego, pero desde muy temprano tuvo claro lo que pretendía con la escritura, la impresión que quería causar en el potencial lector. “Debió ser a los 15 o 16 años, cuando empecé a escribir novela, realmente yo lo que quería era hacer una novela que produjera en alguien el efecto que había producido en mí El Largo Adiós o El Astillero. De eso es de lo que se trata.”
Empezó por el cuento, como muchos escritores, y ha experimentado prácticamente con todos los géneros: poesía, teatro, ensayo… pero su preferido, el ámbito literario donde más cómodo se siente y en el que es particularmente prolífico, es la novela. Ahondamos en las diferencias entre uno y otro, en cómo se decide Lorenzo Silva por un formato para contar una historia.
“Siempre he sido muy dado a experimentar. Me parece que la literatura tiene una parte de ensayo, y probablemente de ensayo y error. Lo que le pido al género que practico es que me permita mostrar una mirada y un punto de vista sobre la realidad. Y me interesa que no sean consabidos. Que no vaya a repetir lo que ya han hecho mil veces otros y seguramente mejor que yo. Todo género que me permite lanzar esa mirada me interesa. El micro-teatro me lo permitió, y el ensayo me lo permite. El ensayo, como está al margen de todo cálculo editorial, de todo cálculo comercial, ya partes de la base de que va a tener muy pocos lectores. Eso te da una gran libertad para acercarte a cuestiones, esquinas, que quizás a través de la novela es más difícil de hacer.”
“Como escritor, siempre he tenido la sensación de que el cuento se me quedaba un poco corto para lo que yo quería. Digamos que en un cuento tú puedes insinuar detalles. El cuento funciona más por lo detalles y por la redondez. Y a mi me gusta de la novela, que puedes crear un espacio en el que caben muchas cosas. Caben detalles, pero cabe también, por ejemplo, el tiempo (lo subraya con énfasis). En los cuentos el tiempo cabe hasta cierto punto. Una novela es un artefacto donde la dimensión espacio-temporal te permite versatilidad. También admite unos errores que un cuento no. En un cuento los errores se pagan muy caros, y en una novela se pueden compensar. Aunque siempre es mejor no cometerlos, ni en la novela ni en los cuentos.”
“Es curioso, yo empecé por el cuento porque, claro, es lo que está al principio de tu experiencia y de tus ambiciones, y he vuelto a escribirlos ahora. Escribo un cuento todas las semanas, como mínimo. Al proyecto de “Vidas.zip” le doy forma de narración, con planteamiento, desarrollo y desenlace. No son artículos de opinión, no son artículos de prensa (Se publican originalmente en el diario El Mundo y con posterioridad se han editado varias recopilaciones). Son como improvisaciones literarias, de personajes e historia, al hilo de acontecimientos de la realidad. Y me gusta mucho ese formato para eso. Me gusta mucho más que la columna de opinión, aunque sé que es necesaria. Prefiero contarlo a través de un personaje, porque creo que cuando algo pasa a través de la carne de un personaje es mucho más verdadero, y tiene mucho más valor, puede trascender.”
Silva ha escrito 26 novelas hasta el momento, nueve de ellas protagonizadas por la pareja de guardias civiles Bevilacqua y Chamorro, la saga más popular del escritor madrileño. Por este motivo se lo suele relacionar con la novela negra, pero también se ha prodigado en otras temáticas. Por ejemplo, La trilogía de Getafe, en la que incursiona en el terreno de la literatura juvenil, en el escenario que mejor conoce. O la laxa trilogía, novelas que cada una con un tono distinto tienen en común “que reflejan las desazones de presuntos triunfadores de nuestro tiempo y sus ansias de redención. Corrosivos y escépticos bolcheviques posmodernos (aunque trabajen para entidades financieras) que sueñan, todos, con un ángel que los salve.” (Como proclama en su página web, cuidadosamente alimentada).
En estas historias se acercó a un mundo que también conoce bien, el empresarial, pues Lorenzo Silva no siempre fue escritor a tiempo completo. Tras licenciarse en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid, trabajó diez años como abogado, auditor de cuentas y asesor fiscal, entre 1992 y 2002.
Es en ese contexto donde entra en contacto con un tipo de personas que le llama poderosamente la atención y considera que no está suficientemente representado en la literatura. “Veía películas y leía novelas, y nunca aparecía un tío que se levantara por la mañana temprano para ir a la oficina. Tienes bohemios o yonkis marginales, pero no hay nada entre medias, una enorme capa de la población que no está representada.”
Habla de personas normales, con nostalgias y anhelos, que son producto de las imposiciones del modo de vida actual. Convertidos en personajes de ficción, los inserta como anti-héroes contemporáneos en historias realistas no exentas de cierto lirismo.
“Me interesa su complejidad y su paradoja. De esa gente que va a la oficina, la más brillante, la que tiene más oportunidades profesionales, y que sin embargo está sometida a una paradoja constante. Muchos de ellos, y lo sé porque los he conocido y he vivido muchos años en ese mundo, se sentían llamados a hacer otras cosas, para las que además valían, y sin embargo se vendieron por dinero y confort social, recluyéndose en una actividad y en una vida que no es la suya realmente.”
“Siempre recuerdo una divisa de Jose Luis Sampedro, proveniente de Píndaro, que viene muy al caso: “hazte el que eres como aprendido tienes”. Realmente el mayor desafío es hacerte el que eres. Y el mayor fracaso es hacerte alguien que no eres. Esas tres novelas son de alguien que se ha hecho el que no es. Y entonces viven en una satisfacción dramática, porque es lo peor que puedes hacer con tu vida, hacerte quien no eres.”
Lorenzo Silva cuida rigurosamente la construcción de los personajes. El protagonista es fundamental, desde luego, pero juzga aún más esencial la caracterización de los secundarios.
“El protagonista para mí es un prisma por el que pasa la luz y se descompone. Es importante ponerlo en un sitio y con una mirada interesante. Por eso he hecho nueve libros y voy por el décimo con Bevilacqua, porque cuando entra la luz en él salen muchos matices. Que el protagonista es principal se presupone. Yo creo que al verdadero escritor se lo ve en esos personajes de los que a veces no es tan perentorio preguntarse. Incluso de los que muchos escritores ni se preocupan. Siempre uso una metáfora como ejemplo: En el cine americano, incluso en el comercial, todos los actores son buenos; en general son competentes. Tienen presencia en pantalla. Desde luego es así con el protagonista, pero es que luego entra en un bar de carretera, tiene una conversación de tres minutos con una camarera, y esa camarera también es una actriz con presencia. Eso es lo que le da el empaque al cine norteamericano. En las novelas pasa lo mismo. Si tienes un protagonista que te lo has trabajado mucho, pero de repente su interacción es con muñecos de futbolín a los que va regateando, pues que interés tiene.”
Aprovecho la mención de Bevilacqua para traerlo de nuevo al centro de la charla. Al comienzo de la saga era sargento, y actualmente brigada de la Guardia Civil, un cuerpo de las fuerzas de seguridad españolas de naturaleza mixta, policial y militar. Junto a su subordinada y leal compañera Chamorro, lideran una unidad especializada en investigar casos de asesinato especialmente complicados o sensibles a la opinión pública. Sus aventuras le han reportado miles de lectores al autor de La marca del meridiano y entre otros reconocimientos, el premio Planeta de 2012 por esta novela. Silva se ríe recordando una curiosidad, que en el fondo lo alegra: existe en Internet una biografía de su personaje, creada por algún admirador anónimo, más larga y detallada que la suya propia en Wikipedia. Entre los atributos que definen a Vila – como se presenta ante todos para facilitar la pronunciación de su nombre – está el de tener un origen extranjero. Esta condición le otorga una capacidad de extrañamiento ante el mundo, una mirada peculiar, que le interesa particularmente al escritor. A menudo encontramos esta cualidad en personajes de su obra.
“Me gusta la mirada extranjera, me resulta muy interesante. Cuando leo libros de viajes, lo que me interesa no es tanto lo que dice conocer el personaje, como el hecho de que es una persona fuera de sitio. Me interesa mucho lo que ve la gente así. Y también me interesa mucho tener yo esa condición. Yo me siento muy a gusto cuando estoy en un lugar que no es el mío. Te diría que me siento más a gusto. Cuando estoy en mi país me pesa todo. Enciendo la tele y sé de qué va todo, y estoy aburrido. Es como que en tu propio país tu identidad te impone un peaje, te impone un gravamen que estás arrastrando siempre. En otro país puedes tener la mente abierta, puedes ser torpe, no estás obligado a saberlo todo. Miguel Delibes tiene unos libros de viajes curiosos. Dice que a él lo que le gusta es ser un palurdo. Que él no quiere viajar por los sitios como un cosmopolita.
De ahí que el investigador de la Benemérita (como se conoce popularmente a la Guardia Civil) provenga del Río de la Plata, aunque llegara a España con siete años.
“Quería que tuviera algo extranjero. Algo que no lo hiciera del todo español. Y algo que tuviera que ver con otra lengua, aunque no la hablara. De hecho no habla italiano. Entonces pensé en algo latinoamericano. De entrada pensé en argentino, pero ya estaba muy visto, mediado por muchos tópicos, y de pronto se me ocurrió que fuese uruguayo. Hablan prácticamente igual, podía tener apellido de origen italiano también, era más pequeño. Me gustó que no fuera un sitio que la gente tuviera muy presente.”
Claro, estamos hablando de 1998, cuando los futbolistas aún no habían emigrado a España para convertirse en estrellas, ni Uruguay había sido declarado ejemplo de desarrollo por The Economist, ni sus presidentes de gobierno habían sido tan mediáticos. Ya existían puentes tendidos entre los dos países desde hacía muchos años, uno de ellos el de la literatura – recordemos a Onetti o Benedetti, por ejemplo, que vivieron exiliados en España -, pero hay que reconocer que por aquel entonces el paisito (como lo llamaba cariñosamente el autor de La tregua) no era tan conocido para los españoles.
Hemos hablado de los personajes, pero el contexto físico donde transcurre el relato también es primordial en el universo creativo de Lorenzo Silva. Su exploración sobre el terreno suele ser exhaustiva. Así es como un buen día los vecinos del Barrio Sur de Montevideo pudieron ver a un tipo con aspecto de gallego paseando por sus calles, observador y con aire reflexivo. Estaba localizando el lugar donde se crió Bevilacqua.
“Creo que todos los lugares tienen una voz y una presencia en la historia. Dedico mucho tiempo a entender el escenario. Casi siempre que puedo lo piso, es una de las maniobras fundamentales de aproximación a una historia. Estoy escribiendo una historia que ocurre en Afganistán y no he empezado a escribirla hasta que fui a allí. Me costó mucho tiempo y pensé que no lo conseguiría, pero si no lo hubiera conseguido no habría escrito la historia. En cuanto lo pisé el lugar empezó a decirme cosas. Cosas que no podría haber utilizado en mis novelas si me hubiera quedado aquí. No es lo mismo tener una foto que estar allí, y sentir el calor, masticar el polvo.”
Quizá uno de los escenarios que más ha impresionado al escritor sea el cerro que se alza sobre la playa de Sidi-Dris. En este lugar ocurrieron algunos de los hechos más estremecedores de lo que se conoce como el Desastre de Annual, una de las derrotas más importantes del ejército español en la Guerra colonial de Marruecos (1920-1927). El tema toca de cerca a Lorenzo Silva, pues su abuelo paterno tomó parte en aquella campaña militar. En 1998 escribió una novela bélica conmovedora inspirada en aquel suceso, El nombre de los nuestros. Un homenaje a la memoria de los hombres valientes que murieron allí, y una condena a los arrogantes mandamases que los enviaron. Una cruenta guerra sin sentido, que para el autor encierra un enigma.
“La Guerra de Marruecos tiene un gran misterio. Cómo un país que está en un momento dificilísimo decide embarcarse en algo que lo destruye. España salió muy tocada del siglo XIX, y en lugar de buscar recuperarse decide volar las ruinas de lo que quedaba. Un suicidio advertido por mucha gente en la época. Sin embargo el país avanzó hacia ese precipicio. En el fondo era la crónica de una Historia anunciada. Hay un texto de Ángel Ganivet, de 1896, en el diario El Español, que decía que si España iba a África se acabaría la monarquía, vendría una república, fracasaría y habría una guerra civil. Estaba escrito 40 años antes.”
La relación de Silva con Marruecos no termina ahí. Su mirada sobre el vecino meridional abarca otra novela, un libro de viajes y un ensayo histórico-geográfico. Pero me interesa profundizar en la cuestión del misterio. Aquello que el creador de La niebla y la doncella o La estrategia del agua rastrea tenazmente en sus obras.
“El misterio es eso que está ahí, que vemos operar claramente y que no entendemos. Que no conseguimos analizar racionalmente. En la novela policíaca hay a quien le interesa resolverlo todo, y trasladarle a lector la sensación de que todo queda aclarado. A mi me interesa justo lo contrario, comunicar al lector aquello que de insoluble tiene el crimen. Por ejemplo, ¿por qué no podemos evitar que la gente cometa crímenes? ¿Además abusando de los más débiles? ¿Por qué en sociedades desarrolladas los crímenes quedan una y otra vez impunes? Para mí hay algo de misterioso ahí, hay una cierta necesidad del mal en la condición humana que yo no termino de entender.”
Decía el cineasta Luis Buñuel que “el misterio es elemento clave en toda obra de arte”. El séptimo arte es otra de las pasiones de Lorenzo Silva, que también es partícipe de la opinión extendida de que últimamente hay muchas series de televisión cuya calidad nada tiene que envidiarle. Destaca algunas, como House of Cards o The Wire, y durante la conversación recurre al imaginario cinematográfico para poner ejemplos. Su relación con el medio audiovisual va más allá. Dos de sus novelas han sido llevadas a la gran pantalla, La flaqueza del bolchevique y El alquimista impaciente (serie de Bevilacqua y Chamorro), colaborando él mismo en la adaptación de la primera.De La flaqueza también se ha estrenado recientemente una versión teatral. ¿Cuáles son los límites o las dificultades en la transformación?
“La versión teatral es más fiel al texto original que la cinematográfica. “La flaqueza del bolchevique” es una novela buena en extensión, es breve, de hecho tuvimos que añadir cosas en la película. Otra cosa es “El alquimista impaciente”, mucho más extensa, con muchos personajes, y comprimirla para el cine sí que plantea problemas.”
“Frente a la literatura, en la que todo es posible, como novelista tu presupuesto es ilimitado, puedo meter lo que quiera. En el cine no. Además, el cine es físico, sale lo que se pone delante de la cámara.”
Se percibe el desencanto del autor cuando hablamos de sus incursiones como guionista en cine y televisión.
“He hecho algún guión, pero no se ha rodado. Al final se te quitan las ganas. Porque en el cine español es muy complicado sacar adelante un proyecto. Es decir, tengo economía de opción: invierto muchos esfuerzos para hacer una película, he hecho un guión de un largometraje, un guión de un piloto de una serie de tv, también he hecho una miniserie de tv que sí se rodó… trabajas igual y no salen, porque al final no dependen de ti. Para escribir novelas soy auto suficiente, para el cine no. Entonces al final no apetece.”
Predomina el espíritu de “cazador solitario” en el escritor que fue distinguido como Guardia Civil honorario en 2010, y como Cronista Oficial de la Villa de Getafe en 2014. Utiliza esta metáfora para explicar una paradoja que afecta a todos los escritores: el aislamiento voluntario que implica la escritura, aunque el destino de lo escrito sea compartirlo con otros.
“Quizá lo que destacaría del oficio, frente a otros que he tenido, es la necesidad de aprender sin pautas. Creo que no hay pautas para aprender el oficio. Lo importante del oficio es darle el sello original a lo que haces y para eso no hay ninguna regla. Cada uno tiene que buscar con arreglo a su propia intuición. Y como consecuencia de eso, tiene otra característica importante, porque afecta a tu forma de vida: la soledad. La literatura impone muchas horas de soledad. Luego también genera mucha compañía y mucha interacción social, si quieres, que tampoco es obligatorio. La base del oficio son largas tiradas de trabajo en soledad.”
En el caso de Silva, el método a la hora de abordar la literatura no ha cambiado desde que empezó, siendo un adolescente, más allá de alguna manía o fallo que ha aprendido a no cometer.
“Necesito una historia. Al principio, es una idea, un fogonazo, un personaje, una situación. Exactamente igual ahora que cuando tenía 13 años y vi el primer fogonazo de mi primera historia. Luego hay un trabajo de reflexión previa sobre lo que vas a contar, que también vengo haciendo desde el principio. Nunca he sido un escritor impulsivo. Uno que se pone a escribir sin saber a dónde va.”
No se precipita. Una vez considerada la idea, si llega a la conclusión de que es buena, que puede aportar algo distinto que descoloque nuestra mirada convencional sobre la cosas, entonces es cuando merece la pena invertir cientos o miles de horas en ello.
“A lo mejor con un cuento breve puedes ser un poco más intuitivo, un poco más espontáneo, pero hablando de las novelas, que es lo que a mí me ocupa principalmente, la técnica no ha variado en absoluto.”
Me consta su admiración por Onetti, Woolf o Conrad, pero en alguna ocasión ha declarado que sus principales referentes a la hora de escribir son Kafka, Proust y Chandler. Ciertamente, escuchándolo hablar de ellos uno advierte enseguida porqué los considera sus maestros.
“Kafka es probablemente el mejor escritor del siglo XX y el mejor de la Historia después de Cervantes y Shakespeare. Es curioso que además lo es sin escribir ninguna gran obra. Me interesa su sentido metafísico. Su visión sobre la existencia humana, que se plantea en un escenario tan terrible como es el siglo XX. Porque Kafka intuyó mucho de lo que iba a pasar sin llegar a vivirlo. Es la mirada de alguien que mira bajo la superficie de las cosas.”
“De Proust lo que me gusta es como consigue mostrar las muchas capas de misterio que existen en la vida cotidiana. Lo compleja que es la emoción y las sensaciones. Que todo tiene dimensiones ocultas, cualquier intercambio mundano. Lo decía (Josep) Pla: “Proust consigue adensar la realidad.”
“De Chandler aprendí muchas cosas. Por ejemplo, los diálogos. En sus novelas los personajes se muestran en los diálogos. Es mucho más eficaz cuando un personaje se muestra, se deja ver, y tú intuyes que debajo de lo que dice hay toda una serie de capas. Eso Chandler lo hizo como nadie, porque al tiempo que era un narrador eficaz, venía de la poesía. Tiene un aliento poético permanente. Yo, que escribí poesía de joven y la abandoné, como él, valoro mucho la poesía y la fuerza que puede infiltrar en los personajes. Chandler es el poeta de la novela negra.”
El creador de Philip Marlowe, acaso el detective más famoso de la literatura, acude de nuevo en auxilio de Silva cuando le pregunto cuál es su relación con el lector, si lo tiene en cuenta a la hora de crear. Se adscribe a la opinión del norteamericano.
“Chandler dice que uno no tiene que escribir lo que el público espera. Uno tiene que escribir lo que sus tripas le piden. A otra cosa no le puedes dedicar 900 horas sentado en una mesa, es una barbaridad. Se trata de escribir lo que tú quieres y darle una forma que el público quiera demandar. Si tienes una historia, y para ti es valiosa, querrás compartirla. El trabajo del escritor consiste, en buena medida, en encontrar la mejor forma de persuadir al mayor número de personas, sin traicionar ni deformar su historia.”
Se han dado muchos consejos para jóvenes – y no tan jóvenes – principiantes sobre el arte de escribir. Recuerdo aquel maravilloso de Onetti: “No olviden la frase, justamente famosa: dos más dos son cuatro; pero ¿y si fueran cinco?” Internet está plagado de decálogos de reconocidos literatos. Lorenzo Silva no se libra. Sin embargo, siguiendo su máxima de “siempre que puedo piso el escenario”, no me contengo para escuchar de primera mano lo que juzga más importante.
“La gente piensa mucho en el acto de escribir. Yo cada vez pienso más en lo que hay antes y en lo que hay después. A mi me gusta mucho escribir, pero bueno, digamos que es la parte más obvia. De lo que se habla menos es que antes de escribir una historia te tienes que alimentar y empapar de esa historia. Hay dos herramientas fundamentales del escritor son: la observación, y quizá más importante, la escucha. Si tienes la oportunidad de escuchar a personas que tienen que ver con tu historia estás recibiendo materia prima verbal, que te viene muy bien luego para reproducir voces, para encontrar el tono de lo que estás contando. A mí, para escribir novelas de policías, lo que más me ha ayudado, muchísimo, han sido las muchas horas que he pasado escuchándolos.”
“Sobre todo con el ensimismamiento al que tiende la vida en el mundo actual, hay que animar a la gente a escuchar más a los otros. Al final, un novelista vale si es portavoz de los demás. Si sólo es portavoz de sí mismo acaba teniendo un recorrido limitado.”
“Luego, es muy importante, una vez que ya tienes el texto, fijarte en que al final de todo lo que va a quedar es eso. El texto es lo principal. Tienes que cerciorarte de que lo pules, de que le das la mejor forma posible, porque sólo va a quedar eso. Tú sólo eres eso. Eres eso por encima de todo. Veo a gente muy preocupada de la promoción, de las redes sociales, de ir a fiestas, de charlar con editores, agentes… pero lo que vale es el texto (Silva enfatiza golpeando con los nudillos repetidamente sobre la mesa). Si el texto no vale todo lo que mariposees por ahí será tiempo perdido. Si tiene fuerza te puedes ahorrar todo el mariposeo.”
Se acerca la hora de comer. Poco a poco, la atmósfera del bar donde nos encontramos se ha ido animando. En la televisión, un noticiario habla de esa realidad cotidiana bajo la cuál el escritor rastrea el misterio. Escuchar las reflexiones de Lorenzo Silva sobre su oficio resulta sugestivo. Se lo oye con el entusiasmo intacto, como cuando decía hace un tiempo:
“Como cuando apenas era un chaval y comenzaba a juntar letras en el papel, sigo sintiéndome un cazador solitario que sale al bosque sin ayuda, y que no la espera; sigo viéndolo todo como un extranjero ávido de patrias a las que pertenecer y hacer pertenecer a sus personajes, aunque nunca vaya a instalarse en ninguna; y sigo creyendo, o creo todavía más que antes, que decir sin miedo la maltratada verdad es el mejor camino para ganar el corazón de la gente.”