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Poemas

14 marzo, 2016

Manuel Martínez

– Manuel Martínez (Managua, Nicaragua, 1955). Es autor del poemario Tiempo, lugares y sueños, finalista del premio latinoamericano de Poesía Rubén Darío, 1986. Juegos de azar (premio Nacional de cuentos 1989, editado por el Centro Nicaragüense de Escritores en 1996), Engranajes del tiempo (Poesía, 1997), Esta noche baila Orestes Rey (Cuentos, 2001) Mayangnas: Hijos del sol (Estudio etnográfico, 2002), La rueda de la fortuna (Novela, 2005), Pasada de cuentas (Novela, 2008), nadie me niegue vivir (2012), La gloria eres tú (novela, 2013).


Esta es la vida que tengo

Nunca más escribiré esos versos:
“El canto de los gallos copan las madrugadas”,
no en el vago y difuso recuerdo
de mi infancia
si no hoy, este diciembre 2014,
despierto antes del alba.

El canto de los gallos
no mitiga ahora mis dolores
óseos articulares
ni mi vana pena por el día
que vendrá.

En estos días difíciles
estoy solo
en el abandono de los amigos
cuando llegan los días difíciles.
Pero solo, en compañía
de la única mujer del mundo
que me acompaña.
Ella sí sabe mitigar mis dolores
aligerar mi pena por los días
venideros.

También otros hombres como yo
despiertan en la madrugada
porque no pueden dormir,
y escuchan también quizás
el lejano canto de los gallos
al amanecer
todavía vivos y conscientes ellos.
Y tal vez celebran oír de nuevo
este canto de los gallos,
el ruidoso paso de un furgón,
la bocina hiriente de un bus
y los ruidos que brotan
uno a uno
hasta apagarse en la confusión
de la mañana urbana.

Pienso en esto y me digo:
Esta es la vida que tengo.
Y es buena.

El camino que tomé

“Desea pues que el viaje sea largo”
C. Kavafis

Tarde a veces aprendemos
que el camino de la vida
es sinuoso y empedrado.
El viaje es largo y el camino
cuesta arriba siempre.
Es el único camino de los espíritus
verdaderos.
Aunque a veces es casi imposible convivir,
porque, ¿cómo se puede vivir
con relaciones viciadas
digo yo, en permanente
acecho de la doblez que nos rodea?
Es la moral de la apariencia
de las buenas familias católicas
y evangélicas, los ilustres magistrados,
funcionarios y decanos universitarios,
que madrugan a misa de domingo
y comulgan para lavar sus conciencias
y renacen inmaculados por el cuerpo
y la sangre de Cristo.

Pero tu viaje cotidiano de peregrino
todavía no termina
despiertas a la luz de esta mañana
y te preguntas,
¿Qué no ha erosionado tu vida
y la vida propia de tus amigos?
Entonces comprendes que no sirve
resignarse
pues para ti
el viaje todavía no termina.

12

Confundido por los golpes duros
que me dieron mis enemigos,
los mismos que me rodearon por años.
Golpes a mis sesenta del retiro.
Y de esta confusión nace un dolor
que sólo duele por dentro.

Uno crece sin saber las causas de las cosas
pues el conocimiento se aprende lentamente
y de repente un día, se abre la conciencia
que rompe en pedazos la edad de la inocencia.

Ahora a mis sesenta años
padezco de artritis articular en la cadera derecha,
sufro dolores que agobian
y los mitigo con analgésicos y anti inflamatorios.
Porque uno se aferra a la esperanza
de una cirugía y una prótesis,
se aferra a la vida,
pues los años de juventud y pasión,
de desprecio al peligro y a la muerte,
se fueron.
Consciente de que la vida es breve,
entonces queremos que perdure
hasta el último aliento del espíritu.
Amén.

Manías de la bohemia

Hay una fuerza extraña que convoca viejos resabios,
duros estragos vespertinos y nocturnos,
desatados por el agobio y la saña de la rutina.
La bohemia persiste y pervive en diálogos,
conversaciones interminables,
que descargan la ansiedad cotidiana
y deshacen el vacío del tedio.

Es como un vago deseo por lo ido.
Un ciclo arquitectónico de naves que se abren
y se cierran al llegar la noche,
la hora de los desahogos vanos,
el desgaste corporal, el desvelo
y el sentimiento de las bajas pasiones,
hundido en nimiedades y bajezas pasajeras.

Pero no sólo es la noche en bares y salones.
Una mesa en penumbras y los amigos,
que critican el entusiasmo desmedido
y los resentimientos.
Este agreste encanto de aquellas reuniones
juveniles perdidas. Perdidos en las iluminaciones
de la ceguera. Torpes, obsesivos y persistentes
con el desenfado del iluso.
Nostálgico de canciones y letras muertas
que renacen al calor de estos recuerdos.

Bohemia, no convivios o fiestas de lanzamiento
de libros en galerías repletas de invitados,
diletantes. Festejos y celebraciones íntimas
en casa de anfitriones generosos y atentos.
Manía inoculada como un virus o bacteria,
que en ocasiones pareciera olvidada,
lejana e inexistente.
Pero duerme una latencia revulsiva,
y sin previo aviso, despierta de su letargo
y clama desde las profundidades del alma.
Seres apestados de vicios y vida disipada.

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