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Poemas

15 marzo, 2016

Noelia Illán

– Noelia Illán Conesa (Cartagena, 1983) es Licenciada en Filología Clásica y ha sido miembro de la Sociedad de Estudios Clásicos. En 2012 publicó el libro “Calamidad y Desperfectos”, reeditado un año más tarde con prólogo del poeta novísimo José María Álvarez. Sobre la obra de éste, publicó en 2015 la antología “El oro de los tigres” (Editorial Balduque). Ha participado en festivales de poesía y colaborado con prensa y revistas literarias, como El Ciervo, El Coloquio de los Perros, Ágora o Meca. Ha aparecido en varias antologías y recibido varios premios de poesía y microrrelato. En la actualidad, es codirectora de la revista de poesía La Galla Ciencia y prepara un libro de conversaciones con José María Álvarez.


Noelia Illán

Noelia Illán

FARSA
Igual que las azafatas rubias,
guapas, altas, altísimas,
fingen inflar chalecos salvavidas
al final de un pasillo
de turistas enrojecidos.
Me parece todo
una farsa.

ARRÊT D´URGENCE
Qué se ha de hacer en uno u otro momento
lo sabe cada uno –si lo sabe-.
Los cuándo, porqué. Los cómo.
Momentos que tienen la estrechez de un embudo,
el pasillo turbio donde no se oculta el miedo,
el frío de las seis de la mañana en los párpados,
a media tarde el disparo hueco en la sien,
el yo más cercano desvaneciéndose
como la casa que ya no tiene techo ni marcos.
Cada uno sabe cuándo abortar la misión,
cuándo elegir entre agua o vino,
cuándo leer a Biedma o Tácito,
dejar lo que estorba, lo que sobra,
ir a lo seguro.
Seguir tu propia intuición en la huida
y buscar la salida de emergencia cuanto antes.

ESTADO DE GRACIA
Te sientas y abres una botella.
Hoy prefieres un tinto
negro como la sangre de Héctor.
Te empapa mientras oyes algo de música.
La ventana está abierta. Es suficiente –piensas.
Alzas la copa y brindas por un verso,
uno que no recuerdas, pero
ese
que te hizo sentir que algo queda,
que algo merece aún la pena.
Notas esa embriaguez bajar hasta tu vientre,
muy cerca del pubis.
Todo está bien.
Te miras dichoso –por un instante- al espejo,
en paz, en comunión contigo mismo,
con la certeza de que te reconciliarás
con el mundo muy pronto.
O tal vez no.

DECÁLOGO CORRUPTO
Que los errores se compensan con aciertos.
Que no es tiempo de gestas y victorias.
Que la poesía nace sola y de las tripas.
Que todo es una cuenta atrás acelerada.
Que el miedo se supera, a veces con alcohol.
Que del holocausto habría de salvarse el Arte.
Que en presente el pasado es mejor.
Que de idiotas está el mundo lleno.
Que todo lo que tenemos es una gran mentira.
Que el hombre, al final, muere solo.

A VECES, CUANDO ARAÑO
Perdona que a veces me hiele
más rápida que el agua,
que me vuelva oscura como un túnel.
Permíteme que me aleje
y busque restos de trastos viejos
para taparlos y sellar las cajas.
Perdona a veces el tabaco,
la soledad que me proporciona,
las colillas una tras otra en la maceta,
o la pierna que abanica el viento
en el sillón de la terraza sin ti.
Perdona los descuidos si imagino bocas,
si la carne fuera débil y las manos se aventuran.
Cuando callo y soy ladrillo,
o casi no te miro o no me acabo el plato.
A veces busco en mí algo mejor
que mostrarte, una parte más clara.
Pero a veces –lo sabes- tropiezo
y mancho y soy arista
y todo se me cae de las manos.
La torpeza me hace humana.
Permite que repase alguna vez
mi lista de cosas que hacer antes de morir
y piense en Séneca y sus venas abiertas,
lo sublime de aquella escena.
Hay una parte terrible en mí como las autovías,
parecida a las calles de Año Nuevo,
repleta de pedazos de noche y prostíbulo.
Perdona la osadía de justificar las faltas,
las preguntas deshechas en el aire,
mis dudas –a veces- en la distancia.
Sólo quiero saber dónde te tengo,
en qué punto estamos y si mañana,
cuando amanezca y vuelva a ser yo,
tu toalla naranja estará junto a la mía.

LUNÁTICAMENTE
Al Siamés.
La vieja que hacía alfombras,
pendientes, collares en Sardis
y tenía el pelo recogido por un pañuelo.
Se le caían las cosas de las manos
por mostrarlo todo.
El templo de Artemisa perdido entre volcanes,
la cella vacía de Euromos,
su silencio inmortal,
el cruce donde de nuevo resucitamos
a la vida ésta perra de asfalto,
el rosa de Pamukkale y su humedad,
el agua cayendo por mis codos hasta la falda.
El camarero que dudó en dirigirme
aquella tímida sonrisa por lo atrevido,
las calles sin alquitrán y de gatos repletas,
el joven que cedió su asiento
en un autobús de Kusadasi,
la inglesa fumando sin destreza una cachimba
-y el marido aplaudiendo la hazaña
de humo azul-,
algún lokanta, los paisajes de trigo.
La sonrisa de plata de nuestro niño
haciendo kebab y ayran,
rodeado de imbéciles que sobraban,
imbéciles que imaginé muertos.
La base de la Gálata, soberbia,
erguida como un falo.
Los puentes, la luz del Cuerno,
tu mano en mi coño atravesando el Bósforo.
La cueva de los Siete Durmientes
-y un perro, no recuerdo su nombre-,
pero la magia de ese lugar,
cómo nos iluminó la existencia.
Algo había allí, el embrujo extremo.
Ese primer helado de pistacho
junto a la estación de tren,
las cucharillas compartidas,
la falda de un derviche, el testi
destrozado sobre la mesa.
Todo eso me llevo. Lo demás,
kilómetros, pasos, desiertos.
Nada que apuntar en la libreta.

CASILLERO DEL DIABLO
Que puede la vida ser hermosa
con esos pequeños gestos mundanos,
o cuando escuchas un disco de los Dire Straits,
o con un paseo otoñal en esa mar nuestra
que nos reboza y renueva.
Con una boca carente de pudor y soberbia
cuando muerdes la manzana podrida
del deseo,
y caes torbellino abajo
al fondo más oscuro de tu mente.
O las viejas fotografías de mi abuela,
dichosa sobre su moto azul,
donde siempre me parece estar ahí,
retratándola.
A veces esos crepúsculos
que no son ya rojos, sino dorados y eternos,
clavados para siempre en tu retina,
a fuego en Istanbul, en Buda tatuados.
El blanco y negro de algunos filmes,
el grito de “¡Marcello!” en la Fontana,
las risas de esas chicas que se abren al mundo.
La copa de vino que empapa tus venas,
el verso que arrastra y araña,
que embruja –oh, sí, esas lecturas
de noches adolescentes-.
Una conversación, quizá;
una cena en Roma bajo aquellas farolas
amarillas, como las de Pérgamo,
y ese cubata agrio que nos hizo reír en Atenas.
Pero luego,
¿qué hay tras todo aquello?
¿comprenderemos algo al final del trecho?
Somos objetos vacíos
que alguien guarda en una caja
por si el futuro.

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