Imposibilidad de cambio: la situación del indio en Balún Canán
24 mayo, 2016
Jesús Galleres
– Balún Canán o Nueve Estrellas o Nueve testigos (Nombre que según la tradición dieron los antiguos mayas al sitio donde hoy se encuentra Comitán, Chiapas), da título a la novela paradigmática de Rosario Castellanos en el asunto de las formas de poder en el ámbito de la población indígena mexicana, y Jesús Galleres refresca el contenido de la historia, poniendo de nueva cuenta el lastre del sojuzgamiento, del racismo, de la exclusión social y del abuso en contra de esa comunidad y que habrá de seguir combatiéndose. Los personajes perfilados por la poetisa y narradora Castellanos y recordados aquí por Galleres -el blanco y el indio-, continúan debatiéndose en su dramática relación en un escenario que parece no haber desaparecido, pese al tránsito doloroso de una revolución, de un gobierno de tipo socialista como el de Lázaro Cárdenas (1934 – 1940), al advenimiento de la modernidad y al indudable avance de la ciencia y tecnología, permiten fijarnos en el pensamiento, la continuidad de la injusticia. De ahí la importancia de Balún Canán, como testimonio de ello, de ahí el valor inobjetable de este escrito.
Este ensayo tratará dos denuncias fundamentales en la novela Balún Canán (1957) de Rosario Castellanos. La primera refiere al abuso de los indios mayenses de la localidad de Chactajal, perteneciente al municipio de Ocosingo, Oaxaca, en el sur de México. Para un mejor entendimiento de ese abuso se analizará la construcción bestializada del indio y la actitud paternalista del terrateniente. La segunda apunta hacia la incompetencia del estado, encarnada en la figura del presidente Lázaro Cárdenas (1934-1940), quien pese a su bien intencionada legislación a favor del indio en la cuestión educativa, salarial y de repartición de tierras, fracasa en la ejecución práctica de ésta. En gran medida, el fracaso del cumplimiento efectivo de la ley se debe al aislamiento geográfico de la lejana localidad de Chiapas donde se desarrolla la novela y a la negativa de los terratenientes en acatarla. De lo cual se infiere el carácter irrealizable del proyecto de estado.
No presentaré una cartografía exhaustiva de las denostaciones y consecuentes maltratos contra el indio en la citada obra de Castellanos porque desbordarían los límites de este breve ensayo pero sí mencionaré algunas que considero han ayudado a la construcción negativa del sujeto en cuestión.
Abundan las descripciones en la voz de los terratenientes o miembros de su familia donde se equipara al indio con una bestia de carga. En el capítulo uno de la segunda parte, César Argüello dueño de la hacienda de Chactajal, hace un recorrido por ella en compañía de su sobrino Ernesto. Al pasar por la ermita le señala la imagen de la Virgen de la Salud, describiéndola como una virgen muy milagrosa y agrega que “la trajeron de Guatemala a lomo de indio” (75). Durante ese mismo paseo llegan los dos a los cañaverales y César le dice: “Aquél es el trapiche, de modelo antiguo, de los que todavía se mueven por tracción animal. En caso de necesidad puede engancharse un indio” (84). Más adelante, en el capítulo trece, un narrador omnisciente nos relata sobre Amantina, una bruja obesa de los alrededores de la hacienda que se dirige a la casa grande para intentar curar a Matilde. Es preciso citar el medio de transporte utilizado: “Entonces Doña Amantina mandó preparar la silla de mano y dos robustos indios chactajeleños -uno solo no hubiera aguantado aquella temblorosa mole de grasa- levantaron las andas de la silla” (163). Por último, en el capítulo veintiuno de la primera parte, la niña narradora da cuenta de su travesía en familia de Comitán hacia Chactajal y nuevamente el transporte depende del lomo del indio: “Mi hermano, mi madre y yo, en sillas de mano que cargan los indios (…) Mido la altura que vamos subiendo por el jadeo del indio que me carga” (63). A través de tres voces diferentes queda de manifiesto la categoría sub humana que se le atribuye al indio. César desde su posición inmediata de dominio, el narrador omnisciente desde sus imparcialidad y la niña desde su inocencia retratan una realidad injusta que parece haber sido sutilmente internalizada ya que ninguno de los tres emite un juicio de valor al respecto. La condición de bestia de carga del indio es vista como natural.
Si el indio es visto como un sub humano, no sorprenderá que sea sujeto de maltratos y sea tratado con una actitud paternalista por los hacendados.
En cuanto a los maltratos referiré tres que considero los más relevantes.
Los azotes. Como parte del mismo paseo citado líneas arriba César le cuenta a Ernesto que en tiempos antiguos el mayordomo que dirigía el trabajo de campo en la hacienda convocaba a los indios a toque de campana para empezar la jornada. Para terminar de espabilarlos, les propinaba una buena tanda de azotes que ellos recibían con mucho agrado. Luego esta práctica cambió, según el padre de César, porque uno de sus antepasados fue un hombre de ideas avanzadas y la abolió. Sin embargo, César atribuye este cambio a algo más simple: “porque notó que a los indios les gustaba que les pegaran y entonces no tenía caso” (76). Dentro de esta misma línea del abuso físico, el narrador omnisciente nos revela en el capítulo dieciséis de la segunda parte la ferocidad con la que César evita que los indios huyan del fuego y continúen con su trabajo pese a la inminente amenaza de morir abrasados por las llamas: “El caballo de César, parado de manos, relinchando, los detuvo. Y César también con sus palabras. Y con el fuete descargaba sobre las mejillas de los fugitivos, ensangrentándolas. Entonces los indios se vieron obligados a volver al trapiche que ardía (…) Y los indios gritaban (…) Y el humo se les enroscaba en la garganta para estrangularlos y les buscaba las lágrimas en los ojos” (192). Los azotes representan la mejor manera de disciplinarlos. Manera que según la primera cita reciben con placer lo que sugiere un acto de masoquismo. La información nos viene a través del relato de César y muestra la construcción del indio a partir de la percepción colonialista de los hacendados: súbditos deseosos de recibir su ración diaria de castigo para empezar el día de buena forma. En la segunda el azote escala a un nivel de crueldad sin precedente: los envía a la misma muerte en pos del cumplimento del deber, de la obligación que le deben al patrón. La vida del indio está circunscrita a la realización del trabajo; extinta ésta, extinto el derecho a vivir de aquel. La denigración es máxima.
Además de los azotes, las sugeridas violaciones de mujeres indígenas en manos de los patrones representan otra forma de maltrato. En el capítulo uno de la segunda parte César y Ernesto continúan su paseo de reconocimiento por la hacienda. Pasan enfrente de un grupo de indias y César alardea de haberse acostado con muchas de ellas y de haber engendrado varios bastardos. La manera como lo enuncia sugiere un acto se sometimiento en el encuentro sexual: “La necesidad no te deja escoger. Te lo digo por experiencia. Tengo hijos regados entre ellas” (78). Inmediatamente después de la declaración de César, el narrador omnisciente lo releva y emite un juicio de valor respecto de las indias, cargado de la mentalidad colonialista de los terratenientes: “Les había hecho un favor. Las indias eran más codiciadas después. (…) El indio siempre veía en la mujer la virtud que le había gustado al patrón” (78). Es decir, la creencia extendida entre los ladinos no sólo justifica un acto ilícito y condenable como la violación sino que lo eleva al nivel de privilegio. Las víctimas son cosificadas y convertidas en mercancías más apreciables después del contacto sexual con el patrón.
El lenguaje también constituye un mecanismo de dominio. El maltrato del indio se realiza a través del voseo y los descalificativos. Por lo general, a lo largo de la narración la humillación directa al indio supone la utilización del voceo. Si en las posibilidades jerárquicas de la segunda persona singular, el “Ud” inviste de superioridad al interlocutor y el “Tú” de igualdad, el “Vos” presume su inferioridad. Este es el pronombre personal adscrito a la identidad del indio y cualquier intento de emanciparse de él resulta punible. En el capítulo doce de la primera parte la nana pasea con la niña por una feria donde hay una discusión entre un indio y un boletero. Éste le dice: “Oílo vos, este indio igualado. Está hablando castilla. ¿Quién le daría permiso? (…) Indio embelequero subí, subí. No se te vaya a reventar la hiel” (38). Este pasaje añade un matiz al uso del voseo: una llamada de atención e insultos contra el indio por el atrevimiento de usar la lengua de los ladinos, de su opresor. Además de los insultos directos, el relato ofrece construcciones negativas en voz de los personajes ya sea por medio de enunciados o por el acceso a sus pensamientos que la autora nos revela a través del monólogo interior. César suele pensarlos pero Zorayda, su esposa, es más abierta y los vocifera. Por ejemplo cuando Matilde y Zorayda van a dar un baño en la poza encuentran a indios jóvenes bañándose. Zorayda comenta: “Van a ensuciar nuestra poza (…) ¿Viste? La poza ya está turbia” (148). A esta presunción de suciedad del indio, Zorayda agrega una larga lista de descalificativos que a medida que pierde su fuerza socioeconómica como clase se envilece: piojosos, perezosos, brutos, traidores, incompetentes, etc.
El noruego Odd Inge Blålid en su tesis de maestría Subalternidad, hegemonía y resistencia en Balún Canán y Oficio de Tinieblas explica que César representa una forma de racismo culto y Zorayda una forma popular. La diferencia según el autor estriba en que el racismo de César se mantiene a nivel de pensamiento y el de Zorayda es externalizado sin ningún tipo de paliativo. Diferencia que él entiende como una consideración de respeto de César hacia la cultura indígena que Zorayda nunca contempla (63). A mí por el contrario, me parece que el silencio de César no obedece a una cuestión de respeto, pues su percepción de los indios es igual que la de Zorayda y la de su clase social, sino más bien a una de cálculo y estrategia. Dada las tensiones que existen en Chactajal entre los indios y los patrones por las nuevas reformas del estado, César prefiere no agudizar la situación con ellos.
Todorov en La conquista de América establece una tipología de relaciones con el otro. Para efecto de este ensayo resalto la del plano axiológico: “implica un juicio de valor: el otro es bueno o malo, lo quiero o no, es igual o es inferior a mí” (195).
Queda claro que en el plano axiológico, en la novela de Castellanos, la valoración del indio no sólo es de inferioridad sino que los terratenientes lo han hecho descender al plano animal. Al bestializarlo les ha resultado más fácil perpetrar sus abusos y legitimar estas prácticas como naturales.
Lo presentado hasta ahora sobre estas prácticas abusivas corresponde a la perspectiva de la cultura dominante. Para dar una visión más completa al problema del indio, la autora ha incluido también la perspectiva de éste. A mi parecer la muestra más notable corresponde al contenido del manuscrito elaborado por un indio jefe de la tribu. Su redacción precede al tiempo narrativo. El texto establece una queja ancestral del indio respecto de los abusos: “Nos preservaron para humillarnos, para tareas serviles. Nos apartaron como a la cizaña del grano. Buenos para arder, buenos para ser pisoteados, así fuimos hechos hermanitos míos” (56). Era tal el abuso, afirma el mismo declarante, que las mujeres asfixiaban a sus hijos recién nacidos para ahorrarles el sufrimiento de la vida que les esperaba. Según el manuscrito, la queja es oída por un número desconocido de indios congregados en torno al que se hace llamar hermano mayor. Aunque no es explícito el llamamiento a la sublevación se entrevén los primeros signos de ésta.
La actitud de llamar hermanitos menores a los miembros de su tribu introduce el tono paternalista que han internalizado los indios después de años de sometimiento, sólo que en este caso se trata de una variación de éste, pues el paternalismo lo ejerce uno de su mismo grupo.
La dimensión práctica de la actitud paternalista de los terratenientes con los indios está vinculada a la segunda denuncia que trata este ensayo: la ineficiente legislación del estado a favor del indígena y en detrimento de los intereses de los hacendados. Era previsible que ante la situación de injusticia social que vivían los indios, el estado revolucionario, representado por el presidente Lázaro Cárdenas finalmente diera señas para corregirla. Sus reformas se orientaron en tres ámbitos: el salarial, el educativo y el reparto de tierras. La actitud paternalista de los terratenientes se manifiesta con la negativa a acatar las reformas, pues consideran al indio como incapaz de aprovechar los efectos de éstas.
En cuanto a la reforma salarial en que se prohibía el Baldillo, trabajo indígena forzado sin retribución económica, en el capítulo catorce de la primera parte, Jaime Rovelo, amigo terrateniente de César le dice: “Porque ningún indio vale setenta y cinco centavos al día. Ni al mes.” A lo que César replica: “¿Que haría con el dinero? Emborracharse” (44). Y respecto de la reforma agraria y educativa en una conversación entre César y su sobrino Ernesto, el tío le dice: “Ellos tienen razón al exigir ciertas cosas, pero son tan imprudentes como los niños. Hay que cuidarlos para que no pidan lo que no les conviene. ¡Ejidos¡. Los indios no trabajan si la punta del chicote no les escuece en el lomo. ¡Escuela! Para aprender a leer. ¿A leer qué? Para aprender español. Ningún ladino que se respete condescenderá a hablar en español con un indio” (184-185). Paralelamente a estas declaraciones de alto contenido denigratorio se entretejen otras de tono más moderado, como aquélla en la que en un día de asueto César deleita a los indios con sus relatos de viaje. Nos dice el narrador omnisciente: “Entretiene a los indios como niños menores (…) Las cosas que había visto en las grandes ciudades, los adelanto de una civilización que ellos no comprenden (…) Los indios reciben estas noticias ávidamente, atentos, maravillados” (93). El discurso moderado del que se vale la clase amenazada construye una visión del indio que lo acerca a la minoría de edad, período de tiempo donde el ejercicio de algunos derechos fundamentales están suspendidos por incapacidad. Es en este periodo que el terrateniente los ejerce por él. Finalmente, el discurso denigratorio lo catapulta al reino animal, al de la incapacidad absoluta para así pasar de la suspensión temporal de sus derechos a la total supresión.
¿Cuál era la situación del indio? ¿A qué se enfrenta el estado con estas reformas?
Noé Ruvalcaba en su ensayo La novela neo indigenista de Rosario Castellanos y las raíces históricas de conflictos políticos y culturales nos recuerda que el despojo de las tierras de los indios comienza en la época de la conquista, y su organización se basaba en el sistema de encomiendas donde las asignaciones de tierra incluían un grupo de indígenas bajo la tutela del encomendero. La figura de la encomienda se traspasa al México independiente y cae en manos de los hacendados. Para agravar más la situación, Ruvalcaba añade que durante este último período la expansión de las haciendas despojó de sus tierras a innumerables campesinos: indios y mestizos, forzándolos a unirse a la fuerza de trabajo de las fincas. Precisa además que entre los terratenientes existe la visión generalizada que el indio no sabe qué hacer con las tierras, que el hacendado las administra mejor. Ya no es una cuestión de justicia, sino de sentido práctico, de conveniencia de que las cosas sigan así (125-126).
Durante el gobierno de Lázaro Cárdenas finalmente se pone en efecto la reforma agraria, tan querida por Emiliano Zapata durante la revolución de 1910 y propuesta por la constitución del 1917 así como también las reformas salariales y educativas a favor del indio. En Balún Canán el estado se enfrenta a la resistencia de la clase dominante en acatar la ley y a la dificultad de ejecutarla considerando el aislamiento de la localidad de Chactajal.
El estado de buena intención intenta reivindicar los derechos del indio, pero también hay un interés en socavar el poder económico de la clase terrateniente para así afianzar el poder del nuevo grupo en el gobierno, la burguesía. Podemos decir entonces que el gobierno se mueve por un real interés de integrar al indio pero también en aprovechar su integración para desestabilizar a los hacendados.
En la novela de Castellanos, abundan las señas que sugieren el fracaso del estado en su intento de hacer efectiva la implementación de las leyes favorables al indio. Este proyecto se presenta como una empresa irrealizable.
En cuanto al fracaso de la implementación de la reforma salarial y educativa en el capítulo catorce de la primera parte, Jaime Rovelo visita a César en su casa de Comitán y le comunica de la promulgación de la ley educativa que exige a todos los dueños de finca con más de cinco familias de indios a su servicio proporcionarles enseñanza, estableciendo una escuela y pagando de su patrimonio un maestro rural. La noticia no impresiona a César. Encuentra que la redacción de la norma se presta para su incumplimiento. E inmediatamente refiere a un precedente de similar inobservancia, la ley de salario mínimo. Le dice a Rovelo: “Somos lagartos mañosos y nos se nos pesca fácilmente. Hemos encontrado la manera de no pagarlo” (44). Y aludiendo ahora a la reforma educativa agrega: “Lo que te digo es que igual que entonces podemos ahora arreglar las cosas” (44). Aunque no se dan detalles de los artilugios utilizados por César para incumplir la ley salarial sabemos que no surge efecto, la legislación estatal fracasa. Sobre la implementación de la reforma educativa sí conocemos los pormenores. La ley no previó que dejarle el nombramiento del profesor al hacendado desvirtuaría el propósito de la misma. Astutamente, César nombra a su sobrino bastado Ernesto, un dipsómano sin ninguna instrucción de pedagogía, como maestro de la escuela. Peor aún, Ernesto sólo hablaba español y los alumnos, su lengua aborigen: Tzeltal. Durante las horas de clase se emborrachaba y les hablaba de su vida. La finalidad alfabetizadora de la ley fracasa.
También, el estado en su afán integracionista, instruye en la localidad de Tapachula al indio Felipe sobre sus derechos y lo alfabetiza. Así lo empodera para que enfrente a los hacendados en Chactajal y exija la construcción de la escuela y el nombramiento del profesor. Conseguido esto, procede a visitar las clases de Ernesto y aunque la instrucción es nula, le basta con observar que se está cumpliendo la ley para sentirse satisfecho. Felipe no ha entendido en la total dimensión el propósito del encargo asignado en Tapachula. María Luisa Gil Iriarte en su ensayo Estructuras de dominio e imposibilidad de diálogo diría respecto de esta situación que el entendimiento entre las dos razas es utópico y sólo podría ocurrir en un nivel pre social, como en la relación de la nana y la niña (197). Según esta mirada, Felipe está descalificado para vincular efectivamente a los ladinos e indios. Por ello el fracaso del propósito de la ley es contundente. El estado ni siquiera es capaz de efectuar una fiscalización efectiva encargada a Felipe. De hecho, la comunidad indígena y Felipe no exigen el cambio de maestro hasta que Ernesto en un rapto de furia abofetea a un estudiante. Hay voluntad del gobierno de mejorar la situación del indio, pero no lo consigue.
Aparte de la negativa de los terratenientes de acatar las leyes reformistas, otro factor importante que facilita el incumplimiento de éstas y delata la incompetencia del estado es el aislamiento de Chactajal y alrededores. La niña en el capítulo catorce de la primera parte hace referencia a su ubicación: “Estamos tan aislados en Comitán (…) Estamos tan lejos siempre. Una vez vi un mapa de la República y hacia el sur acababa donde vivimos nosotros. Después ya no hay ninguna otra ruedita. Sólo una raya para marcar la frontera” (42). Y de este aislamiento César y demás hacendados se aprovechan para incumplir la ley. En el capítulo quince de la segunda parte el narrador omnisciente penetra en la mente de César que discurre sobre la manera de persuadir al alcalde de Ocosingo para que no acate la ley. Nos revela: “aunque el alcalde le dijera que las órdenes vienen de Cárdenas a favor de los indios, el replicaría que estamos tan aislados que ni quien se entere de lo que hacemos” (182). El gran reto del gobierno es llegar a los rincones más remotos del país e imponer su presencia. Primero para que la ley se cumpla y en segundo lugar para dar fe de su existencia, pues entre los indios el estado es un ente desconocido. Y así queda ilustrado en la cita que sigue. En el capítulo cuatro de la segunda parte Felipe se dirige al resto de los indios para informarles sobre la preocupación del presidente Lázaro Cárdenas en torno a la educación del indio y el deseo de redistribuir la tierra. Les informa que la ley dice que: “nosotros somos iguales a los blancos” (99). Y uno se levantó con violencia y preguntó: “¿Sobre la palabra de quien lo afirma?” (99). A lo que César respondió: “Sobre la palabra del presidente de la República” (99). Y el mismo indio volvió a preguntar tímidamente: “¿Qué es el presidente de la República? (100). Líneas más abajo Felipe explica que el presidente quiere que los indios se instruyan y que las tierras les sean repartidas. Y que además, posee más poder que los Argüello y cualquier otro hacendado, y por tanto realizará los cambios. Finalmente, les dice que el presidente legisla desde México, lugar que los indios tampoco saben qué es, ni dónde está. Felipe comunica a sus congéneres un cambio de poder importante en el orden conocido hasta entonces. Un cambio que los incluye y que por encima de todo, los beneficiará. Sin embargo, bajo estas circunstancias donde la mayoría de los indios en la novela viven encerrados en los linderos de la hacienda, sin siquiera saber qué es México y quién es el presidente de la República, pensar en la efectiva puesta en marcha del gobierno parece una empresa irrealizable.
Otro indio empoderado por el gobierno es Gonzalo Utrilla. Ahijado de César Argüello que desalentado por los desaires de su padrino, buscó asistencia lejos de la hacienda, en la ciudad donde el gobierno sí estaba presente. Allí recibió instrucción y ahora era inspector a cargo de la reforma agraria en su natal Chactajal. Va a la hacienda de César y se dirige a los indios cuando estos están todos congregados en torno a la celebración de un rito sincrético en la ermita. Les dice que: “Ya no tienen patrón, que son los dueños del rancho, que no estaban obligados a trabajar para nadie” (134). Los indios reciben el mensaje de cambio en un estado de embriaguez tremendo, pues están en plena fiesta. Por eso no asimilan el mensaje con el juicio debido para así poder implementarlo en acciones concretas que aseguren el cambio. Aunque Utrilla insiste en que se lo volverá a comunicar cuando no estén borrachos, en la narración no hay constancia de ello. Creo que este hecho apunta una vez más a la ineficacia del estado de llegar con contundencia a los olvidados de México.
Tanto Felipe como Gonzalo son el resultado de la política de integración del estado. Su educación sirve este propósito pero también evidencia el interés del gobierno por desestabilizar a la clase terrateniente. En la novela no queda claro si este propósito es cumplido exitosamente.
Según lo expuesto hasta ahora, me parece que la exclusión en la que viven los indios respecto del alcance del gobierno supone una imposible realización del proyecto de estado. Así también lo manifiesta la clase terrateniente. En concreto, aludo a las intervenciones de Jaime Rovela y el doctor Mazariegos respecto de la viabilidad de un cambio real e inmediato de la situación del indio.
César Argüello regresa con su familia de Chactajal a Comitán después que los indios hayan incendiado el cañaveral y matado a Ernesto. Ese comportamiento violento se entiende como resultado del empoderamiento que les ha otorgado el estado. Allí se lo cuenta a Rovela que despotrica contra su propio hijo, abogado que vive en México y es impulsador de las ideas progresistas del estado. Rovela opina: “Eso es lo que Cárdenas buscaba con sus leyes. Allí está ya el desorden, los crímenes. No tardará en llegar la miseria. Es muy cómodo tener ideales cuando se encierra uno a rumiarlos, como mi hijo en un bufete. Pero que vengan y palpen por sí mismos los problemas” (231). Esta cita es una crítica a la falta de perspectiva de realidad del estado. Se proponen soluciones desde México, a un problema que sin duda merece atención, pero se hace desde una realidad distante que ignora la real dimensión de la situación del indio. Las consecuencias son contraproducentes, no se nos informa de ninguna ejecución de reparto de tierras sino tan solo del descontento del indio y la violenta reacción al incendiar su campo de trabajo: el cañaveral. Del mismo modo pero de una manera metafórica, el doctor Mazariegos arremete contra la clase joven del gobierno que impone un cambio. En vez de referirse directamente al gobierno se vale de un cuadro médico para ilustrarlo. Mario, el hijo de los Argüello está muy enfermo y cuando lo va a tratar advierte: “Si este caso hubiera caído en manos de un médico joven, un doctor soflamero (…) no titubearía en darle un nombre que jamás hemos oído mentar. Prescribiría tal vez una operación. Prefieren cortar el mal de raíz antes que tener la paciencia de combatirlo por otros medios, más lentos, pero a la larga más eficaces e inofensivos” (263). El adjetivo soflamero refiere a la provocación del enardecimiento de las masas y por tanto no califica apropiadamente al discurso de un médico, de allí que se pueda leer como una forma indirecta de referirse al gobierno joven y a sus reformas. La crítica no alude a la esencia de éstas sino al procedimiento amputatorio, radical que ha desatado la violencia como es el caso de la referida quema del cañaveral. Se reconoce el problema pero se propone un procedimiento gradual para asegurar su eficacia.
En conclusión, la novela es una muestra en detalle del problema del indio en la remota zona de Chactajal y alrededores en el estado de Oaxaca durante el gobierno de Lázaro Cárdenas (1934-1940). Por un lado, subraya la exclusión social y los abusos sufridos por los indios en manos de los hacendados quienes a través de una actitud paternalista han asegurado la continuidad de esta injusticia. Por otro lado, refiere a la bien intencionada legislación del estado por terminar con estos abusos, pero resalta la infructuosidad de este proyecto: el fracaso de la reforma educativa, salarial y agraria, pues no se presenta suficiente evidencia para pensar que las cosas a partir de las reformas que propone harán la vida del indio más llevadera. Por el contrario, después de la intervención estatal, las situaciones violentas están a la orden del día en Chactajal: el incendio del cañaveral y la muerte de Ernesto.
Obras Citadas
– Blålid, Odd Inge. Subalternidad, hegemonía y resistencia en Balún Canán y Oficio de Tinieblas. en Institutt for litteratur, områdestudier og europeiske språk. Oslo, 2007.
– Castellanos, Rosario Balún Canán. México: Fondo de Cultura Económica, 2007.
– Gil Iriarte, María Luisa. Estructuras de dominio e imposibilidad de diálogo, en El indio Malanga: Écrire La Domination en Amérique Latine. Perpignan: Presses Universitaires de Perpignan, 1997.
– Ruvalcaba, Noé. La novela neo indigenista de Rosario Castellanos y las raíces históricas de conflictos políticos y culturales, en UC Riverside Electronic Theses and Dissertations. Riverside, 2011.
– Todorov, Tzvetan. La conquista de américa. México: Siglo XXI Editores, 1987.
Lima, Perú, 1975.
Cursó estudios de Derecho y Letras en la Universidad Católica del Perú. Obtuvo la licenciatura en Literatura Comparada en La Universidad de California, Los Ángeles, en la que actualmente estudia el doctorado en Lengua y Literaturas Hispánicas.
Desde el 2004 trabaja como traductor independiente, profesor de español y corrector de ensayos académicos.