Ileana Rodriguez
Ileana Rodriguez

La bienaventuranza: Ficción y Escrituras Sacras

24 mayo, 2016

Ileana Rodríguez

– Un día de junio del año 2015, manejando por la ciudad de Minneapolis, ciudad de una belleza y tranquilidad extraordinarias, oí un programa en la Radio Nacional Pública que hablaba sobre la escritura de Marilynne Robinson. Decían los comentaristas que era una escritora fenomenal y se referían a ella en términos tan elogiosos que de inmediato quise ir a comprar uno de sus libros.


Marilynne Robinson

En la ciudad de Saint Paul, que es la gemela de Minneapolis, dos ciudades en una sola llamada Ciudades Gemelas, encontré en una librería situada en un sótano, debajo de uno de esos cafecitos que uno extraña tanto en la ciudad de Managua, los libros de Robinson. Busqué el titulado Gilead y no lo encontré. Había otros de ella pero no les hice caso porque yo buscaba el que no estaba ahí, y lo buscaba precisamente porque había ganado el Premio Pulitzer de Ficción del 2005 y el premio del Círculo de Críticos del Libro Nacional.

Gilead, luego aprendí, era el nombre de un pueblo situado en el condado Adair de Iowa en los Estados Unidos. Nombraba un área sin incorporación, esto es, una región o tierra no gobernada por su propio municipio sino administrada por divisiones territoriales más estables. Ese estatuto de no-incorporación hablaba de la inconsecuencia de esa ciudad-pueblito o caserío, área que podía ser disuelta a voluntad en caso de carecer de solvencia fiscal. Pero Gilead, luego supe también, es una región montañosa al norte del río Jordán, como lo atestiguan las Sagradas Escrituras, y Robinson utiliza el nombre en el sentido bíblico como metáfora de lugares en conflicto o en reconciliación.

Gilead es así un pueblo de ficción, muy a la manera del condado de Yoknapatawpha de William Faulker o el Macondo de Gabriel García Márquez y su nombre significa “montaña de testimonio” según el Génesis 31:21. Gilead en Robinson tiene su ancla en un pueblo real de Iowa llamado Tabor, localizado al sur-oeste del estado, muy conocido por su papel en el movimiento abolicionista. Y en la novela Gilead, el abuelo del narrador, John Ames, protagonista de Lila, la novela de Robinson de la que voy a hablar aquí, ha sido inspirado por el Reverendo John Todd, ministro congregacionalista de Tabor que participó en el movimiento contra la esclavitud llamado Underground Railroad. Dicho pastor, de nombre John Brown, almacenaba armas y municiones usadas en el movimiento abolicionista y dicen que predicaba biblia en mano con la camisa empapada en sangre.

Salí entonces ese día de la librería con las manos vacías, habiendo perdido el entusiasmo y las ganas, que así se comporta uno en la abundancia del desarrollo, donde las librerías son como las bibliotecas donde hay bastante que leer y me desentendí del asunto. No fue sino hasta diciembre de ese mismo año en que me vino a visitar Jean Franco que tuve la oportunidad de leer a dicha escritora, pues Jean había traído consigo, para leer en el avión, una novela de Robinson titulada Lila.
Empecé a leer dicha novela cuando llegó Jean el 2 de diciembre y la terminé cuando se fue, el 16. Leía con lentitud desacostumbrada y a menudo divagaba. ¿Por qué será que no puedo terminar nunca esta novela? le preguntaba a Jean, extrañada de mi propia lentitud y a sabiendas de que de vez en vez las frases de la autora me hacían reflexionar o simplemente me dejaba llevar por un sentido de bienaventuranza y bienestar ante la bondad de uno de los personajes, el Reverendo John Ames, que siempre encontraba la respuesta adecuada, la palabra justa dicha con suavidad; o el candor de otro que, al hacer preguntas llanas y dar contestaciones cortas, ponía de relieve la simpleza de la vida poetizada a maravilla. Este era un libro que se adentraba en las mentalidades de poblaciones desarraigadas, los itinerantes sin hogar, seres a la deriva, deambulantes, con muy poca o ninguna educación formal pero igualmente sensitivos, guardando para sí el poco orgullo que su existencia les permitía.

lilaEl libro arranca con una crueldad: una niña llora suavecito en la noche oscura del alma, sentada en el tronco de un árbol; una niña despreciada, desgreñada, maltratada, de nombre Lila, a quien recoge una mujer ambulante, de nombre Doll, para protegerla—la recoge, no, se la roba. La historia de estas dos mujeres, arropadas bajo un chal raído, marchan acompañadas de deambulantes, esos trabajadores temporeros que caminan buscando algo que hacer de pueblo en pueblo y de campo en campo, a través de carreteras de esa llamada América profunda, la de los maizales, la de los inviernos cruentos, de los cuales estos seres calculan cuándo huir. En este ir y venir y rebuscar encontramos ese cariño tosco y torpe que los desamparados se brindan mutuamente; esos mismos que andan con su maleta y su saco de dormir al hombro, o en una bolsa de lona, siempre agrupados y arrebujados entre sí a fin de protegerse, de repartirse el poco pan de cada día, bañándose en los ríos y durmiendo al descampado.

La historia trata de cómo el afecto salva a una niña de la muerte segura y de cómo Doll, que es la mujer que se la roba, está dispuesta a matar a quién supuestamente es el padre de la niña que la reclama cuando ya es una joven y a quien para protegerla, Doll que la amaba tanto, desconoce públicamente frente a su familia precisamente para que no la identifiquen. “Yo a usted no la conozco,” dice Doll a Lila en público frente a sus parientes. Después de matar al supuesto padre de Lila con un cuchillo que viene a constituir la única herencia de la joven, su única riqueza y pertenencia, Doll se pierde en un maizal y Lila queda al desgaire, defendiéndose cómo puede, pasando por la experiencia de la prostitución, limpiando cuartos de hotel y luego deambulando hasta llegar a las proximidades de Gilead, el pueblo donde encuentra reposo en una iglesia y en un ministro que le enseña la confianza.

Lo singular de la historia es que está narrada como proceso de memoria en el que se enrollan indistintamente un antes y un después, en un presente y un futuro ondulante, intermitente y fragmentario que lleva a cuestas un principio de determinación que parece inevitable. Es desde que Lila alcanza una cierta estabilidad emocional que las vicisitudes de su vida vienen a ser contadas por ella misma como recuerdos y añoranzas de otros tiempos, como llamados urgentes a una vida nómada siempre añorada por la costumbre y el hábito. Entre trabajo y trabajo a destajo lo que vamos hallando es una poética de la naturaleza muy similar a la que narran los indígenas americanos, el sabor del viento en la cara, la textura de la tierra y del agua entre las propias manos, el beso de árboles y flores. El urgente deseo de estar en contacto perenne con estos elementos es lo que a Lila le causa la nostalgia, misma que nos hace pensar que en cualquier momento abandonará el bienestar de su nueva vida, la casa del ministro donde encontró reposo. El urgente deseo de andar a la deriva, al aire de lo improvisado y perentorio, aun si con el hijo arropado en el chal, como Doll la llevaba a ella.

Los deambulantes son gente pobre, gente de una sola muda y a lo más dos, la que lavan y la que andan puesta; son gente que camina con un saco de dormir al hombro o en su bolsa de lona o ‘carpet bag,’ de donde sacan su nombre en inglés de carpetbaggers, o drifters—hojas al viento. Es esta sensibilidad el asunto de la novela que reproduce fidedignamente el habla de estas gentes al desgaire sin caer ni una sola vez en la falsificación, en el intento de hacerlos hablar como no lo harían o de pensar como se hace en lengua culta. Este afán cuidadoso va marcando la ruta de una estética de la pobreza inserta en una ética guiada por las Sagradas Escrituras. Por eso, el contrapunto entre cómo se expresa Lila, y cómo se expresa el ministro es tan meticulosamente articulado que ni ella habla en conceptos ni él en frases incomprensibles. Es tal el cuidado que pone la escritora al enlazar ficción y Escrituras sacras que yo, que ahora me resisto a leer con lápiz en la mano para subrayar; que me revelo contra el viejo hábito de siempre trabajar el texto, caí de nuevo en el vicio de estudiarlo y empecé a subrayar el libro. Mas, desafortunadamente, lo hice demasiado tarde y así perdí un sin número de ejemplos que me habría gustado brindar porque las palabras de Robinson están cargadas de fuerza espiritual. Esto nos hace caminar la lectura a paso procesional y encontrar la fuerza de cada detalle en la quietud personal y en la experiencia que engendran los momentos diarios más que en triunfos y derrotas definitivas.

gileadDebo decir que lo que en el libro asombra es una reverencia hacia los pequeños momentos personales de paz sin drama, de felicidad sin complicaciones y muy a pesar de las tristezas y soledades de la vida. Los personajes experimentan la ensoñación ante la belleza del mundo que los rodea y admiran con delicadeza las pequeñeces de la vida. Y nosotras, las lectoras, hacemos lo mismo con ellos. Esa es la enseñanza que proporcionan los personajes. Y hay otra cosa que admirar y eso es que la primera novela que escribió Robinson fue Gilead, y mucho después escribió Lila. Mas o maravilla la primera novela narra el futuro de la cual la segunda será el pasado. El orden cronológico de los libros se ordena al revés. Es así que en Lila, el Reverendo John Ames tiene un hijo y se casa con Lila pero es en el primero que le escribe una carta a ese hijo para aconsejarle en vida lo que ya no va a poder darle después de su muerte tal como se lo ha pedido Lila. John ha tenido un hijo en su vejez y no lo verá crecer; así, al ver a su hijo recién nacido lo considera ya huérfano y aunque Lila dice: “No estás tan viejo como piensas que estás, Reverendo.” (256). Él le contesta que al verlo se siente “como Moisés en la montaña, viendo la vida que nunca tendrá” (256). Y si acaso le enseñará quizás “a este muchacho a amarrarse los cordones de sus zapatos” (256). De ahí la idea de vivir el presente; de no perder minuto de lo vivido; de estar siempre atento a cada instante, no importa que tan insignificante sea o precisamente por lo insignificante que es. Lo ordinario y lo mundano, una risa, una broma, una mirada, tienen su atractivo tanto como una tragedia trascendental. El hijo de un hombre viejo nace huérfano.

Yo no pude menos que empezar a subrayar el texto, dije, porque subrayar un texto es apropiarse de la palabra ajena, hacerla suya; apropiarse del texto y de su sabiduría. El momento irresistible para mí fue cuando Lila empieza a leer la Biblia y a hacer ejercicios de caligrafía, escribiendo frases enteras varias veces con el afán de aprender a escribir—y a pensar, y a decir las cosas como se debe, con la conciencia de que su propia expresión es insuficiente. Empezó ahí por la destreza narrativa de hacer que la protagonista escogiese pasajes bíblicos que hicieran eco no sólo a los propios saberes de ella misma sino al de la sensibilidad de los desposeídos. Y esta relación con el texto sagrado, a su vez, es una manera de rearticular la narrativa de la ficción y la narrativa ética de las Sagradas Escrituras. Es también una manera de acercar a los personajes y de hacer de la ternura, la comprensión y la tolerancia la trama esencial de la historia que mediante el buen trato restituye la confianza entre la gente.

La primera frase que subrayé quizás no dirá a nadie lo que me dijo a mí, pero es la que no pude resistir y que traducida dice: “Para consolarlo ella podría haberle bien dicho que todo iba a salir bien, generalmente salía bien, pero estaba tan asustada como él para pensarlo” (105). Claro, la frase no decía mucho pero para mí lo explicaba todo, todo lo que yo pensaba que debía haber dicho en ocasiones y no dije porque estaba asustada. Luego, no resistí la poesía de otras frases que eran más decidoras, más de encanto, como aquella que afirma que “La existencia podía ser fiera, ella sabía eso. Una tormenta puede desencadenarse en un día tranquilo, viento que te saca la vida de las manos, el alma del cuerpo” (106). Y enseguida, la frase bíblica contrapunteada que dice si no lo mismo, algo peor, y que es lo que a Lila le lleva a pensar sobre la existencia: “El fuego subió y bajó entre las criaturas vivas; y el fuego era brillante; y del fuego salió el relámpago. Y las criaturas vivas corrieron y regresaron bajo la apariencia de relámpagos de luz.” Lo bíblico enfatiza el terror de lo inesperado que, en la frase de la protagonista, arranca la vida de las manos y el alma del cuerpo.

El sentido de lo insólito y sorpresivo de y en la existencia se roza con la maravilla, con el goce, con el asombro de la bienaventuranza como cuando dice: “Un niño que no ha nacido vive la vida de una mujer que quizás nunca conocerá, escucha su risa y su llanto, siente el miedo que le quita el aliento y anuda el vientre” (106). Y así cada página tiene su poesía, su reflexión profunda, su pensamiento que trata de llegar a capturar la incertidumbre humana como cuando Lila, llevada por su atracción a la vida deambulante, siempre teme que un día va a agarrar a su hijo bajo el brazo y va a dejar la seguridad de su milagrosamente obtenido hogar. Por eso dice “no puedo amarte tanto como te amo. No puedo sentirme tan feliz como me siento” (255). Y cuando le pregunta a él, a su esposo, John Ames, viudo y vuelto a casar con ella, con Lila, en segundas nupcias, hombre viejo ya, de cabello cano como la piel del armiño: “¿Alguna vez dije eso? Que te quiero,” él responde, “Creo que lo dijiste hace un minuto. No puedes amarme tanto como me amas. Algo en ese sentido.” Y luego le pregunta: “Todos esos años, ¿estuviste tan triste como estuviste triste? ¿Tan sola como estuviste sola? Yo no. Yo tampoco (responde ella). Me hubiese muerto de eso” (256). El solipsismo de la frase esclarece la contradicción de lo sentido.

No sabemos si Lila se quedará a vivir bajo el amparo de su ministro o si se irá llevada por la ternura de los vientos, a deambular de nuevo, arrastrando a la criatura bien amada por las praderas infinitas del medio-oeste norteamericano sin tener otra muda que ponerse. Pero esta incertidumbre explica el sentido de una novela que teniendo como pretexto las Escrituras sacras narra, en la ficción, el milagro de la bien-aventuranza, del buen trato que merece la gente que vive al desgaire y de la cual habla también su novela epistolar Gilead, autobiografía novelada del Reverendo John Ames (o de John Todd su modelo), pastor Congregacionalista de un pueblo insignificante de Iowa que se está muriendo de angina de pecho en 1956, y que le escribe a su hijo de siete años para que lo recuerde. Ficcionalización de ese constante ir y venir que es, puede ser, la metáfora de esa vida que siempre nos sorprende con la desgracia o con la belleza de un día que no puede ser más lindo de lo que es, o con la ternura que alguien nos ofrece gratuitamente una mañana o un anochecer.

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Jinotepe, Nicaragua. Licenciada en Filosofía por la Universidad Nacional Autónoma de México. BA. Philosophy and Ph.D. en Literatura Hispánica de la Universidad de California, San Diego La Jolla, California,es profesora en The Ohio State University donde ejerce como Humanities Distinguished Professor of Spanish. Sus áreas de especialización son la Literatura y Cultura Latinoamericana, la Teoría Postcolonial, los Estudios Feministas y Subalternos con énfasis en Literatura Centroamericana y del Caribe.
Su último libro publicado se titula Hombres de empresa, saber y poder en Centroamérica: Identidades regionales/Modernidades periféricas: Managua: IHNCA, 2011. Títulos anteriores son:Debates Culturales y Agendas de Campo: Estudios Culturales, Postcoloniales, Subalternos, Transatlánticos, Transoceánicos(Santiago de Chile: Cuarto Propio, 2011).
Es autora de Liberalism at its Limits: Illegitimacy and Criminality at the Heart of the Latin American Cultural Text.(University of Pittsburgh Press, 2009); Transatlantic Topographies: Island, Highlands, Jungle. (Minneapolis, London: University of Minnesota Press, 2005); Women, Guerrillas, and Love: Understanding War in Central America (Minneapolis, London: University of Minnesota Press, 1996);House/Garden/Nation: Space, Gender, and Ethnicity in Post-Colonia Latin American Literatures by Women (Durham: London: Duke University Press 1994); Registradas en la historia: 10 años del quehacer feminista en Nicaragua (Managua: Editorial Vanguardia, 1990); Primer inventario del invasor (Managua: Editorial Nueva Nicaragua, 1984).
Ha editado los volúmenesEstudios Transatlánticos: Narrativas Comando/ Sistemas Mundos: Colonialidad/ Modernidad. With Josebe Martínez. (Barcelona: Anthropos, 2010); Convergencia de tiempos: Estudios Subalternos/Contextos Latinoamericanos—Estado, Cultura, Subalternidad(Amsterdam: Rodopi, 2001); Latin American Subaltern Studies Reader ( Durham: Duke University Press, 2001); Cánones literarios masculinos y relecturas transculturales. Lo trans-femenino/masculino/queer (Barcelona: Anthropos, 2001); Process of Unity in Caribbean Society: Ideologies and Literature (con Marc Zimmerman. Minneapolis: Institute for the Study of Ideologies and Literature, 1983); Nicaragua in Revolution: The Poets Speak. Nicaragua en Revolución: Los poetas hablan (con Bridget Aldaraca, Edward Baker, and Marc Zimmerman. 2nd ed. Minneapolis: Marxist Educational Press, 1981); Marxism and New Left Ideology (con William L. Rowe, Studies in Marxism. 1 Minneapolis: Marxist Educational Press, 1977). En la actualidad trabaja sobre abuso—en particular incesto, pedofilia y violación—tal como estos casos son reportados en los medios de comunicación.