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Por qué los borrachos se emborrachan

18 mayo, 2016

Manuel Obregón

– Los borrachos siempre me han intrigado, no por sus desmanes producto de la borrachera, sino por la fantasía que despliegan, por la hombría de que se ufanan, y por el sentimentalismo que destilan cuando cuentan sus congojas.


Hay una canción de Agustín Lara, titulada, “Palmera”, en la que habla de “en tus ojeras se ven las palmeras borrachas del sol”.  José Alfredo Jiménez también tiene aquella animosa letra de “llegó borracho el borracho” que termina con un doble homicidio, y Carlos Gardel, se queja, en “Tomo y obligo”, de las penas de amor. Seguido exclama, ¡mándese un trago, que hoy necesito el recuerdo matar!

En mi pueblo, donde todavía abundan las cantinas y los estancos, desde mi niñez empecé a ver ebrios caídos en las calles. Eran borrachines pobres, en su mayoría campesinos, pero no faltaban albañiles que se caían del andamio de la sobriedad y carpinteros apolillados por el vicio.

Me contagiaban los pleitos que eran parte del espectáculo, y más de una vez presencié retos callejeros que terminaban con moretes o lloriqueos. Mucho sarcasmo y gritería de la barra, que no paraba de alentarlos para ver por dónde empezaría a correr la sangre, o al menos, quién se desplomaría primero.

Hoy, basta dar una vuelta por las calles de las orillas, que aquí llamamos rondas, aunque ahora se les ve en el puro centro, para verificar que hay más pirucas o bazuqueros que antes. El festín etílico se anima el fin de semana, en especial el sábado, que es día de pago.

Desde entonces, me he preguntado, por qué los borrachos se emborrachan.

No hay respuesta exacta. Lo hacen por muchas razones, o, sinrazones. Cuando los entrevisté, pocas veces me hablaron con sinceridad, las más, trataban de engañarme. De lo poco que me contaron, y de lo que yo deduje, saqué algunas conclusiones.

Algunos lo hacen por divertirse. Otros por despechos de amor, por la mala suerte, por abandono, por desprecio a la vida, por herencia o heredades, por disgustos familiares, para olvidar penas, por decepción, por tedio, o, por incertidumbre. Otros por soledad, por discriminación y por fracasos personales. Cuando no escondieron su secreto, y me dijeron la verdad, los entendí mejor:

Sandy, me confesó que su novia lo dejó por un españolito que le decían churumbel y que por eso ahogaba su pena con la botella.

Marcos, porque la vida lo trató como mierda.

Telémaco, porque no le halló sentido a eso de estar asoleando unos gallos todas las mañanas, de por vida.

Roberto, porque se jodía trabajando y no veía el sol claro.

Carlos, porque estaba deprimido cuando lo sorprendió la vejez.

José, porque era hijo abandonado y su madre le dio mala vida.

Juan, por un pleito con su mujer cuando lo corrió de la casa.

Ignacio, porque lo habían cesado del trabajo.

Sebastián, por viudo cuyo golpe no pudo soportar.

Santos, porque su mujer se la pegó con el pastor de la iglesia que frecuentaban.

Gonzalo, por unas pocas varas de tierra de un solar que tenía en litigio con su hermano.

Miguel, porque estaba solo y enfermo y pensó, que tal vez así, cobraba el ánimo.

El joven Ángel, porque lo aplazaron en la escuela y le remordía la conciencia enfrentar a sus padres. Y Tito, porque la novia le dio la quiebra.

Me convencí que no había una causa, sino, un rosario de penas. En el fondo, un callejón sin salida, un aproximarse a la muerte. Pensé, cuantas otras causas los llevaban al abatimiento, y cuántos holgazanes se cobijaban con un pretexto.  Sin duda alguna, muchos irresponsables. Sin negar, también, que los confesos, podían haber tenido razón, o, razones.

Les creí, nadie sabe por dónde chima más el zapato, ni por qué resquicio se mete el dolor, ni qué se siente cuando la sal maltrata la herida.  Concluyo, que solo el que sufre.  No hay que juzgarlos. Al menos a la ligera.

Los borrachitos de mi pueblo seguirán ahí, promiscuos, abatidos, arrojados a la costa como náufragos. Arrinconados como parias.   Seguirán platicando, quejándose, vociferando, pleiteando, mentándose la madre por cualquier motivo. O, doblados sobre las aceras, como los descubrí en la niñez. Mosqueados y orinados, embarrados,  en un infierno de mal sueño y porquería.

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Licenciado en Economía por La Universidad Nacional Autónoma de México, con Maestría por la Universidad de Vanderbilt, Tennessee, ha laborado como funcionario bancario en el Banco Central de Nicaragua (1967-1997) y ha colaborado en la fundación de la actual biblioteca de dicho Banco, además de Asesor cultural. Jubilado de las actividades bancarias viró su oficio hacia el de la agricultura, sin olvidar nunca sus grandes pasiones: la lectura y la escritura de textos.