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Bienvenidos al paraíso: implicaciones epistemológicas de la abundancia

29 julio, 2016

Antonio Monte

– “Al fin llegamos al paraíso… no es un sueño, no es un espejismo, es el secreto mejor guardado de uno de los países más fascinantes del mundo… Es Nicaragua y su costa esmeralda… es Guacalito de la Isla.” (Video promocional de Guacalito de la Isla, Grupo Pellas.)


Fotografía de la playa Guacalito de la isla, descrita como “La costa esmeralda”.

La representación de Nicaragua acorde al tropo del paraíso es la más utilizada por la empresa del turismo en la actualidad. Como muestra la cita inicial, el Grupo Pellas recurre a dicho tropo para promocionar su proyecto turístico ubicado en Guacalito de la Isla. Siguiendo este ejemplo, en el presente artículo analizo el tropo del paraíso mediante la lectura de las guías de turismo e inversión publicadas por la Empresa Nacional del Ferrocarril, entre 1934 y 1936. Dichas guías fueron editadas por José de la Luz Guerrero, Gerente General del ferrocarril. Los textos de las guías evidencian que las descripciones del país utilizadas por el Grupo Pellas son una práctica retórica antigua. A su vez, las guías de los años treinta evidencian los rastros de sus textos antecesores: los textos de viajeros decimonónicos y los informes imperiales de la colonia española elaborados entre el siglo dieciséis y dieciocho. Esta conexión intertextual sugiere que el tropo del paraíso proviene de una ruta genealógica trazada por una colonialidad discursiva de larga duración. Con esto en mente, mi análisis de esta ruta genealógica se apoya de los conceptos y argumentos de tres pensadores principales: Ileana Rodríguez, Javier Sanjinés y Michel Foucault.

En Transatlantic Topographies, Rodríguez argumenta que el paraíso es uno de los tropos fundacionales de América. La autora historiza y analiza este tropo desde los diarios de viaje de Cristóbal Colón. Según la autora, la unión metonímica entre paraíso y paisaje queda establecida desde el primer encuentro entre Colón y las islas del Caribe. Al llegar a estas tierras, Colón exclamó que “los sagrados teólogos y los sabios filósofos tenían razón cuando dijeron que el paraíso terrenal está en el lejano oriente” (Rodríguez, 2004, p. 6). Desde entonces, la exaltación de la belleza y la abundancia de nuestros recursos naturales ha sido la principal estrategia retórica para seducir a colonizadores, viajeros, científicos, inmigrantes e inversores extranjeros.

Los estudios de Rodríguez nos dan las herramientas para apreciar la continuidad de las genealogías coloniales y positivistas en los textos nicaragüenses de turismo e inversión, gracias a la concordancia entre las descripciones de Guerrero y las observaciones de John Lloyd Stephens. Este último fue un explorador y diplomático proveniente de Filadelfia. Rodríguez analiza el texto de Stephens, Incidentes de viaje en Centroamérica, Chiapas, y Yucatán (1841), ya que su prosa presenta una narrativa que expone la mirada civilizatoria como el “reconocimiento del valor del objeto en términos de capital” (Rodríguez, 2011, p. 74). El principal objeto que Stephens valoriza comercialmente son los restos arqueológicos de la cultura Maya. A raíz de las observaciones del norteamericano, Rodríguez postula en Hombres de empresa, saber y poder en Centroamérica:

Yo aquí sostengo que en el encuentro con los restos urbanísticos de las culturas mayas [se] inicia un proceso de capitalización de las identidades culturales, que continúa manifestándose en la actualidad a través de la integración de los monumentos a la industria turística (Rodríguez, 2011, p. 76).

Ciertamente, tanto Guerrero como Stephens demuestran que “el comercio de lo bello se organiza a partir de enseñar al mundo Maya contemplado desde el presente de este siglo como perplejidad, encantamiento, sorpresa” (Rodríguez, 2011, p. 80). Por tanto, tomemos una cita de Stephens y veamos cómo dialoga con una descripción de la ciudad de Granada escrita por Guerrero, casi cien años después de los “incidentes” vividos por el norteamericano. Primero leamos el relato de Stephens acerca de su reacción al ver la urbanística de Copán:

¿Quiénes fueron los que edificaron esta ciudad? (…) la América, dicen los historiadores, estaba habitada por salvajes; pero los salvajes nunca erigieron estas estructuras, los salvajes jamás cincelaron estas piedras. Les preguntamos a los Indios quienes las hicieron y su estúpida respuesta fue “Quien sabe!” (Stephens, citado en Rodríguez, 2011, p. 83).

Ahora leamos la descripción de Guerrero sobre los restos de las culturas indígenas en las islas del Lago Cocibolca. Según el autor de la guía turística, estas son “Las Joyas Arqueológicas”. En sus palabras:

En el lago de Nicaragua se encuentran las islas de Ometepe y Zapatera, cuna de muchas tribus, quizá de razas exterminadas. Hablan muy en alto de su inteligencia la diversidad de ídolos y objetos arqueológicos que abundantemente se encuentran en las islas. La curiosidad de los norteamericanos los ha llevado hasta ellas y ninguno regresó defraudado en sus deseos de emociones nuevas y de nuevos conocimientos arqueológicos.

En el Museo Nacional de Managua, pueden admirarse muchos de estos monumentos que han despertado entusiasmo verdadero, no solamente de extranjeros residentes o de tránsito, sino de diplomáticos versados en estas cuestiones.

A pocos minutos de Granada se encuentran varios centenares de isletas, que semejan los más caprichosos motivos simbólicos. Castillos, Torres, Peñascos y Monstruos, que pueden admirarse en el Lago de Nicaragua. Sus isletas son algo así como un puñado de bellezas, y tomando en cuenta en unas, sus palmeras, y en otras, sus abundantes y enormes árboles, reúnen en sí mismas los misterios de las islas del Sur y la exuberancia de los peñones del Oriente (Guerrero, 1936, pp. 4-5).

La primera relación íntima entre Guerrero y Stephens son las referencias directas entre ambos, mencionadas explícitamente en la cita anterior, cuando la guía precisa que extranjeros o diplomáticos “versados en estas cuestiones” comprenden el valor de los vestigios indígenas—aún si se refieren a ellos como “tribus” y a sus monumentos como “ídolos”. Así, no nos cabe duda que aquellos norteamericanos curiosos, que nunca se fueron “defraudados” luego de observar las “joyas arqueológicas,” —aun si llamados “ídolos”, vocablo que disminuye su valor cultural— fueron viajeros decimonónicos semejantes a Stephens. Sin embargo, tanto Guerrero como Stephens no pueden explicar cómo culturas anteriores—aquí denominadas “tribus” para rebajar su importancia—a la ciencia occidental fueron capaces de poseer tales inteligencias. Ninguno de ellos encuentra rastros de esa inteligencia en los indígenas vivos. Por un lado, Guerrero asume que esas “razas” o “tribus” están extintas. Por otro lado, Stephens se sigue preguntando quiénes fueron los arquitectos de esas urbanísticas maravillosas, luego de recibir respuestas “estúpidas” de los Indios. Ambos hombres comparten la incredulidad y la utilizan para manifestar su asombro y sorpresa. Ese es precisamente el valor que le da Guerrero a estos vestigios de las culturas pasadas, su capacidad de asombrar al turista.

Copia del libro Incidentes de viaje en Centroamérica, Chiapas, y Yucatán. Las ilustraciones fueron realizadas por Frederick Catherwood.

Copia del libro Incidentes de viaje en Centroamérica, Chiapas, y Yucatán. Las ilustraciones fueron realizadas por Frederick Catherwood.

La segunda relación entre Guerrero y Stephens es que ambos concuerdan en el valor de dichos vestigios como mercancía. Para vendernos estos objetos, ambos cruzan retóricamente las fronteras blandas entre la estética y la ciencia. Stephens, en el texto de Incidentes, mira a Copán “no solo como restos de gentes desconocidas, sino como obras de arte” (Stephens, citado en Rodríguez, 2011, p. 71). Seguidamente, el norteamericano explica el proceso de compra y venta de un monumento ceremonial perteneciente a Copán. Guerrero, por su parte, nos introduce estos vestigios bajo el título de “joyas arqueológicas”. El desplazamiento metonímico entre el valor de las piedras preciosas a la piedra trabajada por una cultura ancestral va de la mano con una descripción de un viaje lleno de aventuras. Fijémonos en que la narrativa de Guerrero nos lleva de las islas de Ometepe y Zapatera hasta el Museo Nacional de Managua, para luego ofrecernos un paseo por las isletas llenas de “peñones del Oriente”. Es decir, lo exuberante y monstruoso de las esculturas indígenas son elementos incluidos en el paraíso ofrecido por Guerrero al turista.

Estas simetrías narrativas entre Guerrero y Stephens concuerdan con unas de las principales conclusiones de Rodríguez, cito:

En su narrativa se entrama el colapso de lo romántico con lo positivista, patente en el enmascaramiento financiero mediante la lengua de la sensibilidad estética, i.e., como se reconvierte la sensibilidad. El caso más palpable es Copán, que establece la relación entre piedra, monumento, civilizaciones, y narrativa. En este cruce de materias constructivas, piedra y letra, se establece la simbiosis entre lo bello y el provecho (Rodríguez, 2011, 82).

No obstante, en las citas anteriores, también leemos la diferencia entre Stephens y Guerrero. La principal línea divisoria entre estos hombres es su lugar de enunciación. Stephens describe y sistematiza el mundo de las mercancías como hombre procedente del centro de la civilización. Guerrero ofrece el paisaje nacional como hombre asentado en la periferia subdesarrollada. En este sentido, mientras Stephens compra un monumento ceremonial en Copán, Guerrero oferta las sorprendentes “joyas arqueológicas” en abundancia junto con paseos bellos por el lago de Nicaragua. Esta diferencia, postulamos aquí, es la evidencia de un giro epistemológico que repercute profundamente en el imaginario nacional. Dicho lugar de enunciación lo podemos analizar a la luz de los planteamientos de Sanjinés.

El lugar de enunciación y el universo simbólico que citan las guías de turismo nos muestran sus dominancias encubiertas para representar el país ante el inversor extranjero. La ruta genealógica que une a Stephens y Guerrero es parte de lo que Sanjinés denomina “el proceso de representación [que] estableció una relación de identidad total entre lo representante y lo representado” (Sanjinés, 2005, p. 74). Este autor argumenta que los imaginarios constitutivos de una representación del paisaje estetizan la política, ya que la descripción de los lugares, los recursos naturales y las riquezas son un pilar de la construcción retórica de la nación; el “proceso, que los letrados elaboraron, de observación, de visualización y de cooptación del paisaje” (Sanjinés, 2005, p. 71).

Fotografía de la plaza de Casares. La imagen muestra un encuadre parecido al de Guacalito de la isla. Guerrero, J. de la L. (Ed.). (1936). Guía general de turismo. Managua: Ferrocarril del Pacífico de Nicaragua. Pág.37.

Fotografía de la plaza de Casares. La imagen muestra un encuadre parecido al de Guacalito de la isla. Guerrero, J. de la L. (Ed.). (1936). Guía general de turismo. Managua: Ferrocarril del Pacífico de Nicaragua. Pág.37.

La cooptación del paisaje por parte de las élites letradas, como Guerrero y Stephens, va más allá del inventario estadístico o científico. Más bien, los escritos de ambos hombres son un ejercicio retórico y estético, porque articula un discurso identitario nacional y justifica discursivamente un modelo de producción. En esta línea, Sanjinés señala que “la pioesis (la literatura), la conversión de las palabras en metáforas, no era la simple imitación platónica de la naturaleza, sino su transfiguración.” (Sanjinés, 2005, p. 96). De acuerdo con este autor, la representación del paisaje mediante imágenes sublimes que definen un aura de la identidad nacional es una de las principales herramientas retóricas que las élites utilizan para cooptar y apoderarse del espacio, del paisaje. Podemos ilustrar estos planteamientos de Sanjinés mediante la siguiente cita. En sus palabras, esta es la invitación que nos hace Guerrero para visitar Granada:

Sus alrededores son muy pintorescos, siendo el paseo favorito de la tarde de los domingos y demás días festivos, la costa del Gran Lago; paseo que hacen sus vecinos generalmente a pié, en automóvil y a caballo. Además de lo anterior, en los meses calurosos de Marzo a Mayo, van con suma frecuencia a pasar todo el día a las casitas inmediatas al llamado Mar Dulce, llevando consigo comida, licor, música típica, vestidos de baño, etc. Estos paseos, puede decirse, que son una característica del pueblo granadino, que es andaluz por su origen racial. El grandioso espectáculo que presenta el Lago con sus numerosas islas, volcanes e islotes, es de lo más imponente y grandioso […] Las islas son visitadas por pequeñas y medianas embarcaciones y abundan en ellas frutas de aroma y de sabor exquisito, como sandías, mangos, guayabas y cocos de abundante y gustosa agua etc., etc. (Guerrero, 1934b, pp. 9-10).

Las imágenes sublimes sobran en la cita anterior. Un simple paseo por las costas del lago se enciende fogosamente por las metáforas y las alegorías de Guerrero. La prosa de Guerrero nos permite sentir el calor de Mayo. Con sus palabras respiramos la brisa del lago, probamos sus frutas y nos alegra el corazón al afirmar que todo este despliegue de belleza es asombroso y lleno de emoción. Estos paseos espectaculares, afirma la guía turística, “son una característica del pueblo granadino”. En esta línea identitaria del pueblo, el editor de la guía turística no vacila en señalar la procedencia racial de los granadinos que identifica como andaluz. Es por esto, la supremacía racial andaluz, que la felicidad abunda en Granada, porque no hay vestigios de violencias, luchas o reclamos por parte de esas “razas extintas”. Como citamos arriba, Guerrero describe las “joyas arqueológicas” de las culturas indígenas como vestigios de “razas extintas” asombrosas, cuyos saberes míticos son ahora misteriosos.

Todos los placeres de Granada están garantizados por una visión homogeneizadora del paisaje que asegura Guerrero. Al ofrecer sus frutas, paseos y festividades a todos por igual, la guía de turismo e inversión de Granada enmascara y oscurece las desigualdades étnico-sociales que habitaban el mismo paisaje. En concordancia con Sanjinés, “los símbolos estéticos solo oscurecen las intenciones genuinas de las alegorías, y, por tanto, falsifican la experiencia humana de los grupos sojuzgados a los que se les impide la representación de sí mismos.” (Sanjinés, 2005, p. 114). Los sujetos desinvitados a la fiesta del paseo por el lago son aquellas “razas extintas” que dejaron “joyas arqueológicas” en Ometepe.

Vuelvo aquí a los planteamientos de Rodríguez que demuestran que el tropo del paraíso resignifica el valor de los vestigios urbanísticos de las culturas indígenas, según el modelo de desarrollo imaginado por las élites letradas. Ya dijimos también que Sanjinés, argumenta que la construcción de este modelo de desarrollo conlleva una tarea estética que metaforiza y alegoriza el paisaje. En esta línea argumentativa, ambos estudiosos concuerdan con los postulados de Michel Foucault, en cuanto a que el orden discursivo entre las palabras y las cosas es decidor de la relación cultural que reproduce jerarquías, dominaciones y exclusiones en una sociedad. Foucault afirma que:

Los códigos fundamentales de una cultura—los que rigen su lenguaje, sus esquemas perceptivos, sus cambios, sus técnicas, sus valores, la jerarquía de sus prácticas—fijan de antemano para cada hombre los órdenes empíricos con los cuales tendrá algo que ver y dentro de los que se reconocerá (Foucault, 2005, p. 5).

La cita extraída de la guía de turismo e inversión, donde se describe maravillosamente un paseo por Granada, muestra que la prosa de Guerrero clasifica el espacio de manera que cambia la representación del mismo para satisfacer los códigos culturales que delimitan su imaginario. La imaginación, según Foucault, se manifiesta a través del lenguaje, ya sea en el arte, en las fantasías y las ciencias. En nuestro caso, nos interesan los argumentos de Foucault sobre cómo los códigos culturales estructuran el valor de las cosas y definen las riquezas dentro de un modelo de producción. Foucault afirma:

Las “riquezas” en vez de distribuirse en un cuadro y de constituir por ello un sistema de equivalencias, se organizan y se acumulan en una cadena temporal: todo valor se determina no según los instrumentos que permiten analizarlo, sino de acuerdo con las condiciones de producción que lo han hecho nacer; y aún más allá, esas condiciones son determinadas por la cantidad de trabajo aplicada a su producción. Aun antes de que la reflexión económica se ligue a la historia de los acontecimientos o de las sociedades en un discurso explícito, la historicidad ha penetrado, y por mucho tiempo sin duda, el modo de ser de la economía (Foucault, 2005, p. 250).

Subrayamos que la historia de las condiciones de producción en Nicaragua parte de un orden de extracción colonial. La cita que tomamos de la guía del ferrocarril nos pinta el cuadro de las riquezas nacionales por equivalencias y antagonismos que ordenan el tiempo y el espacio, según las bellezas naturales que pueden ser atractivas para los inversores extranjeros. Notemos que los elementos de valor en la descripción de Guerrero son las “joyas arqueológicas” (tiempo pasado), el clima caluroso, las frutas como los cocos, sandías y mangos, e inclusive los accidentes geológicos, como las isletas y los volcanes (tiempo presente). Todos los elementos nos ponen en contacto con los planteamientos de Foucault. No obstante, también nos muestran los límites de su teoría y justifican la primacía de los planteamientos de Rodríguez y Sanjinés para explicar la construcción simbólica del valor en el contexto Latinoamericano.

Al inicio de este artículo analizamos la importancia del tropo del paraíso. Según Rodríguez, este tropo representa América como tierra nullis, un lugar sin propiedad, con abundancia de bienes que simbolizan la concepción europea del paraíso. En la guía, el paraíso es la tierra abundante de frutas, lagos y volcanes. Foucault, a diferencia de este tropo, explica lo siguiente:

Lo esencial es que a principios del siglo XIX se haya constituido una disposición del saber en la que figuran a la vez la historicidad de la economía (en relación con las formas de producción), la finitud de la existencia humana (en relación con la escasez y el trabajo) y el cumplimiento de un fin de la Historia –sea disminución indefinida o viraje radical (Foucault, 2005, p. 257).

El contraste entre el paraíso de la abundancia (América) y el mundo finito de la escasez (Europa) denota el hiato entre Rodríguez y Foucault, entre el imaginario del dato concreto, sobre el terreno, y el de la abstracción y generalización filosófica. Al estudioso del colonialismo le incumbe deconstruir lo lógica del colonizador, mostrar el envés de la trama de su prosa; y al estudioso europeo le interesa abstraer, crear universales y así escamotear las raíces y terreno concreto de su inventiva. Dicho de otro modo, la abundancia tiene implicaciones epistemológicas profundas en nuestros sistemas de valores creadores de producción y explotación de nuestras riquezas.

Rodríguez argumenta sobre la misma superficie discursiva que la historicidad del valor y la creación de riquezas en América responden a especificidades históricas que denotan una larga colonialidad del saber. Mientras Foucault examina las “cuatro similitudes” dentro de la “prosa del mundo”: analogía, convenientia, aemulatio y simpatía, esa prosa y sus cuatro elementos no son mundiales, sino que están enmarcadas dentro de su propio contexto europeo. La prosa de América especifica sus analogías, simpatías o simulaciones desde otro lugar de enunciación.

En concordancia con el análisis de Rodríguez y Sanjinés, la abundancia del paraíso es el tropo que conecta intertextualmente el imaginario de colonizadores, viajeros decimonónicos y a los editores de las guías de turismo. Para finalizar, anotamos que la descripción visual del paisaje que escribe Guerrero para atraer turismo e inversión a Nicaragua reproduce una larga dominación colonial enmascarada en el tropo del paraíso. Esta colonialidad de larga duración queda evidenciada en la concordancia intertextual entre las descripciones y ordenamientos de Colón, Stephens y Guerrero. Así, el imaginario de conquistadores y viajeros decimonónicos comprende el universo simbólico que utiliza Guerrero para ordenar los objetos que constituyen el paisaje, sus urbanidades y recursos naturales. Asimismo, las citas de las guías turísticas que copiamos aquí muestran que las metáforas y alegorías estructurantes de este imaginario definen la identidad de sus habitantes y expulsan discursivamente de la modernidad a los indígenas, quienes quedan reducidos a “tribus” e “ídolos”. Los saberes e inteligencias de las culturas indígenas son elementos añadidos al paraíso en forma de “joyas arqueológicas” que maravillan al turista mediante el despliegue de un pasado mítico y sorprendente.


Bibliografía:

-Foucault, M. (2005). Las palabras y las cosas: una arqueología de las ciencias humanas. (E. C. Frost, Trad.). Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores Argentina.
-Guerrero, J. de la L. (1934a). Guía de turismo. Managua: Ferrocarril del Pacífico de Nicaragua.
-Guerrero, J. de la L. (1934b). Guía ilustrada de turismo de Granada. Managua: Ferrocarril del Pacífico de Nicaragua.
-Guerrero, J. de la L. (Ed.). (1936). Guía general de turismo. Managua: Ferrocarril del Pacífico
-Rodríguez, I. (2004). Transatlantic topographies: islands, highlands, jungles. Minneapolis: University of Minnesota Press.
-Rodríguez, I. (2011). Hombres de empresa, saber y poder en Centroamérica: identidades regionales, modernidades periféricas. Managua: IHNCA UCA.
-Sanjinés, J. (2005). El espejismo del mestizaje. La Paz: IFEA/PIEB/Embajada de España en Bolivia.

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Investigador del Instituto de Historia de Nicaragua y Centroamérica (IHNCA-UCA) y miembro del grupo de estudios IHNCA.

Nació en Santa Fe, Argentina, pero ha vivido la mayor y mejor parte de su vida en Nicaragua. Es Licenciado en Relaciones Internacionales y ha cursado posgrados en Ciencias Sociales y Pensamiento Centroamericano.

Actualmente desarrolla investigaciones sobre la dictadura somocista y la construcción del Estado en Nicaragua.