¡Convoque usted, Sergio Ramírez!
31 julio, 2016
Desde San José viajé a Managua por tierra, lo que por sí mismo ya es una forma de ingresar en la ficción. El bus me dejó en Granada donde sin pensarlo mucho alquilé un carro, fui a Masatepe a dejar mis cosas en una casa amiga y de inmediato salí para la capital, para la Alianza Francesa, donde llegué a tiempo para la primera conversación de Centroamérica Cuenta, en la que Santiago Rocangliolo, Gonzalo Celorio y Javier Cercas hablaban de Darío y de Cervantes con Sergio Ramírez, el anfitrión y primera cabeza del festival
Un mundo sin literatura sería un lugar mucho más hostil de lo que ya muchas veces es, sería mucho más aburrido, más violento, más inconsciente, mucho más tonto y probablemente, se parecería mucho a lo que suelen mostrarnos todos los días los malos periódicos, que por desgracia suelen ser la mayoría. Por la memoria, por la radiografía que en ella se hace de la sociedad, por la negación de esa misma sociedad, por la exploración subjetiva que supone y hay que decirlo también, por el entretenimiento en el que nos sumerge, es que la literatura no puede ser prescindible. Para algunos, como Kafka, es en realidad lo único imprescindible en esta tierra.
Por una semana Managua fue la capital literaria de una región seca en este tipo de actividades, por eso se agradece todo lo que significa Centroamérica Cuenta. Me refiero a poder estar todos los días desayunando, almorzando y cenando literatura, estar todos los días escuchando conferencias de escritores reconocidos y no tan reconocidos, de académicos, de cronistas, de especialistas en cine, en fin, estar en eso que hace posible una persona como Sergio Ramírez, tal vez, el mejor embajador que tiene Centroamérica.
No me canso de decir que la literatura nicaragüense es una de las tradiciones más importantes en América Latina, sólo mencionar nombres como Rubén Darío, Salomón de la Selva, Azarías Pallais, Alfonso Cortés, José Coronel Urtecho, Pablo Antonio Cuadra, Ernesto Cardenal, Carlos Martínez Rivas, Joaquín Pasos, nos da una idea de ello. Y bueno, en estos momentos y ya desde hace años, Sergio Ramírez es uno de los novelistas indiscutibles en la literatura centroamericana contemporánea. Por eso, no es extraño que sea en Managua donde ocurra Centroamérica Cuenta, a pesar de los pesares.
Con escritores del circuito Alfaguara, con importantes representantes del periódico El País de España y de su revista cultural Babelia, con narradores de Colombia, Perú, Costa Rica, El Salvador, Haití, México, Panamá, Honduras, Francia, España, Nicaragua y más, se organizaron mesas y debates sobre las principales tendencias actuales en literatura, en narrativa: Novela negra, novela histórica, narcoliteratura, la relación cine – literatura, el tema de la crónica periodística, la crónica literaria, la relación entre ellas, las fronteras y los puentes que separan y que unen el periodismo y la literatura; el gran tema de la memoria y de la violencia, y claro, las conmemoraciones, cien años de la muerte de Rubén Darío y cuatrocientos años de la muerte de Miguel de Cervantes. Toda esta variedad y el calor de Managua y la calidez de los anfitriones, generaron una verdadera fiesta de la literatura.
Y se me hace inevitable pensar, al mencionar juntas la palabra fiesta y la palabra literatura, en lo que decía Santiago Rocangliolo del éxito en literatura, que “si bien es cierto es una actividad que casi nunca deja mucho dinero, sí permite hacer lo que uno quiere, hacer lo que a uno le da la gana, sin trabajar de forma rutinaria y limitante en una oficina, con horario y sin licencias, bajo las órdenes de un jefe que casi siempre es un imbécil”. Bueno, así vamos entrando en materia.
La novela como género sucio, la novela como género libertario
De él venimos todos, de él surge la novela moderna, en el Quijote se mezclan todos los géneros y por lo menos, en él se dejaron sembradas las bases de múltiples temáticas que con el paso del tiempo se fueron desarrollando en la literatura española y en la literatura latinoamericana, por no decir en la inglesa, en la francesa y en casi todas. La paradoja, la parodia, el erasmista elogio de la locura y la crítica a las novelas de caballería, la extraordinaria metáfora del cura y del barbero, la autoficción, la ficción dentro de la ficción, la novela total, la risa, lo cómico, la muerte del autor, Cide Hamete Benengeli como antecedente de Roland Barthes, la crónica de viaje, las aventuras, la nostalgia de Sancho frente al lecho de su compañero de mil batallas, la dialéctica extraordinaria entre ese mismo Sancho Panza y Don Quijote, donde las características de uno pasan a ser las del otro y al revés.
Sin duda, es todo esto lo que inaugura la novela moderna que llega a América Latina de la mano de la picaresca, cuando el mexicano Joaquín Fernández de Lizardi la pone a rodar por el nuevo mundo con su Periquillo Sarniento, una obra también sucia, híbrida, manchada, devoradora de géneros, que es lo que decían Mijail Bajtin y Carlos Fuentes de la novela en general.
Con eso sobre la mesa se inauguraba Centroamérica Cuenta, con eso y con el novelista español Javier Cercas de pie sobre las tablas del escenario de la Alianza Francesa demostrando científicamente que Rubén Darío fue uno de los poetas más importantes de la lengua española. Y su prueba metódica consistió en declamar ante todos nosotros Lo fatal. Lo logró demostrar y en el eco todavía estaba aquello que dice “Dichoso el árbol que es apenas sensitivo y más la piedra dura porque ésta ya no siente…”
Ese mismo Darío que en su letanía dice que Don Quijote cabalgaba heroico “contra las certezas, contra las conciencias y contra las leyes y contra las ciencias, contra la mentira, contra la verdad.” Y qué otra cosa hace la novela si no todo eso.
La novela histórica
No a todos les gusta la etiqueta novela histórica, por otro lado, esta expresión puede interpretarse como redundante, en cierto sentido, no existe novela alguna que no sea histórica, todas surgen en una época, en un mundo social que se traduce estéticamente, un mundo que se enriquece con ellas. Pero esas novelas que recrean acontecimientos pasados, esas novelas que reviven personajes que se supone existieron en “la vida real”, esas novelas que siguiendo unas reglas distintas a las de los historiadores imaginan lo que pudo haber ocurrido en esas lagunas que deja el discurso historiográfico, ocuparon un lugar central en las discusiones de Centroamérica Cuenta.
La libertad creativa del novelista frente al compromiso del historiador. La verdad de las mentiras. Las dos verdades, el infaltable tema aristotélico, la verdad de la novela que nos habla de la condición humana y la verdad efímera y circunstancial de la historia. Lo real dentro de la ficción, el efecto de verosimilitud, de qué se habla cuando se dice novela histórica, fueron todos asuntos en los que nos quedamos pensando al salir de la conversación en el Centro Cultural de España en Managua. Una conversación en la que la balanza se inclinó por las mentiras de los escritores frente a las verdades de los historiadores, bando este último que no tenía representantes.
Periodismo y literatura
No podía faltar, es uno de los grandes temas de la actualidad, le acaban de dar el Premio Nobel a una de sus representantes. Tal vez, ha ocurrido siempre que el periodismo se alimente de la literatura para comunicar mejor su información y que ésta utiliza técnicas del periodismo para mejorar el perfil de un personaje o para hacer más fluido un diálogo o más ágil una narración o más preciso un titular. Al igual que frente al discurso historiográfico, los límites entre una forma de narrar y la otra, los marca la concepción distinta de la verdad que lleva implícita cada una. Obviamente, también sus reglas.
“Lo real siempre se nos escapa”. Decía Laura Restrepo, novelista y periodista colombiana. Y es cierto, el periodismo, la historiografía y la literatura son formas de acercarse a eso que nunca se puede decir del todo. En Centroamérica Cuenta, simultáneamente, se organizaron talleres sobre crónica periodística, sobre crónica literaria y también, se abrieron mesas de discusión sobre el tema.
“La crónica es literatura por la forma y periodismo por el fondo”. Dijo Alberto Salcedo, el gran periodista colombiano, ante un abarrotado auditorio de estudiantes de comunicación en la UCA de Managua. Ese mismo auditorio que reventó en aplausos cuando Salcedo leyó su crónica “La niña más odiosa del mundo”, en la que cuenta sus desencuentros con Socorrito Pino, una niña que lo atormentaba en su infancia. Y a todos nos quedó claro lo que es una buena crónica, esa que oye lo que no es oído, la que le roba el corazón a un momento o a una situación, la que se hace con talento, con agudeza en la mirada, en la que se nota que el cronista que la escribe lleva encima una gran cantidad de buenos libros, una gran cantidad de lecturas. Porque es cierto que el ojo es más importante que la cámara, aunque esto moleste en días de fetichismo tecnológico.
Para Salcedo, en los últimos años se ha dado un boom de la crónica latinoamericana, a la que considera, le hace falta investigar y cuestionar más al poder, a sus fuentes y a sus agentes.
Los escritores que conocí
No sabía cómo entrevistar a Naipaul, el premio nobel trinitario. Todo el mundo sabe su humor, su forma de despachar a los periodistas. Naipaul es el mismo que dijo que la condena de los Ayatolas iraníes a Salman Rushdie era una forma extrema de crítica literaria. También es el que escribió esa maravillosa novela que se llama Un camino en el mundo.
Berna González, novelista y editora de Babelia, el suplemento cultural de El País, nos contó su experiencia con Naipaul, su entrevista más difícil y el canario Juan Cruz, Director Adjunto de El País, contó la suya con la autora de Harry Potter y el fotógrafo Daniel Mordzinski la suya con Julio Cortázar en su primera exposición de fotos en París.
Una noche llena de anécdotas con escritores, contadas por escritores, y de buen humor fue esa en la que se dio el Conversatorio Escritores que hemos conocido, en el Centro Cultural Norteamericano de Managua. Y bueno, Sergio Ramírez no habló, pero él escribió Juan de Juanes, su libro al respecto.
Memoria y violencia en Centroamérica Si para algo sirve trabajar la memoria, es para evidenciar el horror, para exorcizar los demonios que han recorrido por montón a estas sociedades y para leer en las distintas manifestaciones artísticas, los rastros y las señas de la violencia, que si bien es cierto no es lo único que nos caracteriza, sí es un elemento fundamental de la vida social y cultural en toda Centroamérica.
Moviéndose en paralelo con las actividades de Centroamérica Cuenta, se desarrolló el Simposio Artes y políticas de la memoria en Centroamérica: recordar el pasado para imaginar otro futuro. Organizado por la Cátedra Wilhelm y Alexander von Humboldt en Humanidades y Ciencias Sociales/Universidad de Costa Rica.
En él se discutieron temas como la memoria y el espacio urbano, los recientes informes de derechos humanos en Guatemala, los registros cinematográficos en estos países, la memoria social conservada en películas y la violencia expuesta sin censuras ni contemplaciones en la literatura centroamericana contemporánea. Como ese fragmento que citaba el profesor Werner Mackenbach en su exposición: “No es lo mismo no estar completo de la mente por ver cómo descuartizan a sus hijos, que no estar completo de la mente por descuartizar a los hijos de otro.”
Entre nosotros no nos conocemos
Marta Susana Prieto de Honduras, Pedro Rivera de Panamá, Arquímedes González de Nicaragua y Carlos Cortés de Costa Rica discutieron sobre lo que se escribe actualmente en cada uno de sus países y, principalmente, en esa conversación, se comentaron los problemas editoriales, los problemas de distribución de libros en Centroamérica. No podía faltar el reclamo desde el público por la ausencia de una editorial como lo fue EDUCA en décadas pasadas, una que reúna en colecciones todo lo que se escribe en esta región del mundo, lo que hacen los jóvenes, lo que hacen todos, con el fin de conocernos mejor y fortalecer el oficio del escritor, tan hecho de lado en las políticas culturales de nuestros gobiernos.
Los premios Alfaguara
Ya para el final, Sergio Ramírez entrevistó a los otros tres escritores que ganaron el Premio Internacional Alfaguara que estaban en el festival. Entonces Santiago Rocangliolo de Perú (Lo ganó con Abril Rojo en el 2006), Laura Restrepo de Colombia (Lo ganó con Delirio en el 2004) y Jorge Franco también de Colombia (Lo ganó con El mundo de afuera en el 2014), hablaron con inteligencia y naturalidad sobre lo que hacían al momento de recibir la noticia que los convertía en ganadores, conversaron sobre sus obras más recientes, sobre sus obras más exitosas, mientras el auditorio de la Librería Hispamer en pleno, los seguía con emoción, cautivo de sus palabras.
Y en ese auditorio, Laura Restrepo sintetizó lo que me parece a mí, es lo que motivó a todos esos escritores a formar parte de Centroamérica Cuenta: “Sergio, donde usted y Tulita convoquen, nosotros vamos.” Y yo le creo.
El regreso
Mientras se llevaba a cabo la actividad de cierre en la Fundación Luisa Mercado en Masatepe, el pueblo natal de Sergio Ramírez; yo viajé por tierra de regreso a Costa Rica. El bus lo tomé en Granada y no dormí ni un minuto de las ocho horas de viaje. Fue un viaje feliz, en el que pasé pensando en literatura, en el éxito literario del que hablaba Rocangliolo, en el papel que juega Sergio Ramírez en Centroamérica; en el Quijote, en Darío. Un viaje lleno de imágenes, como esa que aparece cuando uno pasa por el istmo de Rivas y el volcán Maderas y el Volcán Concepción, que se levantan sobre la isla de Ometepe en el lago de Nicaragua, avisan que la frontera de Peñas Blancas ya está cerca.
San José, Costa Rica, 1975. Estudió Psicología, Literatura y Derecho. Es autor de la novela Greytown (2016) y de otros tres libros que se mueven entre la crónica y el ensayo: Telire (2017), Con el lápiz en la mano (2018) y La Boca, el Monte y las novelas (2018).