autorretrato

La caja (relatos basados en hechos de la vida real)

9 septiembre, 2016

Lisette Morales

– La caja es un relato escrito en París en el verano de 2016, que evoca un episodio de la vida real narrado en primera persona. Después de enfrentar un difícil divorcio, el personaje femenino narra en retrospectiva una experiencia sobrenatural que ha vivido en su casa de habitación en Florida. Narrado con tintes de misterio y un poco inclinado hacia el cuento de terror, el texto nos muestra que a pesar de ser oscuras las noches, siempre hay una luz que se puede encontrar en medio del camino. Las ilustraciones en tinta china son también obra de la autora, dibujadas en París durante el mismo viaje e inmediatamente después de escribir el relato, y reflejan las dos escenas más fascinantes y representativas del texto.



Mis hijas y los amigos de la familia me preguntaban de dónde venía esa caja y yo decía la misma historia corta, que en 1999 había ido a Nicaragua con mi hija de 3 años y embarazada de mi segunda hija y con el deseo raro de visitar a mis abuelos. Y que en una cena especial él me la regaló. Estuve preguntando a varios familiares de dónde venía esa caja, su historia, qué había motivado a un anciano de casi cien años a hacerla y qué lo había conducido a dármela, qué hizo que esa noche que lo vi fuera tan especial como para llevarla. Solo recuerdo que me dijo que esa caja estaba esperándome.

Yo no conocía las tramas familiares, él fue carpintero fino toda su vida, hizo cientos de muebles, decoraciones, piezas artísticas, y ya muy viejo hizo seis de esas cajas, todas iguales, las últimas de su vida. La sexta no la regalaba a nadie, pese a que sus hijas se la pedían, pero él se negaba porque decía que algún día llegaría la persona indicada para recibirla. ¿Qué hacía especial a esta caja si solo era una madera decorada de forma rectangular que se cerraba con una llave antigua? Luego de mi investigación descubrí que en su casa en Managua había guardado un tronco de madera roja, una madera preciosa que ya está casi en peligro de extinción por la deforestación que ha habido en Nicaragua en las últimas décadas. El tronco desencajaba con la decoración de su cuarto, a veces los nietos allí se sentaban, o él y mi abuela tiraban sobre él las ropas sucias que se quitaban. Las hijas querían quitarlo y ponerlo en el patio pues aunque era su objeto adorado no dejaba de ser un tronco feo y áspero y no podía estar allí como si fuera una pieza de decoración ya que no aportaba las mínimas señales de elegancia, más bien esa esquina parecía con este objeto un ángulo de un cuarto de leñas o del taller del carpintero que en días lejanos fue.

Fue 17 años después en París con mi hermana menor, conversando de nuestros abuelos sentadas en el café Le Luxembourg sobre el Boulevard Saint Michel que descubrimos los detalles de la llegada de esa caja a mi vida. Tuvo que ser miles de kilómetros de donde mi abuelo me la dio para saberlo. Esa mañana le conté cómo había sido mi experiencia con esta aparición o sueño y después llamamos a mi abuela motivadas por el recuerdo y con el deseo de saludarla. Luego de palabras habituales y de pláticas familiares, ella nos contó que había encontrado una séptima caja en su casa hace unos meses y que estaba enllavada y sin la llave a la vista así que decidieron forzarla. Adentro tenía una carta dirigida a nuestro abuelo por un anciano guardabosques ermitaño, amigo de ellos cuando eran jóvenes y de quien ella se acordó solo hasta cuando vio la carta con su firma. Este amigo le dio el tronco y la carta a mi abuelo en la que le decía “con esto hacé tesoros y vas a salvar alguna vida, la vida de alguien que en su momento estará llegando al abismo de su existencia y es a través de esta madera que va a sobrevivir”. En ese momento mi abuelo no supo cómo alguien podría sobrevivir con este tronco de madera pero recibió el regalo con entusiasmo. Mi abuela sonaba nostálgica en la llamada, acodándose de cuando eran jóvenes. Ella no continuó narrando que no recordaba siete cajas y habían revisado todas las pertenencias de mi abuelo en los días posteriores de su muerte y entierro, y que estaba segura de que no había más creaciones suyas ni ninguna cosa que no hubiera puesto en orden ella misma. No sabía cómo había aparecido entonces una caja más en su tocador, oculta entre sus vestidos al fondo de una gaveta y así nos despedimos en nuestra llamada.

Después del viaje a París regresé a mi nueva casa en Florida e inmediatamente buscamos mi caja y no la encontramos por ninguna parte, la quería ver para ubicarla en un sitio especial. ¿Nos han robado? Todas las cosas de la casa estaban intactas, nadie había tocado nada. ¿Había una séptima caja en las manos de mi abuela? Quizás esta sexta había ya completado su misión cuando se abrió para mí aquella noche de otoño.

París, julio de 2016.

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