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Los vagones de Kalton Bruhl. Una aproximación a su vida y obra

26 septiembre, 2016

Gustavo Campos

– Tanto el repaso de autores y sus obras como el acercamiento a Los vagones, del escritor hondureño Kalton Bruhl, espejean y enfatizan el surgimiento de una narrativa la más de las veces apartada del torrente escritural literario de Centro y Latinoamérica, ni qué decir de la europea y de otras latitudes, de ahí la enorme importancia del rescate que hace Gustavo Campos, también autor de la misma nacionalidad que Bruhl, de nombres y títulos que resaltan y tratan de llamar la atención a lectores en general. El recorrido conciso, a la vez que acucioso de Campos, exhibe el catálogo narrativo de varios creadores sobresalientes de la literatura hondureña, subrayando, así se percibe, la admiración e importancia sobre la creación de Kalton Bruhl, de quien dice: “Desconocido en nuestro país, tiene el mérito de ser uno de los escritores hondureños más antologados en el extranjero”.


Kalton Harold Bruhl

Nos conocimos con Kalton en la premiación de un concurso de cuentos como los personajes de Sensini de Roberto Bolaño. Él había obtenido el primer lugar con Banana republic, antologado posteriormente en Historias de la imposición yanqui sobre Hispanoamerica y España (Ediciones Irreverente, España, 2012), y en Un espejo roto. Antología del nuevo cuento de Centroamérica y de República Dominicana (Comp. Sergio Ramírez, 2014), y yo el tercer con Un cepillo de dientes.

Muchos años después vino el intercambio de e-mails y la amistad franca. Un amigo en común nos terminó de vincular, el escritor nicaragüense Ulises Juárez Polanco, con motivo de la convocatoria para participar de la antología antes mencionada que realizaría Sergio Ramírez.

Su obra ha sido incluida en más de medio centenar de antologías y ha sido acreedor de incontables premios y menciones literarias. Ha publicado varios libros de cuentos, microcuentos y una novela, dos de ellos editados en España: El último vagón y La mente dividida, ésta última Premio Certamen Literario Centroamericano Permanente de Novela Corta, 2011.

Kalton Harold Bruhl (Comayagüela, 1976) nació con nombre de escritor en una ciudad hundida (en la corrupción como en su geografía) en el centro de Honduras. Sin embargo, son sus artistas y algunas instituciones las que luchan por contrarrestar su mala reputación. El municipio del Distrito Central es pródigo en actividades culturales y artísticas, no obstante, Kalton se ha condenado, voluntaria o involuntariamente, al ostracismo. Y es desde su aislamiento, sin obviar su entorno, desde donde combina sus lecturas, experiencias -sensitivas, perceptivas y afectivas- y obsesiones, transformándolas en sus propuestas, convirtiéndose, sin autoproclamarse, en uno de los escritores más relevantes no sólo de Honduras y de Centroamérica sino del habla hispana.

A propósito de su nombre, será fácil inferir que la probable razón por la cual sus personajes tienen nombres extranjeros se deba a que él mismo carece de uno que sea común. Hay quienes exigen que los personajes de la narrativa tercermundista se llamen Juan, Pedro, Roberto, Carlos, etc., o sus equivalentes en inglés: James, John, Robert, Michael, William, David… como si Latinoamérica hubiera estado ajena a ese fenómeno de movimientos poblacionales llamado “migración” (espero no errar en mi suposición ni en lo interesante que resulta leer y oír quejas de parte de algunos lectores por no hallar un “vínculo” entre nombre y terruño).

Algo está gestándose

Hace aproximadamente quince años nació una nueva generación de escritores hondureños que exigían que la literatura –y el arte en general– no estuvieran supeditados a los temas sociopolíticos. Abanderaron una literatura cuyos límites no fueran otros sino los de la imaginación. Libertad total de creación. Literatura en beneficio del placer estético y no del compromiso moral y social. Habían aprendido que el arte es amoral y que de él se ramifican la moral y la inmoralidad –caras de una misma moneda–. Un afán de desmarcamiento de su generación predecesora. Y comenzaron un cambio en contra del “establishment” literario que imperaba en el país. Comenzaron a indagar, leer y estudiar a los autores con quienes tenían una afinidad y por quienes sentían una conexión. Leyeron y descartaron la herencia literaria de la veterana pareja de los “realismos M” y se enfocaron más en la dejada por Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Felisberto Hernández, Augusto Monterroso, Juan José Arreola, Juan Carlos Onetti, Marco Denevi, Sergio Pitol, César Aira, Enrique Vila-Matas, Ricardo Piglia, Roberto Bolaño, entre otros escritores hispanos. Sus narices olfatearon la literatura europea y anglosajona y la devoraron. En Honduras rescataron del olvido y del saco del pudor a muchos de ellos que, siendo reconocidos por lectores avezados y crítica especializada, habían sido relegados debido a que su escritura abordaba algunos temas tabúes y cuyas aspiraciones los llevaron a la experimentación formal con el lenguaje. También a aquellos que su literatura no tenía un impacto directo en la sociedad, urgida de respuestas como consecuencia de la desigualdad social y económica. La literatura de mayor demanda era aquella que respondía o reflejaba su realidad caótica y crítica. Y ellos estaban dispuestos a redireccionar la narrativa nacional desde nuevos enfoques y a romper con los tabúes: todo podía ser narrado. No había -ni hay- temas censurables. Metieron tijera a los escenarios empalagosamente descriptivos y referenciales. Recurrieron a ellos desde una perspectiva minimalista, tomando con pinzas algunos elementos que contextualizaran sus narraciones. Y se asumieron como personajes. Álter egos y desdoblamientos fueron parte de lo que asimilaron de sus lecturas. Quizás a lo Henry Miller o Vila-Matas. Algunos elementos les fueron comunes como el escepticismo, desacralización, irreverencia y erotismo, subvirtiendo los valores de una sociedad conservadora como ser la religión y los ideales sociales, dieron un giro a un anti modelo de escritura, rehén de un escepticismo obsesivo.

Uno de los puntos coincidentes entre diferentes narradores fue saldar la deuda del tema erótico. Así encontramos una exploración desde distintos puntos de vista y estilos el tema de la sexualidad y el erotismo (“Al margen de la tradición”). M. Gallardo, D. Arita, J. Sánchez, K. Bruhl, G. Rodríguez, G. Campos, por mencionar algunos.

Redefinieron el realismo (emparentándolo con el realismo sucio). Algunos crearon un mundo de referencias cruzadas: álter egos, personajes literarios y personas reales se entremezclan en diferentes planos narrativos y se repiten en las diferentes propuestas narrativas.

Situaron en su lugar correspondiente a los escritores de su canon particular. Los cambios de enfoque de lectura, las nuevas teorías literarias y el mundo virtual y globalizado -Internet, redes sociales y tecnología-configuraría lo que solíamos llamar como nuestra “imaginería” y tradición. Siendo un país rural, gracias a la tecnología de la comunicación, se tendría acceso a nuevas alternativas culturales en un proceso de transculturización, sabiéndonos ya no más aislados del mundo, por nuestra condición tercermundista, insertándonos y siendo parte de las novedades informativas y culturales en “tiempo real”. Ya no habría que esperar años para acceder a la cultura universal y a los últimos movimientos artísticos. Vino el cambio. El desinterés por la lectura existió siempre. Los escenarios e intereses del público dieron un giro. Sin haber asimilado muy bien ese acercamiento cultural y literario, aún en desfase, nos actualizamos, tomándonos por sorpresa el momento actual. Ruralidad con elementos tecnológicos.

Libros como los de Marco Carías: Nuevos cuentos de lobos (1991) y Una función con móviles y tentetiesos (1980) resistieron el tiempo y Cronos les otorgó la gracia de ser imperecederos. Antes de él se consagraron otros nombres como Froylan Turcios con un estilo entre romántico, gótico y fantástico; Arturo Martínez Galindo y sus Cuentos completos, editado por Óscar Acosta en 1996, quien a su vez publicó El arca, su primer y único libro de cuentos, en 1956; Eduardo Bähr y Julio Escoto en la década de los setentas, siendo el primero el más afín a la nueva generación de narradores por hacer uso de un estilo basado más en la transparencia y de prosa no barroca, heredera de la narrativa anglosajona, lo que con el paso de los años encontraríamos en Rey del Albor, Madrugada (1993); de Roberto Castillo, sus momentos cumbres en la narrativa los encontramos en La guerra mortal de los sentidos (2002) y La tinta del olvido (2007), de sus libros publicados; Armando García contribuye a la conformación de esta vértebra al escribir el prólogo El dolce stil nuovo en el mundo garcíamandiano (Hechos necios que acusáis, 1996) que tiene fuertes conexiones con Algo está gestándose, de Marcos Carías, algunos cuentos de La tinta del olvido, y algunos relatos de Los inacabados (2006), de Gustavo Campos, y El discreto encanto de la H (Las virtudes de Onán, 2007), de Mario Gallardo. A este bloque se suman María Eugenia Ramos con Una cierta nostalgia (2000); Felipe Rivera Burgos con “Una visita” (Para callar los perros, 2004); Dennis Arita con Música del desierto (2011); José Raúl López con Perro adentro (2015) y Kalton Bruhl con la novela La mente dividida (2014) y el libro de cuentos El último vagón (2013). Otros nombres se suman a esta lista como el del novelista y poeta León Leiva Gallardo con sus novelas Guadalajara de noche (2006) y La casa del cementerio (2008);Roberto Quesada, Jorge Medina García, Marta Susana Prieto, Jessica Sánchez, Giovanni Rodríguez, Ludwing Varela y Gustavo Campos son algunos de los escritores que también destacan (Para ampliar el listado de autores léase Negatividad y disonancia en la literatura hondureña actual, de Héctor Miguel Leyva). Y la recién incorporada Ondina Zea, con Bajo un mismo cielo, entre el relato de viaje y el diario pluricontinental.

Kalton, el escritor invisible

F. Schlegel opinaba que la teoría debía entenderse en su sentido originario como contemplación espiritual del objeto, como una observación (que eso significa theoría en griego). La presente aproximación parte de esa premisa de contemplación y de la relectura de la obra de Kalton Bruhl.

Alguien dijo en una ocasión que hay gente que porque sabe leer y escribir, cree que sabe leer y escribir, pero este no es el caso de Kalton Bruhl. Digo, con conocimiento en la materia, que hay muchos autores que conocen las reglas de la escritura, pero no saben escribir, como sentenció Sean Connery. Bruhl cuenta con la habilidad innata de creación. Desconocido en nuestro país, tiene el mérito de ser uno de los escritores hondureños más antologados en el extranjero. Recién se le otorgó el máximo premio de las letras nacionales: Premio Nacional de Literatura Ramón Rosa 2015. Es uno de los dos o tres autores en recibirlo antes de los 40 años. Julio Escoto es uno de ellos. Además es miembro de  número de la Real Academia Hondureña de la Lengua. Hace poco, para sorpresa mía, y de muchos, en Diario el Mundo.es lo destacaron como uno de los escritores más representativos del habla hispana en la actualidad.

Es harto conocida la reflexión bíblica de “nadie es profeta en su misma tierra”. Y Bruhl, infatigable lector y obsesivo buscador de concursos literarios, padece del mismo mal. Mezquindad, egocentrismo y envidia conforman el ambiente literario del país. Necesario y divertido. Sin embargo, Kalton ha elegido la creación sin respirar esos aires tóxicos de las reuniones sabihondas y de los compadrazgos. Parecido al caso de Roberto Castillo y Dennis Arita, él prefiere alejarse del “mundanal ruido” del egocentrismo absoluto, así como lo sugiriera Virginia Woolf para no “quemar” su talento en rencores y envidias.

¡Que los enceguecidos sean otros!

En sus escritos puede percibirse naturalidad y sencillez que hacen que el lector se interese. Su narrativa está en permanente rebelión contra el aburrimiento y la mediocridad. En ella hace gala de sus conocimientos culturales y reescribe algunos mitos. Una de las señas que busca un lector cuando toma un libro cualquiera ya sea de poesía o narrativa que ha abrevado de los mitos es encontrar una reinterpretación, que esa materia mitológica haya variado en su sentido mostrando cierta originalidad al abordarlo. Y en este caso Kalton Bruhl genera nuevos planteamientos, nuevas preguntas y respuestas. Ha pasado por un proceso de “reescritura” o de actualización de su valor simbólico.

Lo fantástico, el humor negro y la ciencia ficción son parte de sus huellas. Sus autores preferidos son Isaac Asimov, Arthur C. Clarke, Phillip K. Dick, Richard Matheson e Isaac Singer, entre otros.

Empedernido cinéfilo, hacker de e-book, lector de kindles, desde que ganara en 1994 el Premio Grupo Ideas ha venido coleccionando premios a nivel nacional e internacional.

Altibajos y cumbres

Rara vez la obra de un autor es homogénea. Siempre hay altibajos. Más aun en países pobres donde el estímulo del pensamiento y la creación no son prioridad, como apunta César Aira en su Diccionario de autores Latinoamericanos sobre tres escritores jesuitas de la época colonial: “Los tres brillaron fuera del país, que no daba mayores oportunidades al cultivo del intelecto”. Y en este autor hondureño vuelve a cumplirse tal reflexión. Sin embargo, en la literatura no todos suelen alcanzar momentos cumbres. Otros sí. Algunos sin talento, otros con él. Algunos, carentes de talento, conocen el valor de la disciplina y la convierten en su mejor carta, sin embargo, pese a que pueden lograr una obra digna y meritoria, ésta corre el riesgo de disiparse pronto. Kalton ha alcanzado algunos momentos cumbres, que lo ha hecho merecedor de ser incluido en más de medio centenar de antologías y haberse acreditado muchos premios y menciones. La literatura como ejercicio de transición entre el olvido y la posteridad lleva consigo una constante búsqueda. Y existe una literatura producto de ellas. Kalton sigue tal premisa y apuesto que escribirá una que no sea únicamente importante en Centroamérica, sino fuera de nuestras fronteras, y ya ha comenzado a rasgar ese inaccesible velo de la trascendencia literaria.

Algunos vagones

Entre sus textos más sobresalientes están Votos nupcionales, El último vagón, Banana Republic, El secreto, Saqqara, El mejor recuerdo, El origen, El otro,  Devaluación, Esa mañana, El reino, Tentación, Sedición, El francotirador, Licitación, y la novela La mente dividida. Por supuesto, no pretenderé extenderme tanto ni reseñarlos todos, con unos cuantos bastará para incentivar la lectura de su obra.

El último vagón, el señor Nelson, maquinista de un tren de cargas, a su reencuentro con su hija, abandona su último “vagón” tras ser revelada una conmovedora nota que recuerda posiblemente la escena final de La notte de Antonioni. La diferencia es que el personaje ha olvidado que la lleva consigo y no se aclara si es de su autoría o la copió de Reader’s Digest. Pero quien se percata de ese profundo sentimiento de liberación es su hija al ayudarlo a incorporarse y sentir, por su ligereza, el desprendimiento del peso muerto e inútil de ese último vagón cargado de afectos, sentimientos, deseos y compromisos. El cuento es una conmovedora metáfora del paralelismo entre viaje físico, afectivo y espiritual y de la honda ternura que suponen las relaciones padre-hija: “Te agradezco que no me hayas dejado solo ahoraque mi tren ha cambiado de rumbo y viaja, ya sin retorno, hacia el olvido”.

Pedro Pujante opina que El último vagón (finalista del VII Premio Internacional de Relatos Vivendia-Villiers): “expone su visión de la vida como un tren a través del cual vamos acumulando, transportando recuerdos. La metáfora puede igualmente servir para fotografiar un libro de cuentos breves, que como vagones se anudan unos a otros conformando un alargado entramado de piezas que se deslizan independientes pero compactas en forma de libro-tren por las vías de la literatura actual.”

En Votos nupcionales, Charles Miller, de “calvicie incipiente” de “monje medieval”, se casa con una antigua reina de belleza e integrante del equipo de porristas. El cuento refleja la sociedad capitalista y competitiva y los complejos y frustraciones del personaje que bien pudiera recordarnos algún personaje de alguna novela de John K. Toole. Miller, hombre feo  e inseguro, es contrapuesto con Peter Norton, cuyo físico -apuesto- y éxito lo hacen un ejemplo de la autorrealización personal y profesional. En la historia se entretejen la frustración ante la incapacidad de ascender de estatus social, el pesimismo producto de lo que considera un futuro irrealizable, los sueños y planes truncados que se traducen en la no materialización de la posesión de bienes, lo cual lo conlleva a dudar del amor de su esposa y sospechar de una posible infidelidad. El personaje, con los pies soterrados en la realidad abrumadora de la sociedad, donde la estética es prioridad, se interroga, con preocupación, si su esposa: ¿“prefería su insignificante compañía a la de unhombre atractivo y exitoso”?

Con un final inesperado, este cuento hace gala de sus mejores dotes narrativas.

(No sé por qué este cuento me recuerda mucho a Charles Atlas también muere de Sergio Ramírez, más que por la coincidencia de nombres, creo que se debe a su lenguaje. Y quizás la narrativa de Kalton Bruhl sea una de las que más se equipare a la de Dennis Arita, de regusto anglosajona).

En Banana Republic, el autor construye una concisa reescritura de la historia referente al paso del filibustero William Walker por América Central. Aquí con un mínimo de recursos expresivos logra un texto que ya es de indispensable lectura para el itsmo.

El personaje de El reencuentro comparte características con el de Votos nupcionales: un caricaturesco personaje de cine hollywoodense enajenado por los vídeojuegos recibe la visita de la “rubia más impresionante que había visto en su vida”, quien resulta ser su ex compañera de colegio, Samantha, a quien los remordimientos por las humillaciones inflijidas a “Archivaldo” la llevan a “repararle” su “autoestima” a través de un encuentro sexual inesperado. Erotismo y humor se conjugan en este relato. (La característica que conecta a Archivaldo con Charles es la repetición de personajes “loosers” e inadaptados, sin los mejores atributos físicos).

El otro forma parte de la antología Kafka (España, Ediciones Irreverentes, 2016) cuyos temas son en torno a la vida y obra de este escritor. En este cuento Kalton se vuelve personaje e imagina un encuentro con Max Brod. Pedro Amorós destaca del cuento: “La elegante escritura de Harold Bruhl se combina con el tono nostálgico de lahistoria.” Ejercicio de reescritura. Su mérito quizás sea el de encontrar un intersticio de la historia para crear este paréntesis de índole fantástico.

Saqqara se adscribe al género de ciencia ficción y está ambientado en el año 2098. Sociedad caótica cuyos avances tecnológicos jamás llegaron. Tampoco la ciencia llegó a descubrir las curas de las enfermedades mortales como el SIDA y el cáncer. Su visión es escéptica con respecto al futuro: “pensaste que en el algún lugar, cubierta por una gruesa capa de vegetación, debía existir una enorme etiqueta con la fecha de expiración del planeta”. El acaparamiento de recursos naturales que en tiempos pasados fueron detonantes de las guerras mundiales como la explotación de petróleo y agua fueron sustituidos por las drogas. Se invierte el orden natural del mundo y los muertos no son más los latinoamericanos sino “rubios” y de “piel blanca” pertenecientes a los países del primer mundo: “todo iba bien mientras los muertos los proporcionaran los países del Tercer Mundo”. La ONU retomó su papel “importante” en la humanidad y una vez legalizada la droga se encargó de su producción, distribución y venta, lo que llevó a un conflicto de intereses entre diferentes organismos internacionales: OEA, OTAN y ONU. Los cascos azules se convirtieron en paramilitares y luego en un Cartel.

El personaje principal es un sacerdote (hermeneuta cuasi filólogo) jubilado contratado para convencer a las masas de viajar a Marte. En un imaginativo despliegue de humor se abordan temas como el racismo, religión, historia y política exterior. Sin duda un texto breve no carente de irreverencia y herejía…

Kalton y su mente dividida

Willis McNeally decía que el verdadero protagonista de una novela o de un relato es una idea y no una persona. Y Kalton Bruhl lo sabe y nos guía a través de La mente dividida, “híbrido entre el terror sicológico, la ciencia ficción y la novela negra”.

Comienza con la sangre goteando de un cuchillo y la descripción de un ambiente extraño. Luego, el extrañamiento del personaje, irreconocible para sí mismo, como si en un rapto de locura se hubiera convertido en otro, al estilo de Dr. Jekyll y Mr. Hyde. Desde su comienzo mantiene al lector a la expectativa, en una tensión que va aumentando conforme avanza.

El personaje es un profesor de filosofía, huraño y excéntrico. Evita las reuniones gremiales y académicas. Pocas cosas le interesan. Depresivo y ansioso, tras descubrirle un tumor en el cerebro, le diagnostican cáncer. Su lenguaje cristalino es fundamental para que la historia fluya naturalmente. Su capitulación es acertada, de breves capítulos que estimulan la lectura.

Pasa del diagnóstico de cáncer (tumor adenocarcinoma) en el cerebro y luego transforma el diagnóstico en una alegoría de la maldad o desarrollo de la maldad devenida en paranoia o delirio. El suspenso aparece en los primeros capítulos cuando se espera que el personaje vuelva a las salas hospitalarias para procurar su cura, pero, contrariamente, nace ese otro personaje (como en los casos de Dr. Jekyll y Mr. Hyde o el personaje famoso de Hitchcock, Norman Bates, o de otras fuentes de índole interdiscursivo –novelas y cine de serie B–) llamado Fred –por el epígrafe y porque Jeff también se emociona al saber que se llama como Nietzsche–, para luego adentrarte en disquisiciones filosóficas morales, existencialistas y lacanianas, por la escisión del yo, y freudianas por el desaforo o rapacidad sexual que experimenta, con teorías que bien podrían pertenecerle al mismo Giovanni Papini. La dualidad psicológica del autor y el tema del doble son elementos fantásticos ya antes explorados.

El huésped simboliza algo maligno en la dualidad cáncer/amoralidad y suplanta al personaje Jeff, quien en apariencia es muy débil e ingenuo.

El nombre de Samantha reaparece en la novela (Recuérdese El reencuentro) y a diferencia de su cuento el personaje sí se deshace de ella. En el capítulo 9, después del asesinato de Jasmine, tiene atisbos de humor la indignación de Fred al ser comparado con Jack El destripador.

Es Fred, entonces, quien lo impulsa a cometer una serie de feminicidios.

Algunas consideraciones a destacar:

Aparece la voz de Friedrich Nietzsche, diferente de la dualidad mostrada por Shakespeare, Stevenson y quizás más cercana a Tolkien:

¿Como Nietzsche? –preguntó, casi seguro de haber acertado.

–Exactamente –le respondió la voz– pero como nosotros somos amigos, puedes llamarme Fred”.

La correspondencia silábica entre Jeff y Fred cohesionan mejor al personaje.

El personaje cita a Nietzsche en su reflexión sobre la moralidad y amoralidad:

Nada, sólo tu felicidad y, claro, deseo realizar un experimento y convertirte en el primer superhombre. Quiero verte por encima de la moral. Me parece que es el mejor homenaje que puedo hacerle a mi ilustre tocayo”.

El humor es una de las características de la narrativa de Bruhl:

“Dedicaron largas horas a estudiar docenas de ejemplares de la revista Cosmopolitan. Analizaron artículos tales como Diez errores fatales durante la primera cita, Diez señales para saber si es un caballero o un patán y, por supuesto, Conviértete en una detective sexual. Diez signos para adivinar cómo será en la cama.

Evidente fan de películas o teleseries investigativas como NCIS, La ley y el orden y de novelas policíacas:

“–Mañana comprarás neumáticos nuevos –le aconsejó Fred– seguro que cuando encuentren el cuerpo vaciarán yeso sobre las huellas, para hacer un molde. También te desharás de tus zapatos, lo único que averiguarán es el número que calzas”.

Honduras, con una de las tasas más altas de homicidios, no podría esperarse menos que la imaginación de Kalton Bruhl intentara recrear uno de los tantos feminicidios registrados en el país:

“Jeff la tomó del cabello y la sacó por la ventanilla. La arrastró algunos metros, fuera del alcance de la vista de cualquier conductor que transitara a esas horas, luego la lanzó contra el suelo y comenzó a darle puntapiés. Jasmine intentaba protegerse la cabeza con las manos, suplicándole que se detuviera”.

La novela también refleja la violencia contra la mujer desde una óptica filosófica y “racional” del personaje Fred/ Jeff.

“Más que nada se llenaba de remordimientos por lo que le hacían a esas pobres mujeres. A veces procuraba tranquilizar su conciencia, diciéndose que en realidad les hacía un favor, que seguramente les estaba brindando la única posibilidad que tendrían de sentirse, al menos por unos días, deseables e importantes”.

Lo grotesco, el morbo y obscenidad se evocan como en  el lenguaje semiótico de los medios de comunicación local sensacionalistas, amarillistas y la búsqueda de la nota roja:

“El cráneo estaba partido a la mitad y en el medio quedaba un revoltijo de cabellos, huesos, dientes, sangre y masa cerebral”.

Se destaca el papel de los diarios en la difusión de las noticias tipo nota roja que justifiquen la labor del medio:

“Los diarios publicaron en las primeras páginas las noticias. La brutalidad que habían empleado y el hecho de que las víctimas fueran prostitutas, proporcionaron a los periodistas los elementos necesarios para crear una buena historia”.

A pesar que es una novela de ficción, también es importante resaltar que la edad de las víctimas escogidas por Fred oscila entre los veinte y treinta y cinco años y estas cifras coinciden con las estadísticas nacionales de muertes.

El final es abierto a varias interrogantes. Como una especie de alquimia, el cáncer se convirtió en demonio, en la materialización de la maldad. Lo que nos queda claro es que en la novela Fred luchó por afirmar su derecho de existir.

Son el misterio, la tensión psicológica y los crímenes los elementos que se conjugan en La mente dividida.

El Kalton del futuro

Imaginemos a Kalton Harold Bruhl abandonando su trabajo como funcionario público y de notario tras ganar un premio que le permita no seguir robándole el tiempo a su trabajo y familia, ¿qué ocurriría?

Kalton es un lector y escritor que seguirá “agarrando pata” en los concursos literarios. Y, a pesar de su actual imposibilidad de no dedicarse de lleno a la labor creativa, que le permita dejar en el pasado los gazapos y algunas frases que pudieran construirse mejor y ser más oportunas, y que oculten algunas costuras todavía evidentes en parte de su obra, como consecuencia de ese tiempo que la vida sigue robándole como escritor a sus treinta y nueva años de edad, seguirá creando mundos, que al final es para eso que ha nacido -y también para dedicarse a la abogacía- y no para andar destruyéndolos cual personaje marveliano.

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