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Revelación y permanencia a través de la palabra

29 septiembre, 2016

Francisco Rodríguez Barrientos

– Las referencias sobre la creación del escritor costarricense Adriano (de San Martin) Corrales Arias, son más que evidentes, puesto que ha cultivado la consistencia como ejercicio vital en la consecución de la calidad escritural, sus críticos así lo avalan. Ahora, Francisco Rodríguez Barrientos nos recuerda y expone la vena literaria de Adriano “poeta obstinado y consecuente”, con un nombre de suyo histórico que remite a la Yourcenar, y por ende al emperador romano de filia epicureísta. Francisco Rodríguez rescata en este texto algunas de las constantes en la poética de Adriano desarrolladas en el libro La rueda de la vida, vinculadas “a la imaginación cósmica y religiosa precolombina…, lo inerme y fugitivo de la vida humana…, la denuncia del poder opresivo”, sin dejar de lado otras de sus caras motivaciones: “la nostalgia, el amor y la mujer”.

laruedadelavida

Desde Goethe y Baudelaire los poetas modernos han hecho de su vida y experiencias elementos nutricios de su obra. Naturalmente, toda obra poética, como no se cansó de recordarlo Octavio Paz, se ubica en una cierta tradición, sea para seguirla, modificarla, ensancharla o negarla. Pero en poesía incluso las negaciones son formas de admiración y de afirmación. Las negaciones o afirmaciones categóricas quedan para los fundamentalistas, no para la poesía que solo puede navegar a sus anchas en el tumultuoso piélago de la libertad de espíritu.

La obra de Adriano Corrales, poeta obstinado y consecuente donde los haya, es, al menos en algunas de sus facetas, una rara avis en la poesía costarricense contemporánea. Y lo es, justamente, por su diálogo franco, airado, turbado, fascinado con la tradición poética, sea costarricense (Eunice Odio, Max Jiménez), centroamericana (Rubén Darío, Carlos Martínez Rivas, José Coronel Urtecho), hispanoamericana (Borges, José Emilio Pacheco, Lorca, Gonzalo Rojas) o universal (Eliot, Ezra Pound, Propercio, Pessoa, Cavafis, entre otros). Pero, en mi criterio, lo que vuelve singular la poesía de Adriano Corrales en nuestro medio es su intento por rescatar y reconstruir la memoria histórica, cosmológica y mítica de Centroamérica y la penosa trashumancia de sus pueblos, su miseria, su calvario, su naturaleza austera o fastuosa, salvaje o civilizada, sus derrotas, sus nostalgias y anhelos, sus caídas adánicas, sus victorias sociales y políticas, siempre pírricas y de corta duración, porque los amos-verdugos siempre se las ingenian para recuperar el poder y blandir de nuevo sobre los cuerpos mancillados de las víctimas el látigo de la crueldad o renovar las cacerías humanas, los holocaustos y genocidios en medio del pasmo y el terror de noches sin nombre. Su poesía intenta recuperar esta memoria colectiva, porque Adriano Corrales sabe muy bien que únicamente la poesía -el poder mágico, totémico y siempre deslumbrante y deslumbrador de la poesía- es capaz de tal milagro. Por eso, la poesía no solo nombra, sino que resucita, otorga cuerpo y alma a cuanto se hallaba olvidado en la gigantesca tumba anónima del olvido.

Lo antes dicho se plasma en el poema más logrado, según mi criterio, de la producción del autor: La Nacencia, notable resumen de varios de sus motivos y preocupaciones, expresado con un verbo airado y solemne con reminiscencias de Whitman o de Allen Ginsberg: la imaginación cósmica y religiosa precolombina que sigue latiendo en sus descendientes: “Luz que despunta en los cerros con voz de océano en el caracol. Vela encendiéndose cual primera fogata en este continente, desplegándose por todo el pluriverso: los habitantes del cosmos al unísono inician el galope celeste con el primer verso. Destello que nos vence siempre. Ojo de agua. Marejada de diciembre al amanecer de la tonada. / Zopilotl en el firmamento de las palabras. Serpiente por la piedra. Jaguar en el agua. Esfera en las estrellas. Los astros inician su revuelta con un número que no alcanza para enumerar el fundamento de infinitos nexos. / Es la alquimia del monte. La hoguera, por siempre la hoguera. Es el fin del principio, el principio del fin. El equilibrio del centro”. El eterno reiniciar, la renovación universal, el eterno retorno: “Aunque todo se repite de forma diferente. Como la flecha que torna al arco. La bala al cañón. Boomerang”. Lo inerme y fugitivo de la vida humana: “Porque acá la vida cotidiana se nos muere constantemente. Somos sombras renacidas y encubiertas”. La denuncia del poder terrible y corruptor del Capital convertido en obsesión única y paranoica, que en su invencible avance va devorando o pervirtiendo todas las cosas que hacen digna la vida humana y, a veces, con la complicidad de quienes, se supone, deberían oponérsele, Gran Bestia que desangra y acadavera a la poesía: “Miles de animales transgénicos o manipulados se sacrifican para alimentar a la bestia. La Gran Bestia que avanza con la venia de los tribunales, electores, disertantes… hasta pianistas y cantantes en los ministerios de adobe, o en las alcantarillas… Avanza con la tiniebla de sus pezuñas, las herrumbres de cascanueces tropicales babeantes en las escaleras, las mansiones, los estadios, las academias…” La poesía como redención / revelación / deslumbramiento, diosa genésica, cifra de acceso al ser: “No, no es la utopía tampoco. Acá no hay ríos de leche y miel sino aguas turbias. Es el verso que versa y dice. Sencillamente el verso. La poesía es otra era. La de siempre. La llave. La flor. La quimera. Acá en este límite, en este batallar, está el centro del juego”. Y la esperanza mesiánica de justicia y libertad: “Lágrimas de sangre renovarán los campos para el alimento de los dioses. El cosmos se vestirá de flores propicias para el arco de la primavera. Y los pueblos de la Tierra de desnudarán agradecidos por el camino de las esferas que conduce el tiempo infinito de los cometas…”.

Dichas obsesiones, tan urticantes como apasionadas, están presentes, con variaciones, en otros de los mejores poemas del autor recogidos en La Rueda de la Vida, como The house of the rising sun – dedicado a la Nueva Orleans devastada por un huracán apocalíptico -; L@s elegid@s de Dios, furibunda sátira dirigida a los poetas presuntuosos y advenedizos; Oda a los heterónimos de LisboaAlabanza del SimulacroEn San FranciscoHabana Reviseted o La despedida.

Hay otras constantes en la obra de Adriano Corrales: la nostalgia, el amor y la mujer, temas que suelen abrazarse en muchos de sus poemas como amantes perplejos, desesperados o prestos al adiós.  La mujer – y lo femenino – es una presencia dominante en la obra del poeta. La mujer como sostenedora del orden de las cosas, tanto en la vida cotidiana como en el devenir cósmico (así en el poema Escultura 2); la mujer encontrada a la que se le dediquen odas vibrantes y gozosas (Bocetos de La Habana); la mujer finalmente perdida en algún recodo del río de la vida, como en los poemas Diana (Los pájaros vuelan al sur / mientras me pierdo por avenidas de niebla / Hay tanta poesía de crin y cadena / amontonada sin sus poetas / Tanta palabra inútil en bibliotecas), o Mary, melancólica evocación  de un amor adolescente.

Adriano Corrales ha sido y es un certero crítico de los males de una sociedad injusta, excluyente y cada vez menos libre y más represiva. En esto sigue la gran tradición china de Li Po, Tu Fu, Fan Shan, la de Omar Khayyán, la de Propercio, Horacio y Cátulo, la tradición, en  fin, de Villon. El desengaño o, para ser más exacto, la traición que otros han infligido a los ideales políticos y éticos de su juventud, aparece con resignada amargura en poemas como Verde Olivo, sentido homenaje a un guerrillero costarricense caído en la guerra contra la satrapía somocista (“Ciertamente lo asaltamos / Infierno Irato de otra Managua / enardecida como enorme supermercado / Tu muerte no fue en vano / compañero del alma tan temprano / la piñata, sin embargo, / ha sido el corolario”). El compromiso con los ideales de justicia y libertad, de autonomía y unión latinoamericana, un noble empeño más actual que nunca, encuentran cabal expresión en su obra, pero siempre con calidad y emoción poéticas, pues al respecto el autor nunca ha dejado escapar un solo ripio poético malsonante.

La poesía de Adriano Corrales respira trashumancia, vitalidad, pasión, ironía, voluntad de comprensión (“se percibe la quietud del milagro que acontece / cuando el hombre se compenetra con su propio yo / que es la misma naturaleza al ritmo de otro sol”. Poema Frente al lago). La poesía de Adriano Corrales es la de un viajero que va dejando constancia de sus peripecias existenciales, de sus estados de ánimo, de sus reflexiones nacidos en lugares y culturas muy heterogéneos. Pero su actitud no es la del cronista que pinta con indiferente objetividad cuanto ven sus ojos, sino la del buscador de sentidos, de afinidades, de bellezas invisibles y resplandores ocultos, es decir, la típica del creador, porque este se compromete con el mundo, sufre con él, goza con él, delira con él y, en última instancia, lo transforma; mejor aún, lo re-crea. No hay poetas espeleólogos, porque el poeta se enraíza en lo vivo aunque reflexione muchas veces sobre la muerte (¡cómo poder evitarlo, por otra parte!). La Vencedora es parte de la vida, no al revés. La muerte es una dimensión de la vida infinita. Y la poesía contribuye a la expansión de la vida – suprema tarea humana, según creo – y nos ayuda a develar el misterio que somos. Sí, lo poesía es una interrogación / indagación pero y, sobre todo, es la raíz y el tallo de muchas plantas que ayudan al florecimiento del ser y de la existencia. Los poetas son dadores de vida y de belleza. Develan misterios, enriquecen la vida, cantan al mundo. Agradezcamos a Adriano Corrales para quien la poesía ha constituido una pasión absorbente y ha hecho más grande y hermoso nuestro mundo, rescatándolo un poco de la sordidez y del envilecimiento en que tantos quieren sumirlo. Privilegio reservado a los poetas de verdad.

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