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Los tres ángeles de Sergio Ramírez y Tres cuentos hispanoamericanos y sus ángeles de Roberto Carlos Pérez

27 septiembre, 2016

Roberto Carlos Pérez

– En 1972 Sergio Ramírez ofreció una primicia al entrever un tema común en tres cuentos de Amado Nervo, Joaquín Pasos y Gabriel García Márquez. «Los tres ángeles» fue un ensayo fundacional. Cuatro décadas más tarde, otro nicaragüense, el narrador y ensayista Roberto Carlos Pérez, retoma la senda del autor de Castigo divino y nos ofrece una nueva mirada en «Tres cuentos hispanoamericanos y sus ángeles». Dos generaciones quedan unidas, y nos dan a entender que la crítica es un ente vivo en perpetua vibración, valiéndose de lo que otros han escrito para continuar reanimando la llama del pensamiento.


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LOS TRES ÁNGELES

Sergio Ramírez

El propósito de este trabajo no es hablar de influencias, tratando de adivinarlas, sino de correspondencias, fijando el hecho de que tres escritores latinoamericanos  de distintas épocas literarias tratan un mismo tema con los distintos relieves que da la propia sensibilidad de sus tiempos literarios.

Amado Nervo (1870-1919) modernista mexicano; Joaquín Pasos  (1914-1947) vanguardista nicaragüense; y Gabriel García Márquez (1928) colombiano del boom, eligen los tres un mismo tema: un ángel que aparece de repente en determinado lugar y por su condición celestial y a la vez terrena desencadena una serie de acontecimientos que cada uno, a su manera, se encarga de narrar.

Nervo publicó El ángel caído en Mundial Magazine, la revista que dirigió en París Rubén Darío entre 1911 y 1914, y que antecede a Mundo Nuevo de la década de los sesenta y a Libre de ahora, en la línea de magazines parisinos de cara a América Latina.  En el número 20 de Mundial, de fecha Diciembre de 1912, aparece por primera vez el cuento  (1).

El ángel pobre  de Joaquín Pasos, se publicó en la revista YA (2)  editada en Managua, en Julio de 1941 y fue reproducido después en Cuadernos Universitarios (1961) y en El Pez y la Serpiente (Nos. 7/8, 1962),  todas ellas revistas nicaragüenses.

Un señor muy viejo con unas alas enormes fue escrito por García Márquez en Barcelona en 1968 y apareció por primera vez ese mismo año en la revista Casa de las Américas de La Habana, Cuba y ha sido reproducido muchas veces por otras revistas y periódicos.

Cuando se publicó Un señor muy viejo con unas alas enormes  me trajo la idea de su parentesco inmediato con  El ángel pobre  de Joaquín Pasos, de modo que al planear este trabajo pensé originalmente hacer referencia a estos dos textos únicamente; no obstante, en La Prensa  Literaria del 23 de Enero de 1972, aparece el tercer texto también pariente de los otros dos, el Cuento de Navidad de Amado Nervo, que yo no había leído,  y que comenta Franco Cerutti en un ensayo  muy agudo titulado “Acerca de una probable fuente de inspiración del Cuento de J. Pasos” (3); tanto la lectura del propio cuento, como la de las observaciones de Cerutti, me hacen pues extender este breve estudio a los tres textos.

HISTORIAS DE ÁNGELES

El tema de los ángeles en la literatura, es por sus conformaciones míticas y románticas, un anzuelo permanentemente puesto a los autores que desde los tiempos del Antiguo Testamento han estado utilizándolo, y que se ha repetido en las literaturas medievales y se ha dado también en las orientales.  Los viejos bizantinos se desvelaban discutiendo sobre el sexo de los ángeles mientras sus murallas eran irremediablemente asediadas (la sola cita es ya un bizantinismo, por lo socorrida); el hombre añora siempre sus alas, y ha querido tenerlas como el viejo Ícaro; pero a pesar de la nostalgia por el vuelo perdido, quizá el hombre no tenga alas porque Dios no se las da al alacrán.

Si la literatura ha sido pródiga en ángeles, es sobre todo en la poesía; están los ángeles de Rilke; los que Juan Ramón Jiménez bautizó ángeles con j; y los de Hölderlin y los de Cocteau, y cuándo no, los de Rubén Darío.   Pero en el caso de objeto del presente estudio, los ángeles, aunque conservan su manera poética de evocación, adquieren una substancia narrativa y son objeto ya no de un mero tratamiento lírico: aparecen como personajes y se teje alrededor de ellos una historia.

LA TRAMA COMÚN

Un ángel bello y luminoso cae del cielo con el ala rota y queda a la vista de un niño que lo lleva a su casa donde lo curan y le consiguen unas sandalias; convive con los niños a quienes al final, se lleva al cielo junto con la madre, en el cuento de Nervo.

Un ángel pobre entra un día a un pueblo y se queda a vivir en la casa del hogar Ortiz Esmondeo  ─burgueses acomodados─  y desempeña oficios de criado, haciendo mandados y cuidando el jardín; cuando papá Ortiz quiebra,  llama al ángel en su auxilio para que le  haga un milagro financiero, a lo que el ángel se niega, ofreciendo como única solución posible, la muerte salvadora para toda la familia.  El cuento concluye con la muerte del hijo de los Ortiz, que se ha hecho amigo del ángel, y la salida de este del pueblo, expulsado por la autoridad.  Es la historia de Pasos.

En el cuento de García Márquez, un viejo con alas cae un día de lluvia en un lodazal del patio; la gente de la casa comienza a verlo como un animal raro y lo encierra en el gallinero, donde sufre el asedio de las gentes que llegan a mirarlo, asedio que la familia organiza después como negocio, enriqueciéndose a costillas del ángel, que tras sufrir enfermedades mortales se recupera al fin, y convertido en  la casa ─lo sacaban a escobazos de las habitaciones─ se va un día para siempre volando sobre el mar.

EL PERSONAJE

El ángel de Amado Nervo, es un ángel art-noveau, de poca substancia terrena y perfectamente bello, dentro de los cánones artísticos del modernismo; sus plumas sirven para sombreros elegantes y las sandalias que usa son de lujo; es además luminoso y transparente; su llegada a la tierra es meramente accidental y tan ángel era que un día lo llaman del cielo y tiene que reportarse.

El ángel de Pasos pudo, en cambio, haberse quedado para siempre en el hogar Ortiz-Esmondeo si no es por la impertinencia de Don José, que le pide lo salve de la quiebra.  Es un ángel pobre y derrotado, mísero de tal manera que ni milagros a su disposición tiene, más que el de la muerte.  En su bolsa no lleva más que lo que cualquier niño o cualquier vagabundo: “un pedazo de pan, una aguja de tejer, un trapo, varias semillas secas y un silbato viejo”.  Usa overoles de trabajo y unos viejos zapatones obscuros, en lugar de túnica y sandalias.

El ángel de García Márquez, es el más viejo de todos ─el de Pasos no tiene edad, es intemporal─ y su cráneo  pelado y sus muy pocos dientes le dan la condición  “de bisabuelo ensopado”.  Entre el ángel  completamente divino de Nervo y el absolutamente humano de Pasos, el de García Márquez es más mítico que otra cosa; ni siquiera habla español y su lengua, que tampoco es el latín como pretende el cura que se acerca a hablarle, nadie le entiende.  Sirve sólo como diversión de circo y permanece pasivo a lo largo de todo el cuento, como objeto de burla, diversión, o estorbo.

El ángel de Pasos, por el contrario, tiene conciencia de su condición; no puede hacer milagros pero le echa un sermón a Don José Ortiz sobre el significado de los ángeles y su misión.  (Su aparición, su inocencia y su propia conciencia, no dejan de ligarlo también al pájaro de Bernard Malamud en el cuento “The Jewbird”)  (4).

El ángel de bisutería de Nervo, funciona como ornamento de iglesia; el ángel proletario de Pasos, es un símbolo de redención y entra como pieza crítica contra la  sociedad burguesa; el de García Márquez, es sólo mítico y su aparición queda en esa zona de niebla garcía-marquiana en que las cosas están allí por milagro y para asombro y nada más.

Los ángeles de Nervo y García Márquez, tienen esa condición  misteriosa y nostálgica de cantar canciones en lenguas extrañas; ambos, además lastimados y con dolor.

LA INFANCIA

En las tres historias, el ángel está ligado a los niños, por una correspondencia lógica que la inocencia del ángel no puede encontrar sino en su relación con ellos; esta íntima amistad desemboca tanto en el cuento de Nervo como en el de Pasos, en que el ángel termina por llevarse a los niños con él ─el de Nervo directamente en vuelo y bajo sus alas, el de Pasos matándolo en extraña agonía a propia solicitud del niño─.  El niño del cuento de García Márquez sostiene una relación con el ángel, sólo porque juega con él, pero sin conciencia de compañía ni para el uno ni para el otro; al final, el ángel no se interesa en el niño y se va solo, precisamente porque el planteamiento total de la historia se aparta de los otros dos modelos, ya que este ángel no afecta la vida de los personajes terrenos en un sentido afectivo; está allí como curiosidad y cuando se va, la mujer lo ve volar y siente un gran  alivio.

El ángel de Pasos va más allá, y cuando es expulsado del pueblo mata también a los niños que lo esperan a la salida llorando, “ y uno a uno van cayendo muertos”.

En los cuentos de Nervo y García Márquez, hay un acento de estructura y lenguaje que no está en el de Pasos; son historias contadas para niños, su intención es darse en un nivel de cuento infantil.

¿QUÉ SE ESPERA DEL ÁNGEL?

¿Qué esperan los humanos que rodean al ángel?  La respuesta se da en relación con el ambiente concreto donde el ángel cae o aparece: en el caso de Nervo, llega simplemente a un hogar, sin precisión de lugar o país alguno, después de encontrarse con el niño en un camino; el de Pasos, introducido directamente por el autor dentro del clima del cuento ─o mejor dicho provocando este clima─ aparece en el hogar Ortiz Esmondeo, en una ciudad provincial.  El de García Márquez, cae en el patio de una casa frente al mar; las acostumbradas referencias del autor son al mundo, al universo, aunque los personajes ─el cura, la vecina─ se identifican como pertenecientes a un pueblo macondiano.

De allí que, en el caso del cuento de Nervo no se espera nada del ángel; como criatura absolutamente celeste, se le ve como parte substancial de la divinidad pero no se esperan milagros de él; la niña simplemente le pide una pluma para su sombrero, y punto; más bien se trata de complacer al ángel buscándole unas sandalias que de acuerdo con su condición , deben pertenecer a un santo de iglesia y ser preciosas; el ángel mismo da en esto la pauta, porque sus gustos son refinados.

El pueblo entero está pendiente de los milagros que tendrá que hacer el ángel de Pasos, porque no se concibe que haya llegado al pueblo para nada; la gente piensa en él como criatura extraordinaria, al contrario del propio ángel que no se toma más que como un pobre jardinero.  Después de vivir largo tiempo con la familia Ortiz-Esmondeo muy tranquilamente, se presentan los apuros económicos de Don José y es entonces cuando espera que el ángel, aunque sea por agradecimiento, lo salve de la ruina.  El niño, solo espera del ángel la muerte y así se la pide.

Las gentes que se acercan a mirar el ángel por entre los alambrados del gallinero en el cuento de García Márquez, esperan de él toda suerte de milagros y los paralíticos, los ciegos, los atormentados, los que se desvelan escuchando el ruido de las estrellas (igual que en la temática de Alfonso Cortés), se le acercan en busca de curación.  Pero no es un milagrero muy efectivo, pues falla cambiando los resultados y no hace lo que se espera de él: el paralítico no pudo andar pero estuvo a punto de ganarse la lotería; el ciego no recobra la visión pero le salen tres dientes nuevos, etc.  Esto hace perder prestigio al ángel y una simple mujer  que se convirtió en araña por desobedecer a sus padres, de las que se encuentran en cualquier feria de pueblo, le quita toda la clientela al ángel.

Indirectamente provoca, sí, un milagro: Pelayo y Elisenda, los dueños del ángel, se enriquecen cobrando por verlo, y se construyen una casa nueva; otro suceso coincidente con la llegada del ángel, y que podría interpretarse como milagro, es la cura del niño de la casa, quien despierta al día siguiente sin fiebre y con deseos de comer.

Otra correspondencia directa en los cuentos de Pasos y García Márquez, está en que ambos casos se quiere al ángel para Alcalde; en el de Pasos, para Alcalde del pueblo; en el de García Márquez, para Alcalde del Mundo, diferencia apenas de lenguaje pues en García Márquez, las cosas son del mundo o del universo.

ESTRUCTURA

El cuento de Nervo se da sin complicaciones y casi superficialmente; la caída del ángel, su encuentro con el niño, la llegada sin sorpresas al hogar, y el final sentimental de su partida junto con los niños y hasta con la madre.

Pasos crea hábilmente un clima inicial del cuento en que, sin sorpresas, aparece el ángel conversando con el niño en el hogar; las explicaciones de su llegada al pueblo vienen después, y nótese que este tipo de construcción,  separando o alterando los planos temporales, es novedosa hasta veinte años después en Latinoamérica.

García Márquez elabora su clima de acuerdo con sus propias normas; todo va hacia lo imposible, hacia la fantasía absoluta, hacia la anécdota que despierta el recuerdo de historias parecidas; recurre incluso al expediente de contar, como en el Quijote un cuento paralelo ─el de la mujer que se convirtió  en araña─,  insertándolo dentro de la historia general propuesta, lo cual es también propio de la secuencia anecdótica en base a la cual surge Cien Años de Soledad.

LENGUAJE

Nervo utiliza el vocabulario de los modernistas y sus imágenes estetistas se dan sin complicaciones; esa falta de hondura hace que el mundo descrito se deshaga fácilmente en el recuerdo del lector.

Pasos usa un lenguaje eficientemente poético y no estoy en esto de acuerdo con Cerutti, de que se trata de un poema en prosa;  el lenguaje se acopla con el tipo de historia contada, que va de la aparición de un ángel pobre e inocente a su expulsión del pueblo, pasando por su oficio de jardinero, a la agonía del niño, todo lo cual se dice a voz nostálgica que no puede ser sino poética.

Este mismo lenguaje poético también se da en García Márquez aunque claro está, estirado hasta la fantasía, sin ninguna clase de límites; él mismo se encarga de dar las señales de cuando este clima va a ser creado:

….. El mundo estaba triste desde el martes….
…. Todo el mundo sabía que en casa de Pelayo tenían cautivo un ángel de carne y hueso….
…. Los más simples pensaban que sería nombrado alcalde del mundo….
…. Sus alas no eran de ángel sino de murciélago sideral….
… Los enfermos más desdichados de la tierra…
…. Un ventarrón de pánico que no parecía de este mundo…

 Y así.

Los tres tienen pues, el uso de un lenguaje poético, que es más descolorido en Nervo, más preciso en Pasos y mucho más abierto a la fantasía en García Márquez.  Como decía al comienzo, cada uno toca la sensibilidad de su propia época, aunque en el caso de Pasos, se trata de un lenguaje más perdurable, porque incluso se adelanta a crear imágenes garcíamarquianas:

Siempre que hacía esta tarea se echaba ambas alas hacia atrás y las entrelazaba en sus puntas.  Había en este gesto del ángel algo de la remangada de fustanes de la criada fregona…

Cabe además notar, que de los tres escritores, solo García Márquez es fundamentalmente narrador; Nervo es más bien poeta, lo mismo que Pasos; este cuento es uno de los dos o tres que escribió en su vida.

RESOLUCIÓN

La resolución del cuento depende, como dije, del clima creado por cada autor; Nervo nos da desde el principio una historia infantil y la termina sentimentalmente; no puede concebirse que si el ángel se lleva en vuelo a los dos niños para siempre, no regrese por la madre.

En el caso de Pasos, el final tiene un profundo acento de dolor; la muerte del niño, la expulsión del ángel del pueblo, las burlas de que es objeto, siendo incluso agredido y herido; y finalmente la muerte de los otros niños, crean la idea de que el ángel ha vindicado la inocencia, herida por la maldad humana.

Como García Márquez no se propone otra cosa que contar una fábula, el ángel se marcha solo, como un pájaro viejo, y termina así su permanencia en la tierra que no estuvo nunca ligada a los hombres.

El parentesco entre los finales de Nervo y Pasos es mucho más cercano.

CONCLUSION

Las tres historias están ligadas por una temática común y por un personaje común;  la problemática que presentan los tres, es sí distinta; el cuento de Nervo se queda en lo sentimental; el que propone asuntos más profundos es el de Pasos: la crisis de la moral y el surgimiento de los valores de la sociedad burguesa en conflicto con la inocencia, y el desinterés por un mundo de ángeles y de infancia, ya para siempre perdidos; y, finalmente, la fábula de García Márquez, cuyo propósito no es otro que el de maravillar. / San José de Costa Rica, febrero de 1972.

NOTAS:

(1)- Mundial Magazine, No. 20, Dic. De 1912. París, Francia.
(2)- YA.  Revista Cultural.  Managua, Nicaragua, 1941.
(3)-Cerutti, Franco:   Acerca de la probable inspiración del cuento de J. Pasos.  La Prensa Literaria, Managua, 23 de enero de 1972, págs. 2 y 3.  Véanse también las notas de Pablo Antonio Cuadra, en esa misma edición.
(4)- Malamud, Bernard: Idiots First.  Strauss & Rinehard, 1950.


elangelcaido

 EL ÁNGEL CAÍDO

 Amado Nervo

Cuento de Navidad dedicado a mi sobrina María de los Ángeles

 Érase un ángel que, por retozar más de la cuenta sobre una nube crepuscular, teñida de violetas, perdió pie y cayó lastimosamente a la tierra.

Su mala suerte quiso que, en vez de dar sobre el fresco césped, diese contra bronca piedra, de modo y manera que el cuitado se estropeó un ala, el ala derecha por más señas.

Allí quedó despatarrado, sangrando, y aunque daba voces de socorro, como no es usual que en la tierra se comprenda el idioma de los ángeles, nadie acudía en su auxilio.

En esto acertó a pasar, no lejos, un niño que volvía de la escuela, y aquí empezó la buena suerte del caído, porque como los niños sí suelen comprender la lengua angélica (en el siglo XX muchos menos, pero en fin…) el chico allegóse al mísero, y sorprendido primero y compadecido después, tendióle la mano y le ayudó a levantarse.

Los ángeles no pesan, y la leve fuerza del niño bastó y sobró para que aquél  se pusiese en pie.

Su salvador ofrecióle el brazo y vióse entonces el más raro espectáculo: un niño conduciendo a un ángel por los senderos de este mundo.

Cojeaba el ángel lastimosamente ¡es claro!   Acontecíale lo que acontece a los que nunca andan descalzos: el menor guijarro le pinchaba de un modo atroz.

Su aspecto era lamentable; con el ala rota, dolorosamente plegada, manchado de sangre y lodo el plumaje resplandeciente, el ángel estaba de dar compasión.

Cada paso le arrancaba un grito;  los maravillosos pies de nieve empezaban a sangrar también.

─No puedo más─ dijo al niño.

Y éste, que tenía su miaja de sentido práctico, respondióle:

─A ti (porque desde un principio se tutearon) a ti lo que te falta es un par de zapatos.  Vamos a casa, diré a mamá que te los compre.

─¿Y qué es eso de zapatos? preguntó el ángel.

─Pues mira, contestó el niño mostrándole los suyos; algo que yo rompo mucho y que me cuesta buenos regaños.

─Y yo he de ponerme eso tan feo…

─Claro….¡o no andas!   Vamos a casa.  Allí  mamá te frotará con árnica y te dará calzado.

─Pero si ya no me es posible andar…¡cárgame!

─¿Podré contigo?

─¡Ya lo creo!

Y el niño alzó en vilo a su compañero, sentándole en su hombro, como lo hubiera hecho un diminuto San Cristóbal.

─¡Gracias! ─suspiró el herido─ qué bien estoy así….¿Verdad que no peso?

─¡Es que yo tengo fuerzas! ─respondió el niño con cierto orgullo, y no queriendo confesar que su celeste fardo era más ligero que uno de pluma.

Cuando llegaron a la casa, solo unos cuantos chicuelos curiosos les seguían.  Un poeta que divagaba por aquellos contornos, asombrado, clavó en ellos los ojos, y sonriendo beatamente les siguió durante buen espacio de tiempo con la mirada…. Después se alejó pensativo…

Grande fue la piedad de la madre del niño, cuando éste le mostró a su alirroto compañero.

─¡Pobrecillo! ─exclamó la buena señora─ ¡le dolerá mucho el ala, eh?

El ángel, al sentir que le hurgaban la herida, dejó oír un lamento armonioso.  Como nunca había conocido el dolor, era más sensible a él que los mortales, forjados para la pena.

Pronto la caritativa dama le vendó el ala, a decir verdad con trabajo, porque era tan grande que no bastaban los trapos, y más aliviado y lejos ya de las piedras del camino, el ángel pudo ponerse en pie y enderezar su esbelta estatura.

Era maravilloso de belleza.  Su piel translúcida parecía iluminada por suave luz interior, y sus ojos, de un hondo azul, de incomparable diafanidad, miraban de manera que cada mirada producía un éxtasis.

─Los zapatos, mamá, eso es lo que le hace falta.  Mientras no tenga zapatos, ni María ni yo (María era su hermana) podremos jugar con él, dijo el niño.

Y esto era lo que le interesaba sobre todo: jugar con el ángel.

A María, que acababa de llegar también de la escuela y que no se hartaba de contemplar el visitante, lo que le interesaba más eran las plumas; aquéllas plumas gigantescas, nunca vistas, de ave del paraíso, de quetzal heráldico….  de quimera, que cubrían las alas del ángel.  Tanto que no pudo contenerse, y acercándose al celeste herido, sinuosa y zalamera, cuchicheóle estas palabras:

─Di ¿te dolería que te arrancase yo una pluma?  La deseo parami sombrero…

─¡Niña!─ exclamó la madre indignada, aunque no comprendía del todo aquel lenguaje.

Pero el  ángel, con la más bella de sus sonrisas, le respondió extendiendo el ala sana:

─¿Cuál te gusta?

─Ésta tornasolada…

─¡Pues tómala!

Y se la arrancó resuelto, con movimiento lleno de gracia, extendiéndola a su nueva amiga, quien se puso a contemplar embelesada.

No hubo manera de que ningún calzado le viniese al ángel.  Tenía el pie muy chico y alargado en una forma deliciosamente aristocrática, incapaz de adaptase a las botas americanas (únicas que había en el pueblo), las cuales le hacían un daño tremendo, de suerte que claudicaba peor que descalzo.

La niña fue quien sugirió al fin la buena idea:

─Que le traigan ─dijo─ unas sandalias.  Yo he visto a San Rafael con ellas, en las estampas en que lo pintan de viaje, con el joven Tobías, y no parecen molestarle en lo más mínimo.

El ángel dijo que, en efecto, algunos de sus compañeros las usaban para viajar por la tierra; pero que eran de un material finísimo, más rico que el oro, y estaban cuajadas de piedras preciosas; San Crispín, el bueno de San Crispín, fabricábalas.

─¡Pues aquí ─observó la niña─ tendrás que contentarte con unas menos lujosas, y date de santos si las encuentras!

Por fin, el ángel, calzado con sus sandalias y bastante restablecido de su mal, pudo ir y venir por toda la casa.

Era adorable escena verle jugar con los niños.  Parecía un gran pájaro azul, con algo de mujer y mucho de paloma, y hasta en lo zurdo de su andar había gracia y señorío.

Podía ya mover el ala enferma, y abría y cerraba las dos con movimientos suaves y con un gran rumor de seda, abanicando a sus amigos.

Cantaba de un modo admirable, y refería a sus dos oyentes historias más bellas que todas las inventadas por los hijos de los hombres.

No se enfadaba jamás.  Sonreía casi siempre, y de cuando en cuando se ponía triste.

Y su faz, que era muy bella cuando sonreía, era incomparablemente más bella cuando se ponía pensativa y melancólica.

Esta expresión de tristeza augusta, fue quizá lo único que se llevó el ángel de su paso por la tierra…

¿Cuántos días transcurrieron así?  Los niños no hubieran podido contarlos; la sociedad con los ángeles, la familiaridad con el ensueño, tienen el don de elevarnos a planos superiores, donde nos sustraemos a las leyes del tiempo.

El ángel, enteramente  bueno ya, podía volar, y en sus juegos maravillaba a los  niños lanzándose al espacio con una majestad suprema; cortaba para ellos la fruta de los más altos árboles, y a veces los cogía a los dos en sus brazos y volaba de esta suerte.

Tales vuelos, que constituían el deleite mayor para los chicos, alarmaban profundamente a la madre.

─No vayáis a dejarlos caer por inadvertencia, Señor Ángel ─gritaba la buena mujer─.  Os confieso que no me gustan juegos tan peligrosos…

Pero el ángel reía y reían los niños, y la madre acababa por reír también al ver la agilidad y la fuerza con que aquél los cogía en sus brazos, y la dulzura infinita con que los depositaba sobre el césped del jardín… Se hubiera dicho que hacía su aprendizaje de Ángel Custodio.

─Sois muy fuerte, Señor Ángel ─decía la madre llena de pasmo.  Y el ángel concierta inocente suficiencia infantil, respondía:

─Tan fuerte, que podría zafar de su órbita a una estrella…

Una tarde, los niños encontraron al ángel sentado en un poyo de piedra, cerca del muro del huerto, en actitud de tristeza más honda que cuando estaba enfermo.

─¿Qué tienes? ─ le preguntaron al unísono.

─¡Tengo ─respondió─ que ya estoy bueno, que no hay ya pretexto para que permanezca con vosotros… que me llaman de allá arriba, y que es fuerza que me vaya!

─¿Qué te vayas? ¡Eso nunca! ─ replicó la niña.

─¡Eso nunca! ─ repitió el niño.

─¿Y qué he de hacer si me llaman?….

─Pues no ir…

─¡Imposible!

Hubo una larga pausa llena de angustia.

Los niños y el ángel lloraban.

De pronto, la chica, más fértil en expediente como mujer, dijo:

─Hay un medio de que no nos separemos…

─¿Cuál? ─ preguntó el ángel ansioso.

─Que nos lleves contigo.

─¡Muy bien! ─afirmó el niño palmoteando.

Y con divino aturdimiento, los trespusiéronse a bailar como unos locos.

Pasados, empero, estos primeros transportes, la niña quedóse pensativa.

─Pero ¿y nuestra madre? ─ murmuró

─¡Eso es! ─corroboró el ángel─ ¿y vuestra madre?

─Nuestra madre ─sugirió el niño─ no sabrá nada…  Nos iremos sin decírselo…. Y cuando esté triste vendremos a consolarla.

─Mejor sería llevarla con nosotros ─ dijo la niña.

─¡Me parece bien! ─ afirmó el ángel.

─Yo volveré por ella.

─¡Magnífico!

─¿Estáis, pues, resueltos?

─Resueltos estamos.

Caía la tarde fantásticamente, entre niágaras de oro.

El ángel cogió a los niños en sus brazos y de un solo ímpetu se lanzó con ellos al azul luminoso.

La madre en esto llegaba al jardín, y toda trémula vióles alejarse.

El ángel a pesar de la distancia, parecía crecer.  Era tan diáfano, que a través de sus alas se veía el sol.

La madre, ante el milagroso espectáculo, no pudo ni gritar.

Cuando más tarde, el Ángel volvió al jardín por ella, estaba la buena mujer aún en éxtasis.

 


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 EL ÁNGEL POBRE

 Joaquín Pasos

 El ángel que nos desespera de la vida
para librarnos 
de las tentaciones de la vida.
Anzoátegui.

I

Tenía una expresión serenísima en su cara sucia.  En cambio, una mirada muy atormentada en sus  ojos limpios.   La barba crecida de varios días.  El cabello arreglado solamente con los dedos.

Cuando caminaba, con su paso cansado, las puntas de sus alas arrastraban de vez en cuando  en el suelo.   Jaime quería recortárselas un poco para que no se ensuciaran tanto en las últimas plumas, que ya estaban lastimosamente quebradas.  Pero temía.  Temía como se puede temer de tocar un ángel.  Bañarlo, peinarlo, arreglarle las plumas, vestirlo con un hermoso camisón de seda blanca en vez del viejo overol que lo cubría, eso deseaba el niño.  Ponerle, además, en lugar de los gruesos y sucios zapatos oscuros, unas sandalias de raso claro.

Una vez se atrevió a proponérselo.

El pobre ángel no respondió nada, sino que miró fijamente a Jaime y luego bajó al jardín a regar sus pequeños rosales japoneses.

Siempre que hacía esta tarea se echaba ambas alas hacia atrás y las entrelazaba en sus puntas.  Había en este gesto del ángel algo de la remangada de fustanes de la criada fregona.

En realidad, muy poco le servían las alas en la vida doméstica.  Atizaban el fuego de la cocina con ella algunas veces.   Otras, las agitaba con rapidez extraordinaria para refrescar la casa durante los días de calor.  El ángel sonreía extrañamente cuando hacía esto.   Casi tristemente.

Es lógico que los ángeles denoten su edad por sus alas, como los árboles por sus cortezas.  No obstante, nadie podía decir qué edad tenía aquel ángel.   Desde que llegó al hogar de Don José Ortiz Esmondeo ─hace dos años más  o menos─ tenía la misma cara, el mismo traje, la misma edad inapreciable.

Nunca salía, ni siquiera para ir a misa los domingos.  La gente del pueblo ya se había acostumbrado a considerarlo como un extraño pájaro celestial que permanecía a toda hora en la casa de Ortiz Esmondeo, enjaulado como en nicho de una iglesia pajaril.

Los muchachos del pueblo que jugaban en el puente fueron los primeros que vieron al ángel cuando llegó.  Al principio le arrojaron piedras y luego se atrevieron a tirarle de las alas.  El ángel sonrió y los muchachos comprendieron en su sonrisa que era un ángel de verdad.    Siguieron callados y miedosos su paso reposado, triste, casi cojo.

Así entró a la ciudad, con el mismo overol, con los mismos zapatos y con una gorrita a la cabeza.   Con su mismo aspecto de ángel laborioso y pobre, con su misma sonrisa  misteriosa.

Saludó con gesto de sus manos sucias a los zapateros, a  los sastres, a los carpinteros, a todos los artesanos  que suspendían asombrados sus trabajos al verlo pasar.

Y llegó así a la casa acomodada de Don José Ortiz Esmondeo, rodeado por las gentes curiosas del barrio.

Doña Alba, la señora, abrió la puerta.

─”Soy un ángel pobre” ─dijo el ángel.

 II

La casa siguió siendo la misma, la vida siguió llevando la misma vida.  Sólo los lirios, los rosales, las azucenas, sobre todo las azucenas del jardín, tenían más hermosura y más alegría.

El ángel dormía en el jardín.  El ángel pasaba largas horas cuidando el jardín.  Lo único que aceptó fue comer en la casa de la familia.

Don José y Doña Alba casi no se atrevían a hablarle.  Su respeto era silencioso y su secreta curiosidad sólo se manifestaba con sus sostenidas miradas sobre su cuerpo, cuando estaba de espaldas, y dirigida insistentemente sobre el par de largas alas.

Los rosales japoneses sonreían durante toda la mañana.  Al atardecer, el ángel los acariciaba, como cerrando los ojos de cada una de las rosas.  Y cuando el jardín dormía, extendía las alas sobre la yerba y se acostaba con la cara al cielo.

Al salir el sol se despertaba Jaime.  Al despertarse, encontraba al ángel a su lado, apoyado en el hombro de su alma.

El juego comenzaba.  Bajo la sombra del jardín, Jaime veía convertirse en seres con vida a todos sus soldaditos de plomo, oía los pequeños gritos de mando del capitán de su minúsculo buque, hablaba con el chofer de latón de su automovilito de carreras, y por último, entraba él mismo como pasajero a su tren de bolsillo.

La presencia natural del ángel daba a estos pequeños prodigios toda naturalidad.

III

Pero el ángel pobre era tan pobre que no tenía ni milagros.  Nunca había resucitado a ningún muerto ni había curado ninguna enfermedad incurable.  Sus únicas  maravillas, aparte de sus alas, consistían en esos pequeños milagros realizados con Jaime y sus juguetes.  Eran como las pequeñas monedas de cobre que le correspondían del colosal tesoro de los milagros.

Sin embargo, la gente no se cansaba de esperar el milagro estupendo, el gran  milagro que debía ser la explicación y el motivo de la presencia del ángel en el pueblo.

El hombre acostumbra considerarse como un niño mimado por lo divino.  Llega a creerse merecedor a la gracia, al amor de Dios, a los milagros.  Su orgullo le esconde sus pecados, pero cuando se trata de un favor sobrenatural entonces intenta cobrar hasta lo último de la misericordia divina.

Había algo de exigencia en la expectativa del pueblo.  El ángel era ya un orgullo local que no debía defraudar las esperanzas de la población.  Lo estaban convirtiendo poco a poco en algo así como un pájaro totémico.  Era casi una bestia sagrada.

Se organizaron sociedades para cuidar al ángel.  La Municipalidad dio decretos en su honor.  Se le remitían los asuntos locales para su solución.  Por último, hasta se le ofreció el cargo de Alcalde.

Todo en vano.  El ángel lo desechaba todo disimuladamente.  Nada le interesaba, según parecía.  Sólo daba muestras de una entrañable afición a la jardinería.

IV

Cuando Don José se decidió a tener una entrevista con el ángel algo serio sucedía.

El ángel entró sonriendo a la oficina.  Limpió a la puerta el lodo de sus zapatones oscuros, se sacudió las alas y se sentó frente al señor Ortiz.

Don José estaba visiblemente molesto.  Sus ojos bajaron varias veces ante la vista del ángel.  Pero al fin, con una mueca lastimosa, principió:

─”Bueno, mi amigo, yo nunca le he llamado a usted para molestarlo en nada, pero ahora quiero hablarle de un asunto que para nosotros es muy importante”.

Tos.  Pequeña sonrisa.

─”Se trata, ─prosiguió─ de que desde un mes a esta parte nuestros negocios han venido tan mal que, francamente hablando, estoy al borde de la quiebra.  La Compañía Eléctrica que, como usted sabe, constituye mi única fortuna, ha fracasado totalmente y pasará a manos del Estado.   Lo que el gobierno me reconozca apenas bastará para cubrir mis deudas.  Ante esta perspectiva, me he atrevido a llamar a usted  para suplicarle que nos consiga, aunque sea prestada, mi amigo, alguna platita, algo que nos saque de este apuro…”

El ángel, muy serio, se sacó las bolsas de su overol.  Un pedazo de pan, una aguja de tejer, un trapo, varias semillas secas y un silbato viejo.

Don José le lanzó una mirada extraña y dijo:

─”Ya sé que usted no tiene nada, pero puede pedir… yo no sé… un poco de plata, de oro, algún milagrito, mi amigo.  Algo sencillo, que no lo comprometa…  Además, nosotros no diremos ni media palabra…. Así se arreglaría toda esta situación y usted podría seguir muy tranquilo viviendo con nosotros como hasta ahora, mi amigo”.

Don José tenía la cara roja de vergüenza.  Pero estaba agradecido a jugarse el todo por el todo.  Él era decente, lo sabía muy bien, y era correcto y era honrado, pero también era práctico.  Tengo que ser práctico y hablar claramente, se decía.  Al pan, pan.

─”Ya ve, nosotros nunca le hemos pedido nada.    Jamás le hemos molestado, no es cierto?   Pero ahora la familia necesita arreglar este asunto, tener un poco de “flojera”, para seguir viviendo, para seguir sirviendo a Dios, mi amigo…”

Dónde había oído Don José esta frase de “seguir sirviendo a Dios”, que por primera vez pronunciaban sus labios?     Ah!  Sonrió por dentro.   El cura… aquella misa cantada…. El sermón!

El ángel se puso definitivamente serio.  Su mirada era fija, directa.

─”José, ─dijo muy despacio─ ya que usted quiere que hablemos francamente, vamos a ello.  Cuando yo le dije a su señora que yo era un ángel pobre, era porque en realidad soy un ángel y soy pobre.  Es decir, la pobreza es una cualidad de mi ser.  No tengo bienes terrenales ni puedo tenerlos.   Tampoco puedo darlos.  Eso es todo”.

Pausa.  Con la mirada más fija aún, continuó:

─”No obstante como yo les estoy sumamente agradecido y veo que la vida está  muy dificultosa para ustedes, les libraré de ella con muchísimo gusto, si ustedes lo desean.

─”Cómo? Qué dice?”

─”Pues que como la vida les está siendo tan desagradable, puedo conmutarles por gracias especiales lo que ustedes ganarían ofreciendo esas penalidades a Dios y suprimirles la existencia terrenal”.

─”Es decir, lo que usted se propone es matarnos?”.

─”No.  No lo diga así con lenguaje pecaminoso.  Simplemente se trata de quitarle la vida a usted y a su familia.  Desde hace algún tiempo,  José, he venido pensando llamar a usted para hacerle este ofrecimiento, pues yo les debo a ustedes muchos favores y finezas.   Y ahora, en estas circunstancias, sería la solución de todas las dificultades de su familia”.

Los ojos de Don José se encendieron.  Su boca estaba seca.

─”Cómo va a creer ─gritó─.   Yo entiendo que usted quiere morirse porque usted vive en la otra vida y, porque, además, usted no se puede morir!; pero nosotros, eso es diferente!”

─”Es natural su defensa natural, José.  Su vida pide la vida, yo lo sé, pero reflexione que ésta es una doble oportunidad; la oportunidad de  librarse para siempre de esos apuros materiales que tanto le intranquilizan, y la oportunidad de morirse santamente.  Es ventajosísimo.  Yo les fijaré el día y la hora de sus muertes, y ustedes arreglarán perfectamente, y con mi ayuda, sus cuentas con Dios.  Yo seré un guía para sus almas.   Y no se preocupe por la muerte: yo soy un experto en el asunto pues fui discípulo del Ángel Exterminador”.

Don José estaba furioso.  Sin contenerse gritó:

─”No  señor, de ninguna manera!  Mi vida vale mucho, mucho más de lo usted piensa.  Eso que usted me propone es un atrevimiento, una barbaridad, un homicidio….  un homicidio premeditado, eso es”.

─”Las muertes de todos los hombre son, José, otros tantos homicidios, solamente que no son delitos ni pecados porque son realizados por Dios.  Ustedes los hombres son tan pretensiosos que llegan a creer que sus vidas son de ustedes!  La muerte es necesariamente deseada por el hombre justo.  El suicidio sería la solución más lógica y el fin más inteligente de las vidas de todos los hombres lógicos e inteligentes, si el suicidio fuese permitido por Dios”.

─”Bueno! Suficiente!  No quiero nada con usted”.

 V

Los once años de Jaime vieron de otra manera el asunto.

─”Ángel, mátame hoy ─le decía─,   mátame bajo tus rosales japoneses, de un solo golpe de ala”.

VI

Murió el niño.  El ángel extendió sus alas sobre él durante la misteriosa agonía.   Era una muerte suave, una muerte de pájaro.   Una muerte que entraba de puntilla y sonriendo.

Cuando todo había terminado tan silenciosamente, la fuerza de la muerte invadió la casa.   Un enorme recogido comprimido estalló en el aire de la muerte.  La casa entera pujaba, se expandía.  Un olor indefinible cubrió los objetos: se abría una gaveta y salía de ella un perfume sobrenatural; los pañuelos lo teñían, y el agua y el aire lo llevaba.  Parecía un incienso ultratumba que denotaba el final de un rito desconocido y milagroso.

En el jardín, los lirios y las azucenas se pusieron más blancas, con un incontenible, un ilimitado color blanco.   Y los rosales japoneses ofrecieron cada cinco minutos una nueva cosecha de rosas encarnadas.

Don José se puso como loco.  Momentos antes de su muerte,  Jaime se le acercó para pedirle permiso de morir.  Por supuesto, le prohibió semejante locura.

Pero el niño ya tenía la vocación de la muerte, amaba la muerte con todas las fuerzas de su vida.

De nada sirvieron las protestas y las lágrimas de Doña Alba; y José no encontró amenazar con que amenazar a su hijo.

Por eso, su cólera ciega cayó sobre el ángel.   Salió a la plaza rodeado por los Concejales de la Alcaldía, y con lágrimas en los ojos se dirigió al pueblo en un discurso muy conmovedor, pidiendo justicia contra el ángel, a quien procesaría por asesinato premeditado, según dijo.

Pero ni el Juez ni los guardias se atrevieron a arrestar al ángel.

Fue el Alcalde quien tomó el asunto en sus manos notificando al ángel que debía abandonar la ciudad inmediatamente.

VII

A las doce del día, bajo el tremendo sol meridiano, salió el Ángel Pobre, más pobre, y más ángel que nunca, del hogar Ortiz Esmondeo.

Por las calles polvorientas del pueblo iba arrastrando sus alas sucias y quebradas.  Los hombres malos de los talleres de la Compañía Eléctrica se le acercaron en grupo, y con bromas obscenas le arrancaron las plumas.  De los alones del ángel  brotaba una sangre  brillante y dolorosa.

Pero al llegar al puente, los muchachos del pueblo que allí estaban, se arrodillaron en línea llorando.

El ángel pasó levantando sobre sus cabezas su alón sangriento y uno por uno fueron cayendo muertos.


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UN SEÑOR MUY VIEJO CON UNAS ALAS ENORMES

Gabriel García Márquez

 Al tercer día de lluvia habían matado tantos cangrejos dentro de la casa, que Pelayo tuvo que atravesar su patio anegado para tirarlos al mar, pues el niño recién nacido había pasado la noche con calentura y se pensaba que era a causa de la pestilencia.  El mundo estaba triste desde el martes.   El cielo y el mar eran una misma cosa de ceniza, y las arenas de la playa que en las noches de marzo fulguraban como polvo de lumbre, se habían convertido en un caldo de lodo y mariscos podridos.  La luz era tan mansa al  mediodía, que cuando Pelayo regresaba a la casa después de haber tirado los cangrejos, le costó trabajo ver qué era lo que se movía y se quejaba en el fondo del patio.   Tuvo que acercarse mucho para descubrir que era un hombre viejo, muy viejo, que estaba tumbado boca abajo en el lodazal, y que a pesar de sus grandes  esfuerzos no podía levantarse, porque se lo impedían sus enormes alas.

Asustado por aquella pesadilla, Pelayo corrió en busca de Elisenda, su mujer, que estaba poniéndole compresas al niño enfermo, y la llevó hasta el fondo del patio.  Ambos observaron el cuerpo caído con un callado estupor.  Estaba vestido como un pordiosero.  Le quedaban apenas unas hilachas descoloridas en el cráneo pelado  y muy pocos dientes en la boca, y su lastimosa condición de bisabuelo ensopado lo había desprovisto de toda grandeza.  Sus alas de gallinazo grande, sucias y medio desplumadas, estaban encalladas para siempre en el lodazal.  Tanto lo observaron, y con tanta atención, que Pelayo y Elisenda se sobrepusieron  muy pronto del asombro y acabaron por encontrarlo familiar.  Entonces se atrevieron a hablarle, y él les contestó en una dialecto incomprensible pero con una buena voz de navegante.  Fue así como pasaron por alto el inconveniente de las alas, y concluyeron con muy buen juicio que era un náufrago solitario de alguna nave extranjera abatida por el temporal.  Sin embargo, llamaron para que lo viera a una vecina que sabía todas las cosas de la vida y de la muerte, y a ella le bastó con una mirada para sacarlos del error.

─Es un ángel ─les dijo─.   Seguro que venía por el niño, pero el pobre está tan viejo que lo ha tumbado la lluvia.

Al día siguiente todo el mundo sabía  que en la casa de Pelayo tenían cautivo un ángel de carne y hueso.  Contra el criterio de la vecina sabia, para quien los ángeles de estos tiempos eran sobrevivientes fugitivos de una conspiración celestial, no habían tenido corazón para matarlo  a palos.  Pelayo estuvo vigilándolo toda la tarde desde la cocina armado con un garrote de alguacil, y antes de acostarse lo sacó a rastras del lodazal y lo encerró con las gallinas en el gallinero alambrado.   A media noche, cuando terminó la lluvia, Pelayo y Elisenda seguían matando cangrejos.   Poco después el niño despertó sin fiebre y con deseos de comer.  Entonces se sintieron magnánimos y decidieron poner al ángel en una balsa con agua dulce y provisiones para tres días, y abandonarlo a su suerte en altamar.   Pedro cuando salieron al patio con las primeras luces, encontraron a todo el vecindario frente al gallinero, retozando con el ángel sin la menor devoción y echándole cosas de comer por los huecos de las alambradas, como si no fuera una criatura sobrenatural sino un animal de circo.

El padre Gonzaga llegó antes de las siete alarmado por la desproporción de la noticia.  A esa hora ya habían acudido curiosos menos frívolos que los del amanecer, y habían hecho toda clase de conjeturas sobre el porvenir del cautivo.   Los más simples pensaban que sería nombrado alcalde del mundo.  Otros, de espíritu más áspero, suponían que sería ascendido a general de cinco estrellas para que ganara todas las guerras.  Algunos visionarios recomendaban que fuera conservado como semental para implantar en la tierra una estirpe de hombres alados y sabios que se hicieran cargo del universo.   Pero el Padre Gonzaga, antes de ser cura.  Había sido un leñador macizo.  Asomado a las alambradas repasó en un instante su catecismo, y todavía pidió que le abrieran la puerta para examinar de cerca a aquel varón de lástima que más bien parecía una enorme gallina decrépita entre las gallinas absortas.   Estaba echado en un rincón, secándose al sol las alas extendidas, entre las cáscaras de frutas y las sobras del desayuno que le habían tirado los madrugadores.  Ajeno a las impertinencias del mundo, apenas si levantó sus ojos de anticuario y murmuró algo en su dialecto cuando el padre Gonzaga entró en el gallinero y le dio los buenos días en latín.   El párroco tuvo la primera sospecha de una impostura al comprobar que no  entendía la lengua de Dios ni sabía saludar a sus ministros.   Luego observó que visto de cerca resultaba demasiado humano: tenía un insoportable olor de intemperie, al revés de las alas sembrado de algas parasitarias y las plumas mayores maltratadas por vientos terrestres, y nada en su naturaleza miserable estaba de acuerdo con la egregia dignidad de los ángeles.  Entonces abandonó el gallinero, y con breve sermón previno a los curiosos contra los riesgos de la ingenuidad.  Les recordó que el demonio tenía la mala costumbre de recurrir a artificios de carnaval para confundir a los incautos.   Argumentó que si las alas no eran el elemento esencial para determinar las diferencias entre un gavilán y un aeroplano, mucho menos podían serlo para reconocer a los ángeles.  Sin embargo, prometió escribir una carta a su obispo, para que éste escribiera otra su primado y para que éste escribiera otra al Sumo Pontífice, de modo que el veredicto final viniera de los tribunales más altos.

Su prudencia cayó en corazones estériles.  La noticia del ángel cautivo se divulgó con tanta rapidez, que al cabo de pocas horas había en el patio un alboroto de mercado, y tuvieron que llevar la tropa con bayonetas para espantar el tumulto que ya estaba a punto de tumbar la casa.  Elisenda, con el espinazo torcido de tanto barrer basura de feria, tuvo entonces la buena idea de tapiar el patio y cobrar cinco centavos por la entrada para ver al ángel.

Vinieron curiosos desde muy lejos.  Vino una feria ambulante con un acróbata volador, que pasó zumbando varias veces por encima de la muchedumbre, pero nadie le hizo caso porque sus alas no eran de ángel sino de murciélago sideral.  Vinieron en busca de salud los enfermos más desdichados de la tierra: una pobre mujer que desde niña estaba contando los latidos de su corazón y ya no le alcanzaban los números, un portugués que no podía dormir porque lo atormentaba el ruido de las estrellas, un sonámbulo que se levantaba de noche a deshacer las cosas que había hecho despierto, y algunos otros de menor gravedad.  En medio de aquel   desorden de naufragio que hacía temblar la tierra, Pelayo y Elisenda estaban felices de cansancio, porque en menos de una semana atiborraron de plata los dormitorios, y todavía la fila de peregrinos que esperaban turno para entrar llegaban hasta el otro lado del horizonte.

El ángel era el único que no participaba de su propio acontecimiento.  El tiempo se le iba en buscar acomodo en su nido prestado, aturdido por el calor de infierno de las lámparas de aceite y las velas de sacrificio que le arrimaban a las alambradas.  Al principio trataron de que comiera cristales de alcanfor, que de acuerdo con la sabiduría de la vecina sabia era el alimento específico de los ángeles.   Pero él los despreciaba, como despreció sin probarlos los apetitosos almuerzos que le llevaban los penitentes, y nunca se supo si fue por ángel o por viejo que terminó comiendo nada más que papillas de berenjena.   Su única virtud sobrenatural parecía ser la paciencia.   Sobre todo en los primeros tiempos, cuando lo picoteaban las gallinas en busca de los parásitos estelaresque proliferaban en sus alas, y los inválidos le arrancaban plumas para tocarse con ellas sus defectos, y los menos piadosos le tiraban piedras tratando de que se levantara para verlo de cuerpo entero.  La única vez que consiguieron alterarlo fue cuando le abrasaron el costado con un hierro de marcar novillos, porque llevaba tantas horas de estar inmóvil que lo creyeron muerto.  Despertó sobresaltado, despotricando en lengua hermética y con los ojos anegados de lágrimas, y dio un par de aletazos que provocaron un remolino de estiércol de gallinero y polvo lunar, y un ventarrón de pánico que no parecía de este mundo.   Aunque muchos creyeron que su reacción no había sido de cólera sino de dolor, desde entonces se cuidaron de no molestarlo, porque la mayoría entendió que su pasividad no era la de un serafín en uso de buen retiro sino la de un cataclismo en reposo.

El padre Gonzaga se enfrentó a la frivolidad de la muchedumbre con fórmulas de inspiración de doméstica, mientras le llegaba un juicio terminante sobre la naturaleza del cautivo.   Pero el correo de Roma había perdido la noción de la urgencia.  El tiempo se perdía en establecer si el convicto tenía ombligo, si su dialecto tenía algo que ver con el arameo, si podía caber muchas veces en la punta de un alfiler, o si no sería simplemente un noruego con alas.  Aquellas cartas de parsimonia habrían ido y venido hasta el fin de los siglos, si un acontecimiento providencial no hubiera puesto término a las tribulaciones del párroco.

Sucedió que por esos días, entre muchas otras atracciones de feria, llevaron al pueblo el espectáculo errante de la mujer que se había convertido en araña por desobedecer a sus padres.   La entrada para verla no sólo costaba menos que la entrada para ver al ángel, sino que daban permiso para hacerle toda clase de preguntas sobre su penosa condición, y para examinarla al derecho y al revés, de modo que nadie pusiera en duda la verdad del horror.   Era una tarántula espantosa del tamaño de un carnero y con la cabeza de una doncella triste.   Pero lo más desgarrador no era su aspecto de  disparate, sino la sincera aflicción con que contaba los pormenores de su  desgracia.  Siendo casi una niña se había escapado de la casa  de sus padres para ir a un baile, y cuando regresaba por el bosque después de haber bailado sin permiso durante toda la noche, un trueno pavoroso abrió el cielo en dos mitades, y por aquella grieta salió el relámpago de azufre que la convirtió en araña.  Su único alimento eran las bolitas de carne molida que almas caritativas quisieran echarle en la boca.   Semejante espectáculo, cargado de tanta verdad humana y de tan temible escarmiento, tenía que derrotar sin proponérselo al de un ángel despectivo que apenas si se dignaba mirar a los mortales.  Además, los escasos milagros que se atribuían al ángel revelaban un cierto desorden mental, como el del ciego que no recobró la visión pero le salieron tres dientes nuevos, el del paralítico que no pudo andar pero estuvo a punto de ganarse la lotería, y el del leproso a quien le nacieron girasoles en las heridas.  Aquellos milagros de consolación que más bien parecían entretenimientos de burla, habían quebrantado ya la reputación del ángel, cuando la mujer convertida en araña terminó de aniquilarla.  Fue así como el padre Gonzaga se curó para siempre del insomnio, y el patio de Pelayo volvió a quedar tan solitario como en los tiempos en que llovió tres días y los cangrejos caminaban por los dormitorios.

Los dueños de casa no tuvieron nada que lamentar.  Con el dinero recaudado construyeron una mansión de dos plantas, con balcones y jardines, y con sardineles muy altos para que se metieran los cangrejos del invierno, y con barras de hierro en las ventanas para que no se metieran los ángeles.  Pelayo estableció además un criadero de conejos muy cerca del pueblo, y renunció para siempre a su mal empleo de alguacil, y Elisenda se compró unas zapatillas satinadas de tacones altos y muchos vestidos de seda tornasol, de los que usaban las señoras más codiciadas en los domingos de aquellos tiempos.  El gallinero fue lo único que no mereció atención.  Si alguna vez lo lavaron con creolina y quemaron lágrimas de mirra en su interior, no fue por hacerle honor al ángel, sino por conjurar la pestilencia de muladar que ya andaba como un fantasma por toda la casa.  Al principio, cuando el niño aprendió a caminar, se cuidaron de que no estuviera muy cerca del gallinero.  Pero luego se fueron olvidando del temor y acostumbrándose a la peste, y antes de que el niño mudara los dientes se había metido a jugar dentro del gallinero,  cuyas alambradas podridas se caían a pedazos.

El ángel no fue menos displicente con el niño que con el resto de los mortales, pero soportaba las infamias más ingeniosas con una mansedumbre de perro sin ilusiones, y esto le permitió a Elisenda dedicar más tiempo a los oficios de la casa.   Ambos contrajeron la varicela al mismo tiempo.  El médico que atendió al niño no resistió a la tentación de auscultar al ángel, y le encontró tantos soplos en el corazón y tantos ruidos en los riñones, que no le pareció posible que estuviera vivo.  Lo que más le asombró, sin embargo, fue la lógica de sus alas.   Resultaban tan naturales en aquel organismo completamente humanos, que no podía entenderse por qué no las tenían también los otros hombres.

Cuando el niño fue a la escuela, hacía mucho tiempo que la casa nueva se había vuelto vieja: El sol y la lluvia desbarataron el gallinero.   El ángel liberado andaba arrastrándose por todas partes como un animal moribundo.   Destruyó los sembrados de hortalizas.  Lo sacaban a escobazos de un dormitorio, y un momento después lo encontraban en la cocina.   Parecía estar en tantos lugares al mismo tiempo, que llegaron a pensar que se desdoblaba, que se repetía a sí mismo  por toda la casa, y la exasperada Elisenda gritaba fuera de quicio que era una desgracia vivir en aquel infierno lleno de ángeles.  En el último invierno  envejeció de un modo inconcebible.  Apenas si podía moverse, y sus ojos de anticuario se le habían nublado hasta el punto de que tropezaba con los horcones, y ya no le quedaban sino las cánulas peladas de las últimas plumas.  Pelayo lo envolvió en una manta y le hizo la caridad de llevarlo a dormir en el cobertizo, y sólo entonces advirtieron que pasaba las noches con calentura, quejándose con los quejidos sin gracia de los noruegos viejos.    Fue esa una de las pocas veces en que se alarmaron, porque pensaban que se iba a morir, y ni siquiera la vecina sabia había podido decirles qué se hacía con los ángeles muertos.

Sin embargo, no sólo sobrevivió a su peor invierno, sino que empezó a restablecerse con los primeros soles.   Se quedó inmóvil varios días en el rincón más apartado del patio, y era que los vidrios de sus ojos volvían  a ser diáfanos en diciembre, y que sus alas estaban echando plumas grandes y duras, plumas de pájaro viejo, que más bien parecían hechas para la muerte que para el vuelo.  A veces, cuando nadie lo oía, cantaba canciones de navegantes bajo las estrellas.

Una mañana, Elisenda estaba cortando rebanadas de cebollas para el almuerzo, y creyó que un viento de altamar había hecho saltar los cerrojos de los balcones y se había metido en la casa.   Entonces se asomó a la ventana del patio, y sorprendió al ángel en las primeras tentativas del vuelo.    Eran tan torpes, que echó a perder las hortalizas como si hubiera llevado en las uñas una reja de arado, y estuvo a punto de desbaratar el cobertizo con aquellos aletazos indignos que resbalaba n en la luz.   Pero logró ganar altura.   Elisenda exhaló un suspiro de descanso, por ella y por él, cuando lo vio pasar por encima de las últimas casas, sustentándose de cualquier modo con un azaroso aleteo de buitre senil.  Siguió viéndolo hasta cuando acabó de cortar la cebolla, y siguió viéndolo hasta cuando ya no era posible que no lo pudiera ver, porque entonces ya no era un estorbo en su vida, sino un punto imaginario en el horizonte del mar.  /1968, Barcelona.


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TRES CUENTOS HISPANOAMERICANOS Y SUS ANGELES

Roberto Carlos Pérez

Desde sus primeros brotes en el Romanticismo, pasando por la Vanguardia y el boom hasta llegar al presente, el cuento ha sido un género fundamental en la literatura hispanoamericana.

Con diferentes técnicas, que abrazan desde el más ortodoxo realismo hasta las más sorprendentes formas del realismo mágico, el cuento explora los conflictos sociales de Hispanoamérica, los dramas autóctonos y los universales, la fantasía y también las prisiones psicológicas que la anulan o la vuelven imposible en determinadas circunstancias. La madurez del género es en Hispanoamérica un hecho consumado.

Tres cuentos forman parte de esta tradición; cada uno pertenece a una época histórica y literaria diferente, pero comparten un tema: la figura del ángel caído, cuyo origen –hasta donde es posible trazarlo– se encuentra en el Antiguo Testamento. Ellos son «El ángel caído», de Amado Nervo (1870 – 1919), «El ángel pobre», de Joaquín Pasos (1914 – 1947), y «Un señor muy viejo con unas alas enormes», de Gabriel García Márquez (1927 – 2014). Los tres cuentos fueron escritos respectivamente durante el Modernismo, el período vanguardista y el del boom hispanoamericano.

LA CAÍDA

Si bien la figura del ángel aparece en casi toda la literatura religiosa, los ángeles de éstos tres autores latinoamericanos se afincan en la tradición judaico-cristiana. Es quizás el libro del profeta Isaías el que más se presta –y así lo atestiguan numerosas interpretaciones teológicas– a la idea de que éstos seres fueron expulsados de los parajes celestiales por desobedecer la autoridad divina. Y dice el libro de Isaías:  «¿Cómo caíste del cielo, estrella brillante, hijo de la Aurora? ¿Cómo tú, el vencedor de las naciones has sido derribado por tierra?».

Aunque el texto original haya sido escrito en hebreo, y tal vez viciado por sucesivas traducciones, las versiones en latín, tomadas de la Vulgata de San Jerónimo, traducen el epíteto «estrella brillante» como Lucifer, haciendo directa referencia al ángel caído de mayor jerarquía. Los padres de la Iglesia parecen haber sustentado el concepto del ángel caído en otro pasaje del profeta Ezequiel:

Desde el día en que fuiste creado, tu conducta había sido perfecta, hasta el día en que el mal se anidó en Ti…entonces te barrí de la montaña de Dios: liquidé al Querub, que vigilaba entre piedras de fuego. Estabas muy orgulloso de tu belleza: tu belleza te hizo perder la sabiduría; por eso te tiré al suelo, para que  fueras un espectáculo para los reyes de la tierra.

TRES CUENTOS: TRES ÁNGELES 

Figura central del Modernismo, Amado Nervo fue autor de una vasta obra poética, narrativa y ensayística. Nació en Tepic, México, en donde publicó sus primeros poemas modernistas, recogidos después en sus poemarios Perlas negras (1898) y en la colección póstuma Mañana del poeta (1938).

De joven se trasladó a la Ciudad de México y, posteriormente, en 1900, llegó a París como corresponsal para cubrir la Exposición Universal. Ahí conoció a Rubén Darío, de quien se hizo gran amigo. Su prosa es de un estilo transparente y muchos de sus cuentos, verdaderas piezas antológicas, contienen un sutil sentido del humor.

«El ángel caído» pertenece al volumen Cuentos misteriosos (1921) y narra la historia de un ángel que literalmente ha caído a tierra por retozar «más de la cuenta» sobre una nube. Es encontrado por un niño que decide llevárselo a casa. Su madre viuda y la hermana aceptan al visitante sin cuestionamientos, hecho que lo «naturaliza», pues pasa a ser un miembro más de la familia.

Aun cuando su trama presenta innovaciones importantes con respecto a la historia original, no cabe duda sobre el origen bíblico. La desviación, sin embargo, radica en que el ángel convive armoniosamente con todos los miembros de la familia y establece una estrecha relación con el niño y su hermana. Dado que parece compartir la inocencia de los pequeños y desear su bien, el ángel de Nervo es más un ángel protector, un ángel de la guarda y no uno de los seres rebeldes a los que la Biblia hace referencia.

Tal figura evoca a uno de los ángeles más conocidos del Antiguo Testamento: el arcángel Rafael, que aparece en el libro de Tobías. Dios le ordena a Rafael que acompañe a un joven del mismo nombre en la misión que su padre Tobit le había encomendado: la de reclamar una herencia en la ciudad de Media. Durante el viaje suceden acontecimientos que ponen en peligro la vida del muchacho. El arcángel lo salva y al final de la aventura, también sana la ceguera del padre.

Amado Nervo parece utilizar este entablado para insertar a su ángel en una modernidad que empezaba a cerrarse ante los milagros y los temas del Romanticismo europeo que ponían en contacto la realidad terrestre con el Más Allá. La naturalidad con que Nervo junta ambas esferas anuncia en cierto modo el realismo mágico que Miguel Ángel Asturias percibió en la realidad hispanoamericana.

El ángel de Nervo, cuya misión no es anunciar un plan divino o llevar a cabo una venganza, no esconde su identidad bajo un aspecto humano. Vale la pena recordar que en Tobías, Rafael no tiene alas, por lo tanto, pasa por mortal ante la familia y sus conocidos, tal como sucedió con los ángeles que habrían de destruir Sodoma y Gomorra.

Es evidente entonces que Nervo se vale de marcadas alteraciones para revertir el sentido demoníaco que la desobediencia de Lucifer había imprimido en los ángeles expulsados de la presencia divina. Este ángel no corrompe la inocencia de los niños, sino que hace precisamente lo contrario de lo que un ángel rebelde hubiese hecho. Cuando se creía que este ángel había encontrado un lugar definitivo en el mundo de los mortales, decide regresar a la presencia de Dios, no sin antes llevarse consigo a los dos niños y a su madre.

El terreno, pues, estaba preparado para que otro escritor y poeta, el nicaragüense Joaquín Pasos, escribiera su cuento más logrado: «El ángel pobre».

Pasos nació en la ciudad de Granada y perteneció al Movimiento Nicaragüense de Vanguardia. Con un lenguaje ágil y sonoro forjó –junto a Pablo Antonio Cuadra, Luis Alberto Cabrales, Manolo Cuadra y José Coronel Urtecho– una visión contemporánea de la gente y el paisaje nicaragüense. Dirigió diversas revistas literarias y humorísticas y fue coautor, al lado de José Coronel Urtecho, de la obra teatral Chinfonía Burguesa (1957). Murió en 1947, un año después de haber publicado uno de los más logrados poemas en lengua española del siglo XX: «Canto de guerra de las cosas».

«El ángel pobre» (1941), escrito veinte años después de «El ángel caído» de Nervo, muestra la imagen de un ángel ya inserto en el seno de una estructura social. Aunque el cuento es de un profundo sentido religioso, este ángel carece de la ingenuidad y el candor que distinguían al ángel de Nervo.

En su aspecto físico es un ángel degradado. Así lo atestigua la detallada descripción con que Pasos describe su figura, despojada de la belleza y armonía que caracterizaban a su antecesor. Tampoco tiene el poder de hacer milagros, pues al menos el ángel de Nervo sirve para transportar milagrosamente al niño y su familia al «azul luminoso». Estamos, por lo tanto, en presencia de un ángel cuyo aspecto y aparente comportamiento son más humanos que divinos.

Aunque el cuento de Pasos no ofrece ninguna explicación sobre los motivos que provocaron su caída, las correspondencias con el de Nervo son más que evidentes. Ambos ángeles sufren un accidente al caer a tierra, ambos pasan como un ser común en sus respectivos ambientes sociales, son introducidos por un niño a un entorno familiar y finalmente aceptados en éste sin ningún tipo de aclaraciones.

Pero si el ángel de Nervo muestra profundas modificaciones en comparación a la historia bíblica sobre la rebelión y la caída, el de Pasos se desvía aún más al colocar al suyo en un dilema moral. La historia narra el momento en que el papá del niño, don José Ortiz Esmondeo, al borde de la desesperación, le pide al ángel que obre un milagro para salvar de la bancarrota a la compañía eléctrica de la que es dueño. El ángel le responde que no tiene tal poder y que su única gracia es la de separar la vida de la muerte; por lo tanto, ofrece a don José privarlo a él y a su familia de la existencia. Furioso, don José lo echa de su casa.

A partir de este momento, Pasos comienza a desarrollar un aspecto fundamental de la ética cristiana: el ángel no puede llevar a cabo un acto que entraría en desobediencia con lo que la Iglesia llama una virtud: la largueza o desprendimiento. Si lo hiciera, estaría reforzando uno de los siete pecados capitales: la avaricia.

El marcado carácter religioso del cuento y también la ironía misma del  «bien» cristiano, son  evidentes en el acto final del ángel, quien libera al niño y a los demás muchachos del pueblo de caer víctimas del pecado, representado en la codicia. Así, les otorga la muerte, llevándose consigo la inocencia. El ángel sólo puede separar la vida de la muerte, pero en tal separación, escinde la virtud del pecado, y la vida terrenal –que sin niños no tiene futuro ni esperanza—de la eterna.

Con estos dos antecedentes Gabriel García Márquez escribe un cuento representativo del realismo mágico: «Un señor muy viejo con unas alas enormes», publicado en 1968 por Casa de las Américas.

Después de unas lluvias torrenciales, un extraño ser alado aparece en el patio de una casa. Su aspecto es el de un decrépito ser humano pero, a pesar de su figura, los vecinos, después de un largo debate, deciden que es un ángel caído del cielo. ¿Cómo llegó al pueblo o cuáles son los detalles de su caída? Una de las vecinas, después de mucho cavilar, dictamina que el ángel iba en busca del niño de la casa, quien había pasado la noche con fiebre, pero que la lluvia lo derribó a tierra. El cuento, como es típico en el autor colombiano, se sustenta en hiperbólicas imágenes, creando así un ambiente fuera de toda lógica.

Tanto el candor del ángel de Nervo, como los conflictos éticos del de Pasos se transforman, gracias al humor y las hipérboles de García Márquez, en un espectáculo circense. Ya no es un ángel en el completo sentido de la palabra, sino un hombre cuyas alas lo hacen lucir como un enorme murciélago o una gallina, de acuerdo a la descripción de algunos curiosos.

Por si fuera poco, el ángel es expuesto por los dueños de la casa como un espectáculo de feria por el que cobran entrada. Poco a poco los habitantes del pueblo concluyen que esa extraña criatura caída del cielo no es un ángel. Esta sospecha es respaldada por el sacerdote del pueblo, quien señala que las alas no son elemento suficiente para ser ángel.

Pero el enigmático visitante permanece fuera de tal polémica. Es un ángel «autista» o, cuando menos, está separado del pensamiento de los mortales que habitan el pueblo costeño. Tanto en el cuento de Nervo como en el de Pasos jamás se pone en duda el origen celestial de sus respectivos ángeles. Ambos lo aclaran al entrar en contacto con la gente.

En el cuento de García Márquez estamos, por el contrario, de cara a un ángel cuyo pensamiento, emociones y actos jamás son explicados por el narrador. Su imagen, a falta de la articulación racional que los ángeles previos poseen, es construida desde el punto de vista de los pobladores de una aldea pobre y subdesarrollada y, por lo tanto, altamente marginada de los privilegios que la modernización otorga.

Una de las tendencias del cuento es de «representar» sólo lo que es concebible dentro de un estado cultural y económico determinado. Por tanto, un pueblo subdesarrollado sólo puede tener ángeles en muy malas condiciones físicas y mentales, ángeles enfermos y carentes de poder. En este sentido, el ángel de García Márquez es secular, puestoque su cuento argumenta que toda racionalización es ideológica, incluyendo la bíblica.

El ángel no da ni otorga más que lo que ya existe en el imaginario de aquellos a quienes se les manifiesta. En el caso de esta población perdida en la costa colombiana, no ofrece nada más que un paréntesis a la monotonía. Así, una mañana se aleja tras alcanzar el vuelo tal y como lo hiciera un buitre, sin llevarse nada ni a nadie consigo, ni  transportar al cielo la inocencia al apartarla de la codicia mediante la muerte.

Es evidente que los tres cuentos parten de una «historia» –historia en el sentido estructuralista de la palabra–,es decir, un «discurso» literario previo, que en este caso es el Antiguo Testamento. Sobre esta historia, advierte el estructuralismo, se implanta un sistema–estético e ideológico– que modifica el material original. Tzvetan Todorov (1939), en «Las categorías del relato literario» (Análisis estructural del relato, Buenos Aires, 1974), afirma lo siguiente:

…es una ilusión creer que la obra tiene una existencia independiente. Aparece en un universo literario poblado de obras ya existentes y a él se integra. Cada obra de arte entra en complejas relaciones con las obras del pasado que forman, según las épocas, diferentes jerarquías.

De modo que si el Antiguo Testamento narra las causas de la caída de ángeles rebeldes, particularmente la de Lucifer, los cuentos de éstos tres autores hispanoamericanos comienzan precisamente donde termina el relato bíblico. El texto sagrado no brinda detalles seguidos a la expulsión. Hay un fin, un cese, y es aquí donde comienza el discurso narrativo de los tres relatos, que ya no suceden en el cielo, sino en la tierra.

Estos tres ángeles parecen alterar el deseo del demonio de perpetuar su reino del mal en el mundo. Ellos aparentemente trastocan esta idea y buscan su propia salvación a través de sus acciones valiéndose de los mortales, con la esperanza de regresar a la presencia divina. Existen, entonces, dos rebeliones. La primera ante Dios y, la segunda, ante el demonio.

 ÁNGELES VEHÍCULOS, ÁNGELES HEROICOS

De acuerdo al formalista ruso Vladimir Propp (1895 – 1970), en los cuentos folklóricos    –Morfología del cuento (1928)– el ángel es una variante de pájaro o de alfombra mágica, que sirve para transportar al héroe al otro mundo o, mejor dicho, a un nuevo espacio en donde el espíritu del héroe se transforma. Tal interpretación está apoyada en la forma con que las culturas primitivas enterraban a sus muertos.

Si nos atenemos a esta interpretación, el ángel no es más que un vehículo, ciertamente sagrado, pero vehículo al fin y por lo tanto, mero objeto, instancia mediadora, instrumento. Y dado que ninguno de los ángeles fabulados por nuestros tres autores es realmente un objeto, sino más bien protagonista o figura central de la trama, tenemos que aceptar que desde Nervo hasta García Márquez, la tradición cristiana sigue en pie, otorgándole un carácter psíquico al vehículo que supuestamente ha de transportar al héroe a su transformación y renacimiento. En otras palabras, el avance hacia la secularización que lleva a cabo García Márquez con su hombre viejo no es suficientemente drástica como para abolir el código o el imaginario cristiano.

Las diferencias de estos ángeles –que representan una desviación con respecto a la norma bíblica pero que siguen funcionando dentro de la ideología cristiana– están profundamente marcadas por el momento en que se conciben y se plasman en la escritura.

Es lógico decir que el límite del Modernismo está dado en la naturalización del Más Allá o de sus agentes, el límite de la Vanguardia en la profunda relación que empieza a vincular lo sagrado a las clases sociales, y durante la década de los setentas, tal límite queda marcado por el imborrable surco que existe entre lo sagrado y las sociedades poco afortunadas.

En realidad, García Márquez ahonda sobre la idea social que ya estaba planteada en Pasos, o mejor dicho, en la Vanguardia, cuya estética percibe los efectos de la destrucción masiva y los graves problemas de clases sociales que mantienen en jaque la idea de «nación». El deterioro del «ángel», de lo angélico o divino avanzó con el siglo XX, y mientras menos salvación tengamos los mortales, menores oportunidades de redimirse tendrán los alados rebeldes.

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Revista bimensual y digital que promueve las ideas, la creación y la crítica literaria. Fundada en 2004 por el escritor Sergio Ramírez