nicasio urbina

El canal interoceánico en la novela nicaragüense

29 noviembre, 2016

Nicasio Urbina

– El tema del canal interoceánico ha sido importante en la literatura nicaragüense. Funciona a varios niveles, ya que representa las aspiraciones del pueblo de Nicaragua y el uso potencial de su posición estratégica, pero es también una herida en el medio del cuerpo, es la entrega de la soberanía nacional, es la metáfora central de la pesadilla psicológica de la violación y la invasión extranjera, la intervención norteamericana y el canal interoceánico.


Actualmente el gobierno de Daniel Ortega ha concedido derechos a una compañía china para que construya el canal, el campesinado se ha levantado y ha efectuado hasta la fecha 47 marchas en contra de la construcción del canal, pero hasta el momento no se ha hecho nada para su construcción. El canal ha sido una quimera desde los tiempos del descubrimiento. El tema del canal aparece una y otra vez en la literatura y en la novela nicaragüense. A manera de ejemplo puedo citar la novela de Pedro Joaquín Chamorro Zelaya, El último filibustero (1930), la obra de Ernesto Cardenal, El estrecho dudoso (1966) los cuentos de Fernando Silva (1965), los artículos de Pedro Joaquín Chamorro recogidos en Los pies descalzos de Nicaragua (1976), o las novelas de Lizandro Chávez Alfaro, Trágame tierra (1969), Gioconda Belli, Waslala (1996), la de Ricardo Pasos Marciacq Rafaela Una sombra en la colina y nada más (1997), y la de Francisco J. Mayorga, La puerta de los mares (2001).

El concepto fundamental que empleo en este artículo lo debo al crítico norteamericano Eric Gould y su libro Mythical Intentions in Modern Literature. Más que en el estudio del mito, Gould se ha concentrado en el estudio de la calidad de lo mítico, la característica que define al fenómeno mítico, y a ese valor, a esa cualidad, le ha llamado la miticidad. Los postulados de Gould se inscriben dentro de la escuela semiótica y la lingüística moderna, partiendo del concepto de vacío que se da entre el significante y el significado. Ese vacío semiótico, sempiterno e inevitable, es el que constantemente estamos tratando de cerrar, de sobrepasar. Todas nuestras interpretaciones, nuestras elaboraciones teóricas, nuestras creaciones, van dirigidas al intento de llenar ese vacío inherente al lenguaje, y el mito es la función del lenguaje que intenta llenar ese vacío. Esa es para Eric Gould la función principal del mito:

Myth, as a narrative of archetypal significance, is not an objective fact, nor a mere focus on an informal primordial image, nor a matter of received knowledge, but a working proposition, an unfolding of understanding which persuades us of its logic. (44)

El mito, como narrativa de significación arquetípica, no es un hecho objetivo, tampoco es sólo el foco de una imagen primordial informal, ni un asunto de conocimiento recibido, sino una propuesta de trabajo, el desdoblamiento del entendimiento que nos convence de su propia lógica. (Traducción mía).

Eso es, una propuesta de trabajo que nos ayuda a asir el mundo, a instalarnos en un mundo variado de cosas que requieren interpretación, que clamar por ser entendidas y explicadas, o simplemente pensadas, pero que requieren de nuestra interacción. La miticidad es entonces la calidad que permite el desarrollo del mito, es la condición por medio de la cual un elemento cultural puede alcanzar niveles míticos.

Mythicity […] is not a simple aura surrounding some essential thing, not something instinctively known, but something discovered through a whole network of interpretations, in which the archetype and its discursive extension are impossible to differentiate. (32)

La miticidad […] no es una simple aura que rodea alguna de las cosas esenciales, no es algo instintivamente conocido, sino algo que se descubre a través de un sistema de interpretaciones, en el cual el arquetipo y sus extensiones discursivas son imposibles de diferenciar.

La miticidad está marcada por las características del lenguaje. El hecho de que el lenguaje tiene que recurrir constantemente a la metáfora y a la metonimia para expresarse, y de que la única forma que tenemos los seres humanos de buscar la verdad es a través del lenguaje, nos presenta ante la necesidad constante de interpretar y desconstruir, es decir, de tratar de rebasar el vacío del signo lingüístico, de tratar de llenar ese espacio con nuestras ideas y conceptos, con nuestras creencias y nuestra ideología, es decir, con nuestros mitos.

Cuando Cristóbal Colón llegó a las islas del Caribe y se dio cuenta que no era Cipango, su búsqueda se tornó hacia el paso a la Mar del Sur, en pos de la tierra de las Especierías, el pasaje que habría de facilitar la ruta al Oriente. Esta obsesión fue más tarde heredada por Gil González Dávila, Francisco Hernández de Córdoba, Martín Estete, Diego López de Salcedo, Gabriel de Rojas, Alonso de Calero y otros Conquistadores. Como dice José Coronel Urtecho en su prólogo «A propósito de El Estrecho Dudoso», «De modo que no fue el oro -esa sustancia mágica que desde luego enloquecía a todos- el móvil principal de la Conquista de Centroamérica, sino el Estrecho» (27).

Gil González Dávila llegó al hoy territorio de Nicaragua por el Océano Pacífico en 1522. Dice Francisco López de Gómara en un pasaje ampliamente conocido:

«Armó, pues, Gil González en Tararequi cuatro carabelas, basteciólas de pan, armas y mercerías; metió algunos caballos y muchos indios e españoles, llevó por piloto a Andrés Niño y partió de allí a 26 de enero del año sobredicho. Costeó la tierra que digo, y aun algo más, buscando estrecho por allí que viniese a esotro mar del Norte, ca llevaba instrucción y mandato para ello del Consejo de Indias. Andaba entonces el pleito y negocio de la especiería caliente, y deseaban hallar por aquella parte paso para ir a los Malucos sin contraste de portugueses, y muchos decían al rey que había por allí estrecho, según el dicho de pilotos» (207-208).

Ernesto Cardenal utiliza este material en el Canto VI de El Estrecho Dudoso:

estrecho-dudoso¡La mar del sur! ¡La mar del sur!
Gil González partió de San Lúcar con tres naos
a la mar del sur.
A descubrir el estrecho de la mar del sur.
……………………………………
A las cinco y media de la mañana partieron las naos.

Gil González presentó a Pedrarias en Panamá la cédula real
para que le entregara los navíos de Balboa

«todos los nabyos e fustas de dicho Vasco Núnez
para hazer el dicho descubrimiento»
(la Especiería). (55)

Gil González tuvo muchísimas dificultades para preparar su expedición. Ni Pedrarias ni las condiciones geográficas cooperaron en su empresa, y no fue sino tras muchos trabajos e intentos que logró hacerse a la mar. Recorrió la costa del Pacífico de lo que hoy es Costa Rica, descubrió el Golfo de Nicoya, entabló contacto con el cacique Nicoya y con el cacique Nicaragua y descubrió la Mar Dulce. Existe la leyenda de que al ver el inmenso Lago Cocibolca, Gil González pensó que se trataba de la Mar del Norte, hasta que su caballo se adentró en las aguas y bebió de ellas. Cardenal narra la historia de la siguiente manera:

Este pueblo del cacique Nicaragua
está a tres leguas de la costa del mar del sur
y junto a las casas está otra mar dulce y digo mar
porque crece y mengua y yo entré a caballo en ella y la probé
y tomé la posesión en nombre de Vuestra Magestad
y preguntando a los indios si se junta con la otra mar salada
dicen que no y cuanto nuestros ojos pudieron ver todo es agua
salvo una isla que está a dos leguas de la costa
y mandé entrar media legua en el agua en una canoa
para ver si el agua corría sospechando que fuese río
y no le hallaron corriente.
Los pilotos que llevaba certifican que sale a la mar del norte
y si es así es muy gran nueva
porque habia de una mar a otra
dos o tres legua de camino muy llano…

¡El Almirante de la Mar Dulçe! Gil González pide a su Magestad la merced
del Almirantazgo de la Mar Dulçe.
y de tres islas
en la dicha Mar Dulçe
para él y sus herederos y descendientes. (59-60)

Todo esto lo ha dejado anotado Gil González en su carta al Rey, fechada en Santo Domingo, 6 de marzo de 1554. A partir de la incursión de Gil González se intenta encontrar la ruta por el Océano Atlántico, pero un error de cálculo lleva a los Conquistadores a buscalo por el Golfo de Honduras, situado entre los cabos de Honduras y Gracias a Dios, en la frontera entre Nicaragua y Honduras. El equívoco, según lo explica Eduardo Pérez Valle, radica en la confusión de la Mar Dulçe con la laguna de Caratasca, «que, efectivamente, vierte sus aguas en el Golfo de Honduras, un poco al Noroeste del cabo Gracias a Dios»(32).

Así empieza la fiebre de la búsqueda del estrecho. Todos los capitanes se afanan por ser los descubridores de lo que para los Reyes, era la principal prioridad y la verdadera razón del descubrimiento. Cardenal versifica esa situación al comienzo del canto séptimo:

Gil González fue a las Hibueras a buscar el Estrecho
y Cortés envió a Olid por mar a las Hibueras
y a Alvarado por tierra (a buscar el Estrecho)
y Olid se levantó contra Cortés en las Hibueras
y Cortés envió contra él a Francisco de las Casas
y como no sabia de de las Casas fue él mismo a las Hibueras
y Pedrarias envió a Hernández de Córdoba tras Gil González
y después fue él mismo detrás de Hernández de Córdoba.

Todos los ejércitos convergían en esas «Higüeras»
(Honduras) buscando el estrecho. (63)

El descubrimiento del verdadero Desaguadero se debe en realidad a Ruy Díaz, Sebastián Benalcázar y Hernando de Soto, bajo la gobernación de Francisco Hernández de Córdoba. Cardenal no presta mucha atención a la contribución de estos hombres, limitándose a decir en el Canto IX:
Pedrarias envió a Francisco Hernández de Córdoba
al «Estrecho Dudoso»
con caballos y ballesteros a conquistar y pacificar
las tierras de Nicaragua, y descubrir otras…(75)
Pero el hecho es que Ruy Díaz fue aparentemente el primero en encontrar la boca del Desaguadero, remontándolo hasta el raudal del Castillo. Sebastián de Benalcázar logró llegar hasta el río Machuca, y de la expedición de Hernando de Soto no quedan muchos detalles.

tragame-tierraAhora bien, Lizandro Chávez Alfaro utiliza en forma magistral, el tema de la construcción del canal interoceánico por Nicaragua, en su excelente novela Trágame tierra (1969). A lo largo de sus doscientas ochenta y dos páginas se percibe la presencia de este motivo como elemento central de la fábula. La vida de Plutarco Pineda está marcada por la construcción del canal, su vida ha sido una larga espera que finalmente se ve frustrada al tener que vender su terreno en la margen del Río San Juan, para salvar a su hijo, Luciano Pineda, de la cárcel. «La Gloria» era el nombre del «terreno que cubría una legua en la margen septentrional del Río San Juan» (14). Pero para Plutarco Pinera el nombre que le había dado era más que alegórico: ese pedazo de tierra representa en la novela el Paraíso Perdido y la Tierra Prometida que algún día había de valer millones. Era la esperanza abierta a todas las posibilidades, «La Gloria» como la Gloria Divina en la teología cristiana, representa para Plutarco Pinera la última esperanza, el fin y el principio de una nueva vida. Eso piensa Plutarco Pineda mientras se desliza sobre las aguas del río: «Todo cambiaría, todo, si aquellos se animaran a decir «ahora». Esta gente; todo cambiaría… la tierra entera se levantaría a ver el país transfigurado» (93). Ante los ojos de Plutarco Pineda la construcción del Canal y sus constructores alcanzan proporciones míticas, se ven idealizados por una imaginación que lo espera todo de ellos:

«Los zacatales, los manglares, la manigua indolente abrazada a bejucos, serpientes, pájaros, huevos, flores, alimañas, en monstruosa inutilidad, era barrida ante sus ojos, entre cristalizados y alumbrados por el resplandor de lo que veía: ellos, corpulentos, dorados por el sol, pulcramente vestidos de caqui, habían llegado a ejecutar las tres palabras. Tenían todo preparado. Montados en helicópteros hacían oír su voz tonante para dirigir los escuadrones de tractores. La tierra quedaba rasurada, lista para el milagro. Surgían malecones, terraplenes, ferrovías y locomotoras, presas, exclusas, todo para que el agua corriera por su altar, venerada y prodigiosa. Luego los barcos navegando a toda velocidad, respetuosos, adornados con banderolas, y nosotros viéndolos pasar desde casitas de madera, pintadas de blanco, refrigeradas, con un jardincito por delante, para que nuestros hijos rieran libremente, dueños de un envidiable patrimonio, nacidos en la riqueza, o en todo caso bajo la bienhechora influencia de la riqueza» (93-94).

Entre el Canal histórico y el que se da continuamente en la imaginación de Plutarco Pineda hay un espacio muy grande, una distancia similar a las distancia que se da entre el signo y su significación, es el espacio ontológico del que habla Eric Gould en su libro Mythical Intentions in Modern Literature. Es en este espacio, en este vacío entre la palabra y el hecho consumado, entre el significado y el significante, donde se da la miticidad del lenguaje y donde la novela realiza su propia miticidad. Esta relación entre mito y realidad, entre lenguaje y significación, se ve claramente en la concepción que Plutarco Pineda tiene de la construcción del Canal. Para el personaje, lo único que hace falta es que los norteamericanos pronuncien las tres palabras mágicas. En el acto de la enunciación se materializará el hecho. De forma análoga a como ocurre en el Génesis, donde basta decir «Hágase la luz» para que la luz se haga, para Plutarco Pineda basta que los norteamericanos digan «hágase El Canal» (93), para que todo se transforme y la riqueza y la prosperidad invadan al país. La confianza del protagonista en el lenguaje funciona como modelo para poner de relieve la verdadera infidencia del lenguaje. «Mañana van a decir «hágase», y para hacerlo tiene que pedirle permiso al dueño de ese título que tiene en la mano», le dice a Erasmo Castellón, «Hasta los venados de la vega del Río San Juan saben que El Canal existe; saben que un día lo van a ver pasar como me han visto pasar a mí» (215). En esta aparente hipérbole se cifra la convicción del protagonista, su deseo de creer y el poder conferido al lenguaje como instrumento de esa creencia, como prueba (tautológica) de la razón de creer, del derecho de creer. Porque como dijera el narrador en el momento en que Castellón firmaba la escritura de hipoteca: lo hacía «con la misma osadía y fascinación que, en su juventud, el viejo había firmado su derecho a creer en El Canal» (228). Sin esa fe no hay miticidad posible, sin la creencia en la validez de la leyenda no hay mito

El hecho que el lenguaje alude a una realidad ficticia, imaginística (si me permiten el neologismo), y puramente semiótica, es uno de los puntos principales sostenidos a todo lo largo del discurso de Trágame tierra. Este hecho explica de una manera dialéctica la mitificación de la imagen de Sandino en la novel y el cambio de nombre del personaje Ronald por Luciano. Al rechazar el nombre que le había dado su padre al nacer, Luciano rechaza la imagen ficticia y manufacturada que su padre se había hecho de él y de su vida, de su futuro.

«Entonces Ronald tampoco tendría accesos de furia y reclamación, porque habría la abundancia y la paz necesarias para que el muchacho fuera un profesional, competente -«competente» era la palabra que mejor se acoplaba a su idea de sosiego-; posiblemente hasta sería un piñón de cierta importancia en el colosal engranaje de la construcción El Canal» (94).

El rechazo del nombre propio apunta a un rechazo más general del lenguaje, y éste a un rechazo de la realidad que le sirve de referente. La importancia de esta premisa alcanza toda su significación cuando la superponemos a la actitud lingüística de la novela en general, donde se da una continua desconfianza en el lenguaje. Chávez Alfaro se empeña en llevar a cabo una desarticulación del lenguaje, disociar sus relaciones naturales y establecidas para desenmascarar los mecanismos del lenguaje, su capacidad para crear una realidad artificial y diferente. Las descripciones del narrador, tanto como las percepciones de los personajes (cada una mediatizada por su propia perspectiva) se ven subrayadas por este propósito desconstruccionista frente al lenguaje.

La puerta de los mares gira en torno al canal interoceánico por Nicaragua, y tiene como uno de sus personajes principales a Rubén Darío. La novela abarca el período entre 1894 y 1916, los años de mayor actividad en la vida de Darío, y los años de gobierno del dictador José Santos Zelaya que van de 1893 a 1910. En esta novela se conjugan por tanto dos temas míticos de la literatura nicaragüense. La novela empieza en una recepción en León en 1894 en casa de la familia Centeno. La entrada del General Zelaya, quien es por supuesto el invitado de honor, causa revuelo. Veinte páginas después, en la sección IV del primer capítulo hace su entrada Rubén Darío.

la-puerta-de-los-maresDe pronto se hizo un pequeño torbellino humano en el salón de entrada. Las señoras y aún las jovencitas que bailaban despreocupadas del drama revolucionario que abatía a la gente mayor, caminaron dando saltitos hacia el grupo que se formaba precipitadamente en un extremo del salón. En cosa de minutos, la mayoría de los caballeros que rodeaban a Zelaya se deslizó con disimulo para integrarse al grupo en cuyo vórtice se encontraba un joven mestizo de cejas pobladas y labios rosados carmines que sonreía mientras atendía las peticiones de las damas.
Extrañado y molesto por haber dejado de ser el centro de atención al que ya estaba acostumbrado, el general Zelaya preguntó sin dirigirse a nadie.
-¿Quién es ese joven que ha acaparado la atención de todos esos serviles que ya me estaba empezando a aburrir con sus preguntas idiotas?
Es el hombre más inteligente de Nicaragua – respondió entre admirado y distraído el edecán.
Zelaya arqueó las cejas y mientras se reacomodaba las charreteras con un leve movimiento de hombros, viró la cabeza hacia el edecán y le clavó los ojos con un gesto aireado, casi ofendido.
-Perdón, excelencia, perdón. No quise decir… -tartamudeó el oficial-. Es Rubén Darío, señor, el poeta leonés Rubén Darío. (24-25)

Esta escena inaugural del encuentro entre los dos hombres más importantes de Nicaragua en ese momento refleja por un lado la megalomanía de Zelaya, y por otra la popularidad de Darío. Hay que anotar que La puerta de los mares es también una crítica a la dictadura de José Santos Zelaya, que en su momento encarceló injustamente al Lic. Fulgencio Mayorga, abuelo del autor. Por tanto no es de extrañar que las representaciones de Zelaya sean hasta cierto punto parciales. Zelaya al verse desplazado por Darío lo hace llamar porque quiere conocerlo, y empiezan ambos un diálogo cortés mientras el dictador lo está analizando. El narrador omnisciente pasa a veces de la narración focalizada en la mente de Zelaya a la narración con grado cero de focalización, dando opiniones sobre el físico de Darío, y sobre su fama y prestigio. Estos comentarios del narrador ya demuestran la impronta de la miticidad de Darío como se refleja en la frase “Darío era una leyenda viviente en Hispanoamérica a pesar de que tenía solamente veintisiete años” (26). A continuación Zelaya le dice que quiere hacer de Nicaragua una gran nación, y le pregunta ¿Qué debo de hacer para convertir a Nicaragua en una gran nación? (27). La respuesta de Darío es que debe construir el canal interoceánico. Siguen conversando y finalmente Zelaya le da cita al día siguiente en su despacho. La conversación en la oficina del ciudadano presidente, como se hacía llamar Zelaya, abarca nueve páginas en las que discuten muchos detalles sobre la historia y los estudios sobre el canal de Nicaragua. Zelaya queda sorprendido de los conocimientos de Darío sobre el tema, y de los consejos estratégicos que le da acerca de cómo manejar las complejas negociaciones con Francia, Inglaterra y los Estados Unidos. Al final de la entrevista Zelaya le pregunta: “Si usted fuera mi embajador en París, ¿cree que podría negociar con los franceses para que vengan a construir el Canal de Nicaragua?” (61).

Mayorga nos presenta entonces en 1894 a un Darío que ya es famoso en Hispanoamérica, que resulta ser un gran estratega y consejero político, que tiene amplios conocimientos de los planes y estudios que se han hecho para la construcción del canal, y que sale de Nicaragua en dirección a París con el rango de embajador. La realidad es que en 1894 Darío estaba en Buenos Aires como cónsul de Colombia en esa ciudad. Aunque ya había publicado Azul… que sin duda lo dio a conocer en Hispanoamérica y en España, estaba todavía lejos de ser “una leyenda”. Ni siquiera había publicado Prosas Profanas y Los Raros, dos libros que consolidaron su fama, pero que no vieron la luz hasta 1896. Su primer viaje a París lo va a hacer en camino a Buenos Aires para tomar posesión del consulado de Colombia. Recordemos que en ese tiempo Colombia estaba negociando la construcción del canal a través de la provincia de Panamá, de forma que al ser Darío Cónsul de Colombia en Buenos Aires no puede estar negociando la construcción del canal por Nicaragua. En la esquela que escribe Darío a la muerte de Rafael Núñez, el presidente de Colombia que lo nombró cónsul dice: “Núñez, a pesar de su carácter sajón, era muy amigo de Francia y partidario del canal” (La Razón, Montevideo, 4 de octubre 1894, p. 2 c. 2). Darío regresará a Francia en el año 1900, enviado por La Nación a la Exposición Universal. En 1903 Zelaya lo nombra Cónsul de Nicaragua en París y le asigna un sueldo de doscientos cuarenta francos. En 1906 el dictador lo nombra Secretario de la Delegación a la Conferencia Panamericana de Río de Janeiro. En 1907 regresa a Nicaragua y es recibido con todo los honores. Los amigos de Darío allegados al régimen de Zelaya cabildean para que se le nombre Ministro de Nicaragua en España. El presidente Zelaya se resiste bajo el razonamiento de que, “El señor Darío no deja la bebida. Es que ya ven ustedes que el señor Darío está siempre ebrio, y cómo va a representar bien a nuestro país así” (Torres, 333). Finalmente firma el nombramiento el 21 de diciembre de 1907, y le asigna sesenta libras esterlinas mensuales de sueldo, aduciendo que para un poeta es más que suficiente. A pesar de las gestiones de Francisco Castro para que Zelaya lo nombre Ministro Plenipotenciario en Madrid, un nombramiento con más rango, nunca lo hace. Al caer José Santos Zelaya, su sucesor, José Madriz lo nombra delegado de Nicaragua en las celebraciones de centenario del Grito de Dolores en México. Desgraciadamente Madriz es depuesto cuando Darío está en Veracruz y su presencia en la ciudad de México ya no es oficial. Vemos pues aquí la confluencia de dos temas importantes en la narrativa nicaragüense de los últimos 50 años: Rubén Darío y el canal interoceánico.

En Rafaela. Una danza en la colina y nada más (1997), la novela de Ricardo Pasos Marciacq, tenemos una recreación de la vida en El Castillo y la biografía de Rafaela de Herrera y Sotomayor. En una novela histórica de grandes proporciones, Ricardo Pasos nos presenta el mundo de El Castillo y Granada en la segunda mitad del siglo XVIII, mostrando el abandono en que mantenían el Río San Juan y el continuo acecho por parte de los ingleses, los zambos y los misquitos. Esta novela revela la ingratitud de la historia, la soledad y la tristeza de Rafaela, las pobrezas que tuvo que pasar después de los hechos gloriosos de 1862, y el final desconocido de la gran defensora del Desaguadero.

Desde muy temprano en la novela se discute la posición estratégica del río San Juan, y se hace énfasis en el dominio de Nicaragua sobre las islas de San Andrés y Providencia. En una conversación que sostiene Rafaela con el fraile Gerardo de Molina se expresa la idea del canal interoceánico:

rafaelaDoña Beatriz también me cuenta en mis clases de historia como Oliverio Cromwell hace cien años lanzó a Inglaterra a los mares para apoderarse de la isla de Jamaica y de La Habana, en 1655, logrando hacerlo solamente con Jamaica, para desde ahí luego lanzar sus huestes hacia la conquista de Portobelo en Panamá, y sobre todo de este río San Juan de la Provincia de Nicaragua, porque tenía la descabellada idea de unir los dos océanos a través de este río. ¡Tan bello este río!, ¿verdad?
-Así fue, Rafaela, pero mucho ojo con lo que dice la jovencita, porque he de decirle que, ahora más que nunca, la misma España sueña con poder hacer un pase desde aquí hasta la Mar del Sur. Además, España siempre ha estado advertida sobre la enorme importancia de ese canal por este Desaguadero, porque eso es lo que es este río, un desaguadero hacia la mar de todas las aguas que provienen de estos contornos, sobre todo las que vienen de los ríos de la Provincia de Costa Rica. (32)

Vemos pues, en boca del capellán de la fortaleza, los deseos y sueños de España de convertir al río San Juan en una ruta interoceánica, motivados por sus riquezas y valores. A lo largo de toda la novela está presente el mito del canal interoceánico, actuando como objeto de deseo, tanto para los bucaneros europeos al servicio de la corona inglesa, como para los españoles, como para la burguesía granadina, dedicados comerciantes. Por eso es pertinente la declaración de Fray Gerardo de Molina:

Lo que pasa es que somos muy duros de cerviz. ¿Se imagina jovencita las enormes posibilidades que se abrirían para el comercio entre Oriente y Occidente? Los españoles que habitan Granada aman este proyecto, porque ellos, al fin y al cabo, no saben hacer otra cosa que ser comerciantes. (32)

Sin embargo el sueño buscado, el amado canal interoceánico no se llega a cristalizar. España nunca se decide a invertir los recursos necesarios para dicha empresa, y la tecnología del momento hacía aún más difícil llevar a cabo una obra de tal envergadura. Don Andrés de Goyeneche expresa este sentimiento de culpabilidad cuando en su viaje de regreso de España a bordo de la San Silvestre le dice a Don Jacobo, el capitán de la nave:

Además, usted sabe que nuestra Madre Patria, en el fondo, tiene una gran conciencia de culpa por haber desperdiciado, durante años, una gran oportunidad para conectar los dos océanos por ese Desaguadero de la Provincia de Nicaragua. (184)

“Conciencia de culpa”, “desperdicio”, dos ideas que los nicaragüenses llevan en su mente cada vez que hablan de Río San Juan. Toda la potencialidad del país, su posibilidad de futuro, y hasta el fracaso cíclico de sus empresas, están ligados de una forma u otra a este canal interoceánico, a este Desaguadero. Estas palabras de don Andrés expresan, por un acto de ventriloquía, la frustración del nicaragüense con respecto al canal. La ficción histórica nos brinda aquí una proyección hacia el futuro, enunciando una ansiedad que habrá de marcar toda la historia de Nicaragua y su cultura.

Rafaela es una novela muy compleja e interesante, retratando a la sociedad nicaragüense con todos sus vicios y sus virtudes. Su objetivo es iluminar la biografía de la más grande heroína que ha dado la nación, mostrar la ingratitud del gobierno colonial para con su servidores, y retratar el racismo y la discriminación que se ejercía durante la Colonia entre sus habitantes. El gran pecado de Rafaela Herrera es no ser hija verdadera de Don Rafael de Herrera, y ese misterio servirá como acertijo durante gran parte de la novela, manteniendo el suspenso en el lector. En una sociedad como la de aquel entonces, la pureza de sangre, la hidalguía y la herencia, eran elementos fundamentales en la posición de alguien en la sociedad. Nada escapaba el agudo ojo de los veedores, y es por eso que Rafaela no logra mantener la posición que la historia le había conferido. El otro elemento que entra en juego en esta ecuación es la problemática de género, ya que su condición de mujer impide que se le reconozca el valor de su gesta y se minimice la importancia de su defensa de El Castillo. Sólo su matrimonio con Pablo de Mora convalida su situación de mujer, pero la relega a una vida doméstica de privaciones y pobrezas, enardecidas por el nacimiento de dos hijos cuadrapléjicos. Esos dos signos estampados en la figura de Rafaela contrarrestan e invalidan su importante gesta, disminuyen el valor semiótico de su defensa de El Castillo, y la despojan de la gloria y la posición que merecía.

El valor paradigmático de Rafaela como heroína y paria al mismo tiempo, es motivo de reflexión a todo lo largo de la novela. En la escena medular de esta gesta, cuando Rafaela está a la cabeza de la defensa de El Castillo, cargando el cañón para dispararlo sobre los ingleses, con el cabo Eliécer Bustillo como único compañero, Rafaela se pregunta sobre las razones de su acción.

El cabo Eliécer Bustillo la miró, y Rafaela, que sintió aquellos ojos como clavados en los de ella, detuvo la acción durante algunos segundos, ruborizándose y pensando para sus adentros si era realmente a España a la que defendía, a la Provincia de Nicaragua, o simplemente a ella misma junto con toda aquella gente que la acompañaba en la fortaleza y allá abajo en el caserío de El Castillo… ¿qué defiendes, Rafaela? …. ¿A quién defiendes, Rafaela?… y pasó fugazmente por su mente la historia de su madre en Cartagena de Indias… (483-484)

La defensa de El Castillo se convierte así en la defensa de su posición de mujer, de bastarda, de criolla, en la defensa de su madre que tuvo el valor de vivir su vida, en la defensa de su marginalidad. La existencia misma de esta reflexión en la novela revela la problemática a la que se tiene que enfrentar Rafaela. La sociedad no puede sino cuestionar el valor de la gesta de Rafaela, buscarle otras explicaciones, mitigar de alguna forma su heroísmo, y restarle valor a sus acciones. Al sugerir que Rafaela está realizando esa acción heroica para legitimar su propia vida y la de su madre, el autor confirma la misoginia y el racismo que permea toda la sociedad nicaragüense.

El valor mítico del canal atraviesa toda la novela de Pasos Marciacq y estará siempre unido a la imagen de Rafaela Herrera. Si los múltiples gobernantes, navegantes, filibusteros, ingenieros e inversionistas, que durante años trataron de construir el canal representan la apertura a ese futuro de riqueza y comercio, Rafaela y los defensores de El Castillo representan la protección y el resguardo, la salvaguarda de la provincia y de la Corona, la integridad de la nacionalidad y aparente orgullo de la nación. Sin embargo la novela de Pasos Marciacq desmiente esa visión, desconstruye el mito de Rafaela, demostrando la ingratitud tanto de los gobernantes como de las instituciones, y probando que la bastardía y el género pesaban más que los actos personales y el heroísmo. Esta es una enorme lección para las generaciones futuras y confirma la intrincada red de signos y de tensiones que conforman el imaginario social. El mito del canal y el mito de la mujer en conjunción dinámica, yuxtaponiéndose de forma siempre inestable, azarosa, produciendo una serie de significaciones importantísimas para el imaginario social nicaragüense.

waslalaEn la novela de Gioconda Belli, Waslala. Memorial del futuro (1996), encontramos por fin en la literatura nicaragüense un canal construido y en uso, aunque no se trata en realidad de un canal interoceánico. Faguas, el nombre ficticio que le da a Nicaragua en su primera novela y que aquí vuelve a utilizar, se ha convertido en una especie de basurero del mundo desarrollado y en exportador de una nueva droga llamada filina, y el comercio de ambas mercaderías se da por medio del canal que comunica el Océano Pacífico con el Lago. En algún lugar de lo que conocemos como el istmo de Rivas se ha construido un canal con esclusas, por donde entran los barcos cargados de grandes contenedores llenos de basura y desperdicios, incluyendo algunos desechos tóxicos, y salen cargamentos enormes de filina (una nueva droga desarrollada en Faguas que es una mutación genética de marihuana y cocaína).

En esta novela Belli dialoga principalmente con Rápido tránsito (1953) de José Coronel Urtecho y con Nicaragua, sus gentes y paisajes (1858) de Ephrain G. Squire. En realidad el uso que Belli hace de estos textos es de apropiación y no llegan a formar parte de la estructura lingüística de la novela. Don José ha escrito acerca del río y tiene una fascinación atávica por el mismo. En el primer capítulo hay una cita sobre las posibilidades futuras del río que proviene de “Viajeros en el río”, el ensayo que ya he citado de José Coronel Urtecho, y hay muchos datos provenientes del libro de Squire.

A lo largo de la primera parte de la novela se explota el mito del canal interoceánico y se mitifica el río. “Río abajo, río arriba viajaron los extranjeros cargando delirios de grandeza, sueños, quimeras de canales interoceánicos, mitos de lo que se podría hacer con ese país si sus habitantes se traicionaban los unos a los otros” (18). Como podemos ver, Gioconda Belli expresa claramente el carácter mitológico del canal dentro del imaginario cultural de sus personajes, y enfatiza su naturaleza de sueño, de quimera, de ilusión. En su mundo posible, un mundo de remolinos mágicos y filinas, el canal sigue siendo un imposible. Pero al mismo tiempo engasta esta idea con la de la negociación política y la corrupción, y surge el conflicto de la contradicción entre el nacionalismo ideológico y la dependencia económica.

Por otro lado el río ha sido declarado territorio neutral. En las incontables guerras que han azotado el país, y la lucha constante entre los comunitaristas (grupos de gente que quieren formar una nueva sociedad) y los Espada (líderes del cartel que controla el comercio de filina), el río está a salvo por un acuerdo tácito entre las dos partes. A pesar de los avances tecnológicos del mundo descrito en Waslala, la navegación en el río todavía se hace en canoa impulsada por fuerza humana, pero al mismo tiempo el río es un espacio lleno de magia y leyendas, y de sucesos explicables e inexplicables. En la isla La Bartola por ejemplo, uno de los marineros asegura haber conversado con el Almirante Nelson (93) y los marineros le echan mueras a los ingleses. El segundo día de navegación el agua amaneció “totalmente roja: no un rojo café o púrpura, sino sangre, encendido; de una textura orgánica, densa” (96). Esto es un fenómeno natural debido a los colorantes vegetales y ya está documentado por Squier al promediar el siglo pasado como le he mencionado anteriormente. Pero el fenómeno más interesante del río ocurre en el tercer día de navegación, cuando llegaron al Remolino Grande: “el trecho más peligroso y mágico del río. Se cuentan historias fantásticas sobre el centro del remolino, pero intentar verlo ha sido la causa de más de un naufragio. La mirada, al posarse en él se convierte en algo material; una soga, un cordón irrompible al que el agua se aferra con mano de hierro hasta que la presa se hunde en el abismo. Por eso los capitanes toman precauciones, vendan a los pasajeros. Basta que alguien en una nave desacate sus órdenes para que la embarcación entera sea atraída irremisiblemente hacia el vórtice” (106-107). Melisandra fue la única que no fue vendada al pasar por el Remolino Grande, se sentó en una banca de proa y vio el remolino a través de uno de los agujeros

La novela nicaragüense es por supuesto muy variada en temas y tratamientos. La dictadura de los Somozas y la revolución de finales de los años setenta ha sido uno de los temas más importantes de las novelas más recientes, otros temas importantes han sido las figuras de Rubén Darío y Augusto C. Sandino como pilares de la nacionalidad, la identidad nicaragüense, o el terremoto de Managua en 1972. En este artículo he estudiado el canal interoceánico por ser un tema muy importante en el imaginario cultural de Nicaragua, y es significativo ver cómo éste se ha desarrollado a lo largo de varias novelas de la literatura nicaragüense. Vemos que bien sea por medio de una novela realista como la Chávez Alfaro, por medio de una novela histórica como la de Ricardo Pasos, una novela neo-histórica como la de Francisco Mayorga, o una novela futurística como la de Gioconda Belli, el canal interoceánico está en el centro del imaginario cultural nicaragüense y forma parte integral de su concepción como espacio y como nación.


Bibliografía

Belli, Gioconda. Waslala. Memorial del futuro. Managua: Anamá, 1996.
Cardenal, Ernesto. El estrecho dudoso (1966). San José: Educa, 1971.
Chávez Alfaro, Lizandro. Trágame tierra. México: Diógenes, 1969.
Coronel Urtecho, José. Rápido tránsito (1953), incluido en Prosas. San José: Educa, 1972.
Darío, Rubén. Azul… Valparaíso: Excelsior, 1988. Segunda edición ampliada. Guatemala: La Unión, 1890.
— Prosas profanas y otros poemas. Buenos Aires: Pablo Coni e hijos, 1896.
— Los raros. Buenos Aires: La Vasconia, 1896.
— Cantos de vida y esperanza. Madrid: Revista de Archivos y Bibliotecas, 1905.
— El viaje a Nicaragua e intermezzo tropical. Madrid: Ateneo, 1909. Managua: Editorial Nueva Nicaragua, 1987. Introducción y edición de Fidel Coloma.
— La vida de Rubén Darío escrita por el mismo. Barcelona: Casa Editorial Maucci, 1914. Autobiografía. Managua: Distribuidora cultural, 1991.
Gould, Eric. Mythical Intentions in Modern Literature. Princeton: Princeton University Press, 1981.
López de Gómara, Francisco. Historia general de la Indias. (1552) Barcelona: Iberia, 1965.
Mayorga, Francisco J. La puerta de los mares. Managua: LEA, 2002.
Pasos Marciacq, Ricardo. Rafaela. Una danza en la colina y nada más. Managua: Banco Nicaragüense, 1997.
Pérez Valle, Eduardo. El desaguadero de la Mar Dulce. Managua: Banco de América, 1977.
Squire, Ephraim George. Nicaragua: Its People, Scenery, Monuments, Resources, Conditions, and Proposed Canal; With One Hundred Original Maps and Illustrations (1858). Nicaragua, sus gentes y paisajes. Traducción de Luciano Cuadra. San José: EDUCA, 1972.
Torres, Edelberto. La dramática vida de Rubén Darío. Guatemala: Ministerio de Educación Pública, 1952.
Vega Bolaños. Andrés. Documentos para la historia de Nicaragua. Vols. 3-4. Managua: Colección Somoza, 1954.

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Es escritor, catedrático y crítico nicaragüense. Ha publicado 18 libros de poesía, cuento, y ensayos. En 1995 ganó el Premio Nacional Rubén Darío. Ha recibido becas de investigación de la Mellon Foundation y Taft Research Center. Ganó el Reieveschel Award en 2015. Ha publicado más de 100 artículos en revistas académicas y ha dictado más de 130 conferencias en congresos y universidades. Actualmente es catedrático de literatura hispanoamericana en la Universidad de Cincinnati.