Ileana Rodriguez
Ileana Rodriguez

IHNCA – Llama en el aire

28 noviembre, 2016

Ileana Rodríguez

– En este artículo Ileana Rodríguez dialoga con las metáforas favoritas de la obra poética de Vidaluz Meneses. En ellas, sostiene la autora, se observa un condensado de cómo la poeta condujo su vida y también en cómo su poesía fue una carta abierta a sus contemporáneos. Hermanada a la lírica mística, Vidaluz Meneses habla de los simple cotidiano y natural, como montes y valles; de la naturaleza en su conjunto como reflexión de su mismo interior que era una llama guardada para que no se apagara. Pero también profundiza, con una elementalidad sin par, sobre tragedias familiares que en otro pecho se hubiese vuelto volcán mientras que en Vidaluz el filo que conllevan se ablanda frente a la simpleza de lo cotidiano y a la armonía que establece el afecto. Por eso el verso de Sor Juana Inés de la Cruz lo dice con exactitud en sus palabras, ahora se acerca, ahora se retira.


Vidaluz Meneses

A Vidaluz Icaza

Me acerco y me retiro
¿Quién, sino yo, hablar puedo
a la ausencia en los ojos
la presencia en lo lejos?

(Sor Juana Inés de la Cruz en
Vidaluz Meneses, En el
Costado Más Frágil
, 75).[i]

Siempre me intrigaron las metáforas favoritas de Vidaluz Meneses: ‘la llama en el aire,’ ‘la llama guardada,’ ‘el aire que me llama,’ ‘un secreto para mí misma.’ Me intrigaron porque me habría gustado saber sus secretos: ¿Cuál era la llama que Vidaluz guardaba? ¿Cuál ese hilo de luz en constante parpadeo, esa fugacidad, aire que en cualquier momento puede extinguir su fulgor e invocar las sombras? ¿Querría ella seguir arrobada las formas y figuras de esa llama en el aire? ¿Querría acaso descifrarlas en ese aire que la llama?Así interrogada, la llama viene a posarse alada en la vulnerabilidad del ser, del ontos, en constante devaneo—se acerca y se retira; viene a constituirse en vida, flujo y reflujo en persistente movimiento, en perpetua transformación de las sombras del entorno. Si el hilo de oro, que es llama, deja su fulgor, se extingue, guardada y al amparo, se torna sol y hace hervir el agua en su cauce y revivir de la flor sus pétalos: “Que al hombre, el sol que lleva dentro/le baste” (Llama guardada, 19). Llama tornasolada, ya no frágil y perecedera, lo que apenas alumbra, lo que poco calienta, sino incandescencia, resplandor, fuerza de vida, luz en la penumbra de los anocheceres, “Sol en la playa de mar…sol en el patio casero” (Sol en la playa, 36).

Llama como nombre y llama como verbo, tal en la frase ‘el aire que me llama’ donde el llamado sustenta el conocimiento propio: la poeta ida, la poeta distraída, no Sor Juana, no Rosario Castellanos, las conceptuosas, sino la pensativa y reflexiva, la que se pierde durante el día no más allá del cerco que quedó en pie, prendada por el vuelo fugaz de una mariposa. En palabras de Joaquín Pasos, no ella, el viento, el aire que la llama, su lugar, su hueco vacío que la reclama. Y del secreto para ella misma, ese anhelo por alcanzar la transparencia plena, se pregunta, con los versos del padre Ángel, “¿Cuánto me daré a esta vida/que el canto del alma llevo?” (17). Y se contesta, con el padre Ángel también, “Siempre brotando del alma/y siempre se queda dentro”—se acerca y se retira.

Las estrofas del padre Ángel y de Pasos malva serán entre los lirios de la poética de Vidaluz Meneses que es, en esencia, elemental, sencilla, mística, reposada, aurática como ella misma lo fue; canto del alma en el silencio al céfiro suave de los dialectos del monte en cuyas laderas, sembrado dejó un huerto. En una soledad compartida, hija de la tristeza y del silencio, hija del compromiso, abre su sentir Vidaluz a una especie de poesía mística, como la de San Juan de la Cruz pero sin su ardor, sin su desesperación, una exterioridad tranquila como la de su maestro y amigo Ernesto Cardenal—“salobre la ola, revienta el recuerdo sobre la paciente arena” (Verano, 47). En Vidaluz la poesía es tenue, suavecita, donde los elementos, aire, cielo, sol y mar, y lluvia, agua, hojas, y ramas, es todo lento y bien pensado y ponderado—su palabra favorita. Es un transcurrir alado donde enhebra el hilo de plata la reflexión del mundo, del entendimiento, del canto de las cosas, sin su guerra. Esa es la poesía: fijar la atención en “el acecho del garrobo/y su hurto furtivo del higo madurado.” (Quien Tenga Oídos, 21). O contemplar “Una fina y nebulosa cortina de lluvia…porque escrito está en las ruinas/lo temporal de nuestro paso/y en el polvo de los escombros/nuestro retorno” (Quien tenga oídos, 21).

Nos engañó la poeta cuando nos dijo que su poesía era un secreto para sí misma, pues nos ha contado ya que hay tanto una indiscreción como una revelación en la poesía—la poeta “Saca la vida familiar a la calle,/le da sonido al silencio,/habla con la boca cerrada/los detalles no le pasan/inadvertidos/sino que los agiganta;/dialoga directo con los muertos/y con el inconsciente de los vivos,/desata el nudo de la realidad/tejida con imaginación” (Poeta o ángel terrible, 80). La fórmula es perfecta para entender, en la poesía de Vidaluz, el rasgo predominante, no llama guardada sino intimidad compartida, llama divulgada, su secreto entre todos repartido; y en su vida, esa observación que le subraya el ser capaz de una visión más allá de toda apariencia, una solidez amurallada, un saber cuál era su lugar en cada instante.

Y por eso mismo su poesía es elemental porque es una poética de los elementos, con ellos juega, con ellos arma y desarma sus sentires. Lo elemental es la imagen de ese vaivén distraído—ahora me acerco, ahora me retiro: El patio que la llama “en el mango enano/En la caña, en el plátano,/y en el incipiente heliotropo/que ya asoma” (Yo amanezco persiguiendo un canto, 34). En el sonido: cuando oímos las muchas lluvias que “han calado/desde entonces el recuerdo./Cada vez más escasa, el agua,/como marea que se retira para/siempre,/desnuda la aridez de arena y rocas.” (Mayo en Nicaragua, 51); y más, cuando vemos que “por la mañana sólo un corte de viento/seco y ronco partió el cielo en dos’ (Abril casero, 57)

El alcance social mayor lo logró, la poeta, en los poemas dedicados a su familia. Fue en su entorno familiar donde ella se hizo inclaudicable; su padre y sus hijos fueron el crisol donde se forjó esa quietud de hierro. El más famoso de sus poemas fue dedicado a su padre, el general Meneses, general del ejército de Anastasio Somoza, el dictador nicaragüense y, Vidaluz, sandinista, se despide de él: “Debiste haber cumplido años hoy/y ya no estás, para tu bien./Guardo tus palabras y tu postrera ansiedad por mi destino,/porque la historia no te permitió/vislumbrar este momento,/mucho menos comprenderlo./El juicio ya fue dado/Te cuento que conservo para mí sola/tu amor generoso./Tu mano en la cuchara/dándole el último desayuno al nieto,/haciendo más ligera/la pesada atmósfera de la despedida./Cada uno en su lado,/como dos caballeros antiguos y nobles/abrazándose, antes del duelo final, fatal..” (Última postal a mi padre, General Meneses, 69).

En este breve poema se puede sentir su figura de mujer-hija incólume ante la tragedia que compara a Vidaluz, no a las figuras bíblicas de su poema Cuando yo me casé que habla de ellas en términos doméstico: “…hacendosa como Martha,/prudente como Raquel,/de larga vida y prolífera como Sarah” (32), mujeres que nunca llega a alcanzar y de las que apenas es sombra silenciosa e incompleta. Vidaluz compara con las mujeres insignia de la tragedia griega, Electra, Ifigenia, Casandra. Más, la gracia mística de su poesía consiste en el poder y el saber neutralizar el impacto del golpe; suavizar el drama; lograr que se estrelle en mil pedazos frente a la ternura de lo cotidiano. Porque en el poema a su padre, las líneas síntesis, las de más fuerza se organizan alrededor del afecto, para mi sola—su llama guardada—conservo tu amor generoso, te cuento yo y también guardo: “Tu mano en la cuchara dándole el último desayuno al nieto,” mano y cuchara donde aterriza el trueno; es en ella donde impacta el drama de la despedida, como impacta también en el dolor desplazado a la ‘ropa de adolescente colgada con displicencia,’ en ‘la maleta verde de tortuguitas’; más ahí, parece mentira, que en los últimos dos versos más líricos del poema donde dice “Mi amor de pájara/enseñándote a volar,/mostrándote el horizonte/y el reto infinito de ser,” Más que eso, el dolor de la historia en cada objeto (Hija, 68).

Los objetos cotidianos temperan el drama y digieren la tragedia, la desvían hacia lo místico que encuentra en los elementos naturales, en lo elemental, el reposo. Como en otras invocaciones a los hijos, por ejemplo, aquella que contempla “su tranquilo descanso,/su confiado sueño,/como si aún flotaran/en la acuosa seguridad de mis entrañas” (Alguna noche insomne, 37); o el golpe bajo que invoca a Dios diciéndole, casi recordándole la herida de su primogénita, “la que Vos sacaste de mi vientre/y me hiciste entregártela confiada/porque la habías cuidado desde antes de nacer/para que yo fuera libre de servirte.” No se atreve a increpar al Señor sino que en este velado reclamo le suplica “¡Que hasta allí tu misericordia alcance, Señor!” Hasta ahí ¿dónde? ¿Hasta dónde? Hasta donde ella, su madre, la ha visto, donde la ha visto siempre en “su batallar desde su fragilidad de lirio/Buscar tu Voz en el silencio de la madrugada/Tu Luz en la penumbra de los atardeceres.” (Cuaresma 2015). Es la pájara que canta, es lo que borda la ternura, lo que aún palpita en el melodioso trino de las aves. Pero ahí hay una muy suave y muy contenida increpación: ¿Cómo es esto posible, Señor, yo que siempre te he servido y he estado donde me necesitaras?

Particularmente devoto es el poema Mi tía Adelina donde habla del ser como sombra que se desliza, un ir hacia la niebla, un unir las soledades: “Ahora cuando nuestros diálogos/se vuelven infinitos y sobre el mismo tema…y me relatás como nuevo acontecimiento/la crónica de la muerte de tu hermano./Sentarnos a compartir en silencio” (Mi tía Adelina, 77). Es la pareja de las mujeres en soledad; es el hogar matriarcal donde viven cuatro mujeres—por el orden de vida, Adelina, Tere, Vidaluz y Vidalucita y dos hombres niños Eddy y Mariano.

Epílogo

Nosotros los sobrevivientes,
¿A quiénes debemos la sobrevida?
¿Quién murió por mí en la ergástula?
¿Quién recibió la bala mía,
La para mí, en su corazón?

(Roberto Fernández Retamar en Vidaluz Meneses)

La poesía contemplativa de Vidaluz Meneses ha sido forjada con esmero.  Por ejemplo, en He visto, leer ese verso magnífico que dice, “Quiero morir de espaldas a la noche para que el cielo siembre su cosecha de estrellas en mi dorso desnudo.”  O en la metafísica profunda en Bajamar, “El ojo abierto/que ya no duerme para no soñar,/el ojo vigilante de lo evidente/frio y estático/como pequeño pez disecado./Naturaleza muerta/reunión en ovalado azafate/días ruinosos, improductivos/-Ni siquiera con el acre sabor del/fruto fermentado-” (48).  También en Paseo de Otoño, “Cierro los ojos y evoco el camino umbroso/una que otra pisada haciendo crujir la tarde/sobre la tostada alfombra de azafrán.” (15).

“Y porque amor no es aureola/ni cándida moraleja,” como dice Mario Benedetti, hago honor a uno de sus más hondos amores, el poeta cubano Roberto Fernández Retamar en las siguientes líneas:

Colgada de tu brazo y confiada de tu larga figura de ciprés era un pájaro nocturno que en tus ramas se ponía a cantar prescindiendo de la inútil mentira de la perpetuidad.  Subiendo y bajando escalinatas de hierro salitrosas, al borde de la bahía llena de grandes barcos flanqueando el barrio que transitamos solitarios: observando escenas familiares frente al televisor, al pie de la biblioteca divisada por una ventana, en ruedas de mesas de juego, en balancines y butacas de corredor, donde éramos simplemente un hombre y una mujer que pasan como todo lo que sin ser espectacular aspira a ser verdadero  (Vista Casablanca con ojos nuevos, 114).

‘Yo no digo mi canción sino a quien conmigo va,’ dice el verso del Conde Arnaldos del romancero español; a mí Vidaluz me dijo su canción acaso porque yo con ella anduve.  Ella, la plácida, la pura; a veces la nerviosa, cuando la forzaban a salir de su contención reflexiva.  No entendía jugueteos malignos; le incomodaba lo ríspido; se esforzaba por cumplir aun bajo la tormenta.  Los dichos, las observaciones, las dispersiones de Vidaluz, la Meneses, se me han ido instalando en una presencia casi física porque los ausentes, como dice la poeta argentina Gloria Peirano, nunca hacen silencio y hay que vivir con su clamor de noche y de día.  “Ellos nos llaman hoy desde su amante sombra, completa Olga Orozco, la otra poeta argentina, reclinados en las altas ventanas/como un despertar que sólo aguarda la señal convenida/para restituir cada mirada a su propio destino.”

Hoy quiero hablar de la poesía de la Vida, de los grandes temas de su poesía, elemental como el aire, el agua, el sol, el mar, lo simplemente cotidiano, el canto de la vida de las cosas. Y quien sino ella podía hablar a la ausencia en los ojos la presencia en lo lejos—se acerca, se retira.


 

NOTA
[i] Vidaluz Meneses.  Llama en el aire.  Managua: Nueva Nicaragua, 1990.  Este breve volumen también contiene  Llama guardada, El aire que me llama, El costado más frágil, A los hombres futuros.   Yo he copiado muchas veces los versos de Vidaluz y los he incorporado a la escritura mía, a veces parafraseados, a veces enteros.  La poesía del texto éste es toda suya.

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Jinotepe, Nicaragua. Licenciada en Filosofía por la Universidad Nacional Autónoma de México. BA. Philosophy and Ph.D. en Literatura Hispánica de la Universidad de California, San Diego La Jolla, California,es profesora en The Ohio State University donde ejerce como Humanities Distinguished Professor of Spanish. Sus áreas de especialización son la Literatura y Cultura Latinoamericana, la Teoría Postcolonial, los Estudios Feministas y Subalternos con énfasis en Literatura Centroamericana y del Caribe.
Su último libro publicado se titula Hombres de empresa, saber y poder en Centroamérica: Identidades regionales/Modernidades periféricas: Managua: IHNCA, 2011. Títulos anteriores son:Debates Culturales y Agendas de Campo: Estudios Culturales, Postcoloniales, Subalternos, Transatlánticos, Transoceánicos(Santiago de Chile: Cuarto Propio, 2011).
Es autora de Liberalism at its Limits: Illegitimacy and Criminality at the Heart of the Latin American Cultural Text.(University of Pittsburgh Press, 2009); Transatlantic Topographies: Island, Highlands, Jungle. (Minneapolis, London: University of Minnesota Press, 2005); Women, Guerrillas, and Love: Understanding War in Central America (Minneapolis, London: University of Minnesota Press, 1996);House/Garden/Nation: Space, Gender, and Ethnicity in Post-Colonia Latin American Literatures by Women (Durham: London: Duke University Press 1994); Registradas en la historia: 10 años del quehacer feminista en Nicaragua (Managua: Editorial Vanguardia, 1990); Primer inventario del invasor (Managua: Editorial Nueva Nicaragua, 1984).
Ha editado los volúmenesEstudios Transatlánticos: Narrativas Comando/ Sistemas Mundos: Colonialidad/ Modernidad. With Josebe Martínez. (Barcelona: Anthropos, 2010); Convergencia de tiempos: Estudios Subalternos/Contextos Latinoamericanos—Estado, Cultura, Subalternidad(Amsterdam: Rodopi, 2001); Latin American Subaltern Studies Reader ( Durham: Duke University Press, 2001); Cánones literarios masculinos y relecturas transculturales. Lo trans-femenino/masculino/queer (Barcelona: Anthropos, 2001); Process of Unity in Caribbean Society: Ideologies and Literature (con Marc Zimmerman. Minneapolis: Institute for the Study of Ideologies and Literature, 1983); Nicaragua in Revolution: The Poets Speak. Nicaragua en Revolución: Los poetas hablan (con Bridget Aldaraca, Edward Baker, and Marc Zimmerman. 2nd ed. Minneapolis: Marxist Educational Press, 1981); Marxism and New Left Ideology (con William L. Rowe, Studies in Marxism. 1 Minneapolis: Marxist Educational Press, 1977). En la actualidad trabaja sobre abuso—en particular incesto, pedofilia y violación—tal como estos casos son reportados en los medios de comunicación.